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Coronavirus
Evitando la fragilidad ¿cómo resistir las previsibles catástrofes del siglo XXI?
Frente a la urgencia para retomar la normalidad, debemos tomar conciencia de que hay algo erróneo en la “normalidad”: nuestra fragilidad.
Dicen que la experiencia es una maestra cruel, primero te hace el examen y luego te da la lección. Si así fuese, yo personalmente respiraría aliviado, pero aprender la lección a veces es difícil, y también se dice que el humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. A veces tengo la sensación de que avanzamos como los équidos, con anteojeras. Cuando como la cigarra no nos hemos preparado para el invierno, cuando necesitamos escapar hacia delante porque se supone que del precario orden actual depende cubrir necesidades básicas de subsistencia, la normalidad se convierte en una obligación, aún cuando la normalidad sea el problema.
Teniendo el coraje de mirar
Frente a la visión personalista, que busca culpables, ya sea en otra nación, en los políticos o en una hipotética mano negra, y frente a la visión alternativa que puede considerar estos hechos como un golpe ciego del destino, al estilo del meteorito que extinguió a los dinosaurios, propongo considerar la crisis sanitaria y económica mundial desatada por el nuevo coronavirus una consecuencia lógica, y hasta cierto punto previsible, del rumbo que había tomado nuestra sociedad.
Qué era totalmente previsible es un hecho, dado que fue previsto en 2012 en un libro escrito por David Quammen, un divulgador científico americano. Tampoco era tan difícil, dado que ya dos virus de la misma familia habían saltado previamente a los humanos. El argumento de Quammen tiene la consistencia que le da la sencillez, simplemente a medida que los humanos desplazamos a otras especies de la biosfera se hace más probable que entremos en contacto con los patógenos que albergan. Quammen lo explica de la siguiente manera en una entrevista:
Parece estar volviéndose más frecuente (el salto del virus de animales a humanos). Hay algunos datos cuantitativos al respecto. Desde 1960, ha habido algunas de esas transferencias de patógenos, usualmente virus, desde animales salvajes a los humanos. Según somos más abundantes, estamos consumiendo más. Estamos viajando más. Estamos perturbando los ecosistemas silvestres, entrando más en contacto con animales salvajes. Y por tanto, sí, esas transferencias se están volviendo más abundantes, y cuando ocurren, algunas de ellas, se están volviendo más catastróficas.
Ciertamente, un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature pocos años antes de la aparición del visionario libro de Quammen ya advertía que la aparición de las Enfermedades Infecciosas Emergentes se está volviendo más frecuente. Estos eventos no siguen un patrón aleatorio, sino que están correlacionados significativamente con factores ecológicos y medioambientales.
Sin embargo, Quamen omite un hecho que es también altamente pertubador: la simplificación de los ecosistemas hace más probable la transferencia de patógenos de los animales a los humaos, como se ha demostrado para la enfermedad de Lyme y para la fiebre del Nilo occidental, una enfermedad mortal que en España de momento solo ha afectado a los équidos. Esto ocurre así porque cuando se reduce la diversidad, las especies que perduran son de forma más probable las que más fácilmente transfieren la enfermedad a los humanos. No se sabe por qué ocurre esto, pero hay buenas razones para pensar que no es una casualidad, dado que lo mismo que ocurre en los ecosistemas ocurre al nivel de los organismos, el incremento en la diversidad de bacterias protege a los seres humanos frente a las infecciones. Así, por ejemplo, se ha comprobado experimentalmente en niños propensos a sufrir otitis bacteriana, que es posible reducir la probabilidad de la infección cuando se favorece la coexistencia de varias cepas de bacterias en el oído.
En definitiva, la emergencia de zoonosis como el presente coronavirus que estamos sufriendo es un suceso previsible y cuya probabilidad está aumentando a consecuencia de tres factores: el incremento de la densidad de población humana y ganadera, la expansión de las actividades humanas hacia antiguos entornos naturales o seminaturales, y por último la pérdida de diversidad biológica de los ecosistemas.
Así pues, la alteración de nuestro entorno natural estaría poniendo en riesgo nuestra salud, de varias formas:
- Por la emergencia mucho más probable de zoonosis, como en el caso de la presente crisis sanitaria.
- Por la reactivación de virus y bacterias debido al deshielo de glaciares y permafrost, a consecuencia de la crisis climática.
- Por la migración hacia el norte de enfermedades tropicales, también a consecuencia de la crisis climática.
- Por la emergencia de bacterias resistentes a los antibióticos, debido a, entre otras causas, el uso indiscriminado de los mismos para la cría industrial de ganado.
Sin duda el panorama es muy preocupante y deberíamos de prestar una atención muy seria a estos problemas. Sin embargo, a mi juicio sería un error centrarnos demasiado en problemas que han sido previstos. En lugar de esto la prioridad debería de ser construir una sociedad auténticamente resiliente, bajo la máxima “espera lo mejor, pero prepárate para lo peor”.
Bienvenido al Antropoceno, el territorio de lo inesperado
Quizás la mayor certeza que podemos aspirar a tener sobre el futuro, a pesar de retos mayúsculos como la crisis climática, es que en el presente siglo la humanidad tendrá que hacer frente a cambios y crisis inesperadas, que ejercerán un enorme estrés sobre las sociedades humanas y sus sistemas políticos y económicos.
Recientemente ha sido propuesto el Antropoceno como una nueva época geológica, en base a la observación de que los impactos humanos en procesos esenciales del planeta se han vuelto tan profundos, que han llevado a la Tierra fuera de la época del Holoceno en la cual la agricultura, las poblaciones sedentarias y las sociedades humanas complejas y técnicamente desarrolladas han aparecido y florecido.
Esta observación de los impactos humanos en el planeta hace a los científicos prever que el sistema Tierra se comportará de un modo distinto, de ahí que hablen de una nueva era, en la que prevén que el clima o algunos servicios como la polinización o la purificación de agua podrían verse afectados. Es importante tener en cuenta que el ser humano, al mismo tiempo que es una especie adaptada a su entorno, como no podía ser de otra manera, ha modificado este desde su misma aparición sobre el planeta, de la misma forma que el resto de las especies. Estas modificaciones, en algunas ocasiones profundas a escala local, han ocasionado en otras épocas que algunos lugares tuviesen que abandonarse. Cuando las poblaciones de los territorios eran civilizadas ello ha dado lugar al colapso de las civilizaciones, que tantas reflexiones nos suscita sobre la nuestra (ver por ejemplo a Jared Diamond, Joseph Taintier o Ronald Wright, por citar unos pocos).
Lo que diferencia la situación presente de otras del pasado es la escala, que ya no es local, sino global.
Así pues, tenemos una especie, la humana, y sus sociedades, en un equilibrio dinámico con su entorno. Por un lado, el entorno nos cambia, pero muy lentamente, mediante el proceso de la evolución. Por otro lado, nosotros en el momento presente cambiamos de forma mucha más rápida el entorno, haciendo que este evolucione muy rápido hacia condiciones que no son las que han propiciado el surgimiento y florecimiento de nuestra especie, lo cual supone un enorme riesgo, a nivel existencial para el ser humano.
Ante esta situación un nutrido grupo de científicos se dedican a hacer de casandras, creando modelos para establecer cómo puede cambiar el planeta, y las consecuencias que ello puede tener. Si bien este tipo de previsiones son de un extraordinario valor, al establecer un mapa que nos permite anticipar en cierta medida los obstáculos, y por tanto corregir el rumbo, esta estrategia es insuficiente, y hasta cierto punto incluso equivocada.
El error es sobrevalorar en exceso la capacidad de la ciencia y del ser humano para hacer predicciones. Ello nos lleva en primer lugar a desestimar la aparición de eventos imprevistos. Es muy acertado preocuparnos por un problema que hasta cierto punto hemos anticipado, aun siendo incapaces de actuar sobre él, como el cambio climático, pero la idea de qué veremos venir el problema con cierta perspectiva es pensamiento mágico, nada nos asegura que vaya a ser así en otras circunstancias. Pongamos el ejemplo del agujero de la capa de ozono ¿qué habría pasado si la formación del agujero hubiese sido en primer lugar sobre territorio habitado y no en los polos? De la noche a la mañana la población y los ecosistemas terrestres se habrían encontrado expuestos a dosis nocivas de radiación ultravioleta sin que nadie lo hubiese previsto. Durante el Antropoceno debemos ser conscientes que estas sorpresas aparecerán, y no siempre se tendrá la suerte de que la primera zona en ser afectada será una zona deshabitada. En segundo lugar, el énfasis en la predictibilidad y en modelos hasta cierto punto deterministas crea espacio para el negacionismo, que usa nuestra incapacidad de predecir como prueba de la ausencia de problemas. Pero que seamos incapaces de predecir un problema hasta el mínimo detalle no indica que este no exista. Que no podamos predecir totalmente la evolución de un cáncer y cuál será el siguiente órgano en sufrir la metástasis, no quiere decir que el cáncer no sea peligroso.
Denunciar nuestra infundada fe en las predicciones es el tema de El Cisne Negro, el famoso libro de Nassim Nicholas Taleb, en el cual se analizan los sesgos cognitivos de la mente que nos hacen percibir el mundo de forma mucho más predecible de lo que en realidad es.
Uno de estos sesgos es la denominada falacia del pavo inductivista. Un pavo observa como su dueño le alimenta, día tras día, a la misma hora, y establece que siempre será alimentado a esa hora, hasta que llega el día de acción de gracias, y él se convierte en la comida. El pavo confunde una observación ingenua del pasado con algo definitivo. Confunde la ausencia de pruebas de instinto asesino por parte de su dueño, con una prueba real y definitiva de la ausencia de ese instinto. Es muy distinto no tener pruebas de que va a sobrevenir una pandemia que tener pruebas de que la pandemia no va a ocurrir. El tránsito de la humanidad por el Antropoceno se mueve en una niebla de incertidumbre mucho más radical que la del pavo, la humanidad ni siquiera tiene un pasado que pueda ser comparado con el presente, ya que la trayectoria del planeta es un evento único e irrepetible. Sí, podemos observar los registros paleontológicos y paleoclimáticos, pero sería ingenuo pensar que son una guía definitiva para el futuro, dado que nosotros vivimos de forma práctica en una Tierra diferente, poblada por otras especies, con otras montañas y ríos, con otras sustancias en su atmósfera, océanos y suelos.
Un segundo factor que convierte en un error fiar nuestro futuro a las predicciones es la existencia de no linealidades, pequeños efectos, incluso minúsculos, que a lo largo del tiempo pueden provocar desviaciones gigantescas respecto a la predicción. Taleb cita al matemático Henri Poincaré, el cual fue el primero en enunciar esta cuestión, poniendo el ejemplo del famoso problema de los tres cuerpos, la predicción, partiendo de una posición inicial, de la posición de tres cuerpos (originariamente el problema lo intentó resolver Newton, para el Sol, La Tierra y La Luna) en cualquier momento del futuro. Poincaré se percató que, al introducir un tercer cuerpo, incluso aunque fuese pequeño, se necesitaba un creciente grado de precisión, ya que las pequeñas desviaciones que producía, acumuladas a lo largo del tiempo, terminaban siendo estratosféricas.
En definitiva, los sistemas complejos, tales como las sociedades humanas y su interacción con la biosfera, son esencia, y tal y como describe la ciencia, impredecibles (lo que se ha venido en denominar caóticos). En el Antropoceno, podemos postular que la dificultad en la predicción crece exponencialmente, y ello implica que podemos encontrar sorpresas que no veamos venir salvo cuando ya las tengamos prácticamente encima (insisto que no es ese el caso de la presente pandemia).
La solución, no pasa sólo (que también) por intentar anticipar lo que podemos encontrarnos en el futuro, sino por ser esencialmente resilientes, de forma que estemos preparados para resistir cualquier cosa que nos pueda golpear.
De la fragilidad a la resiliencia: tres principios esenciales
Pasar de nuestra extremadamente frágil sociedad a una sociedad esencialmente resiliente es complejo, y posiblemente no se puede dibujar un mapa detallado de ese proceso, que en parte se irá estableciendo por ensayo y error. Por otro lado, enumerar tan sólo las principales medidas que ya se pueden intuir excede con mucho el propósito divulgativo de este modesto artículo. Por todo ello me limitaré a enumerar y describir someramente los tres principios esenciales que tendremos que seguir: regenerar, diversificar y amortiguar.
Regenerar: un entorno más parecido al que ha acompañado al ser humano durante el Holoceno es mucho más predecible, estable, conocido y por tanto amigable, que el derivado del Antropoceno. No podemos saber si es posible regresar al Holoceno o hemos pasado ya el punto de no retorno, pero podemos al menos frenar la velocidad de los cambios aplicando el principio de la regeneración, que consiste no sólo en reducir la velocidad de los cambios que el ser humano provoca en el entorno, sino en revertirlos, en la medida de lo posible. Enumeraré algunos ejemplos de medidas que se podrían aplicar bajo este principio.
Regeneración de ecosistemas, como la que aplicó el gobierno chino sobre el degradado altiplano de Loess, uno de los terrenos que más deprisa se estaban erosionando. Dicho éxito ha sido popularizado por el documentalista americano John Dennis Liu, en sus documentales Hope in a Changing Climate y Green Gold. Liu ha creado Ecosystem Restoration Camps , una fundación sin ánimo de lucro para revertir la degradación ecológica a escala global, mediante el establecimiento de campamentos en los que poblaciones locales restauran sus territorios, en conexión con expertos de todo el mundo.
Agricultura regenerativa, o simplemente una agricultura que transforme menos los territorios, permitiendo que se mantengan al menos parte de los servicios que prestan los ecosistemas silvestres. Habría que reducir la labranza, de forma que el suelo no pierda la materia orgánica, y reducir el uso de pesticidas o fertilizantes, así como reducir la especialización y los monocultivos, para producir alimentos de una forma más parecida a cómo lo hace la naturaleza. La evidencia parece mostrar que, con las técnicas adecuadas, es posible producir la misma o incluso más cantidad de alimentos que la agricultura tradicional, por ejemplo, preservando los espacios menos productivos (como pueden ser los límites de las parcelas) de los campos en un estado “salvaje”, para proporcionar servicios al cultivo, como puede ser la polinización, protección frente a plagas, y protección del agua y los suelos. Es urgente, tanto continuar recabando datos al respecto, a nivel académico, como comenzar la transformación de los campos y cultivos, haciéndolos de paso más resilientes.
Rewilding, o devolver a un estado cercano al natural a los ecosistemas, para lo que será necesario reintroducir especies clave, como depredadores o grandes herbívoros. El reciente descubrimiento de que algunas especies animales son claves en los ecosistemas, y que su reintroducción genera un efecto desproporcionado, permitiendo aumentar de forma notable la diversidad y productividad de estos, ha fundamentado esta excitante iniciativa. En Europa, uno de sus programas está tratando de reintroducir en libertad un animal similar al extinto Uro, un impresionante toro salvaje, de 180 cm de altura y más de 1.000 kg de peso, del que derivan las vacas y toros domésticos.
Reducir la contaminación, de gases de efecto invernadero, pero también en un sentido más amplio: nitrógeno, fósforo, aerosoles, contaminantes orgánico-sintéticos, microplásticos, materiales radioactivos, nanomateriales, organismos genéticamente modificados, etc.
Diversificar: la diversidad crea resiliencia. La naturaleza y los organismos son diversos, eso, en general, da lugar a la redundancia funcional, gracias a la cual las funciones esenciales son realizadas por varias comunidades u organismos. Esto hace que ante perturbaciones que afecten a una parte del sistema, las funciones esenciales se puedan seguir realizando, permitiendo que el sistema no colapse.
Nuestra economía también debe diversificarse, o como dice Edudald Carbonell, hay que parar en seco la globalización. Si China es la fábrica del mundo, una perturbación que afecte a China nos deja al resto sin capacidad de poner la industria al servicio de la emergencia. Lo mismo pasa con los “graneros del mundo”, etc. En lugar de organizaciones tan jerárquicas, hay que ir a organizaciones más holarquicas, es decir, un conjunto de unidades relativamente independientes, hasta cierto punto completas en sí mismas, pero dependientes de la totalidad.
La reciente crisis ha puesto de manifiesto la escasa resiliencia de las cadenas de suministro globales. En España, una de las principales economías del planeta, nuestra capacidad industrial ha sido incapaz de proporcionar mascarillas, gel hidroalcohólico o respiradores. La India en un primer momento canceló la exportación del medicamente cloroquina (aunque posteriormente se ha comprobado que no es útil para tratar la enfermedad). Incluso algunos países dieron orden de cesar la exportación de alimentos.
Pensar en cadenas de suministro extendidas y más resilientes es pensamiento mágico. Ante una emergencia importante nadie exportará los bienes necesarios para asegurar la supervivencia de su población. Esta crisis ha dejado ejemplos que podemos calificar de hirientes, como cuando Alemania detuvo cargamentos de mascarillas en la frontera con Italia.
En realidad, es bueno que así sea, porque ello nos permite construir sobre la diversidad, en organizaciones más holarquicas. Esta organización constaría de unidades más autosuficientes, tanto en alimentos como en lo relativo a la salud o la energía (fundamental impulsar la soberanía energética con una transición a energías renovables), y en ciertos materiales de primera necesidad. Estas unidades más autosuficientes pueden ser locales (esencial estimular la producción local de alimentos, incluso en las ciudades),regionales, nacionales o incluir a varios países, y a su vez se integrarían y dependerían de una organización supranacional que abarque a la humanidad, y que nos permita compartir aquello que no es escaso, y no puede ser amenazado por las crisis, como la información, así como abordar problemas que tienen una escala global, como el cambio climático.
Amortiguar: las perturbaciones que provocará nuestro entorno del Antropoceno deben ser amortiguadas, gracias a la creación de redundancia o sobrecapacidad en sistemas que consideremos críticos.
La redundancia es lo contrario de la eficiencia. Debemos abandonar nuestra obsesión por reducir costes, si ello nos fragiliza. Debemos tener camas hospitalarias en exceso, así como personas desocupadas pero formadas para intervenir en emergencias. Tendremos que invertir en infraestructuras redundantes de comunicaciones o energía, y en general crear redundancias donde creamos que puede ser más necesario. Ello evidentemente tendrá un coste, que habrá que asumir para disponer de mayor seguridad.
Será necesario reorganizar el mercado de trabajo, ya que habrá que disponer de gente desocupada, pero percibiendo una renta, y formada para intervenir. Habrá que hacer esto de la forma más equitativa posible, para que no haya personas o colectivos que se beneficien especialmente de estos periodos de inactividad. Institucionalizar años sabáticos que las personas puedan usar para formarse podría ser un punto de partida.
Habrá también que recuperar la formación en cuidados, servicios comunitarios y protección civil para toda la población, reduciendo en ciertos niveles la hiperespecialización de los perfiles profesionales.
El futuro será resiliente o no será. De nosotros depende pensarlo y ejecutarlo. No hacerlo puede tener un coste desproporcionado.