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8 de marzo
Bajo una luna casi llena...
Ella sabía que yo estaba allí, de nuevo en su ciudad y dispuesta a defenderla, y yo sabía que ella también estaba allí, dispuesta a coger mi mano para darme el calor que necesitaba, y para devolverme el valor si en algun momento defallece.
Allí estaba yo, una fría noche de enero, rindiendo homenaje a Sakine Cansiz, Fidan Dogan y Leyla Şaylemez, a los pies de la estatua de Şehîd Arîn Mirkan, junto con mis compañeras de la juventud revolucionaria, cuando la vi. Llevaba días pensando que quizás tendría la suerte de volverla a encontrar, aunque era totalmente incapaz de recordar cuál era su casa. Y aunque llevaba ya unas semanas de familia en familia, visitándolas para preguntar cómo estaban, discutiendo con ellas sobre la situación de la ciudad, tratando de llevarles el coraje para que una vez empezaran los ataques no se marchasen – un coraje que mis compañeras, cuando hablaban con esas familias, y sin saberlo siquiera, me estaban transmitiendo a mi también frente a mis miedos – no la había encontrado.
Y de repente, bajo esa luna casi llena que siempre me traía el recuerdo de las compañeras internacionalistas con las que partí de nuestra tierra, con las cuales habíamos compartido momentos imborrables a la luz de la noche, me encontré a aquella madre que unos días antes de que empezara la guerra – también sin ella saberlo – me había infundado el valor para quedarme. Porque mucho se habla de cómo las internacionalistas podemos animar a la población local a resistir, ya que nosotras venimos de lejos a asumir el riesgo por defender esta tierra, y demasiado poco se habla del camino inverso: de cómo las mujeres de aquí, a veces sin grandes discursos sino con la humanidad más sencilla y necesaria de defender el derecho a permanecer en sus casas, que no es ni más ni menos que los valores que defendemos de poder vivir una vida en paz, nos dan a nosotras el valor para cumplir con nuestro compromiso internacionalista.
Poco se habla de cómo las mujeres de aquí nos dan a nosotras el valor para cumplir con nuestro compromiso internacionalista.
Primero la saludé desde la distancia, tímida por pensar que quizás no se acordaría de mi, miedosa por pensar que quizás me estaba equivocando de persona, ya que después de centenares de madres con las que había compartido çays* los últimos meses, después de las decenas con las que había compartido cobijo, no era extraño que me pudiera equivocar. Ella me devolvió el saludo, aunque el hecho de que aquí no sea visto como algo poco usual saludarse por la calle, y menos si te encuentras compartiendo un acto político, tampoco me sacó de mis dudas.
Pero tenía tantas ganas de acercarme a ella, que al final fui a saludarla. Con mi escaso kurdo le pregunté si se acordaba de mi, y ella me dijo que sí y me llenó de besos, con una alegría en su cara impagable. Me cogió mi mano helada entre las suyas, calientes como sólo las madres, para calentar las de sus hijas, tienen la capacidad de tener aún en pleno invierno, y no me dejó ir hasta pasado un buen rato. Yo me moría de ganas de explicarle cómo su coraje me había llenado de valor, cómo su determinación me había empujado a tomar una decisión que me marcará por siempre, pero me resultaba imposible. Y en realidad, daba igual, porqué ella sabía que yo estaba allí, de nuevo en su ciudad y dispuesta a defenderla, y yo sabía que ella también estaba allí, dispuesta a coger mi mano para darme el calor que necesitaba, y para devolverme el valor si en algun momento defallece.
Y ya no me podía sentir sola frente a la lucha nunca más, ya nunca más pensaría que partía de cero en nada de lo que hiciera.
A los pies de Şehîd Arîn Mirkan y bajo la mirada de las şehîds** Sara, Ronahî y Rojbîn, a las cuáles tampoco podía explicar cómo nos llenaba de valor su lucha, se produjo uno de esos pequeños momentos, con esos pequeños gestos, con qué he sentido cómo estamos conectadas las mujeres del Kurdistán – sean kurdas, armenias, árabes o de dondequiera que sean– y las internacionalistas; las caídas şehîd en Kobane o en Europa o en el resto del mundo; las jóvenes y las mayores; las militantes del Partido y las madres incansables de la resistencia; las compañeras que siguen tenaces luchando en nuestra tierra y las que lo hacen en cualquier parte del mundo...
Y ya no me podía sentir sola frente a la lucha nunca más, ya nunca más pensaría que partía de cero en nada de lo que hiciera, ya nunca más me faltaría fuerza o coraje, porque bajo la luna casi llena de Kobane, cogiéndose a mi mano y a la mano de esa madre, estábamos entrelazadas todas las mujeres luchadoras del mundo del pasado, del presente y del futuro.
*té
**mártir