Centroamérica
“La violencia en el caminar de las mujeres se suma a la que muchas veces viven en sus orígenes”

Cada año, unas 30.000 mujeres se desplazan irregularmente por México en su camino para llegar a Estados Unidos. Muchas de ellas huyen de la violencia de género, y en su trayecto hacia el norte se enfrentan a acoso, violencia sexual, trata y embarazos forzosos. Ser mujer migrante añade más dificultades a un viaje ya de por sí peligroso.
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Mujeres cruzan la frontera entre Guatemala y México Martina Madaula

Johanna no se separa de su hermana menor ni de sus hijos. Uno de ellos, el más pequeño, es ciego. La familia se resguarda en una sombra del espacio reservado para mujeres de un albergue para migrantes, cuyo nombre no se mencionará por cuestiones de protección. El calor es infernal en Tapachula, la mayor ciudad fronteriza al sur de México. Johanna es nicaragüense y a los 15 años se quedó embarazada de un asesino. Víctima de las palizas constantes por parte de su pareja, la violencia y las amenazas continuaron desde la cárcel. Decidió irse de su país al poco tiempo de nacer su bebé. Ahora tiene 22 años, y lleva desde los quince sobreviviendo en las calles, tratando de llegar a un sitio seguro para ella y su familia.

El caso de Johanna no es una excepción. Como ella, miles de mujeres emprenden cada año el camino hacia el norte huyendo de la violencia. Pero cuando logran escapar, se tienen que enfrentar a un viaje repleto de abusos tan o más violentos como aquellos de los que escapan. La mayoría de ellas están marcadas por el dolor y el trauma, pero también por la resiliencia.

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Migrantes cruzando la frontera Andrés Arnal Martínez

La huida

Doce mujeres son asesinadas cada día en los países de América Latina y el Caribe, lo que sitúa a la región como la segunda más letal para ellas después de África. Además, entre el 60 y el 76% de mujeres, es decir, dos de cada tres, han sido víctimas de algún episodio de violencia por razón de género en algún ámbito de su vida.

Como Johanna, cada vez son más las mujeres que se ven forzadas a migrar. Según datos de la Secretaría de Gobernación mexicana, entre 2020 y 2021 la presencia de mujeres en tránsito irregular aumentó un 472%. Se calcula que actualmente, un 20% de las personas que transitan irregularmente por México para llegar a Estados Unidos son mujeres. Cifras similares son confirmadas por Gemayel, el abogado del albergue Casa del Migrante en Tecún Umán, Guatemala: mientras que hace unos años el porcentaje de mujeres era del 4 o 5%, de las 14.600 personas que atendieron durante el año 2022, el 30% eran mujeres.

Según datos de la Secretaría de Gobernación mexicana, entre 2020 y 2021 la presencia de mujeres en tránsito irregular aumentó un 472%

En este contexto, las mujeres que se desplazan no solamente lo hacen para proveer mejores condiciones a sus familias, sino también por su seguridad física y emocional. Y es que el fenómeno de la migración latinoamericana está estrechamente ligado a la violencia patriarcal. “En muchas ocasiones, las causas por las que migran hombres y mujeres son muy distintas. Muchas de las mujeres que pasan por acá huyen de la violencia familiar o porque son víctimas de algún grupo organizado que busca tener algún tipo de relación con ellas o con sus hijos” nos cuenta Denis, trabajadora social del albergue.

Este es el caso de Ana, quien se encuentra temporalmente en Tecún Umán. Es del El Salvador y viaja con tres hijos menores, todos varones. Para matar el tiempo en el albergue, Ana colabora diariamente en la cocina. Cuando termina su turno, se sienta a cenar; es casi la última así que estamos prácticamente solos en el comedor. Aun así, nos cuenta por qué está aquí en voz baja. Su marido era un pandillero que, junto con otros miembros de la Mara Salvatrucha 13, la extorsionó durante más de un año hasta amenazarla con llevarse a sus hijos para que formaran parte de la pandilla. “Da miedo ser mujer y que te persigan así, cuando la amenaza llegó a mis hijos, dije no, no, yo me voy… vámonos pa’rriba. Era por mí, pero sobre todo por el amor de madre, por tratar de protegerlos”, nos cuenta. Su país de origen tiene una de las tasas de feminicidios más altas del mundo, 6,8 por cada 100.000 habitantes.

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Personas migrantes caminando por Tecún Umán Andrés Arnal Martínez

Un camino lleno de obstáculos

“La violencia en el caminar de las mujeres se suma a la que muchas veces viven en sus orígenes” nos asegura Diego, del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Tapachula, México. Según datos de ACNUR, durante el tránsito una de cada cuatro mujeres sufre algún tipo de agresión, y al menos una de cada cinco mujeres desplazadas en el mundo experimenta violencia sexual.

María es de Venezuela y acaba de llegar a Panamá. Huyó con su hija pequeña para protegerla de la violencia de su marido y emprendió la ruta a través de la selva. “Yo fui violada en el Darién” explica con un tono sereno, digno. Lo menciona nada más conocernos, sin una pregunta previa al respecto. Con señas y gesticulaciones para evitar que su hija de seis años se entere demasiado de la historia, María relata los horrores de su viaje. “Hay gente con armas que te roba, te engañan y la selva es peligrosa, muchos abusan de las mujeres…”

Según los datos del Instituto Nacional de Salud, casi la mitad de las mujeres que migran por territorio mexicano han sido abusadas sexualmente o se han visto obligadas a intercambiar sexo por comida, techo o dinero para continuar su viaje

El aumento de controles en las fronteras y la militarización de las mismas ha implicado que las migrantes tengan que transitar por rutas mucho más peligrosas donde hay más presencia del crimen organizado. Este es el caso del tapón del Darién, la selva que cruzo María, o el de México. Según los datos del Instituto Nacional de Salud, casi la mitad de las mujeres que migran por territorio mexicano han sido abusadas sexualmente o se han visto obligadas a intercambiar sexo por comida, techo o dinero para continuar su viaje. En México, además, se añade el factor de los secuestros y las desapariciones, crímenes que han ido en aumento en los últimos años. De acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos del país, en promedio 54 migrantes son secuestrados cada día.

Para hacer frente a estos abusos, muchas de las mujeres optan por camuflarse y ocultar su género. Se cortan el pelo o utilizan ropa holgada para hacerse pasar por hombres y pasar así más desapercibidas durante la ruta. “Desde los mismos albergues se recomienda a las mujeres que no vayan de corto, aunque haga mucho calor, y que no lleven ropas muy apretadas”, nos cuenta Wendy, la psicóloga del albergue de Tecún Umán. Además, para evitar los embarazos no deseados, algunas se someten a métodos anticonceptivos de riesgo, inyectándoselos o tomándose más pastillas de la cuenta. “Muchas de las mujeres que pasan por aquí se acercan consultándonos si tenemos algún tipo de anticonceptivo, porque ya han escuchado que han abusado de otras mujeres más adelante”. La violación se ha convertido en un fenómeno tan común, que la píldora del día después se conoce como la “píldora anti-México”. Muchas de las que no pueden hacer uso de estos métodos se ven obligadas a abortar o dar a luz por el camino.

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Migrantes en centro de deportación fronterizo. Andrés Arnal Martínez

Otra de las estrategias que utilizan muchas migrantes es viajar en grupos grandes, con otras mujeres o con hombres para sentirse más protegidas ante las adversidades del camino. Sin embargo, no siempre es así. “Yo andaba sola con mi hija, ves a muchas mujeres solas, los hombres siguen sin ellas…” Esta es en efecto una práctica común, algunos por egoísmo, pero muchos otros por tratar de pensar estratégicamente deciden que el varón de la familia salga lo antes posible para buscar ayuda en organizaciones. La realidad es que nadie puede ayudar a los que están en la selva, es territorio de los grupos de crimen organizado colombiano, sobre todo el llamado Clan del Golfo y los hombres que han logrado salir, suelen perder la comunicación con las que dejan atrás. “Ustedes saben si han cerrado el paso por Necoclí? Por lo del río…” Nos pregunta un hombre en Paso Canoas, en la frontera entre Panamá y Costa Rica. Le contesto que no lo sé, pero que ahí son los grupos los que deciden no el estado. El hombre hacía una semana que había dejado a su mujer y sus hijos en la selva, ninguno de los dos tiene móvil ya que lo han debido de entregar como extorsión. Lleva una semana durmiendo en la calle, pero no quiere seguir más adelante sin ellas. No sabe hasta cuando esperará. 

Las extorsiones y los robos son una práctica común que no siempre son perpetrados por grupos criminales, en muchas ocasiones provienen de las propias fuerzas de seguridad del estado. Yasmin se encuentra bloqueada en la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Planes de Gualaca, en la frontera panameña con Costa Rica. Se queja de que ya se lo dio todo “a los de uniforme” cuando salió del Darién y asume que si quiere seguir su camino va a tener que entregar sus pertenencias al SENAFRONT, el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá. Este organismo junto con el Servicio Nacional de Migración, han estado denunciados por las Naciones Unidas por cometer abusos sexuales a mujeres migrantes. Según el informe “el personal del SNM y del SENAFRONT habría solicitado intercambios sexuales a las mujeres y niñas alojadas en la ERM de San Vicente que carecen de dinero para afrontar los costes del transporte”.

Las amenazas y la peligrosidad cada vez más acentuada de la ruta han cambiado las dinámicas migratorias, sobre todo en el caso de las mujeres: cada vez son más las que se quedan en México

Quedarse o seguir, la carga de una decisión

Las amenazas y la peligrosidad cada vez más acentuada de la ruta han cambiado las dinámicas migratorias, sobre todo en el caso de las mujeres: cada vez son más las que se quedan en México. Tapachula recibió en 2022 casi el 70% de las solicitudes de asilo del país. Esta se ha convertido en otro de los tapones de la ruta para todos aquellos que quieren llegar a Estados Unidos, pero también en una precaria estancia alternativa para aquellas que no pueden enfrentar la peligrosidad del camino.

Johanna lleva en esta ciudad una semana, en los próximos días debe tomar una decisión. La capacidad del albergue es limitada y no puede quedarse más tiempo. Como cada vez más personas, ella no piensa en Estados Unidos, piensa en un sitio en el que puedan atender bien a su hijo ciego. “Tal vez en México ya haya buenos hospitales donde me lo puedan ver…” Viajar con sus hijos y su hermana pequeña la ha hecho a ella la responsable de todas las decisiones. El peligro, las extorsiones y el hambre al que se han expuesto a lo largo de la ruta pesa en los hombros de la joven, como si fuese su culpa que los pequeños hayan sufrido. Los demás migrantes la animan a seguir, a unirse a otros grupos para ir juntos a Estados Unidos. Pero Johanna sabe lo peligroso que es México; irá donde los pequeños estén a salvo.

La migración en su caso, y en el de tantas mujeres, es en sí un acto de amor, de cuidado y protección hacia los seres queridos. Ellas migran en busca del que ya salió hace años, migran para sostener a los que han dejado atrás o para proteger a los que van con ellas. Johanna se queda pensativa el resto de la tarde, tiene que tomar una decisión, debe buscar la manera de seguir hasta donde encuentre el hospital que está buscando, hasta donde encuentre refugio y seguridad. 

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