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Comunidad de Madrid
Del Cerro de los Ángeles al de San Babilés: el uso político de una escultura religiosa en Boadilla del Monte

El 15 de noviembre de 2019, el pleno municipal del Ayuntamiento de Boadilla del Monte se reunía en sesión ordinaria. Entre las varias propuestas que los grupos municipales presentaron aquel día, destacaba la de “albergar en suelo municipal disponible entre el cerro de San Babilés y la M-50 un monumento en honor al Sagrado Corazón de Jesús”.
Según el entonces segundo teniente de alcalde, Jesús Egea Pascual, la propuesta nacía de la solicitud de “más de 3.000 vecinos” para ubicar en algún espacio del municipio una estatua al Sagrado Corazón sufragada en su totalidad “por suscripción popular”. Una iniciativa considerada fruto del “clamor social y la raigambre histórica de este culto en nuestra nación”. Sometida la propuesta a votación, los grupos municipales Popular, Ciudadanos y VOX dieron con 22 votos la mayoría absoluta necesaria para aprobar la propuesta, desviándose únicamente de ella los tres concejales socialistas, que “por respeto a la confesión religiosa” se abstuvieron.
El proyecto, promovido por la Asociación de Devotos del Corazón de Jesús de Boadilla y la Fundación Vía del Arte, lleva recaudados 94.886 de los 17 millones de euros que esperan alcanzar por “donaciones populares”.
Aquella decisión, tomada hace cinco años y medio en el Ayuntamiento de Boadilla del Monte, ha vuelto con fuerza, pues a finales de junio de 2025, los principales medios de comunicación nacionales han dado eco a una de las características más llamativas de la estatua: con 37 metros de altura, superaría a la de Río de Janeiro y se convertiría en un “centro de peregrinación global”. Un proyecto que, promovido por la Asociación de Devotos del Corazón de Jesús de Boadilla y la Fundación Vía del Arte, lleva recaudados 94.886 de los 17.000.000 de euros que esperan alcanzar íntegramente por “donaciones populares”.
Sin embargo, no podemos entender esta iniciativa y el apoyo institucional que recibe como un hecho aislado en la historia. El segundo teniente de alcalde, Jesús Egea Pascual, lo dejaba claro al terminar su intervención con una cita a Alfonso XIII del 30 de mayo de 1919, día de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús: “Todas las regiones que la integran han constituido en la sucesión de los siglos y a través de comunes azares y mutuas lealtades esta gran patria española fuerte y constante en el amor a la religión y en su adhesión a la monarquía”. Unas palabras que, para Egea Pascual, eran “de rabiosa actualidad”. Con esta afirmación, el concejal del Partido Popular tendía una línea entre aquel año 1919 y el 2019, no por ser el centenario, sino por considerar que sus contextos eran semejantes. Será por tanto necesario que nos acerquemos al reinado de Alfonso XIII para comprender qué objetivo tuvo el monarca a la hora de consagrar su patria al Sagrado Corazón.
Siguiendo al historiador Javier Moreno Luzón en su libro “El rey patriota. Alfonso XIII y la nación”, (2023), en aquel año 1919 la monarquía, el estado español y el orden social se enfrentaban a las corrientes “disgregadoras” territoriales y de clase que amenazaban con romper el statu quo de la España de la Restauración. Hablamos de los pujantes movimientos nacionalistas catalán y vasco, pero también de los movimientos anarquistas y socialistas que aumentaban sus simpatías entre la población. Frente al separatismo y la revolución, la corona buscaba alzarse como la principal garante de la unidad nacional y las jerarquías sociales, haciendo uso para ello del ejército y adoptando posturas ideológicas claramente conservadoras. Una estrategia a la que debía sumarse la exaltación de la fe católica y su vinculación con la patria, la estructura de clases y la monarquía.
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En esta línea, se intensificaron varias iniciativas encaminadas a catolizar las relaciones laborales y la nación española. Por un lado, se impulsó la creación y expansión del catolicismo social y sus sindicatos obreros, que a través del paternalismo patronal, el fomento de la religiosidad y el respeto a la autoridad buscaban que los campesinos y trabajadores se apartasen de “las tentaciones revolucionarias”. Por el otro, la corona inició una serie de conmemoraciones y consagraciones con las que ligar la idea de España y su monarquía a la fe cristiana. Así, en 1918 el día de la Virgen del Pilar se convertía en Fiesta de la Raza, y poco después se coronaba a la Virgen de Covadonga en el decimosegundo centenario de la batalla que habría dado inicio a la “Reconquista”.
La corona inició una serie de conmemoraciones y consagraciones con las que ligar la idea de España y su monarquía a la fe cristiana. Así, en 1918 el día de la Virgen del Pilar se convertía en Fiesta de la Raza
Conociendo por tanto este contexto, podemos entender mucho mejor el objetivo de la consagración oficial de España al Sagrado Corazón y el sentido de las palabras que Jesús Egea Pascual citaba más de cien años después.

El 30 de mayo de 1919, en lo alto del Cerro de los Ángeles, Alfonso XIII daba un discurso con el que pretendía someter todas las realidades del país, tanto políticas como sociales, al “reinado social” de Cristo, concepto ligado a la devoción del Sagrado Corazón desde el siglo XIX. Con sus palabras, el monarca ligaba claramente la unidad territorial de España con “el amor a la Religión” y “su adhesión a la Monarquía”. Altar y trono se presentaban como garantes de la unidad de “Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran […] en la sucesión de los siglos y a través de múltiples azares”.
Altar y trono se constituirían como elementos clave de la supuesta “esencia española” a lo largo de los siglos. La lucha contra el separatismo catalán y vasco quedaba por tanto santificada. Pero también lo sería la lucha contra los movimientos obreros, pues solo la ley divina podría garantizar el “imperio del orden y la paz”, así como impulsar “todo legítimo progreso social”. La religión, y no las corrientes anarquistas o socialistas, era la que los “pobres obreros proletarios” debían seguir para hacer “más suave su vida, más llevadero su trabajo”, garantizando así “la pacífica armonía de las clases sociales”. Frente a estas dos amenazas, Alfonso XIII pedía la bendición para el Ejército y la Marina como salvaguardias de la unidad territorial y el orden social.
El monumento que se alzó en lo alto del Cerro de los Ángeles de Getafe fue también edificado por subscripción popular, recaudando medio millón de pesetas de la época con las que cubrir su construcción y la del convento anexo. Aun así, el acto y el espacio del cerro quedaron marcados por un claro mensaje político con el discurso de Alfonso XIII, recibiendo críticas y quejas de las izquierdas por la falta de una deseable secularización de las instituciones. Fruto de esta significación, la estatua se convirtió en emblema del nacional-catolicismo, siendo objeto de peregrinaciones pero también de ataques violentos que durante la Guerra Civil acabaron por destruirla. Igual que sucedió con Belchite y muchos otros lugares, la dictadura de Franco decidió dejar sus ruinas como testimonio de la “barbarie roja”, construyendo al lado un monumento de mayores dimensiones, visible desde diversos lugares, con el que representar “la recuperación nacional” y la “victoria del reinado de Cristo”.
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A pesar de todas las connotaciones que ha ido acumulando el Cerro de los Ángeles, la conmemoración del primer centenario de la consagración en 2019 quiso apartarse de todas estas lecturas, haciendo de ella un “acto religioso, no político”. Como explica Santiago Navarro de la Fuente en su artículo “¿Termina o se transforma? Un siglo de secularización y religamiento. Del Cerro de los Ángeles a El Rocío” (2019), en comparación con su antecesora, la ceremonia había cambiado bastante. No solo no estaba el Rey, que ahora tenía un “papel constitucional distinto”, sino que también desaparecieron las referencias a las razas y las regiones, a la patria y la corona. La “santa ley” fue sustituida por el “amor revelado de Cristo”. Y sobre todo, la consagración pasó de ser de España a “los católicos españoles”, quienes no buscaban ordenar el país, sino “corresponder con amor” a Jesucristo.
Un cambio sustancial que sin embargo no estaba presente en la intervención de Jesús Egea Pascual en el pleno municipal del 15 de noviembre de 2019. La cita de Alfonso XIII tenía una intención clara: aunque eliminaba la referencia a las razas, seguía manteniendo la idea de unidad de todas las regiones de España bajo el altar y el trono. Para él, “España nuestra nación y Boadilla del Monte nuestra casa, difícilmente se entienden sin el hecho religioso”, ligándolas del mismo modo que había hecho el monarca en 1919 como un culto de “raigambre histórica”.
Para el segundo teniente alcalde, el origen primitivo del catolicismo en el municipio se asentaba en aquel Cerro de San Babilés, un origen sustentado “científicamente”: “hace cientos de años nuestro patrón estableció allí su ermita, tal y como acreditan los historiadores” y “nosotros queremos continuar con la tradición y que el Sagrado Corazón de Jesús se ubique en dicho paraje”. No es por tanto de extrañar que cuando el concejal socialista Vicente Gómez Montanari defendiese que “Boadilla del Monte es una villa con tradición cristiana, judía y musulmana, desde antes de la existencia de San Babilés en el año 715”, la respuesta del entonces primer teniente de alcalde, Javier González Menéndez, buscase restablecer la idea de continuidad católica en el municipio: “Que sí, estuvieron 700 años, pero es cristiana. La tradición de Europa y la de España es la tradición cristiana”.
Del mismo modo, Jesús Egea Pascual buscaba en su intervención reafirmar el peso de la religión católica en el orden social español y occidental: “Nuestra historia, nuestras costumbres, nuestro concepto de familia, nuestros monumentos son muy difíciles de entender si nos separamos del cristianismo”. Una afirmación que partía de supuestos hipotéticos sobre la religiosidad, moral y cultura de la población del municipio, haciendo de Boadilla una localidad hipotéticamente confesional para la que una escultura masiva del Sagrado Corazón sería plenamente representativa. Una idea que contaba además con muy poco respaldo, pues fueron 3.000 personas las que firmaron la solicitud cuando en 2019 Boadilla del Monte contaba en el censo electoral con 36.976 ciudadanas y ciudadanos. En otras palabras, apenas superaba el 8% de la población con derecho a voto, alejándose del “clamor social” del que hablaba el concejal.
Levantar una estatua del Sagrado Corazón en Boadilla del Monte, no es sino un acto de “reconquista católica” del espacio público, dotándole de un significado político explícito al recibir el apoyo del Ayuntamiento
En definitiva, levantar una estatua del Sagrado Corazón en Boadilla del Monte, además de ser problemático por la incapacidad infraestructural del municipio y el descontento que provocaría en parte de la ciudadanía, no es sino un acto de “reconquista católica” del espacio público, dotándole de un significado político explícito al recibir el apoyo del Ayuntamiento. Con este monumento, no solo se pretende responder a las legítimas inquietudes religiosas de una parte de la población, sino que se busca hacer de él un “faro” en plena M-50 con el que reivindicar la supuesta esencia católica de la nación española y del municipio de Boadilla del Monte. Un Cristo monumental con el que defender una visión determinada del país, naturalizando un orden social y un modelo de familia claramente conservadores y católicos. Porque, para muchos, las cosas “siempre” han sido así en el mundo en el que “nos ha tocado vivir”.
En definitiva, levantar una estatua del Sagrado Corazón en Boadilla del Monte, además de ser problemático por la incapacidad infraestructural del municipio y el descontento que provocaría en parte de la ciudadanía, no es sino un acto de “reconquista católica” del espacio público, dotándole de un significado político explícito al recibir el apoyo del Ayuntamiento. Con este monumento, no solo se pretende responder a las legítimas inquietudes religiosas de una parte de la población, sino que se busca hacer de él un “faro” en plena M-50 con el que reivindicar la supuesta esencia católica de la nación española y del municipio de Boadilla del Monte. Un Cristo monumental con el que defender una visión determinada del país, naturalizando un orden social y un modelo de familia claramente conservadores y católicos. Porque, para muchos, las cosas “siempre” han sido así en el mundo en el que “nos ha tocado vivir”.
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Este político de derechas, da por sentado que, si eres cristiano, estarás a favor de la estatua. Y no es así. Igual que puedes ser judío y antisionista, puedes ser cristiano y antiestatua. La presunta tradición cristiana de los ciudadanos de Bohadilla, y la "estatua-parque-de-atracciones", no tienen ninguna conexión.