Coronavirus
Estudiantes en primera línea o cómo la enfermería llegó exhausta a la pandemia

Estudiantes de enfermería en primera línea de lucha contra el covid-19 cuentan cómo enfrentan sus miedos en condiciones poco favorables. Su generosidad no tapa la crisis de un sector que ha llegado agotado a la pandemia.

Sanitarios del hospital Jiménez Díaz en Madrid
Jóvenes sanitarias dan ánimos desde la ventana de un hospital. Álvaro Minguito
19 abr 2020 06:15

“De mis pacientes solo había un candidato a UCI, los demás no tenían esperanza”. María repasa el drama de su trabajo con el aplomo de una enfermera curtida, pero lo cierto es que firmó su primer contrato profesional hace tres semanas. A sus 22 años, esta barcelonesa es una de las estudiantes que trabajan en primera línea contra el covid-19 asumiendo funciones para las que difícilmente están preparadas. En su situación hay 222 estudiantes de enfermería en Catalunya, según datos de la Generalitat. Todas reciben un curso acelerado de cómo colocarse el traje de buzo y dedican una jornada a coger ritmo con su enfermera de referencia. Luego trabajan con más o menos autonomía en función de las prácticas que traigan acumuladas.

María hizo prácticas en el Hospital del Mar, ya la conocían, de modo que le dieron plena libertad al asignarle ocho pacientes con coronavirus. Los atendió varios días en turnos de 12 horas; preparaba la medicación y la administraba, pasaba consulta con los médicos, vigilaba el patrón respiratorio y en ocasiones se llevaba algún susto. “Todos mis pacientes llevaban respiración mecánica y tenían la saturación bastante baja, algunos por debajo de setenta”, narra. “Cuando empeoraban veía que la situación me quedaba grande, pero las compañeras más expertas enseguida me echaban un cable. Saben que somos estudiantes y agradecen que arrimemos el hombro. Yo entiendo que puede ser arriesgado, pero quiero ayudar”, afirma.

Después de varias jornadas, María fue reubicada en un hospital de campaña habilitado en la pista polideportiva Clarir Maritim, aledaña al Hospital del Mar. Entre las 72 camas para enfermos estables —en los tres últimos días de seguimiento— coincide con su compañera Judit, de 21 años, otra estudiante contratada durante el estado de alarma. “Yo en este hospital me he sentido por primera vez independiente, ya no tengo que seguir a ninguna enfermera para hacer mi trabajo”, cuenta Judit. “Cuando me llamaron tuve miedo por el virus y por la poca formación que nos dieron, escuchas cosas en la tele, ves que hay poca protección… El primer día iba en el coche cagadísima, pero la práctica termina borrando esa sensación”.

Trabajan días alternos en jornadas de 12 horas y dedican los días libres a las prácticas de universidad: su contrato laboral supera las horas exigidas en las prácticas, pero su escuela de enfermería no les convalida los 15 créditos

Ambas estudiantes trabajan días alternos en jornadas de 12 horas y dedican los días libres a las prácticas de universidad. Su contrato laboral supera las horas exigidas en las prácticas, pero su escuela de enfermería no les convalida los 15 créditos. “Cada semana tenemos que hacer un trabajo sobre coronavirus. Esta semana nos han hecho ver la película de Contagio y hacer un resumen de 2.000 palabras. La semana que viene esperamos algo peor”, lamenta Judit.

Cada universidad tiene autonomía en este aspecto y las que deciden no convalidar las prácticas se aferran a la voluntariedad de las mismas. Nadie les obliga a trabajar, de modo que el plan académico —según esa lógica— tiene que seguir su curso. Una postura difícilmente defendible. “Nosotras entendemos que las compañeras con contrato deben obtener esa convalidación”, reivindica Alicia Andújar, presidenta de la Asociación Estatal de Estudiantes de Enfermería, “pero quienes no trabajan tienen que disponer de soluciones reales: hay estudiantes que viven con personas de riesgo, en autonomías sin demanda o que simplemente no se ven preparadas para afrontar este desafío. También ellas han de tener la oportunidad de acabar el curso”, afirma Andújar.

Junto a la convalidación académica, hay una segunda polémica relacionada con el salario que perciben las estudiantes recién integradas en el mercado laboral. Ciertamente su implicación es voluntaria, pero esta condición no las aleja del hecho de estar cubriendo una necesidad urgente. Pese a que cobran alrededor de 900 por ser “auxilio de apoyo sanitario enfermero”, una figura creada ex profeso para descongestionar las enfermerías, en la práctica realizan labores de mayor responsabilidad. Y en esa brecha entre norma y necesidad se esfuma medio salario. En ese sentido no siempre se está escuchando a los organismos del ramo, asociaciones y sindicatos cuando piden que las estudiantes sean —de verdad— apoyo y permanezcan lejos de las “zonas sucias”.

Un síntoma

El empleo de estudiantes sería anecdótico o tomado como un gesto de valentía si no fuera un síntoma de la profesión. “Estamos contratando a alumnas porque las cosas no se han hecho bien”, opina Maria Àngels Rodríguez, portavoz de la Federación de Sanitat de CC OO de Catalunya y enfermera en el Hospital Josep Trueta de Girona. “Obviamente ahora es un mal menor, también tenemos a gente sin permisos y sin poder conciliar, pero todas esas medidas se toman porque las bolsas de trabajo están agotadísimas. En la bolsa del Instituto Catalán de Salud no queda una sola enfermera disponible”, afirma Rodríguez, que sitúa el problema en la destrucción de empleo y la fuga de talento al extranjero.

“Estamos contratando a alumnas porque las cosas no se han hecho bien”, opina Rodríguez. “Todas esas medidas se toman porque las bolsas de trabajo están agotadísimas”

Con una pandemia encima es difícil ver la debilidad del sector, pero las instituciones y organismos enfermeros lo venían avisando desde hace años: no podemos seguir así. “Las enfermeras tenemos un trabajo muy precarizado con contratos de mucha variabilidad”, explica Paola Galbany, presidenta del Colegio de Enfermeras y Enfermeros de Barcelona. “Empezó con la crisis y tuvo sus consecuencias: de 2009 a 2014 hubo mucha migración y a partir de entonces ha habido un importante abandono de la profesión” detalla Galbany, que el año pasado publicó un estudio analizando ambas tendencias. “Todo esto supone que España es uno de los países con las ratios más bajas de la OCDE de enfermera por habitante —5.74 por cada 1.000 habitantes —y, en consecuencia, el margen de maniobra es ajustado para actuar frente a situaciones como la que estamos viviendo”, detalla.

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España destina a Sanidad el mismo porcentaje del Producto Interior Bruto que hace una década. Tiene menos plazas en hospitales disponibles que todos los países de su entorno y menos personal de enfermería. La crisis del coronavirus ha puesto de relieve años de recortes en el sistema público de salud.

Esa precarización se concreta en condiciones extremas de estrés e incertidumbre: contratos de un día o de unas horas, destinos por decenas en un solo mes, jornadas maratonianas, noches en vela, fines de semana sin ver a la familia, bocados constantes al sueldo, pacientes mosqueados por las esperas infinitas y ratios de enfermera/paciente que añaden ansiedad a la ecuación. El resultado de recortar unos 7.600 millones en gasto sanitario durante la última década. El tipo de política que bifurca el futuro en dos vías: oposición o deserción. El año pasado se convocó una macro OPE de estabilización laboral y acudieron más de 140.000 enfermeras de las 307.000 actualmente colegiadas. Es decir, casi la mitad de las enfermeras carecen de estabilidad. Muchas de las que no saquen plaza terminarán abandonando la bolsa sectorial.

El coronavirus ha disimulado momentáneamente un déficit asistencial evidente en un país envejecido con más pacientes crónicos que agudos y más necesidad de cuidados que de curas. La urgencia lo ha trastocado todo, el tipo de atención requerida y el acceso natural de las enfermeras al mercado laboral. Cuando los hospitales respiren y el virus pierda terreno, ¿seguirán contando con ellas? “Depende un poco de las autonomías, pero normalmente al salir de la carrera tenemos trabajo garantizado —explica Alicia Andújar—, nos contratan para cubrir las vacaciones de verano y luego en septiembre no sabes dónde acabas ni en qué condiciones. Últimamente hay muchos jóvenes que se van a los países nórdicos, ganan dinero, ahorran y vuelven para meterse en la rueda de la precariedad”. Hasta la siguiente emergencia sanitaria.

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