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Crisis climática
La crisis climática y la “ecología conservadora” en Italia
Resulta abrumador intentar hacer una panorámica de los eventos climáticos extremos que han azotado en las últimas semanas el territorio italiano. No solo por la intensidad y la diversidad de los eventos, sino también por la brevedad del tiempo en que se han sucedido.
El sur arde. Cientos de incendios han estado activos durante varios días e incluso semanas, especialmente en Calabria y Sicilia. En esta última región, tres personas han muerto y por lo menos dos bomberos han resultado gravemente heridos, en un contexto de denuncia constante de los escasísimos efectivos que este cuerpo posee en la región. En las zonas rurales, el fuego ha arrasado enteras plantaciones y cientos de hectáreas de bosques. En las ciudades, miles de casas, comercios, edificios institucionales y zonas verdes han sufrido graves daños materiales.
Este aumento en el número y la intensidad de los incendios está estrechamente relacionado con las temperaturas récord que se han registrado en este inicio de verano, en Italia y en todo el mundo. Temperaturas que, además, representan un riesgo concreto de muerte para personas con un estado de salud más o menos frágil. Durante el verano pasado, en Italia murieron aproximadamente 18.000 personas por causas directamente relacionadas con las altas temperaturas, siendo el país europeo más afectado en 2022 por este fenómeno. Nada hace esperar que este año el número de víctimas vaya a ser menor.
En la región de Lombardía ha habido, solo en el mes de julio, más de 70 violentas granizadas. En toda la Llanura Padana este tipo de eventos se han combinado con fuertes vientos, provocando una auténtica catástrofe en los campos de cultivo
Otra derivada del calentamiento global —menos dañina directamente para la vida humana, pero fundamental para el equilibrio de los ecosistemas— es el aumento de la temperatura del agua marina. El monitoreo de distintos centros identificaron una ola de calor marina que surgió al oeste del Mediterráneo hace unas semanas y se extendió hasta llegar a Taranto, en el extremo sur de Italia, donde se han llegado a registrar temperaturas del agua de hasta 30 grados centígrados.
Viajando hacia el norte del país transalpino, los protagonistas de la crisis climática cambian. Según datos del European Severe Weather Database, en la región de Lombardía ha habido, solo en el mes de julio, más de 70 violentas granizadas. En toda la Llanura Padana, desde Piamonte hasta Véneto y Emilia-Romaña, este tipo de eventos se han combinado con fuertes vientos, provocando una auténtica catástrofe en los campos de cultivo, sobre todo en aquellos menos industrializados. La destrucción ha ido más allá de las plantaciones: casas y cobertizos destechados, invernaderos y paneles fotovoltaicos hechos pedazos, árboles arrancados. En palabras de la Coldiretti (Confederación Nacional de Agricultores Directos), “el granizo es el evento climático adverso más temido por la agricultura en esta estación, por los daños irreversibles que provoca en los cultivos. Un fenómeno que se repite cada vez con mayor frecuencia, habiendo aumentado además el tamaño de las bolas de granizo en los últimos años, con la caída de fragmentos de hielo más grandes que una pelota de tenis”.
Tras un invierno dominado por la sequía, las intensas lluvias primaverales y estivas han contribuido al desastre, especialmente en Emilia-Romaña, donde se han producido dos grandes inundaciones en menos de dos meses, con al menos 15 muertes confirmadas e incalculables daños materiales aún por reparar. En este caso, a lo extremo de los eventos climáticos se le ha sumado la anatomía de un territorio cementificado hasta la médula, lo que ha multiplicado sin duda los daños materiales y humanos. Un agravante que, aunque sea especialmente intenso en la región de Emilia-Romaña, es extensible a toda la Llanura Padana, corazón del capitalismo italiano y una de las áreas más contaminadas, cementificadas y sobrecalentadas de toda Europa.
Del negacionismo a la ambigüedad
“La transición ecológica que quiere la izquierda es ideológica y amenaza nuestra economía”, gritaba Giorgia Meloni, en plena arenga contra el “fundamentalismo ecológico” desde el palco de Marbella al que acudió para apoyar a sus primos hermanos de Vox la pasada primavera. Afirmaciones que podrían tacharse rápidamente como propias de una “negacionista” pero, más allá de lo problemático del término, se trataría de un reduccionismo. Porque muy pocos meses después, el día posterior a su victoria electoral, Meloni declaraba, en un encuentro organizado para hablar de clima y medio ambiente que “hoy en día, el mayor desafío de nuestra generación es, sin duda alguna, la emergencia climática [...] Sin un clima estable, nuestras economías sufrirán y la seguridad global se verá comprometida”.
“La derecha está progresivamente abandonando el paradigma negacionista por la mucho más rentable y menos engorrosa idea de la adaptación climática”
Más allá de las claras referencias a la defensa de eso que llamamos “mercados” y a la inmigración por causas climáticas, con este tipo de discursos la actual presidenta italiana y sus ministros se hacen portadores de un nuevo estilo, de un nuevo discurso de las derechas institucionales respecto a la crisis ecológica. Como sugería un editorial de la web Infoaut, “la derecha está progresivamente abandonando el paradigma negacionista por la mucho más rentable y menos engorrosa idea de la adaptación climática”. Motivos para este cambio no les faltan. Los últimos sondeos indican una creciente preocupación por la crisis climática entre el electorado de derechas, mientras que un reciente estudio del Banco de Italia afirma que en las últimas décadas el crecimiento del PIB italiano ha perdido 1,8 puntos percentuales por década debido al aumento de las temperaturas. Sea como fuere, la retórica de Hermanos de Italia, partido mayoritario de la coalición de gobierno, está virando de posiciones más cerradamente negacionistas hacia otras más ambiguas y, probablemente, más eficaces para mantenerse en el poder.
Tren de alta velocidad
Ecologismo El movimiento No TAV atraviesa la frontera italofrancesa
Dos personajes representan bien ese viraje. Uno es Francesco Giubilei, que desde el pasado noviembre es el principal asesor del ministro de Cultura. El joven escritor-empresario se ha convertido en una de las principales voces de la autodenominada “ecología conservadora”, una corriente de pensamiento nacida como reacción al “ecologismo progresista y mainstream”, cuyo espacio pretende conquistar en un tiempo en que el tema de la crisis ecológica es cada vez más central. La crítica que subyace a los discursos de Giubilei es que el ecologismo contemporáneo no es más que una emanación del “globalismo”, el cual, desde el punto de vista conservador, pretende borrar la identidad de las naciones e imponer su propia agenda woke. Frente a ese ecologismo, la “ecología conservadora” contrapone una defensa mejor del medio ambiente, basada en tres pilares: un llamamiento al “amor por la propia tierra”, una serie de objetivos poco definidos (“respeto a la naturaleza y sus equilibrios”) y sus grandes conceptos clásicos (Patria, Nación y Tradición).
El segundo representante de la actual “ecología conservadora” en Italia es Nicola Procaccini, europarlamentario de Hermanos de Italia y responsable de Medio Ambiente y Energía del partido. En la presentación de un blog institucional sobre estos temas, realizaba una evidente excusatio non petita cuando escribía, ya en el primer párrafo: “La salvaguardia del medio ambiente ha ocupado siempre un papel central, tanto en los programas como en el debate, en la historia de la derecha italiana, que está conformada, entre otras cosas, de ecologismo. La protección del medio natural es además la manera a través de la cual los conservadores defendemos nuestra nación, nuestra identidad y nuestro futuro”. Por otro lado, comentando las desastrosas inundaciones que golpearon al noroeste de Alemania y Bélgica en 2021, Procaccini declaraba: “El calentamiento global es un hecho, pero el nexo con las inundaciones en Alemania es, sinceramente, muy débil. Inundaciones ha habido siempre y se producen en todos los países, y en periodos diferentes, y están caracterizadas por situaciones distintas”. Como vemos, el núcleo de este nuevo discurso antiecologista no es la negación, sino la ambigüedad, con una aceptación solo formal de un nuevo marco de análisis, al mismo tiempo que se desprecia, de forma velada, la evidencia científica de los “estudios de atribución” (una rama de la ecología que ha permitido atribuir numerosos eventos climáticos extremos al cambio climático generalizado).
Las medidas concretas, la izquierda y la derecha
Cuando se baja al nivel de la política material, las diferencias entre los grupos parlamentarios italianos tienden a diluirse. Al igual que ocurre con el mantenimiento de la servidumbre a los intereses de la NATO, muchas de las medidas tomadas por el gobierno de Giorgia Meloni en ámbito económico-medioambiental están en clara continuidad con sus predecesores, entre los que se incluyen aquellos de centroizquierda (liderados por el Partido Democrático). Uno de los núcleos de esa continuidad es la insistencia en las grandi opere [grandes obras], proyectos faraónicos para construir infraestructuras que son la punta de diamante de la economía del cemento.
El ejemplo por antonomasia de este tipo de economía es el proyecto de tren de alta velocidad (TAV) entre Turín y Lyon. Esta “gran obra” podría parecer menor en el contexto de una gran potencia como Italia, pero no lo es ni en términos de costes económicos (el presupuesto inicial era de 9.000 millones de euros), ni mucho menos en términos de costes medioambientales. Solo la construcción del tramo internacional del proyecto, un enorme túnel bajo las cimas que separan Francia e Italia, emitiría, como mínimo, ocho millones de toneladas de CO2 (dos millones más que las emisiones totales de la cercana ciudad de Turín en un año). Desde los albores del proyecto, a principios de los 90, todos los gobiernos, sin excepción, lo han defendido con uñas y dientes, aun siendo evidente desde hace mucho su inutilidad y peligro para el equilibrio ecológico y humano de los territorios que pretende atravesar (el Valle de Susa en Italia y el Valle de Mauriene en Francia). El actual gobierno no ha dado ninguna muestra de cambiar mínimamente el rumbo del proyecto, lo cual es coherente con el hecho de que Hermanos de Italia no incluyera en su programa electoral ni una mención a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Respecto a la cuestión nuclear, el gobierno de Giorgia Meloni ha tomado una iniciativa que no se veía desde hacía décadas, aunque está en línea con los grandes partidos de antaño (en el referéndum celebrado en 1987 que llevó al cierre de las últimas centrales, los partidarios de mantener este tipo de energía incluyeron al Partido Comunista Italiano). A principios del pasado julio, el Parlamento Europeo votaba a favor de clasificar la energía nuclear —junto con el gas— como “verde”, permitiendo así la producción del denominado “hidrógeno verde” utilizando como fuente la fisión nuclear. Los partidos del actual gobierno italiano votaron a favor de esa moción en el Parlamento Europeo. Está por ver cómo continuará por ese camino el gobierno de Meloni y qué resistencias reales se encontrará en el parlamento italiano.
La “adaptación climática” de esta nueva derecha de gobierno no está implicando políticas demasiado distintas —ni a mejor ni a peor, desde un punto de vista ecologista— respecto a los gobiernos anteriores
En general, la “adaptación climática” de esta nueva derecha de gobierno no está implicando políticas demasiado distintas —ni a mejor ni a peor, desde un punto de vista ecologista— respecto a los gobiernos anteriores. Ninguno de ellos ha tenido como prioridad —y los enormes daños provocados por los eventos climáticos extremos de estos meses son prueba de ello— llevar a cabo políticas similares a las que el climátologo Luca Mercalli considera fundamentales: reducción de las emisiones, medidas de eficiencia energética (no solo en las viviendas), agricultura sostenible, reducción del consumo de suelo, protección de las zonas en riesgo por el aumento del nivel marino, reparación de los sistemas de protección hidrogeológica, etc. “[Se trata de] medidas previstas en la Estrategia Nacional de Adaptación a los Cambios Climáticos, que desde hace años se encuentra depositada en el Ministerio de Medio Ambiente. [Mientras tanto] asistimos a increíbles alianzas entre derechas e izquierdas [parlamentarias], unidas únicamente por la repugnante expoliación del enfermo terminal: en lugar de curarlo, se apresuran a robarle los anillos y los dientes de oro”.
Mientras tanto, los movimientos ecologistas italianos no consiguen echar el vuelo, a pesar de que las consecuencias de la crisis climática estén siendo, sobre todo en estas semanas, extremadamente concretas, agrediendo a la vida cotidiana de millones de personas. Los medios de comunicación y la cultura despolitizante que domina tienen sin duda mucho que ver en esa no-transformación del malestar cotidiano en acción política, pero quizás también tiene algo que ver el agotamiento de ciertas formas de acción como la huelga climática o el apoyo de muchos grupos ecologistas a una “transición ecológica” que, en gran medida, no es sino una forma de mantener el sistema productivo y social existente en tiempos de crisis medioambiental.
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Lo mismo ocurre aquí: los partidos que se dicen verdes continúan celebrando el crecimiento del PIB y apoyan el extractivismo verde que devora los campos y las zonas rurales con el despliegue de macroinfraestructuras de energía "renovable" que requieren minería contaminante y expolio colonial. Ahí tenemos a los defensores del Green New Deal del partido del neoperonista Errejón, o la complicidad de Sumar con las políticas destructoras del medio ambiente, el aceleracionismo climático y el apoyo a la 3a Guerra Mundial del "gobierno más progresista de la historia". El negacionismo climático duro de la derecha es paralelo al negacionismo blando de unas izquierdas que lo reconocen pero que no hacen nada para enmendar el rumbo suicida, y se conforman como los de Equo, Más País y Sumar con unos sillones a la sombra de una socialdemocracia que nos lleva al abismo. Tarde o temprano serán barridos todos por la historia.
Las oligarquías locales saben perfectamente que, para luchar con eficacia contra la crisis ecológica global, es necesario que administraciones supranacionales gestionen los recursos, controlen los medios de producción. Con lo cual, pierden todos sus privilegios y parte de sus propiedades. Para defender sus intereses, los oligarcas locales reclutan a la ultraderecha.
El nacionalismo es una de las barreras para luchar contra la crisis ecológica global. No se la puede vencer permitiendo que cada nación haga lo que le parezca. Todas deben remar en la misma dirección. Las naciones deben perder soberanía, cederla a organismo globales supranacionales.
El concepto de “adaptación al cambio climático” lleva implícito que no se va a actuar contra el cambio climático, que lo que hay que hacer es adaptar el sistema productivo a la nueva situación climática, para poder seguir igual. Eso es una catástrofe, la única forma de actuar de manera eficaz contra la crisis ecológica global, es una auténtica revolución radical sobre nuestros sistemas de producción. Ser “conservadores” nos aboca a la extinción.