Bolivia
La quema de banderas indígenas radicaliza el conflicto en Bolivia
El discurso racista y la quema de whipalas, la bandera de los pueblos originarios bolivianos, eleva la tensión y los enfrentamientos tras la dimisión del Gobierno de Evo Morales.

@martincuneo.bsky.social
Pese al discurso de los partidos opositores y sus apoyos internacionales, lo que está pasando en Bolivia se parece cada vez más a un golpe de Estado, mientras el país se ve abocado a una escalada de enfrentamientos sin solución aparente.
Mientras Evo Morales viajaba en avión hacia México, donde el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador aceptó su petición de asilo, la policía y las fuerzas armadas bolivianas comenzaban a patrullar conjuntamente en las principales ciudades.
“Hemos estado realizando el análisis correspondiente, es insostenible”, indicaba el comandante departamental de la Policía de La Paz.
Con la “policía rebasada”, un comunicado del mando militar anunciaba el pasado 11 de noviembre el inicio de operaciones conjuntas para “resguardar los servicios públicos esenciales”Con la “policía rebasada”, un comunicado del mando militar anunciaba el pasado 11 de noviembre el inicio de operaciones conjuntas para “resguardar los servicios públicos esenciales” y “garantizar su funcionamiento, la paz y estabilidad de nuestro país”. Una situación inédita desde octubre de 2003, cuando los militares salieron a defender el Gobierno del presidente neoliberal Sánchez de Lozada con un saldo de 77 muertos y 400 heridos.
El mismo día 11 se daban los primeros choques entre la policía y los manifestantes, en El Alto, con el resultado de cinco heridos. De forma paralela, miles de campesinos indígenas entraban en esta misma ciudad, situada a cinco kilómetro de La Paz, al grito de “Ahora sí, guerra civil”.
El discurso racista y la quema de whipalas —la bandera de las nacionalidades indígenas de Bolivia—, por parte de los seguidores del líder cívico cruceño Luis Fernando Camacho y del candidato opositor Carlos Mesa, encendió a los campesinos aymaras del altiplano, que entraron en El Alto como una riada arrasando puestos policiales y provocando la retirada de los efectivos, según relata el medio digital Bolpress.
La retirada de la whipala del palacio de Gobierno por parte de los policías amotinados o la sustitución de la bandera indígena de los uniformes de los agentes caldearon los ánimos. La policía también fue desbordada en otros lugares, como la estación policial de la zona Sur de Cochabamba, informa Bolpress.
“La Wiphala no es del Evo Morales ni del MAS, es nuestro símbolo de los aymaras, quechuas y otras naciones indígenas y originarias. El temblor vendrá desde abajo. Carajo”, escribió el histórico dirigente campesino Felipe Quispe.
Deriva derechista
“La Noche de los cristales rotos”. Con este título la activista feminista María Galindo describía lo vivido en la noche del 10 de noviembre, en la que Evo Morales y Álvaro García Linera presentaron su dimisión.“Entrar al Palacio de Gobierno con una biblia y una carta en la mano para arrodillarse ante cámaras con ningún mandato popular de legitimidad es un acto fascista y golpista”, resumía la fundadora del colectivo Mujeres Creando. “Quemar las casas de integrantes del Gobierno de Evo Morales es fascismo”, continúa. Igual de fascista que “quemar la casa del rector de la Universidad Pública, Waldo Albarracín”, un ataque realizado por seguidores de Evo Morales. “El revanchismo ha tomado las calles en busca de sangre, en busca de enemigos”, resume Galindo en este artículo publicado en el medio argentino La Vaca.
La idea “exportada” por los seguidores del MAS de que hay un bloque popular progresista enfrentado a un bloque homogéneo ultraderechista es falsa, sostiene la activista María GalindoPara esta activista, frente al “caudillismo evista” —al que acusa de haber dividido y vaciado a los movimientos sociales bolivianos y sostener un modelo “neoliberal consumista, extractivista, ecocida y clientelar”— el proyecto cruceño “enfrentó otro caudillo aparentemente antagónico, pero al mismo tiempo complementario: un hombre blanco, empresario, presidente de un ente ‘cívico’, que usó el fanatismo religioso y un discurso abiertamente misógino y que entre líneas promete a los hombres de la sociedad la recuperación del control sobre las mujeres”.
La idea “exportada” por los seguidores del MAS de que hay un bloque popular progresista enfrentado a un bloque homogéneo ultraderechista es falsa, sostiene esta activista: “En ambos casos la salida es conservadora. La fascistización del proceso ha silenciado a la sociedad civil y ha concentrado la decisión en las cúpulas más sanguinarias de Morales o de Camacho”.
Por su parte, el analista y escritor Raúl Zibechi advertía de los peligros de que las protestas que consiguieron expulsar a Evo Morales terminen en una deriva ultraderechista: “No podemos olvidar que en este momento existe un serio peligro de que la derecha racista, colonial y patriarcal consiga aprovechar la situación para imponerse y provocar un baño de sangre. El revanchismo político y social de las clases dominantes está tan latente como en los últimos cinco siglos y debe ser frenado sin vacilaciones”.
Sin embargo, el autor de Dispersar el poder y uno de los analistas que mejor entendió y explicó los movimientos sociales que auparon al poder a Evo Morales en 2006 identifica en la deriva del Gobierno del MAS las razones últimas de su caída.
Para Raúl Zibechi, “la movilización social y la negativa de los movimientos a defender lo que en su momento consideraron ‘su’ gobierno fue lo que provocó la renuncia” de MoralesEn primer lugar, sostiene Zibechi, “la movilización social y la negativa de los movimientos a defender lo que en su momento consideraron ‘su’ gobierno fue lo que provocó la renuncia” de Morales. La Central Obrera Boliviana y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia son dos ejemplos de grandes organizaciones, antes afines al MAS, que han apoyado las protestas antigubernamentales.
Tras la marcha indígena en apoyo al Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) en 2011, el Gobierno hizo todo lo posible para controlar al movimiento indígena o, al menos, dividirlo, critica Zibechi. Tanto en el caso del Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq) como en el caso de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob), dos organizaciones históricas de los pueblos originarios, “mandaron a la policía, echaron a los dirigentes legítimos y atrás llegaron, protegidos por la policía, los dirigentes afines al Gobierno”.
Los antes todopoderosos movimientos sociales bolivianos, ahora débiles, divididos, en muchas ocasiones “enfrentados al Gobierno por sus políticas extractivistas”, sostiene Zibechi, no estaban ahí para defender al “hermano Evo”. Estas organizaciones tampoco están en las mismas condiciones para enfrentar una posible deriva ultraderechista, tal como lo hicieron en los episodios de 2008, donde poco faltó para que el conflicto terminara en una guerra civil.
Mientras los discursos y el “revanchismo” se traducen en acciones cada vez más violentas y en la pregunta de “¿cuál es el más macho, cuál es el más fuerte?”, María Galindo exige “un ring donde todos los actores en conflicto se agarren en un duelo a muerte entre ellos” y dejen en paz al resto. “No somos carne de cañón”, concluye.
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