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Bosnia y Herzegovina
Ecos de Srebrenica: 28 años después de la matanza cientos de cuerpos continúan sin poderse identificar
Potočari se convirtió en un cementerio mucho antes de que allí se enterrase dignamente a la primera víctima de genocidio de la guerra de Bosnia. Fue a principios de julio de 1995, cuando el Ejército serbobosnio asaltó el enclave de Srebrenica, arrancó a los hombres y los niños musulmanes de sus esposas y madres, los subió a golpes a autobuses y camionetas, los ejecutó sumariamente en el pueblo y los arrojó como animales a fosas comunes. Aunque las cifras varían, fueron asesinadas entre 8.000 y 10.000 personas en la mayor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Hasta hoy, la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas (ICMP) ha identificado en torno a 7.000 cadáveres, principalmente utilizando el análisis de ADN extraído de los restos y comparándolos con muestras cedidas por las familias de los desaparecidos. Sin embargo, ese trabajo de identificación está incompleto, en gran parte porque muchos cuerpos fueron exhumados después por sus verdugos y repartidos por otras fosas excavadas en un área geográfica más grande para intentar borrar pruebas ante posibles consecuencias penales.
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Los olvidados por Europa
Oficialmente Srebrenica era una “zona segura”. En 1993, la ONU lanzó una resolución que pretendía proteger esta zona del este de Bosnia de una guerra que no mostraba síntomas de que fuese a terminar pronto. Bajo esa circunstancia, inmediatamente llegaron los cascos azules de la Fuerza de Protección (UNPROFOR) y comenzó el intento de desmilitarizar la zona.
Tan solo dos años después, el ejército oficioso de la autoproclamada República Srpska (la república serbia de Bosnia), y varios grupos de mercenarios supremacistas como los Tigres de Arkan, controlaban la mayor parte de ese territorio, donde habían arrasado cada pueblo y ciudad al implacable ritmo de violaciones, robos y la limpieza étnica mediante el asesinato en masa de sus habitantes musulmanes.
La comunidad internacional llevaba años sin mirar a los Balcanes, importándoles bastante poco lo que ocurría en una lejana guerra de la Europa olvidada. Hasta Srebrenica
Los cascos azules estaban asediados por los paramilitares, a la base de Potočari llegaron más de 20.000 personas huyendo de la brutalidad de las guerrillas serbias. El espacio en el interior era muy limitado y los víveres escaseaban. La comunidad internacional (principalmente la UE y Estados Unidos) llevaban años sin mirar a los Balcanes, importándoles bastante poco lo que ocurría en una lejana guerra de la Europa olvidada. Hasta Srebrenica.
Fue únicamente con el exterminio de más de 8.000 hombres y niños musulmanes cuando la diplomacia de Occidente se puso en marcha para intentar acabar con la guerra en Bosnia. Antes el conflicto armado había tomado forma en Croacia y Eslovenia, con episodios como el asedio y la matanza de Vukovar, o el Ejército de la recién independizada Croacia masacrando a la minoría serbia de la Krajina. Todas esas otras veces también hubo silencio por parte de las potencias occidentales.
“El Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia (TPIY) persigue depurar responsabilidades individuales, pero algunas veces hay una falta de búsqueda de responsabilidades colectivas”, asegura Aldion van den Berg, asesor principal de políticas en la ONG PAX for Peace, una organización con sede en Países Bajos que trabaja en áreas de conflicto en todo el mundo.
Van den Berg remarca que ni los paramilitares serbobosnios ni el autoproclamado ejército de la República Srpska hubiesen podido actuar sin la connivencia de un montón de personas de su mismo grupo étnico en Bosnia, e insiste en que “esta conexión entre responsabilidades individuales y colectivas merece mucha más atención”, y que “las víctimas tienen aún muchas preguntas que deben ser respondidas sobre este respecto”.
Un rompecabezas étnico
Desde hace siglos, en Bosnia han convivido serbios (mayoritariamente cristianos ortodoxos), croatas (católicos) y bosnios (musulmanes), convirtiendo el mapa del país en una especie de piel de leopardo donde en el norte y el este se concentra un número mayor de serbobosnios, en el sur y el oeste de bosniocroatas y en la parte central y occidental los bosnios musulmanes.
Para lograr la paz, en los acuerdos de Dayton de 1995 (EEUU) se le dio una solución burocrática al conflicto dividiendo Bosnia territorialmente en tres partes (serbobosnios, bosniocroatas y bosnios musulmanes) y administrativamente en dos entidades (la República Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina), cada una con su presidente; cada una con sus instituciones; con los límites bien definidos sobre el papel para que el odio étnico quedase encerrado para siempre entre artículos y disposiciones, y no volviese a convertirse en una guerra.
“Se tiene que dejar de apoyar la organización de las instituciones y los partidos políticos de Bosnia desde la perspectiva étnica. Manteniéndola, solo conseguiremos que continúe la segregación y la politización de los medios y la población”
Desde PAX for Peace, Van den Berg asegura que “Se tiene que dejar de apoyar la organización de las instituciones y los partidos políticos de Bosnia desde la perspectiva étnica. Manteniéndola, solo conseguiremos que continúe la segregación y la politización de los medios y la población”. El experto apuesta por otro enfoque en el acercamiento político a Bosnia “que vaya en una dirección en la que todas las etnias se erijan sobre una base de ciudadanía […] Solo la inversión prolongada puede ayudar a que Bosnia y los países de su entorno avancen hacia más democracia, más derechos humanos y, en última instancia, a ser miembros de la UE”.
El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), creado en 1993, también se puso a trabajar para que todo aquel que hubiese violado el derecho internacional fuese procesado y castigado. El proceso aún no ha concluido, aún siguen juzgándose acusados y otros muchos han muerto en el periplo judicial, como el expresidente serbio Slobodan Milošević.
En el reparto de responsabilidades hay varios nombres clave: el comandante del Ejército serbobosnio, Ratko Mladić y el presidente de la República Srpska, Radovan Karadžić. Ambos fueron juzgados y condenados a cadena perpetua por el genocidio de Srebrenica y crímenes contra la humanidad, entre otros cargos. En 2004, el Tribunal pudo dictaminar que la matanza no fue solo iniciativa del Ejército serbobosnio, sino que fue planeada por las fuerzas de seguridad serbias. El TPIY también ha hallado evidencias de que los servicios de inteligencia serbios sirvieron de puente entre los mercenarios y la Administración, facilitándoles la financiación proveniente del Estado serbio.
Heridas sin cerrar
Hace dos veranos, el alto representante internacional en Bosnia —otra figura creada en Dayton— ordenó que se enmendase el Código Penal para prohibir la negación del genocidio de Srebrenica y otros episodios de la guerra de Bosnia. La ley contempla penas de entre seis meses y cinco años de cárcel para quienes nieguen los asesinatos o los justifiquen.
Esta nueva normativa provocó que la República Srpska boicotee las instituciones y la constitución de la federación, y el riesgo de un nuevo enfrentamiento armado vuelve a estar presente. En los últimos tiempos es habitual que el primer ministro, Milorad Dodik, lance discursos ultranacionalistas serbios, y ya ha hablado de crear un ejército y una hacienda propias para su territorio, lo que haría explotar la paz de 1995.
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Precisamente por soflamas como las de Dodik, Van den Berg considera crucial “recordar cada año el genocidio de Srebrenica y mostrarlo en los medios de comunicación, que los medios continúen haciendo reportajes, que se sigan organizando actos de homenaje a las víctimas y mostrando la solidaridad”. Todo esto, dice, acompañado de “declaraciones políticas contundentes que dejen claro que la negación del genocidio no tiene cabida”.
Para muchos serbios de Bosnia, incluido Dodik, Mladić es un héroe de guerra y un símbolo de patriotismo, y una parte de la población ve con buenos ojos la secesión con la que fantasea su líder. De momento ya ha creado un servicio secreto y está militarizando la policía, y pretende que el parlamento serbobosnio suprima hasta 140 instituciones federales para sustituirlas por las suyas.
Cada 11 de julio, miles de familiares acuden al memorial de Potočari a visitar los monolitos blancos que honran a sus seres queridos. Este año se han enterrado a otras 30 víctimas recientemente identificadas en el memorial durante los actos de conmemoración del 27º aniversario. Sin embargo, aún hay otros cientos de viudas, madres, hermanas, vecinas, primas o amigas que no tienen mármol al que llorarle.