La ministra secretaria general de Gobierno, Ena von Baer, recibe a los diputados Cristián Monckeberg, Pedro Browne y José Antonio Kast.
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Chile
¿Qué hay detrás de la alianza de Piñera con la ultraderecha en Chile?

En los comicios para la asamblea constituyente, trece miembros del partido del ultraderechista José Antonio Kast estarán en la lista de Chile Vamos, que incluye a los tres partidos que forman la coalición del Gobierno que preside Sebastián Piñera.
5 feb 2021 06:00

El pasado 8 de enero saltaba a la luz una noticia que convulsionaba el comienzo del año 2021 en Chile: los partidos de la coalición gobernante compartirán lista para la elección del futuro órgano constituyente con el ultraderechista Partido Republicano de José Antonio Kast. Trece miembros del partido de Kast estarán en la lista de Chile Vamos, que incluye a la Unión Demócrata Independiente (UDI), Renovación Nacional (RN) y Evópoli, los tres partidos que forman la coalición del Gobierno que preside Sebastián Piñera. Una alianza que los integrantes de la coalición de centroderecha definen como “meramente electoral”, pero que tiene y tendrá unas repercusiones mucho más profundas en la política chilena.

¿Quién es Kast?

La figura de Kast comienza a coger fuerza en las elecciones presidenciales de 2017, donde el candidato del Partido Republicano obtuvo un inesperado 8% en la primera vuelta. A pesar de su repentina irrupción en el panorama chileno, Kast no es ningún outsider de la política. Antiguo miembro de la Unión Demócrata Independiente (UDI), José Antonio pertenece a una conocida estirpe de políticos entre los que destaca su hermano Miguel Kast, Chicago Boy y ministro con Augusto Pinochet, y sus sobrinos Pablo (diputado) y Felipe, senador y ministro en el primer Gobierno de Sebastián Piñera.

Antiguo miembro de la corriente más conservadora de la UDI, sus desavenencias con lo que consideraba una deriva centrista del partido le llevaron a abandonar la formación en 2016. Inmediatamente después, Kast comenzó a trabajar en una candidatura independiente para las elecciones presidenciales del año siguiente. Una aventura en solitario que superó todas las expectativas y puso de manifiesto la existencia de un sector del electorado de la derecha dispuesto a votar por opciones más radicales que la coalición formada por la UDI, RN y Evópoli.

Chile
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Tras el éxito de su candidatura, Kast se lanzó a formar una plataforma desde la que articular su proyecto, creando Acción Republicana. Finalmente, en 2019 fundó el Partido Republicano, que competirá en las próximas elecciones municipales y constituyentes. Una formación que se inscribe en lo que politólogos como Cas Mudde han denominado derecha radical populista.

La aventura en solitario de Kast superó todas las expectativas y puso de manifiesto la existencia de un sector del electorado de la derecha dispuesto a votar por opciones más radicales que la coalición que sostiene a Sebastián Piñera

Según el politólogo holandés los tres elementos que caracterizan a esta familia política son el autoritarismo, el nativismo y el populismo. Simpatizante del régimen de Augusto Pinochet, el cual considera que salvó al país de una tiranía marxista, y con un fuerte discurso nacionalista, anti izquierdista y que apela a una supuesta mayoría silenciosa, en Kast conviven todos los elementos que según Mudde conforman el discurso de la derecha radical populista.

Sin embargo, a diferencia de otros líderes de la ultraderecha, el líder del Partido Republicano niega rotundamente pertenecer a la extrema derecha. Siempre se ha considerado conservador, de derechas y firme opositor de alcanzar acuerdos con el centroizquierda, pero reniega completamente de la categoría “extrema derecha”, la cual considera una etiqueta peyorativa impuesta por los medios izquierdistas.

No obstante, las palabras del líder del Partido Republicano no dicen lo mismo que sus actos. Bien relacionado con partidos como VOX y admirador de líderes como Bolsonaro, Kast parece fijarse cada vez más en la extrema derecha latinoamericana y europea por mucho que lo niegue. No solo el nuevo logo de su partido se parece al del Frente Nacional, sino que su discurso, sus formas y sus estrategias en redes sociales son calcadas a las de otros partidos de la derecha radical populista.

Las alusiones a una supuesta dictadura mediática progresista, y las acusaciones de terrorismo a los manifestantes chilenos son muy comunes en Kast, que a diferencia de sus aliados europeos no construye su enemigo interno en base al fenómeno migratorio sino a la izquierda y los desórdenes públicos. Aquí reside una de las pocas diferencias entre Kast y sus homólogos europeos, y es que el chileno no articula su discurso nativista en oposición a la población migrante, sino que dirige su rechazo hacia otros enemigos, como los activistas del pueblo mapuche, a quienes tacha de terroristas y de amenazar la unidad nacional.

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El cóctel ideológico que presenta Kast mezcla rasgos característicos de la derecha histórica chilena, como la ortodoxia neoliberal o la mano dura para enfrentar la cuestión mapuche, con otros propios de la derecha radical populista contemporánea, como su ferviente oposición al feminismo o las alusiones a una “dictadura mediática progresista”. Un discurso cuya dureza se ha incrementado tras el estallido social de 2019 y que presenta al ex diputado de la UDI como el único capaz de garantizar del orden público en un país a la deriva. Sus apoyos por ahora son minoritarios, pero en un país donde la crisis sanitaria se ha solapado con la política y la social, no es descartable que el giro autoritario de Kast pueda ganar adeptos en los próximos meses.

¿Por qué pactar con Kast?

Llegados a este punto, es inevitable preguntarse qué es lo que ha llevado al centroderecha chileno a aliarse con José Antonio Kast. Un competidor por un espacio político al que aspira a representar el centroderecha, que ahora se encuentra engrandecido tras la dosis de legitimidad que le han inoculado con el pacto. Cuesta encontrar las ventajas del acuerdo para la coalición de Gobierno, especialmente si analizamos lo que aporta el partido de Kast en comparación a lo que recibe. Una formación muy personalista sin apenas implantación territorial, que ahora tendrá una oportunidad de oro de colocar a varios de sus representantes en el órgano constituyente.

Debido al peculiar sistema electoral chileno, donde los candidatos más votados pueden “arrastrar” a los de su misma lista haciendo que salgan elegidos con menos votos que los de otros partidos, el Partido Republicano podría verse tremendamente beneficiado en circunscripciones donde yendo en solitario no tendría ninguna opción de entrar. De hecho, en todas las circunscripciones donde competirán los candidatos de Kast, la coalición Chile Vamos obtuvo entre un 31%  y un 45% de sufragios en 2017, por lo que es muy probable que se produzca esta situación.

Esta unión, por tanto, será clave para alcanzar el principal objetivo del centroderecha de cara a la segunda parte del plebiscito: poder convertirse en un actor con capacidad de vetar las reformas más progresistas de la constitución

Sin embargo, hay una lógica detrás de este pacto al que han accedido incluso los sectores más moderados de la derecha chilena: la unidad de fuerzas de cara a la Convención Constitucional. Este ha sido el principal argumento que han esgrimido desde el centroderecha, cuyos cálculos estimaban que una candidatura a la derecha de Chile Vamos podría ocasionar una pérdida de entre 6 y 7 escaños para el bloque de las derechas. Esta unión, por tanto, será clave para alcanzar el principal objetivo del centroderecha de cara a la segunda parte del plebiscito: poder convertirse en un actor con capacidad de vetar las reformas más progresistas de la constitución. Según prevé el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, todas las normas del nuevo texto necesitarán un respaldo de dos tercios de la cámara constituyente para ser aprobadas, por lo que, con apenas un tercio de los escaños, la derecha podría alcanzar este objetivo. Cada escaño puede valer oro.

Para Kast, contrario al proceso constituyente desde el primer momento y declarado defensor de la constitución pinochetista de 1980, este escenario de un bloque en defensa de la constitución vigente resulta idóneo, pero también para la UDI, el antiguo partido de Kast, cuyo discurso a partir de la campaña para el plebiscito de octubre de 2020 ha empezado a solaparse con el del Partido Republicano. Precisamente en esta campaña es donde surge una de las principales razones que ha conducido a la alianza. Con todos los sondeos y la opinión pública en contra, y mientras numerosos dirigentes de la derecha se ponían de perfil o incluso apoyaban el “Apruebo”, José Antonio Kast y los sectores más duros de la UDI fueron los únicos que quedaron en el barco del “Rechazo” a la nueva constitución. El naufragio era previsible, y sucedió tal y como indicaban las encuestas. Apenas un 20% de voto para el “Rechazo”. Un porcentaje irrisorio para un referéndum, pero nada desdeñable en unas elecciones parlamentarias.

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El miedo a dejar este 20% en manos de José Antonio Kast ha sido otro de los motores del pacto, especialmente para la UDI, principal impulsora del acuerdo. No solo la comunidad de intereses con el Partido Republicano, sino la posibilidad de quedar desdibujada en un pacto demasiado moderado para sus votantes ha llevado al partido a promocionar esta polémica alianza. Con Kast a su lado, la UDI trata de contener una posible fuga de votantes que no tolerara ver a su partido en una coalición moderada repleta de mandatarios que, o bien habían estado del lado del “Apruebo”, o se habían puesto de perfil durante la campaña para la primera fase del plebiscito.

La situación actual que vive el centroderecha chileno es el reflejo del alejamiento de las dos almas que conviven desde hace años en su interior, una más moderada y liberal y otra conservadora y populista. Una hipótesis en la que científicos sociales de la talla de Cristóbal Rovira llevan años haciendo hincapié. La moderación del primer Ejecutivo de Piñera (2009-2013) fue el comienzo de una ruptura que se ha ido fraguando con el paso de los años.

Durante su primer mandato, el Gobierno de Piñera aumentó ligeramente la presión fiscal a las rentas más altas, evitó conceder favores a los responsables de violaciones de derechos humanos durante la dictadura, e implementó tímidas reformas sociales, dejando huérfanos a los sectores más duros de la derecha, que se sintieron decepcionados y abandonados por un presidente que parecía estar más pendiente de contentar al centro izquierda que a los suyos.

José Antonio Kast es el resultado de este sentimiento de orfandad. En 2016, el ahora líder del Partido Republicano abandonó la UDI debido a la falta de voluntad dentro del partido por disputarle a Piñera el liderazgo de la coalición de centroderecha y a su descontento con el “bacheletismo aliancista”. Un término acuñado por el dirigente de la UDI (y precandidato presidencial), Joaquín Lavín, que durante el final del primer mandato de Michelle Bachelet defendió alcanzar ciertos acuerdos con el centro izquierda. Esta suerte de viaje hacia el centro de una parte de la UDI acabó abriendo una hemorragia que hoy tiene nombres y apellidos.

La UDI, uno de los pilares fundamentales de la coalición de centroderecha, fue un partido creado en la década de los 80 por Jaime Guzmán, principal ideólogo de la Constitución de los 80 y una de las personas más importantes del entorno de Augusto Pinochet. Un partido que es el contenedor donde se reciclaron los sectores más reacios a los avances democráticos y partidarios del régimen de Pinochet, entre los que se encuentran desde ex ministros de Piñera como Víctor Pérez, hasta el mismo Kast. Hoy esos sectores que durante años permanecieron dentro de la coalición tragando con las “concesiones al centroizquierda” tienen un nuevo hogar donde sentirse cómodos y reconfortados: el Partido Republicano.

En 2017 ya se escenificó esta ruptura de la derecha con la presentación de dos candidaturas separadas. Por un lado, la encabezada por Sebastián Piñera, que resultó vencedora y por otro la de José Antonio Kast, a la que nadie dio importancia alguna, pero que finalmente alcanzó un meritorio e inesperado 8% de votos. Kast no pasó a la segunda vuelta, pero los comicios sirvieron para que en Chile se lo empezaran a tomar en serio. El acuerdo firmado con sus ex compañeros hace una semana es buena muestra de ello.

Cinco años después de su marcha, Kast ha vuelto a la órbita de la UDI, y ahora la incógnita está en saber qué harán los sectores más duros de la coalición de cara a las elecciones presidenciales de noviembre, donde probablemente Kast volverá a acudir por separado. Si se cumple lo pronosticado por las encuestas, el alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín será el candidato de un centroderecha que concurrirá con un discurso moderado y reformista que aspira a conquistar el centro del tablero. Los posicionamientos del creador del bacheletismo aliancista de cara al plebiscito le causaron enfrentamientos con los sectores más derechistas de su partido, que estuvieron más cerca de Kast que del propio Lavín durante toda la campaña. Desde las altas esferas de la UDI, figuras como Javier Macaya, recientemente electo presidente del partido, advierten a Lavín que no quieren “una constitución llena de derechos sociales”, pero aún nadie sabe qué camino seguirá el alcalde de Las Condes en los próximos meses. ¿Veremos un Lavín centrista, o tendrá que hacer guiños a su electorado más conservador? El equilibrio entre ganar el centro y mantener la unidad dentro de los suyos será complicado para un candidato que ya ve la sombra de Kast cernirse sobre él. De aquí a un año pueden pasar muchas cosas en el universo de la derecha chilena.

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