Opinión
¿Posbrexit, poslaborismo?

Las elecciones del 12 de diciembre de 2019 tal vez han sellado el divorcio de la clase obrera británica y su partido tradicional.

Corbyn
Duncan C. Grafiti en el que se representa a Jeremy Corbyn como uno de los héroes de la Guerra de las Galaxias.

Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.

Todos sus artículos en El Salto.

22 ene 2020 06:37

Dentro de unos pocos días, el Brexit será historia y comenzarán las negociaciones sobre el acuerdo comercial entre el Reino Unido de nuevo soberano y lo que queda de la UE. Es muy posible que otra vez la UE opte por jugar duro y alargar el proceso, lo cual conducirá a otro “no acuerdo” bajo la forma del juego de la gallina. Ciertamente, hay suficientes indicios para pensar que los centralistas supranacionales aun no han comprendido las lecciones de la lucha librada en torno al Brexit, ni sus resultados.

Todavía más importante puede ser la completa devastación sufrida en las elecciones de diciembre de 2019 por el Partido Laborista, el cual está ahora a punto de unirse a otros partidos socialdemócratas europeos en su camino hacia la irrelevancia. El proyecto de Corbyn, tan crucial para la izquierda europea, está muerto y muy probablemente lo está para siempre; la apuesta por un socialismo rejuvenecido mediante la articulación de la clase obrera tradicional y los movimientos sociales de las víctimas de la “reforma” neoliberal ha fracasado estrepitosamente. ¿Debía hacerlo? Visto con la ventaja del tiempo transcurrido desde entonces, el proyecto realmente fracasó antes de que hubiera sido realmente puesto a prueba, dado el enorme error estratégico cometido por el grupo dirigente capitaneado por Corbyn consistente en la infravaloración del significado de la soberanía nacional para la política de izquierda bajo la globalización y en su intento de posicionarse en la batalla del Brexit en los dos bandos al mismo tiempo.

No es que el trabajo de Corbyn fuera fácil y quizá no contaba en absoluto con ninguna solución buena a su alcance. Aunque el núcleo de los votantes del Partido Laborista había votado por el “abandono” de la UE en el referéndum, los blairitas y la sección “cosmopolita” de las clases medias, fascinados por “Europa” como símbolo de la modernidad social y de la pureza política, optaron apasionadamente por la “permanencia” en la misma. Desde el referéndum hasta el desastre electoral de 2019, la dirección laborista intentó reducir la importancia de la soberanía y eludir la cuestión del lado en el que se posicionaba el partido respecto al Brexit, confiando en que así este se mantendría unido y ello lo haría digno del voto tanto de quienes abogaban por la permanencia, como de quienes lo hacían por el abandono de la UE. Por decirlo gráficamente, esto no era ni carne ni pescado. A la postre, los primeros sospecharon que el gobierno laborista abandonaría la unión, mientras que los segundos temieron que finalmente optaría por permanecer en la misma. Así, el Partido Laborista perdió por ambos lados de la disputa política, que de modo tan dramático ha desunido al Reino Unido.

Visto con la ventaja del tiempo transcurrido, podemos observar de qué modo tan catastrófico el Partido Laborista, incluso bajo la dirección de Corbyn, ha leído equivocadamente los humores de su principal grupo electoral, esto es, de la vieja o no tan vieja clase trabajadora dejada atrás por la crisis. Llaman la atención especialmente dos asuntos. Uno es que el Partido Laborista nunca comprendió la profundidad de la determinación presente entre sus votantes de no permitir por más tiempo a su gobierno nacional de presentar a “Bruselas” o a las cumbres internacionales o al Tribunal de Justicia Europeo o al “mercado mundial” como las excusas socorridas para negarse a proteger sus intereses. Los votantes, especialmente aquellos dependientes de un Estado intervencionista activo, querían recibir la confirmación de que el Reino Unido era su Estado, no el Estado de los mercados internacionales o de los tecnócratas partidarios de la globalización. En este sentido, el Brexit no versaba en torno a otra cuestión que la restauración de la responsabilidad política y de la confianza en los dirigentes políticos tras las excusas de la Tercera Vía. Al empequeñecer su significado, el Partido Laborista arriesgó y perdió la poca confianza que quedaba depositada en él, así como la que había reconstruido Corbyn durante su breve periodo a la cabeza del mismo.

En segundo lugar, en cierto sentido el Partido Laborista no había logrado comprender la distancia cultural que separa a la vieja clase trabajadora de la nueva clase media. Hasta el día de las elecciones, los estrategas del Partido confiaban en que los votantes de los distritos electorales del norte de Inglaterra votarían por él a pesar de su indefinición respecto al Brexit, simplemente porque no podrían verse a sí mismos votando por los tories. Ello infravaloró la fuerza del conservadurismo y del patriotismo de la clase obrera. También pasó por alto la ruptura emocional causada por los ataques lanzados por la nueva izquierda al denunciar como xenófobos, homófobos, misóginos, racistas, antisemitas, provincianos y chovinistas a aquellos que optaban por el Brexit como un modo de proteger su modo de vida habitual. Un partido cuyas élites culturales consideran que en el fondo de sus corazones sus partidarios tradicionales son fascistas, no puede confiar en retener su confianza. Como ha sucedido en otros muchos países, reemplazar en el discurso político la clase por la identidad ha producido una reacción identitaria por parte de aquellos para quienes el Estado nacional ha seguido siendo un centro fundamental de identificación colectiva.

Las elecciones del 12 de diciembre de 2019 tal vez han sellado el divorcio de la clase obrera británica y su partido tradicional; pueden haber realineado la política británica por un largo periodo de tiempo. Si Boris Johnson es el astuto animal político que en ocasiones parece ser, puede intentar —y quizá conseguir— convertir a los votantes de las clases trabajadoras partidarios del Brexit en votantes probritánicos tories. Ello le obligaría a moverse desde el neoliberalismo de sus años de aprendizaje político al conservadurismo de una nación en la tradición de Disraeli, como intentó en vano su desventurada predecesora Theresa May. Si fuera capaz de ganar a su partido para esta tarea —y se convirtiera durante un largo periodo de tiempo en el único primer ministro del mismo—, lograría segar la hierba bajo los pies del Partido Laborista. Para asegurar un gobierno tory durante las próximas dos o tres décadas, Johnson puede incluso permitir que los escoceses sigan su camino, creando así una mayoría tory natural en lo que quede del Reino Unido. Los laboristas podrían entonces unirse con los liberal-demócratas para celebrar con ellos la “toma de conciencia” del estilo de vida cosmopolita, compitiendo para representar a todo tipo de “minorías” y por los votos de los que los franceses denominan “bobos”: los bohemios burgueses de las grandes ciudades.

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