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Crisis climática
Se trata de respirar
El futuro del clima mundial se decide estos días. Representantes de los gobiernos más ricos se reúnen para llegar a ‘compromisos climáticos’ en negociaciones calificadas por fuentes oficiales como “largas y difíciles”. Lo acaban de hacer en Roma, en el encuentro del G20, donde han lanzado el titular con el acuerdo de “mantener el techo del calentamiento global en 1,5 grados”, con la única medida concreta de inversiones por 100.000 millones de euros para que los países en vías de desarrollo puedan implementar políticas que les permitan respetar los compromisos medioambientales; inversiones prometidas en anteriores ocasiones y no cumplimentadas. La segunda cita es la COP26 de Glasgow, donde miles de ecologistas se han desplazado para exigir “un acuerdo justo”. La sensación de que siguen sin estar a la altura de la situación se palpa en el ambiente. Y es que, como dice el naturalista Joaquín Araújo, se trata, nada más y nada menos, que de respirar.
Son palabras del escritor en la inauguración de una exposición al aire libre —de la que es comisario— sobre el cambio climático, en la carrera de la Virgen, en Granada, la segunda ciudad más contaminada de España. Su mensaje parece hecho a medida de la situación que atraviesa actualmente la ciudad y su área metropolitana: “O se concentra todo lo que podamos hacer para convertir respirar en una medicina, o será la antítesis más absoluta y respirar se convertirá en enfermedad”.
Escuchar a Araújo es una oportunidad que no se puede perder cuando se presenta, especialmente en estos días en los que titulares sobre clima llegan a las portadas. La primera vez que escuché a Joaquín Araújo, sus palabras me impactaron: “La muerte está ganando por goleada en todos los horizontes donde nos podemos mover; la artificialidad de todo lo que nos rodea, de la tecnología que hemos creado, le ha dado mucha ventaja al equipo de la muerte; hace 50 años había el doble de vida, así que no estamos hablando de una crisis ambiental, sino de una auténtica catástrofe”. Y aunque parezca pesimista y negativo, creo que Araújo no lo es. Trata de hacernos conscientes de la situación porque no entiende cómo no hacemos “todo lo que podamos” para beneficio del equipo de la vida. Sabe de la capacidad del ser humano para hacer bien las cosas y también que no las hace.
El año pasado perdimos 17.000 millones de árboles por incendio en el mundo, el equivalente a todos los ejemplares de la Península Ibérica
El naturalista habla de un concepto vital: ‘la transparencia’. Esa que fabrican los árboles y respiramos, “mientras los árboles respiran la opacidad que emitimos nosotros”, dice. Si hay algo que le caracteriza es la capacidad de poner todo en su sitio e intentar hacernos conscientes del nuestro, ojalá su concepto llegara a esos foros de discusión, “somos las criaturas del clima, todos somos algo vivo porque el clima lo consiente”, pero ¿hasta cuándo va a consentir papá clima nuestra vida en la tierra?. Pues los datos que nos proporciona Joaquín no son muy halagüeños y las posibles soluciones, las conocemos: el árbol es la principal medicina porque “el mundo de los bosques contribuye a la atmósfera y al clima, así que hasta el último resquicio de la ciudad debe tener plantas apaciguando a la bestia”. No lo estamos haciendo: 5.000 millones de coníferas ardieron recientemente en la taiga rusa y el año pasado perdimos 17.000 millones de árboles por incendio en el mundo, el equivalente a todos los ejemplares de la Península Ibérica.
A Araújo le parece irónico que se hable de cambio climático cuando no hay nada más cambiante que el clima, “un clima al que, como si fuéramos nosotros, si se sobrepasa su temperatura media de 1,5º a lo largo del año, le sube la fiebre y todo su organismo funciona peor... brotan las enfermedades y se suceden las sequías, inundaciones, temporales”. Es cierto que los veranos de ahora duran entre seis y ocho semanas más, “la sucesión regular de los fenómenos naturales en el tiempo están siendo modificadas, las golondrinas llegan un mes antes y las hojas de los robles se quedan un mes más en los árboles que hace 50 años. La atmósfera pesa el doble que hace 150 años”.
La principal fuente de ese calor es el uso de energía procedente de los combustibles sólidos, “cada persona emitimos 10.000 toneladas de CO2 al año, siempre hay 12.000 aviones volando en el mundo”. Para Joaquín, tenemos en nuestra mano el cambio: “Los ingenieros saben cómo diseñar e implementar cualquier cosa. Del desánimo se puede pasar a una sólida esperanza porque sabemos hacerlo todo bien:alimentación, educación, transporte, casi gastando cero energía. Pero elegimos hacerlo mal”. Quizás es por esto que también defiende que la solución no pasa por inventar una máquina que arregle la situación, porque “ya están inventadas, están aquí y son gratis, hay que usar lo que ya sabe hacer la naturaleza, racionalizar el transporte. Cada paso que damos es un soplo de aire fresco, pero la comodidad es una fuerza muy poderosa. Necesitamos más transporte público y bicicleta. El coche eléctrico no nos va a sacar del atolladero, no hay materiales suficientes para convertir cada coche en eléctrico, pero sí que podemos tener una bicicleta por persona”.
Necesitamos pasos firmes y decididos en Glasgow, acuerdos que supongan un soplo fresco para este planeta al que le sube la fiebre. Solo se logrará con transparencia, ya sabemos que se trata de respirar.