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Audiovisual
Radicales y audiovisuales
Los éxitos de las últimas producciones vascas, unidas al tótem del Zinemaldia, hacen que la cultura audiovisual en Euskal Herria goce de muy buena salud. Pero, ¿realmente esa cultura ha logrado expandirse no solo a través de los canales convencionales sino tejiendo alternativas en el sector? A través de un viaje en el tiempo veremos diferentes experiencias audiovisuales que abarcan desde la distribución, la producción o los festivales.
Nos situamos en el año 2004 en el barrio San Francisco, en Bilbao. La ciudad está sumida en un proceso de transformación hacia la ciudad marca actual. Un grupo de jóvenes relacionados con las prácticas artísticas y audiovisuales piensan en hacer algo. La respuesta vino tras conocer en un viaje a Bolonia un fenómeno llamado… TeleStreet.
Y a partir de ahí nació Amatau TV, cuya primera actividad fue organizar las jornadas Antenak: Hiriko haizeak / La Ciudad en el Aire, en las que reunieron a colectivos y personas de espacios separados pero que podían converger. Aquellas jornadas en torno a la televisión como fenómeno cultural, pero también como posible herramienta crítica, fueron un éxito gracias al uso hetereogéneo de espacios como la Galería Abisal, la librería Likiniano y la participación de colectivos como Metabolik (Bilbao), Eguzki Bideoak (Iruñea) o InsuTv (Nápoles) e invitados como Santiago Alba Rico (Madrid). Precisamente, fue el conocimiento de los italianos y su TeleStreet los que ayudaron a llevar a un terreno práctico el proyecto bilbaíno. “Ellos tenían experiencia y un conocimiento técnico mucho mayor con la televisión, en comparación con nuestra experiencia de la radio libre, algunos veníamos de la azpeitiarra KakaFlash irratia”, comenta Oier Etxeberria, que explica cómo poco a poco el colectivo se amplió, alquilaron un local y Amatau TV se puso en marcha. “El barrio era nuestra zona de intervención, en el que queríamos mostrar los procesos de transformación que estaba sufriendo Bilbao, donde lo que comenzaba a consumirse no era otra cosa que la propia ciudad. Queríamos hacer política de los problemas que nos rodeaban”, afirma Oier.
La experiencia de TeleStreet en el barrio bilbaíno de San Francisco acabó tras la amenaza de Canal +
Sin embargo, tras varias emisiones que podían ser sintonizadas desde el barrio, pronto llegaron los problemas. “Todo funcionaba bien, pero más allá de San Francisco nuestra señal obstaculizaba a Canal+, que por aquel entonces era de pago, y nos dijeron seriamente que paráramos”, señala el ahora responsable de arte contemporáneo de Tabakalera, que enfatiza la agresividad con la que les amenazaron. “Lo hablamos con abogados y era un obstáculo técnico muy potente, por lo que al final no pudimos seguir con esa emisora, que solo funcionaba en aquella determinada frecuencia”, continúa Oier, que afirma que tras discutir qué iban a hacer “al final se vio la necesidad de aprovechar para pensar las relaciones de determinación entre sociedad y técnica, y la función que cumplía lo audiovisual”. Las siguientes acciones del colectivo antes de disolverse fueron realizar vídeos y proyectarlos en bares y paredes del barrio, o realizar proyecciones de películas en diferentes espacios al estilo del Cine Pobre que Eguzki Bideoak realizaba en Iruñea.
Documentales para todas
Eguzki Bideoak era un colectivo audiovisual de Iruñea que llevaba en activo muchos más años, y fruto de ese intercambio de conocimientos, precisamente Amatau TV fue quien les cedió el emisor para que pusieran en marcha durante un día una TeleStreet con motivo del décimo aniversario del gaztetxe Euskal Jai. “Nos juntamos varias personas de la radio libre Eguzki Irratia con ganas de hacer cosas audiovisuales. Nuestro objetivo era hacer nuestras producciones pero a principios de los años 90 era una chaladura porque no existía la tecnología digital y los equipos de editar vídeo eran carísimos”, relata Helena Bengoetxea sobre los comienzos del colectivo.
La primera actividad empezó cuando pudieron conseguir un proyector de segunda mano y, tras ocuparse el gaztetxe Euskal Jai en 1994, empezaron ahí a programar películas todos los domingos. Esas proyecciones eran gratuitas, por lo que para conseguir dinero realizaron cine de verano por varios pueblos de Navarra. “Estuvimos así unos seis años, todo con trabajo militante, y con el dinero que conseguimos sacar compramos en el año 2000 nuestro primer ordenador y cámaras que permitían editar vídeo”, señala Rubén Marcilla, aunque especifica que el primer documental de Eguzki Bideoak fue sobre los sucesos de los Sanfermines del 78, realizado dos años antes con material prestado.
Para los integrantes de Eguzki Bideoak, las referencias audiovisuales de lo que se podía hacer eran los vídeos que realizaron desde la coordinadora de Itoiz —de las primeras producciones audiovisuales de movimientos sociales en Navarra—, o los vídeos que había hecho Imanol Gil en los 80 sobre las ocupaciones en Iruñerria.
Ya centrados en la producción, realizaron documentales de temáticas sociales como la memoria histórica en Navarra, la ocupación, el antimilitarismo, proyectos como Itoiz o el superpuerto de Pasaia... “Las producciones de Eguzki Bideoak llevaban una firma colectiva que respondía a la forma de organización que teníamos. Todos hacíamos todas las tareas, y precisamente ese debate sobre si era la forma más interesante para la producción lo tuvimos más tarde”, señala Helena.
Además de las producciones y la TeleStreet, Eguzki Bideoak colaboró en la organización del Hackmeeting de 2003 en Iruñea y previamente fue uno de los colectivos que participó en la creación de Indymedia Euskal Herria. De hecho, uno de los eventos de los que más orgulloso se siente Rubén es la participación de Eguzki Bideoak en la cumbre mundial de las energías del 2002, en Iruñea, donde el colectivo grababa todos los días las manifestaciones, lo editaban y lo subían a una web la misma noche que había ocurrido, algo muy complicado para la época
Entre otros proyectos innovadores que se lanzaron desde Eguzki Bideoak estuvo la retransmisión por primera vez de un streaming en 2006, la instalación de cámaras de visión nocturna vigiladas por turnos durante tres meses para intentar pillar a quienes hacían pintadas en el monumento a los esclavos del franquismo en el alto de Igal o la presencia en la organización de oficinas de prensa durante el desalojo del Euskal Jai y con los solidarios con Itoiz. También Eguzki Bideoak fue pionero en traer el concepto cubano de Cine Pobre, que luchaba por democratizar el acceso al cine, y durante dos años se proyectaron todos los domingos documentales en el espacio de Zabaldi.
En 2004, ya con dos personas liberadas, se sacaban los fondos de la venta de las producciones o de la realización audiovisual de ekitaldis políticos. Es en ese año cuando empieza el debate sobre los límites de la producción desde el trabajo militante, y el éxito de ventas —se vendieron 4.500 DVD— de un documental de media hora sobre el desalojo del Euskal Jai hizo que se pensara en la necesidad de desarrollar redes de distribución. Ahí nace la distribuidora Eguzki Bideoak Banaketak.
Eguzki Bideoak llegó a distribuir 180 títulos en 400 puntos de venta de Euskal Herria
“Era la época de la eclosión de los DVD y había muchos materiales audiovisuales, por lo que nos parecía trascendental empezar a distribuir documentales alternativos”, señala Nerea Fillat sobre el giro del colectivo, que siguió produciendo pero a menor escala. Una de las claves de esta nueva etapa fue la numerosa red de puntos de venta que consiguió Eguzki Bideoak, 400 establecimientos entre bares, gaztetxes y otros espacios, donde se vendieron una variedad de 180 títulos hasta 2014, cuando finalmente se disolvieron. “Eguzki Bideoak fue uno de los primeros colectivos en producir materiales audiovisuales y muchos colectivos acudían a nosotras para grabar cosas. El hecho de que se montara la distribuidora alternativa y mucha gente tuviera acceso a documentales críticos ha ayudado a que la gente produjera más”, afirma orgullosa Nerea Fillat.
Festivales pioneros
Si hablamos de festivales, en Iruñea tenemos en activo la Muestra de Cine y Mujeres más antigua de todo el Estado, que ya va por la 35ª edición. Más de 66.000 personas y 500 películas han pasado por las salas de los cines Golem en un festival que goza del reconocimiento del público. “Nacimos en 1987 gracias a la colaboración de IPES y Golem, con el objetivo de unir fuerzas para mostrar las distintas realidades de las mujeres en el mundo, utilizando el cine como herramienta”, señala Elena San Julián, una de las fundadoras.
“Las primeras ediciones se nutrían de amas de casa y asociaciones de mujeres, sobre todo por las mañanas, y poco a poco empezó a ser más heterogéneo”, afirma Elena. En el Estado entonces solo había una muestra igual en Madrid, que desapareció años más tarde. “Cuando empezamos teníamos que hacer una labor detectivesca para encontrar películas dirigidas por mujeres y que tocaran temas que nos interesaran”, señala Elena, para quien, aunque se haya avanzado mucho, “todavía queda mucho camino por recorrer”. El último informe de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) señala que en los 152 largometrajes nominados al Goya en 2019 las mujeres representan un 30% del personal y el 26% de los cargos de responsabilidad en dirección, producción y guión. Además, la brecha salarial era también del 26%.
Entre las directoras que han pasado por Iruñea, Elena destaca la participación de Deepa Mehta, directora india de la película Fuego, que acudió al festival junto a las actrices Nandita Das y Shabana Azmi. “Aparecieron después del visionado con sus preciosísimos saris y sus discursos feministas radicales, por lo que es una de las sesiones que recuerdo con más emoción” señala Elena, que es la directora de TRAMA, la Coordinadora de Muestras y Festivales de Cine de Mujeres.
Y de Iruñea a Donostia. Bajo la sombra del Zinemaldia se celebran otros festivales importantes como el Festival de Cine y Derechos Humanos o la Semana de Cine Fantástico o de Terror. Sin embargo, entre estos destaca, por su visión en el acceso democrático a la cultura, el festival Cine Creative Commons Donostia, que ya va por su novena edición. Juanjo Díaz es psicólogo social y director de este festival cuya idea surgió a raíz de unos ciclos similares que se realizaban en Madrid y Barcelona, que ya han desaparecido. “Me pareció interesante recoger en un festival películas con licencias abiertas y de temática social”, afirma Juanjo, que cuenta que la primera edición fue sin financiación, y con el paso de los años han ido recibiendo subvenciones “para cubrir gastos y pequeñas retribuciones”. Ahora, “para hacer posible este festival trabajamos de forma voluntaria. Últimamente hemos podido contratar a una persona para llevar la comunicación, pero por ejemplo nosotros mismos esperamos a cómo han sido las subvenciones a final de año para ver si podemos retribuirnos algo”, afirma.
Respecto al apoyo recibido, Juanjo se muestra crítico. “Al principio la unidad de cine del ayuntamiento nos ayudó, pero por ejemplo hemos hablado con escuelas de cine para dar charlas acerca de las licencias libres y nos han ignorado”, relata el director, que también afirma que los medios de comunicación apenas les han hecho entrevistas, a diferencia de otros festivales de la ciudad. “Creemos que se puede hacer audiovisual más allá del copyright, ya que dentro del Creative Commons (CC) la familia de las licencias es muy diversa, se puede proteger hasta donde se quiera”, afirma Juanjo, que cuenta cómo en un proyecto con una entidad pública vieron que los contenidos que tenían hechos a nivel audiovisual no estaban licenciados en CC. “Lo que tenemos claro es que con dinero público, ya sean encargos o concursos, las obras tienen que ser públicas y accesibles a todo el mundo”, señala.
Para este año, desde el Cine Creative Commons Donostia van a incluir como novedad una sección de vídeos de colectivos sociales y un día de vídeos domésticos. Para Juanjo, un momento que recuerda con emoción fue cuando proyectaron un documental censurado sobre memoria histórica en Andalucía. “Había partes que el director tuvo que eliminar por una sentencia que vulneraba el derecho al honor de una de las personas que promovió unos fusilamientos, por lo que en los fundidos a negro interpretamos la parte censurada con un actor que hacía una performance en la sala”, relata.
Estas experiencias, algunas ya extintas y otras todavía en marcha, tienen cada una un objetivo, pero todas tienen un denominador común: el acceso democrático a los contenidos audiovisuales y la difusión de realidades sociales, ya sea en tu barrio o al otro lado del mundo.
El faro cultural de los Golem
Un grupo de amigos con inquietudes sociales y políticas, unidos por su afición al cine, decidieron en 1982 fundar una empresa que sería durante 40 años una de las mayores dinamizadoras culturales de Iruñea. Tras el anuncio de cierre temporal de los cines Yelmo Itaroa y el cierre de las últimas salas de Saide, en 2016, quién les iba a decir a aquellos cinco barbudos, como les llamaban, que sus cines serían los únicos que quedarían hoy abiertos en la ciudad. Cualquiera en Iruñea se ha dejado prender por la magia del cine en sus salas, y precisamente su antigüedad y autoridad han hecho que cualquier taxista o persona llame a esa zona con su nombre. ¿Qué iruindarra no ha dicho alguna vez eso de “¿quedamos en los Golem?”.
A comienzos de los años 80, la oferta cultural de Iruñea se reducía casi solo al cine, y entre la empresa Saide y los cine clubs de los colegios religiosos había salas en todos los barrios. El germen de los Golem es el alquiler por días a la semana del salón de actos de la parroquia de La Asunción, en San Juan, el cine Ekhine, en la Rotxapea, y otras dos salas, la Aitor y Mikael, donde se proyectaban películas que otros cines no emitían. “Esta fue la razón por la que una vez el gobernador civil nos cerró el cine Ekhine, con la excusa de que faltaba un urinario de caballeros”, señala Otilio García, uno de sus fundadores.
Con el lema “Una nueva forma de entender el cine”, los Golem son los primeros cines multisalas de Iruñea, y en 1989 montan los cines Yamaguchi, donde se emiten películas de cine alternativo o en versión original. “Lo normal en una capital así es que haya un cine comercial, ya que el resto no es rentable. Nuestro objetivo no es vender palomitas, sino la difusión cultural, y gracias a tener estos dos cines, entre los ciclos y nuestra programación, en Pamplona se ve casi toda la producción que se estrena en el Estado español en un año, lo que es un hito. De hecho, nosotros en los cines Golem La Morea vendemos películas familiares y comerciales para hacer posible que existan nuestros ciclos o Yamaguchi”, señala Carlos San Julián, jefe de programación de Golem.
Los primeros años llevaron cine itinerante por los pueblos en verano, donde proyectaban, entre otros, cine en euskera o títulos que se habían rodado en Navarra como Akelarre (Pedro Olea, 1984) o La conquista de Albania (Alfonso Ungría, 1983). “A nivel cultural y social, Golem ha sido siempre un faro encendido, ya que hemos programado multitud de ciclos y hemos estado abiertos a todos los colectivos sociales y directores que hayan querido proyectar sus películas. Varias generaciones han tenido a Golem como su casa y los frutos se van recogiendo”, relata Carlos.
Además de los cines en Iruñea, Golem tiene salas en Madrid, donde estaban los antiguos cines Alphaville, y cines urbanos en Burgos y Bilbao. “Nos duele que los cines desaparezcan y se imponga el modelo americano, que es ir a comprar al centro comercial y al cine. Esto es algo que en el Estado francés funciona menos”, señala Otilio, para quien “los cines han desaparecido de las ciudades por su valor inmobiliario”.
En Euskal Herria, Gasteiz solo tiene un cine urbano, el Florida; Bilbao tiene dos, los Golem Alhóndiga y los Multis 7; y Donostia tiene tres, gracias en parte a la cultura cinematográfica aportada por el Zinemaldia. “Que en Pamplona se hayan cerrado todos los cines urbanos del centro, y no se hayan sustituido por ninguna dotación cultural, al final se paga. El hecho de que se cerrasen los cines Saide Carlos III es un mal punto de la administración. Para la gente mayor con más dificultades para moverse es un problema que le cierren un cine en la ciudad, ya que esos espectadores se pierden”, explica Otilio.
“Nos duele que se imponga el modelo americano de ir a comprar al centro comercial y al cine”, comentan desde los Golem
Sin embargo, el momento actual es el más duro para la empresa y los cines en general, aunque más que una crisis de espectadores hay una crisis de películas. “Nuestro problema es que no tenemos películas para estrenar, ya que cuando hay algo interesante la gente viene al cine. Aunque parezca mentira ahora estamos trabajando más que nunca, ya que al no haber nuevas películas tenemos que reinventarnos y buscar programación”, señala Carlos, que reivindica más ayudas de la administración “no porque me vaya mal el negocio, sino por mi aporte cultural”. En su opinión, apuntan ambos, “no se puede vivir siempre de la subvención, y está bien ser autónomo y hacer cosas diferentes, pero hacer los ciclos que hacemos cuesta dinero y además tenemos que poner un precio reducido para que asista la gente”.
Otra de las causas de esta crisis es el auge de las plataformas de contenidos como Netflix o Amazon, cuyos beneficios son ingentes y los impuestos que pagan en el Estado son irrisorios. De hecho, en los dos últimos años y con la pandemia todavía más, muchas películas van directamente a las plataformas sin respetar la norma de protección de 112 días en el cine. “A nosotros nos hace flaco favor que una producción esté subvencionada y que en vez de al cine pase directamente a una plataforma. Por ejemplo, Santiago Segura, Jordi Évole o el cine vasco apostaron por los cines y les vamos a tener que poner un monumento”, señala Otilio, que añade que “es muy difícil luchar contra un elefante que te pisotea”, dice.
“Para Netflix somos un grano en el culo y si fuera por ellos no habría salas. Nosotros somos socios fundadores de Filmin, que es otro concepto, ya que es el principal contenedor de películas de cine alternativo en el mundo. Es un modelo de negocio bonito, con cine independiente y cuyo crecimiento ha sido sostenido”, apunta Carlos con la esperanza de que el faro de Golem siga alumbrando culturalmente Iruñea por muchos años más a pesar de la crisis actual.
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ESKERRIK ASKO. Gracias a estos resistentes que son el faro para ver en formato cine contenidos alternativos. Lo demás sería una uniformización letal del imaginario colectivo.