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Cómic
Franquin el grande: de Spirou a Gaston Elgafe
Este año 2024 se ha cumplido el centenario de André Franquin. Para quien no lo conozca, basta decir que de su quijotera surgieron personajes inolvidables como el marsupilami y Gaston Elgafe. Fue precisamente a este último a quien dedicó 34 años de su trayectoria, de la cual ha bebido prácticamente todo dibujante de cómic afiliado a las enseñanzas de las viñetas francófonas.
El alcance de su influencia en el cómic europeo durante sus años en Spirou y Fantasio (1946-1969) y Gaston Elgafe (1957-1991) es equiparable al que tuvieron The Spirit, de Will Eisner, o Jack Kirby en el cómic estadounidense. Su eco se hace presente en obras inmortales como Mortadelo y Filemón. No en vano, resulta más que evidente de dónde procede el estilo gráfico de dibujantes como Ibáñez y de la mayoría de la familia Bruguera.
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Cuando hablamos del sello patentado por Franquin, fallecido el 5 de enero de 1997, una de las características que más llama la atención es el grado de detallismo aplicado en las viñetas urbanas en Spirou y Fantasio. Nos hacen contemplar la urbe francesa de una forma única, aunque tremendamente representativa de los años 50 y 60, primordialmente, desde la que también somos testigos del modernismo de la época, tal como queda de manifiesto en álbumes como “El Quick Súper”, el cual también es un ejemplo modélico de su obsesión a la hora de dibujar coches de la época o, directamente, inventarse modelos en algunos de los álbumes más memorables de la colección, reeditada con gran lujo de detalles y extras por Dibbuks.
Eso sí, donde podemos contemplar sus virtudes más evidentes parten de su capacidad para inmortalizar slapticks visuales es en viñetas que encierran muchas más invenciones de lo que puede parecer a primera vista, como por ejemplo su habilidad para dinamizar el movimiento de sus personajes con líneas curvas de gran agilidad descriptiva, todo lo contrario que el estatismo perfilado por Hergé, el otro gigante del cómic belga, autor de un título canónico como Las aventuras de Tintín.
Retomando su capacidad para el slapstick, resulta interesante comprobar las conexiones que tiene con figuras como Jacques Tati, director y actor francés con películas como Mi tío o Playtime que parecen haber sido concebidas como una sucesión de viñetas perfiladas escena tras escena a lo largo de películas con planos estáticos que parecen estar más diseñados para su contemplación como si de un cómic se tratara.
Del humor innato de Franquin para dotar de extrañeza cada acción surgen inventores locos como el Conde de Champignac, villanos inolvidables como Zorgllub o artefactos como el fantacóptero, además de lugares de personalidad intransferible como Palombia, de donde surge el icónico marsupilami en el álbum “Spirou y los herederos”, que comenzó su tirada en 1951, dentro de las páginas de la mítica revista de Spirou, donde se publicaban los comics de Franquin.
Precisamente, el marsupilami, quien no necesita más que enunciar una única palabra, ¡Huba!, para empatizar salvajemente con el lector, acabó teniendo su propia colección, así como el propio Spirou, con las fabulosas historias de su infancia que se sacaron de la manga Tome y Janry, dúo creativo que resucitó la mítica serie en los años 80 y 90.
Del universo gestado en Spirou también surgió Gaston Elgafe, que acabo siendo la creación más personal de Franquin y, en cierta manera, la más autobiográfica.
Alto, desgarbado y de formas dignas de uno de sus propios dibujos, el propio Franquin parecía un personaje concebido en una de sus viñetas, en las que también se llegó a dibujar a sí mismo o a su editor de la misma forma que Hitchcock hacía cameos en sus propias películas.
Fue en Gaston Elgafe donde Franquin ofreció más de sí mismo, a través de un personaje que, acompañado primeramente por Fantasio en la redacción de la revista donde trabajaba, Gaston comienza a habitar cada viñeta desde un ensimismamiento absoluto que parece ir contra toda clase de orden respecto a las normas de comportamiento de la sociedad.
Así es como podemos empatizar con un Gaston más preocupado de inventar artefactos delirantemente inútiles a la vez que rompe los tímpanos del pobre Fantasio con sus estruendosas serenatas a voz y guitarra.
Más allá del humor basado en provocar a todo el que traspase su limbo particular en historias de media página o una entera, normalmente, el cripticismo se fue adueñando del estilo general que Franquin fue desarrollando a lo largo de los años que capitaneó esta serie, sin duda la más brillante de humor en historias cortas que nos proporcionó la segunda mitad del siglo XX y que Norma reeditó hace poco en una serie de integrales imprescindibles.
La vía crítica de Franquin alcanzó su punto álgido en una colección fabulosa como Ideas Negras, recientemente publicada por Dolmen, deriva que fue tomando en base a una oda al claroscuro en cada uno de los fondos y personajes delineados en sus diferentes escenas. La misma que aflora en historias de una página impulsadas por su espíritu de denuncia.
Los vaivenes depresivos del estado de ánimo de Franquin acabaron por cobrar forma total en esta colección, de la cual llegó a relatar lo siguiente: “Al final, abandoné Ideas negras porque podía hacer sentir mal a los lectores y ese no es el objetivo de los cómics. El objetivo de Ideas negras es divertir, hacer reír... Evidentemente, estaba destinado a un público más maduro, porque estaba abordando temas que no se habrían discutido en aquella época en Dupuis [editorial de la revista de Spirou]. Estoy feliz de haber hecho Ideas negras, fue muy divertido. Me llevó mucho tiempo dibujar porque trabajé con rotring y fue un proceso muy trabajoso. Todavía tengo pensamientos oscuros en mi cabeza, lo que no ayudó. Podría plasmar en dibujo unos cuantos para mañana. Pero no lo haré más porque creo que los pesimistas siempre tienen razón, especialmente cuando guardan silencio”.
El pesimismo que desprenden las viñetas de humor negro perfilado por Franquin acaba por representar las sombras de Gaston Elgafe. Fue en esta serie donde desarrolló un estilo cada día más personal y alejado de los cánones estilísticos que él mismo cimentó para un público infantil y adolescente que fue creciendo con los años. Con el paso del tiempo, fue asomando esa bruma dentro de la que extrajo su reverso apesadumbrado ante el mundo que le tocó vivir y el fin del optimismo sembrado en los años 50 y 60. Como si el humor grácil y desenfadado que siempre fue cultivando a lo largo de los años fuera muriendo con el paso de los años en uno de los actos más sinceros que nos ha proporcionado jamás el noveno arte.