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Consumismo
Hiperconsumo al borde del precipicio (2). Derroche energético y contaminación de las luces navideñas
En la primera parte de esta serie de dos artículos partíamos del final de la película “Thelma y Louise” (Ridley Scott, 1991) comparando el decidido y consciente “Sigamos adelante” de las dos protagonistas que les lleva al suicidio, con la ceguera de una sociedad de hiperconsumo que se dirige velozmente al desastre de todos los desastres. Hacíamos después un breve repaso a la acumulación de noticias sobre desabastecimientos y subidas de precios de todas las energías, como anuncio de algo de lo que los grandes medios se niegan a comentar, el descenso energético en el que estaríamos ya embarcados, con el telón de fondo de la contradición radical del crecimiento indefinido del capitalismo en un planeta finito y ya lleno. Sería como el crecimiento del cáncer en un organismo, en el que, si no lo elimina antes, solo se detiene cuando acaba con el ser que ocupa.
En cualquier caso, la sociedad de hiperconsumo de masas habría tocado fondo, dejando abierto el camino para el retroceso, crisis sistémica o colapso. En nuestras manos está encauzarlo hacia situaciones de sostenibilidad y justicia acompañadas de nuevos valores y alternativas al modelo de felicidad que nos han fabricado los medios y la publicidad.
La paradoja de Jevons o por qué a más eficiencia de un recurso, más consumo del mismo
Wlliam Stanley Jevons (1835-1882) descubrió que a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso, es más probable un aumento del consumo de dicho recurso que una disminución. Esto implica que la introducción de tecnologías con mayor eficiencia energética pueden, a la postre, aumentar el consumo total de energía (Wikipedia).
La teoría fue formulada al estudiar el impacto de la máquina de vapor de Watt, que hacía muchísimo más eficiente el uso energético del carbón. Al disminuir los costes de producción, se incrementó la demanda del recurso.
Los ejemplos actuales de esta paradoja, que podemos llamar también efecto rebote, los vemos por doquier: desde el consumo de agua al de combustibles fósiles.
No será pues la tecnología la que nos salve del callejón sin salida en el que nos hemos metido, y mucho menos si no va acompañada de lo esencial: un replanteamiento radical de nuestro modelo de consumo impuesto por la dictadura del mercado y la violencia simbólica de la publicidad.
Un ejemplo meridiano de la paradoja de Jevons lo tenemos en el consumo de electricidad para la iluminación. El enorme salto en eficiencia lumínica de los LEDs no se ha traducido en general en una reducción del consumo, sino en un incremento de la iluminación. De hecho la contaminación lumínica mundial crece un 2,2% anualmente, entre otras razones por el magnífico rendimiento de los LEDs. Y es asimismo el argumento utilizado por alcaldes iluminados que han encontrado en las luces de Navidad un reclamo para atraer visitantes a sus ciudades.
Efectos de la contaminación lumínica en calles y carreteras
Las luces de Navidad solo son un epítome del despreocupado derroche energético al que asistimos en la iluminación de todos nuestros pueblos y ciudades en calles, plazas, carreteras y lugares que antes no iluminábamos. Como los LEDs gastan menos energía, en lugar de ahorrar, incrementamos la iluminación.
Además de las emisiones de CO2 que se producen desde la producción de electricidad hasta la fabricación y transporte, sin olvidar que los LEDs utilizan materiales muy escasos como el galio y el indio, las luces de nuestras ciudades impiden la descomposición del mayor contaminante del aire de las ciudades, el óxido de nitrógeno, y a esto se añade una contaminación que muchos no tenemos en cuenta, que no se percibe como tal, pero que afecta de forma importante a la flora y la fauna: la creciente contaminación lumínica.
Los efectos contaminantes de la sobreiluminiación se ven incrementados en numerosos países, entre ellos el nuestro, por el uso del color blanco, en lugar del anaranjado que producían las lámparas de sodio. Aunque la tecnología LED permite utilizar cualquiere tipo de color, se ha optado de forma generalizada por el blanco azulado por su mayor facilidad de dispersión, con el resultado de mayor sensación de resplandor. No se ha tenido en cuenta que la luz azulada tiene un impacto mayor sobre las poblaciones de insectos y de algunas aves nocturnas, y en general sobre buena parte de los vertebrados y sus ciclos circadianos, los que nos dicen cuándo dormir o estar despiertos.El epítome de la ceguera social: la iluminación navideña de nuestras ciudades
Y en esto que nos llega la Navidad y todos estos datos se disparan: gasto energético, contaminación lumínica y efectos sobre la salud de todos, animales, plantas, humanos. Nada parece importar, ni el descenso energético, ni el aumento de la contaminación, ni el desaforado consumismo que, como veremos, fomenta la sobreiluminación.
Transparentia Navidad, una iniciativa de Newtral.es, ha elaborado un mapa de los gastos de los ayuntamientos en las luces de Navidad de este año 2021. Otros medios se han hecho eco de estos gastos sin ir más allá del hecho en sí, y subrayar el valor simbólico de lo que puede entenderse como una huida consumista hacia adelante.Ni la llamada a dejar de cavar nuestra tumba del Secretario de la ONU en la COP 26 de Glasgow, ni los informes cada vez más alarmantes del IPCC, ni el creciente déficit de energía, ni las informaciones que nos llegan de todos los rincones del mundo hacen mella en el populismo suicida de las alcaldías de ciudades como Vigo o Madrid, pero también Málaga, Sevilla, Gijón, etc., que se han lanzado a una competición descerebrada y suicida.
El llamado “efecto Vigo” ha vuelto de nuevo este año después del parón del Covid lanzando de nuevo una competición obscena y descerebrada. Se trata de ver quién las saca antes y las tienen más grandes y más tiempo. Vigo se adelantó un mes encendiendo el 20N (¡ay qué fecha!), Madrid el 26, y otras muchas ciudades antes de terminar noviembre. La consultora especializada Smartlighting calculaba en 2019 un incremento del alumbrado festivo de más del 40% con respecto al año anterior. Los casos más llamativos, por haber aumentado su inversión de forma importante, eran Córdoba (+73%) , Zaragoza (+300%), así como Madrid (+27,7%) y Barcelona (+20%). Parece que no hemos aprendido nada con la pandemia, y queremos volver a aquellas cifras cuanto antes.
Si ya la contaminación lumínica generalizada en nuestras ciudades y carreteras impacta muy negativamente sobre la fauna y la biodiversidad, este plus desmedido en calles y escaparates tiene una función emocional muy importante: “A mayor intensidad y distribución direccional —especular— de la iluminación parece incitar emociones que implican acción o exaltación, como diversión —juego, deportes— o fascinación, mientras que a menor intensidad y cualidad difusa el mensaje lumínico parece ir hacia emociones de afectividad tanto en el sentido positivo como negativo, por ejemplo el miedo o el cariño.”
También lo saben muy bien los criadores de pollos, que utilizan las luces adecuadas para aumentar el consumo de pienso para crecer más rápido y poner más huevos. El Roto lo refleja muy bien en muchas de sus viñetas sobre el consumo navideño.
Ceguera de nuestros políticos y ceguera ciudadana
Cuando las alcaldías de estas ciudades en competencia por las luces navideñas entran en estos despilfarros energéticos no lo hacen al tuntún. Lo hacen porque conocen bien la eficacia económica y emocional de la hiperiluminación antes señalada. En su horizonte está el corto plazo de los ciclos electorales, no el medio y largo plazo de las duras políticas que exigen el descenso energético y el caos climático. Saben además que quitarse la venda y mostrarle a sus vecinos la dura realidad significa su suicidio político. ¿Para qué entonces amargarles la vida con una dura realidad que se suma al sufrimiento de la pandemia?, ¿quién se atreve a decir que hay que ir pensando en otras fiestas más austeras y menos comerciales? Aunque no han faltado protestas contra el derroche de la sobreiluminación, ya se encargan los grandes medios de castigar los tímidos intentos de austeridad.
Como en los salones de un Titanic sobreiluminado por luces y pantallas, los vecinos necesitan que alguien les ayude a salir de la distracción permanente y del confortable aturdimiento del hiperconsumismo, y saber que es inevitable ya el choque con el iceberg, que hay que ponerse rápido a fabricar barcas para todos.
¿Quién se atreverá a hacer esto más allá del reducido grupo de los alarmados científicos del clima y de esos aguafiestas que son los ecologistas?. A lo peor será la propia realidad la que termine por poner las cosas en su sitio y todos tengamos que remangarnos para evitar el desorden y el caos. Será una tarea mucho más costosa y con menor garantía de éxito.