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El Salto ruge con Pantera
El aguante y la intemperie
(El Aguante, Calle 13)
Mientras en twitter alcanzamos un consenso global en que las mascarillas en el exterior son la enésima gota que colma un vaso en el que llevamos ya un rato ahogadas, en mi ordenador suena El Aguante y mis hijas bailotean intentando esquivar a sacudidas la niebla de hartazgo que nos hace cada vez a todas más pesado respirar con o sin contactos estrechos. Se acerca el segundo año de esto, y El Aguante suena con fuerza pero nos pide otra letra. Ya no hay muchas ganas de brindar.
En los grupos de wassap de amigas fantaseamos con asaltos pacíficos pero contundentes a la Asamblea de Madrid, con convocar comidas de Navidad en los centros de salud o quemar (metafóricamente) contenedores. Pensar en nuevas formas de señalar lo insoportable, que desborde la queja en las redes sociales o las manifestaciones. Pero ahí seguimos quietos, aguantando. Paralizadas por una pandemia de cansancio, nos lo contagiamos las unas a las otras, la incidencia de agotamiento se dispara.
Venimos de dos años difíciles que nos hacen olvidar que ya veníamos de años difíciles, una condición estructural de lo difícil que no es ni natural ni bíblica ni distópica: la era del covid cayó sobre una sociedad que tenía a casi la mitad de la población con problemas para llegar a fin de mes, con más de medio millón de personas en situación irregular, con una masa de trabajadores precarios abocados a la supervivencia, con la sanidad ya temblando.
El Salto ruge con Pantera
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La gente ha navegado estos dos años como ha podido, plantándose ante el aguante, movilizaciones para la regularización, por la sanidad pública, contra todas las precariedades. Dos años después, ninguna de esas demandas ha encontrado respuesta, no hubo regularización, el escudo social se dejó a tanta gente fuera, con un Ingreso Mínimo Vital que no es para todos, que deniega muchas más solicitudes de las que acepta, y que reparte ayudas de miseria. Y después de dos años de pandemia, vivimos en la intemperie sanitaria.
Los manteros se dedicaron al aguante en una nueva forma. Juntos armaron una caja de resistencia y juntos sobrevivieron. Juntos han creado un espacio propio para plantarle cara a lo difícil como condición de vida.
Hay gente que sabe de intemperie más que nadie, quienes ya vivían ahí, antes de que todo se acelerase. Si rebobino en mi mente esta película distópica me los encuentro, la gente que trabajaba en la calle y se quedó sin calle en la que trabajar durante el confinamiento, desprovistos de recursos, exiliados en la intemperie administrativa, excluidos de cualquier escudo social. Los manteros se dedicaron al aguante en una nueva forma. Juntos armaron una caja de resistencia y juntos sobrevivieron. Juntos han creado un espacio propio para plantarle cara a lo difícil como condición de vida. Pantera es la tienda física que han abierto en el madrileño barrio de Lavapiés desde la que están lanzando una marca propia para huir de la criminalización y la pobreza.
Mientras se habla de las mascarillas en la calle y no de reforzar, estructuralmente, una sanidad que languidece, nos repetimos unos a otros que después de todo este tiempo no hemos aprendido nada. Quizás sea momento de aprender de quienes más saben de la inseguridad vital, los héroes del aguante, que en este tiempo se han salvado entre ellos, han apostado por buscar otras salidas.
Esta campaña en común que hacemos con Pantera, la tienda del Sindicato de Manteros, es una toma de postura: sabemos con quienes queremos estar, sabemos a dónde tenemos que mirar, sabemos de dónde partir: allí donde confluyen las intemperies queremos encontrarnos. Caminar juntos a unos años que no sean tan malos.
Queremos ser clientas de Pantera y queremos que tú seas nuestra suscriptora.
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Los espacios de libertad se encuentran allí donde la necesidad apremia y emplaza al apoyo mutuo y el reparto de lo que hay, dando sentido a la experiencia y orientando vidas amputadas de vínculos significativos.
Apoyo mutuo, solidaridad, reciprocidad.
Gracias.