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8 de marzo
Juntarnos para no juzgarnos
Un pequeño «nosotras» que de lo grande que era hacía insignificante e incomprensible cómo podría haber habido todas esas hipotéticas veces que nos podíamos haber conocido antes de venir aquí.
A todas las mujeres que he conocido aquí
Nos podríamos haber conocido en una fiesta en algun centro social okupado, haber compartido unas cervezas y unos cigarros y una conversa de la cual al día siguiente no tendríamos más que el vago recuerdo. De hecho, nos podríamos haber cruzado después de esa fiesta y ni tan siquiera reconocernos.
Nos podríamos haber conocido en una asamblea para organizar el Primero de Mayo, el 8 de Marzo o una Huelga General, de esas en las que tratamos de ponernos de acuerdo diferentes organizaciones a menudo con más pena que gloria, con más dificultades que oportunidades, y yo habría pensado que qué izquierdista esta anarquista y tú habrías pensado que qué pesadita con el tema indepe, no habríamos pensado la una de la otra más allá de esos tópicos y no nos habríamos dado oportunidad de escucharnos de verdad.
Nos podríamos haber conocido en una charla y tú te habrías burlado de mis preguntas por demasiado materialistas, me hubieses catalogado como comunista ortodoxa y hubieses comentado con tus amigas que si me he comido un libro de Marx y si aún vivo en el siglo pasado. Y yo habría ridiculizado tus preguntas por demasiado idealistas, te habría llamado «hippie» y hubiese hecho bromas poniendo en duda tu salud mental o suponiendo una gran ingesta de drogas.
Nos hacía sentir mucho más pesado y absurdo el sectarismo, la superioridad moral y la superficialidad que define demasiado nuestra manera de implicarnos y relacionarnos políticamente.
Nos podríamos haber conocido en medio de una mani y yo habría pensado que qué mal que te cubrías la cara mientras tú pensarías que qué cobarde por no estar en primera línea. Y habernos sentido cada una mejor que la otra, sin mirar más allá, sin preocuparnos la una por la otra, sin pensar antes de juzgarnos.
Nos podríamos haber conocido bailando en una fiesta y acabar teniendo sexo completamente alcoholizadas para luego no volvernos a ver más, pero tener el gusto de poderlo explicar al día siguiente a nuestras amigas y que nuestro auto-odio forjado por el patriarcado se hiciese un poco más pequeño, para que nuestro ego forjado por el liberalismo se hiciese un poco más grande.
Pero nos conocimos en Rojava. Y nos miramos a los ojos. Partíamos de un «nosotras» que por culpa de demasiada poca esperanza en el futuro – aquella que hace que hagamos la política desde la autoreafirmación de nuestros proyectos y de nuestros egos en vez de en las ganas y el optimismo de ser cada vez más una sola fuerza, que la hagamos buscando las diferencias y no los puntos en común que nos harían construir puentes en lugar de construir barreras, que la hagamos pensando en cómo sentirnos revolucionarias en vez de hacerla pensando en cómo llevamos la revolución a cada átomo de nosotras mismas y de todas las personas que nos rodean – muchas veces allí ni siquiera queremos construir.
Partimos de un «nosotras» porque nos conocimos en un lugar que nos empujaba a hacerlo diferente. Un contexto en qué cada cosa que haces se enmarca en la construcción y desarrollo de una Revolución y de ti como agente activo de ella que tiene la responsabilidad de llevar los valores revolucionarios también en sí misma; un lugar en que estábamos alejadas de la alienación y concentradas en nuestra tarea; un contexto de vida en común y dotado con las herramientas para luchar por no caer en la trampa del liberalismo, por salir cada vez un poco más de ella.
Que al fin y al cabo no nos hemos inventado nada ni tenemos nada que nos haga especiales al resto, sólo pusimos las ganas.
Y tuvimos largas conversas con todas nuestras neuronas y con todos nuestros sentidos bien atentos, focalizadas en ellas sin fuerte música alrededor, sin alcohol de por medio, dándoles la trascendencia de estar luchando por ser mejores revolucionarias y no como una conversa más de ocio puro y duro.
Y pudimos arrancarnos las etiquetas y escucharnos, poner en duda nuestros propios planteamientos y ver que podíamos aprender de cada una de las personas que conocíamos, a pesar del «ismo» concreto al que se adscribieran. Pensando en qué podíamos estar equivocadas nosotras antes de pensar cómo tirar por tierra los argumentos de la compañera. Buscando la verdad y no sólo tener la razón.
Y miramos más allá del momento concreto, buscando los motivos que podían haber detrás de nuestras conductas y opiniones, intentando entendernos antes que criticarnos, para luego hacernos críticas en los tekmîl* no para sentirnos mejor si no para hacernos crecer, para crecer juntas.
Y nos quisimos mucho, de una manera muy intensa, poniendo en el centro nuestro compañerismo, riéndonos a carcajadas en los contextos más inesperados y llorando desde la más sincera de las debilidades, viendo como podíamos contar la una con la otra para señalarnos nuestros errores y así hacernos mejores personas, sin justificar pero tampoco juzgar nuestras miserias, para mostrar lo profundo en vez de quedarnos en la superficie del cuerpo. De un modo que en vez de dejar resaca y dolor de cabeza, que se va al cabo de un rato, nos dejó una cicatriz por lo imborrable que fue.
Ese «nosotras» que hemos vivido en Rojava nos ha permitido fortalecer la idea de que mucha más gente de la que acostumbramos a pensar estamos del mismo lado de la barricada, en la misma línea de frente. Nos hacía sentir la fuerza que tenemos cuando estamos unidas, sin duda especialmente entre mujeres. Un pequeño «nosotras» que de lo grande que era hacía insignificante e incomprensible cómo podría haber habido todas esas hipotéticas veces que nos podíamos haber conocido antes de venir aquí. Nos hacía sentir mucho más pesado y absurdo el sectarismo, la superioridad moral y la superficialidad que define demasiado nuestra manera de implicarnos y relacionarnos políticamente. Y también personalmente, que bien sabemos que también es (o deberíamos hacer de ello) algo político.
Y creció en nosotras la esperanza que se podía hacer diferente, que si era possible aquí por qué no lo iba a ser en nuestra tierra. Que para dejar de ver con el filtro de los prejucios sólo había que cambiar el punto de vista, dar el espacio y el lugar, juntarnos. Porqué la posibilidad de hacer más grande ese «nosotras» estaba allí. Que al fin y al cabo no nos hemos inventado nada ni tenemos nada que nos haga especiales al resto, sólo pusimos las ganas. Y si depende de las ganas, es posible hacerlo sin tener que conocernos en Rojava.
Tekmîl: reunión breve que se realiza de manera periódica en las diferentes estructuras del movimiento (desde los espacios de convivencia a los grupos que comparten tarea). Se puede referir al traslado de informaciones breves sobre una tarea o, en el caso que aquí se refiere, a sesiones de valoración de un periodo de tiempo o trabajo conjunto determinados en qué se comparten críticas, autocríticas y propuestas con las demás compañeras implicadas. En los tekmîl que implican un grupo de personas en su convivencia, las críticas, autocríticas y propuestas giran en torno a cuestiones cotidianas organizativas y/o a aspectos de la personalidad de las compañeras, con el objectivo de desarrollar una personalidad acorde a los valores que se defienden.