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República Democrática del Congo
La RD del Congo y Ruanda, mediados por Estados Unidos, firman un acuerdo de paz incierto

“Hoy la violencia y la destrucción acaban y toda la región empieza un capítulo de esperanza y oportunidades, armonía, prosperidad y paz”. Donald Trump anunciaba ante la prensa, el viernes pasado, 27 de junio, el acuerdo de paz entre Ruanda y la República Democrática del Congo (RDC). De esta manera cerraba el último capítulo de un conflicto que, de forma discontinua, ha azotado al corazón de África durante los últimos 30 años.
Flanqueado a ambos lados por los ministros de exteriores de Ruanda, Olivier Nduhungirehe, y la República Democrática del Congo, Thérèse Kayikwamba Wagner, Trump celebraba su capacidad para establecer la paz entre India y Pakistán, Israel e Irán, y estas dos naciones africanas. Una periodista congoleña acreditada en la Casa Blanca, Hariana Veras, mencionó ante Trump que el presidente congoleño, Felix Tshisekedi, le reveló en una entrevista que nominará a Trump al Nobel de la Paz si el acuerdo llega a buen puerto.
Las bases del acuerdo
Desde enero de este año el M23, un grupo armado apoyado por Ruanda según la ONU y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, avanzó y conquistó las principales ciudades de la región del Kivu, en la República Democrática del Congo. Aunque Ruanda niega cualquier vínculo con la milicia, diferentes estudios muestran que las fuerzas armadas ruandesas apoyan al M23. Ruanda justifica su presencia en el Congo como una forma de autodefensa.
Tras el genocidio en el país, una parte de los autores de las matanzas contra los tutsis huyeron hacia el Congo. Allí fundaron grupos armados como las FDLR (Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda), a quien Kigali acusa de preparar una invasión para acabar el trabajo que iniciaron durante el genocidio, en el que fueron asesinadas 800.000 personas en apenas tres meses. Con la justificación de combatir a este grupo en el Congo, el M23 ha abierto un negocio lucrativo de contrabando de minerales hacia Ruanda. Desde el inicio de 2025, Ruanda ha ingresado el doble de dinero por exportaciones de coltán hacia China (50 millones de dólares) que el Congo, pese a que Ruanda tiene muchas menos reservas de coltán que su vecino.
El acuerdo de paz menciona que, para lograr el cese de hostilidades, las FDLR deberán ser “neutralizadas” por el Congo y Ruanda deberá retirarse de la RDC. El M23 apenas sale mencionado tres veces en todo el documento, a la espera de los resultados de otra mesa de negociaciones -mediada por Qatar- entre la milicia y el gobierno congoleño.
Desde el inicio de 2025, Ruanda ha ingresado el doble de dinero por exportaciones de coltán hacia China que el Congo, pese a que Ruanda tiene muchas menos reservas de coltán que su vecino
Por otra parte, el Congo se compromete a repatriar a los combatientes de las FDLR a Ruanda, y esta asegura que trabajará para garantizar la “reintegración social de los desmovilizados”. El acuerdo debería empezar a implementarse durante los próximos 90 días, y en julio se espera que los presidentes de ambos países viajen a la Casa Blanca. Felix Tshisekedi, presidente del Congo, fue el primero en ofrecer a Washington, el pasado mes de marzo, una serie de concesiones minerales a cambio de protección militar.
Se trata de una oferta que la Casa Blanca ha aceptado, si nos guiamos por las palabras de Trump y un artículo publicado recientemente en Financial Times. Trump celebró que Estados Unidos estaba obteniendo “muchas concesiones mineras” como parte del acuerdo. En el artículo, Financial Times mencionaba a Gentry Beach, presidente de inversiones de la empresa America First Global y cercano a Trump, como uno de los inversores de un consorcio interesado en conseguir los derechos de la mina de Rubaya, que produce la mitad del coltán congoleño y es una de las principales fuentes de ingresos del M23. El objetivo, a medio plazo, es que Ruanda y la RD del Congo tengan intereses compartidos en el sector minero; eso sí, bajo la batuta del capital estadounidense.
Una guerra con raíces económicas globales
En Bukavu, una de las ciudades ocupadas aún por el M23, el acuerdo se ha vivido con menos euforia. Peter Hamuli, activista de LUCHA, un grupo prodemocracia de la sociedad civil congoleña, cree que se trata de una resolución imcompleta: “¿Cómo es posible que un acuerdo de paz de este tipo no contemple justicia para las víctimas? Creo que el presidente congoleño quiere malvender nuestros recursos naturales a los Estados Unidos para mantenerse en el poder, en detrimento de la paz para toda la población congoleña".
La entrada de capital occidental al sector minero congoleño ha sido uno de los retos pendientes tanto de la UE como de los Estados Unidos durante los últimos años. Ante el liderazgo de China en el refinado de minerales clave para la transición energética, Occidente quiere recuperar el terreno
Estimaciones del gobierno congoleño cifran en 7.000 los civiles muertos en la región desde el mes de enero. Steward Muhindo, habitante de Goma que se exilió a otro país africano tras el avance del M23, considera que aún no tiene motivos para volver: “Solo volveré cuando el M23 se haya retirado y la ciudad esté bajo la administración congoleña. Ahora mismo, sigue sin parecerme un lugar seguro”, explica este investigador a El Salto.
La entrada de capital occidental al sector minero congoleño ha sido uno de los retos pendientes tanto de la UE como de los Estados Unidos durante los últimos años. Ante el liderazgo de China en el refinado de minerales clave para la transición energética, Occidente quiere recuperar el terreno perdido. Es una disputa que se juega sobre el terreno de la RDC, donde China lleva años de ventaja.
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Ante el vigor de la producción de cobre y cobalto de las empresas chinas, los inversores occidentales en el sector minero congoleño han ido perdiendo peso durante la última década. En el mercado del cobalto, los precios se han desplomado a raíz del aumento de la producción de CMOC, una empresa china. Entre 2023 y 2024 dobló la producción hasta superar las 114.000 toneladas, lo que supone el 40% de la producción mundial de este mineral. Glencore, una empresa británica-suiza, redujo en el mismo periodo su producción hasta las 35.100 toneladas en 2024. En febrero de 2025, los precios llegaron al precio más bajo desde 2003: 21,7 dólares por kilo.
“Por desgracia, parece que no hayamos aprendido de los errores del pasado: dentro de diez años nos encontraremos con una nueva guerra. Si no nos preparamos eficazmente, estaremos prácticamente en la misma situación”
El cobre y el cobalto son las dos grandes fuentes de ingresos por exportaciones en la RDC; y desde el repunte del conflicto en enero, el Gobierno ha decidido restringir las exportaciones de cobalto para conseguir que los precios suban de nuevo. Una decisión lamentada por CMOC, que quiere poder proveer a sus clientes chinos -entre ellos, el fabricante de baterías CATL, accionista de CMOC- y celebrada por Glencore, que quiere conseguir precios más altos. El acuerdo de paz, mediado por Estados Unidos -y a la espera de lo que suceda en Qatar- abre la puerta a la entrada del capital estadounidense en la zona. El objetivo parece claro: se quieren crear cadenas de valor con actores alejados de Pekín.
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Peter Hamuli es consciente del peso que el Congo tiene en la geopolítica del futuro, y lanza un grito de alerta: “El mundo debe entender que los congoleños mueren por estos minerales”. Steward Muhindo, de 32 años, ha vivido en este conflicto desde que nació en Rutshuru, en la zona oriental del país. Ha recorrido toda la región, estudiando, trabajando y cambiando de ciudad a medida que diferentes grupos rebeldes iban ocupando los sitios donde vivía. Este acuerdo de paz le coge viviendo en el exilio, y no es muy optimista: “Por desgracia, parece que no hayamos aprendido de los errores del pasado: dentro de diez años nos encontraremos con una nueva guerra. Si no nos preparamos eficazmente, estaremos prácticamente en la misma situación”.