Cádiz
¿Costumbrismo o rebeldía? El Carnaval de Cádiz y la lucha por los derechos políticos de la clase obrera

El Carnaval de Cádiz, a menudo presentado como una simple manifestación folclórica, encierra una historia paralela a la de la lucha de clases en la ciudad entre su uso como altavoz para nuestra clase y los intentos de represión y censura. Su estudio nos permite reivindicar el legado de siglos de lucha por los derechos políticos por parte del proletariado gaditano
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Escena de las calles de Cádiz en pleno Carnaval| Ayuntamiento de Cádiz

Militante de la Juventud Comunista (UJCE) en Cádiz

27 feb 2025 06:00

Como cada año, la final del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC) es un evento que mañana volverá a colocar a Cádiz en el centro de la actualidad mediática. Así, el cierre del concurso con el consiguiente pistoletazo de salida para el carnaval de la calle atraerá hasta la capital gaditana tanto a medios de comunicación nacionales e internacionales como a ingentes multitudes que, en autobuses fletados desde toda España, llegarán para convertir la ciudad en el escenario de unas fiestas que —cuando no se terminan reduciendo directamente a un macrobotellón— a menudo se presentan como una simple festividad folclórica más.

Sin embargo, en este artículo nos planteamos la tarea de aprovechar la Gran Final del COAC para dar a conocer y profundizar en el análisis que un aspecto fundamental que a menudo termina opacado tanto por los promotores turísticos como por las propias administraciones públicas: el papel que el Carnaval ha jugado y juega como vehículo de expresión de la clase trabajadora, su arraigo en la cultura popular y las potencialidades y limitaciones que encierra como medio de expresión de la clase obrera.

Los orígenes del Carnaval de Cádiz

Si bien resulta imposible señalar un inicio concreto, a menudo se señalan las festividades romanas como origen del carnaval, readaptada posteriormente por la doctrina católica durante las fechas previas a la cuaresma.

Es así que, espontáneamente, comienzan a realizarse festejos populares en las calles de Cádiz, influenciados por las tradiciones del carnaval de Venecia que, merced a la consideración portuaria de la ciudad andaluza, traen desde Italia los marineros genoveses para, posteriormente, exportarse a través del Atlántico a las Islas Canarias, Río de Janeiro, Uruguay o Nueva Orleans.

En paralelo a la expansión de las festividades en la calle, comienzan a llegar los intentos de prohibiciones, restricciones y censura, pues ya en el siglo XVI Carlos I impone la proscripción del empleo de máscaras, siendo una práctica generalizada en el siglo siguiente tanto los intentos de prohibición del carnaval como los desacatos de estas órdenes.

Sin embargo, es con la llegada del siglo XIX cuando Cádiz adquiere especial relevancia dentro del mapa político de España, merced a su resistencia frente al asedio francés dirigido por Napoleón Bonaparte y la proclamación de La Pepa como primera Constitución española.

Prohibición y permisión. Un reflejo carnavalesco de los derechos políticos

En efecto, la relación de Fernando VII con la ciudad que inicialmente le fue valedora para posteriormente servirle de presidio marcará una época de avances y retrocesos en los derechos políticos que tendrá su claro reflejo las oleadas de represión y tolerancia que marcará la autoridad frente al carnaval gaditano. Así, la restauración del absolutismo —y su concreción en el bando municipal del 20 de febrero de 1816— buscó materializar sin éxito lo que ni siquiera pudo lograr el asedio napoleónico: la prohibición total de las fiestas carnavalescas.

El pronunciamiento encabezado por Rafael de Riego en 1820 posibilita la restauración de las libertades civiles y con ellas se vuelve a autorizar en Cádiz la realización de “bailes públicos de disfraces y máscaras”. Eso sí, con un reglamento que los regula para evitar excesos. En cualquier caso, la vuelta al absolutismo monárquico durante la Década Ominosa traerá consigo una nueva etapa de represión y prohibición del carnaval, que, a lo sumo, se autoriza restringido a locales cerrados.

Tras la muerte de Fernando VII, se procede a la construcción definitiva del Estado liberal en España, y comienza a ser habitual que algunas familias de la burguesía local celebren fiestas privadas en las que llaman a agrupaciones carnavalescas para que actúen con sus parodias y actuaciones musicales. Es a raíz de aquí donde podemos observar una cierta aceptación del carnaval vinculada a su profesionalización y comercialización, lo que lleva a que a partir de 1862 el ayuntamiento comience a asumir determinados gastos para convertirla en fiesta municipal y, finalmente, en 1884 el alcalde Eduardo Genovés dé su autorización para que determinadas agrupaciones puedan actuar disfrazados y cantar sus repertorios por las calles, eso sí, previa censura y con un permiso expedido por la autoridad municipal.

De las 18 agrupaciones agraciadas, destaca especialmente una: el coro popularmente conocido como Las viejas ricas, bajo la autoría de Perico Roldán y Antonio Jiménez. Tal será el éxito de este coro que firmará numerosos contratos para actuar en ciudades como Sevilla e incluso realizar una gira por Uruguay y Argentina. En el repertorio de Las viejas ricas ya se encuentran letras de crítica social en las que se denuncia la falta de industrialización y la crisis del comercio.

En este momento, entre finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, es precisamente el coro la modalidad destacada dentro del carnaval, en cuyas letras se refleja el costumbrismo propio de las clases populares gaditanas, como es el caso del célebre tanguillo de “Los duros antiguos” (1905), de Los Anticuarios dirigidos por Antonio Rodríguez “El Tío de la Tiza” en el que se relata el suceso —acontecido el año anterior— de la aparición de numerosos reales de a ocho en la playa de la Victoria, que atrajo a multitud de personas en busca de una salida a su situación de miseria.

Unos años más tarde, con la proclamación de la II República, se produce un nuevo revulsivo en la producción carnavalesca, que se aprovecha como un altavoz de las organizaciones obreras para difundir sus críticas y reivindicaciones o burlas hacia la religión católica.

Son años de abundantes éxitos carnavalescos donde destacan autores de la talla de Cañamaque, discípulo del Tío de la Tiza y en los que el carnaval se destaca por su significación política como reflejo de la lucha de clases y de las promesas incumplidas del régimen republicano. Destacamos, en este sentido, la letra de Manuel León con Los piratas de Singapore contra la Ley de Vagos promovida por el gobierno radical-cedista, pidiendo su aplicación pero “a los tiranos capitalistas que son los vagos de profesión / que se enriquecen con la sangre del obrero / y que están viviendo a costa de su sudor”, así como el tango del coro Los fakires denunciando la matanza de Casas Viejas.

Esa significación de determinados autores y componentes servirá, sin embargo, de señalamiento para la represión a la que dará inicio el golpe franquista en 1936, dos semanas después del cual aparecen en la Plaza de las Viudas de la capital gaditana los cuerpos de Guillermo Crespillo y Manuel Peña con señales de disparos en la cabeza. Ambos habían participado en la chirigota El frailazo y sus tragabuches, que contaba con un repertorio burlesco hacia la Iglesia católica.

Su caso fue el pistoletazo de salida para una brutal represión que dejó otros nombres como Agustín Catrofe (detenido y desaparecido hasta hoy), Luis Santamaría, José Díaz Mariscal o José Macías Rete, fusilado también por su militancia socialista. Además, serán represaliados otros artistas de la ciudad, como es el caso de Ramón Álvarez Escudero El Rámper, cuyo caso ha tratado de rescatar y dar a conocer en los últimos años el comparsista Jesús Bienvenido.

A la represión física contra carnavaleros, se suma la prohibición definitiva del carnaval el 3 de febrero de 1937 “en atención a las circunstancias excepcionales porque atraviesa el país, (...) que aconsejan un retraimiento en la exteriorización de las alegrías (...) en defensa de nuestra santa causa de redención”.

De la prohibición a la censura. Las “Fiestas Típicas Gaditanas”

Esta prohibición se mantendrá hasta el final del franquismo, si bien a raíz de la tragedia provocada por la explosión de un polvorín militar en el barrio de San Severiano en 1947 se buscará una forma de levantar los ánimos. De este modo, y por mediación de carnavaleros adictos al Régimen como el Quini (falangista y miembro de la División Azul), se recupera una versión descafeinada durante los meses de mayo y junio que terminará recibiendo el nombre de Fiestas Típicas Gaditanas, con una visión que refuerza el carácter folclórico y la concepción de fiesta genérica, además de obligar a los autores a pasar por la censura previa.

Será en estos años cuando se deberá agudizar el ingenio y recurrir al tan característico doble sentido con el que buscar sortear los límites de lo permitido. Destaca, a propósito de esto, el famoso pasodoble de Los cristaleros de Juan Poce, con el que lograron burlar la censura a la sexualidad que marcaba la moral nacionalcatólica. Otros, como Manuel de Agustín “El Carota” se destacará, sin embargo, por pasar una y otra vez por las celdas de La Prevención como consecuencia de sus letras.

Por otra parte, a medida que se acerca el final del franquismo, y especialmente en los años 701, comenzarán a surgir más y más agrupaciones que, desafiando a la autoridad, realicen actuaciones directamente en la calle, recibiendo el calificativo de “ilegales”, denominación con el que aún hoy se designa a las agrupaciones callejeras.

La muerte del dictador en noviembre de 1975 pone de manifiesto el agotamiento del régimen político en España, que deberá realizar una metamorfosis hacia un sistema parlamentario liberal por el que la burguesía nacional buscará homologarse con el resto de Europa occidental de cara a facilitar su entrada en el mercado común europeo. Este agotamiento del modelo se percibirá también en el caso de las Fiestas Típicas, habiendo agrupaciones que, como la comparsa de Pedro Romero, exigirán con su nombre y con su estribillo la vuelta al carnaval propiamente dicho y sin censura:

Fiestas Típicas Gaditanas,

eso no nos dice ná,

nosotros lo que queremos:

“¡Carnaval!”, ¿cómo?

Carnaval, carnaval, carnaval


El mismo autor llevará al año siguiente una última cuarteta de popurrí en la que piden hacer efectivas las transformaciones políticas en Andalucía, lo que provocará que la policía armada no sólo exija la documentación a los aficionados de Pedro Romero antes de entrar a la platea, sino que impedirá sacar la bandera de Andalucía a su comparsa, censurando de paso también un pasodoble en el que un niño preguntaba a su madre qué es la democracia y esta le respondía mandándole callar y dormir.

Recuperamos el carnaval, ¿terminó la censura?

Las primeras elecciones municipales dan como resultado en Cádiz la formación de un gobierno de coalición entre el PSOE, el PCE y el PSA, recayendo sobre el comunista Pepe Mena la concejalía de fiestas.

Mena se propone la recuperación del Carnaval de Cádiz apostando por un modelo participativo en el que la organización recayera sobre una Comisión de Fiestas donde estuvieran representadas las peñas carnavalescas, partidos políticos, sindicatos y agrupaciones con el objetivo de sacar al carnaval de los espacios cerrados y llevarlo a la calle. Adicionalmente, se decide la expropiación de los palcos del Falla a familias burguesas de la ciudad así como a altos funcionarios del ayuntamiento, lo que provoca un aluvión de amenazas de muerte contra el concejal1.

En el plano simbólico, dos hechos destacados se suceden en 1981: por una parte, el golpe de Estado del 23-F en plena celebración del concurso, tomando el propio Pepe Mena la decisión de mantener el teatro abierto y activo. Por otra parte, también se designa como pregonero del carnaval de 1981 al poeta comunista portuense Rafael Alberti.

Sin embargo, la recuperación de libertades políticas no implicará en absoluto un destensionamiento de la lucha de clases, todo lo contrario: la conflictividad social de esos años se extrema en Cádiz como consecuencia de la crisis del petróleo, la represión salarial decretada en los Pactos de la Moncloa y la posterior reconversión industrial, que afectará con especial severidad a los Astilleros gaditanos.

Esta conflictividad laboral y los enfrentamientos de huelguistas contra la policía tendrán también su reflejo en destacadas letras de carnaval, como este tango del coro La guillotina, sobre la respuesta de la clase obrera a la represión policial:

Lanzaban petardos, qué cachondos eran,

y las gaditanas para responder,

echaban claveles desde las ventanas…

¡pero con macetas para que fueran con rapidez!


Por otra parte, pese a encontrarnos ya en un régimen democrático burgués, la amenaza de censura se mantiene, eso sí, de forma más sibilina, sea a través de penalizaciones en la puntuación del jurado o, como en el caso de la chirigota de 1986 Los tontos del capirote, recurriendo a otra serie de mecanismos.

En efecto, como consecuencia de sus letras anticlericales, la Junta de Cofradías recoge firmas para un comunicado en su contra, el PP plantea en el ayuntamiento impedir forzosamente su pase a la final del concurso e incluso la Cadena COPE dejará de emitir al completo su actuación alegando “fallos técnicos”.

En los años 90 llega una transformación en la modalidad de la chirigota que las dividirá entre clásicas (con pasodobles a menudo más serios y musicalmente más vinculadas al compás más tradicional) y modernas, apostando estas últimas por recurrir también al cachondeo incluso en el pasodoble. Ello no será óbice para que también encontremos crítica social entre las chirigotas modernas, como es el caso del célebre pasodoble de la chirigota del Selu El que la lleva la entiende, en el que, caracterizados como un grupo de borrachos y desde el humor, lanzan una crítica directa a la Ley Corcuera, que flexibilizaba las entradas policiales a los domicilios.

Ya en pleno siglo XXI, la crisis económica golpea con dureza a la clase trabajadora y comienzan a multiplicarse las letras de crítica social en los repertorios de las agrupaciones.

Tan sólo en la modalidad de comparsa, encontramos en esta época reciente críticas sobre el drama del desempleo en los pasodobles de Los duendes coloraos (de los hermanos Carapapa), denuncias del papel antiobrero del PSOE por parte de El perro andalú de Martínez Ares, críticas al inmovilismo y a la Casa de Alba por parte de Juan Carlos Aragón o una dura denuncia del pactismo sindical en el pasodoble que Jesús Bienvenido le dedica en homenaje póstumo a Marcelino Camacho con Los currelantes.

Por su parte, en la modalidad de chirigota, destacan en este periodo los seis primeros premios conseguidos por José Antonio Vera Luque, con agrupaciones que se caracterizan por sus tipos3 llenos de crítica y letras reivindicativas. Destacan, entre otras, Esto sí que es una chirigota en la que parodian al gobierno de Rajoy o los pasodobles contra Felipe González de los Superpop o sobre la exhumación de Franco, de Los Cadizfornia.

En este periodo, sin embargo, encontramos también tentativas de amedrentar a las agrupaciones, como en el caso de la chirigota Los recortaos, de Kike Remolino, que sufrió en semifinales una intervención policial para incautarles las pancartas con las que denunciaban los recortes en los servicios públicos durante el popurrí. La chirigota no pasará a la final.

Más recientemente, en la edición del COAC del año pasado también hubo un intento de agresión al cuarteto del Gago Punk y circo a su salida del teatro por su cuplé contra la Virgen del Rocío.

Incluso en el caso del carnaval de la calle, la destacada chirigota del Airon ―caracterizada por su humor crítico como en el caso de Los masoquistas, una burla sobre los obreros de derecha― tuvo que hacer frente hace un par de años a las amenazas de un destacado hostelero local por el repertorio de Los llorones, una crítica a los empresarios de la hostelería.

Si a todas estas amenazas y coacciones físicas se les suma la potestad del jurado para penalizar en las puntuaciones, el resultado a menudo termina siendo una tendencia de las agrupaciones a la autocensura o a reorientar sus repertorios hacia temas apolíticos, priorizando la clasificación del concurso por encima de la crítica social (algo a lo que, por cierto, han hecho referencia tanto la comparsa del Jona como la gran revelación de este año, Los Calaíta, durante su genial pase de semifinales). Sólo así se explica, por ejemplo, la sonada ausencia de letras denunciando el genocidio sionista en Palestina en la pasada edición, precisamente cuando éste más se intensificaba.

Afortunadamente, este año la vuelta de autores al concurso como Jesús Bienvenido en comparsa o Kike Remolino en chirigota ha servido para que, al fin, se dé al genocidio palestino la importancia debida, ampliando las coplas del concurso a escala internacional y rompiendo con la reclusión en el costumbrismo esencialista. También destacan en este sentido el tango del Coro Libertario denunciando la traición al Sáhara.

En definitiva, vemos cómo, pese a los intentos reiterados por presentar el Carnaval como un simple escaparate comercial de folclorismo apolítico y orientado al turismo, por el contrario éste ha jugado históricamente un papel de altavoz para la reivindicación por parte de la clase trabajadora y, como tal, ha sido objeto de una trayectoria paralela de represión y censura.

Es por ello que como comunistas debemos valorar el carnaval no como una simple festividad tradicional más, sino como la manera en que históricamente la clase obrera andaluza y gaditana ha expresado espontáneamente sus críticas y denuncias y, además, de forma no mediada. Se trata, como hemos visto a lo largo del artículo, de un ámbito de expresión que no es neutro ni inocente, sino que nos sirve de barómetro para tomar el pulso a nuestra clase, elevar su conciencia e incluso llamarla a la movilización.

Por tanto, y ahora que llegamos a la final de este concurso y se da comienzo al carnaval en la calle, desde la Juventud Comunista animamos a la clase trabajadora a disfrutar de su fiesta, a poner en valor el potente altavoz que representa en forma de coplas para dar voz a nuestra clase y defenderla de cualquier intento de censura.


Usted con alma chirigotera

y un credo tradicional,

sepa que el carnaval

fue conquista y grito de la clase obrera.

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