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Coronavirus
Lecciones del confinamiento: la vivienda
Cuando termine el Estado de Alarma podremos ver, en su auténtica dimensión, las consecuencias físicas, psicológicas, sociales y económicas en el conjunto de la población debidas, entre otras razones, al habitáculo del confinamiento.
Uno de los mantras del liberalismo es que el Mercado regula sabiamente la economía en sus diversas actividades y producciones. Es decir: la Oferta y la Demanda son sabias e infalibles y, por lo tanto, son quienes deben regir los trabajos, contratos, estudios y formación en general y, en consecuencia, se debe legislar en función de tales principios.
Así, los autodenominados liberales se apropian del término libertad, que no del concepto, pues solamente les vale en cuanto les es útil. Es habitual comprobar la frecuencia con la que ponen en práctica el concepto de “privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas”. Todavía está reciente el rescate bancario realizado en medio de la inicial y posterior actitud depredadora de dichas instituciones. Primero concedieron créditos hipotecarios leoninos, sin las garantías pertinentes, y posteriormente ejecutaron los desahucios propiciados por su incompetencia. Y como ese caso podríamos citar otros muchos; unos en favor de las empresas constructoras, como el de las autopistas radiales o el proyecto Castor y, otros, con la privatización de los servicios básicos mientras les resultan rentables, solo por citar aquellos que han supuesto unas pérdidas de miles de millones para el conjunto de los ciudadanos y un enriquecimiento sin riesgo para los beneficiarios.
En los últimos años, tras la burbuja inmobiliaria de las hipotecas, se produjo la de los alquileres, después de vender a los fondos buitres −a precio de saldo− las viviendas en poder de instituciones y bancos, permitiendo la conversión de residencias habituales en apartamentos turísticos, por su mayor rendimiento económico, con un control mínimo de la Administración debido a la excesiva condescendencia con el sector. Las consecuencias sobrevenidas: encarecimiento del alquiler residencial, desahucios de alquilados, infraviviendas por la carestía generalizada y la gentrificación del centro de las ciudades por la turistificación, por señalar algunas de ellas.
Según el liberalismo capitalista, si alguien estaba dispuesto a pagar una cantidad abusiva por un cuchitril de escasos metros cuadrados, sin iluminación ni ventilación natural, o muy escasa en el supuesto de que la hubiere, significaba que ese antro lo valía
Como dijo aquel que fue vicepresidente, ministro de economía y director del Fondo Monetario Internacional, antes de terminar en la prisión de Soto del Real: “es el Mercado, amigo”.
Con esos principios básicos, ni siquiera un gobierno socialdemócrata osaba regular o exigir el cumplimiento de alguno de los aspectos más elementales: ni sobre las condiciones dignas de habitabilidad de la vivienda, ni la limitación o regulación de los precios del alquiler o ampliación de los plazos de los contratos, etc. Según el liberalismo capitalista, si alguien estaba dispuesto a pagar una cantidad abusiva por un cuchitril de escasos metros cuadrados, sin iluminación ni ventilación natural, o muy escasa en el supuesto de que la hubiere, significaba que ese antro lo valía. Y en ese contexto se nos ponían los pelos de punta al ver los anuncios de los portales inmobiliarios, con las ofertas de “propuestas habitacionales” y sus precios desmedidos. Todo ello en un país en el que todavía existe un importante remanente de viviendas vacías, excedentes de la burbuja inmobiliaria, con el que las administraciones públicas tenían una oportunidad dorada para crear un importante parque de vivienda pública de alquiler que pudiera contribuir a regular el mercado. Era el Mercado, amigo.
En realidad, los socialdemócratas, bajo una capa de presunto ateísmo, también eran fervientes creyentes en el Dios Mercado.
A raíz de la Revolución industrial ya se planteó el problema de la vivienda, desarrollado en profundidad, sobre todo, durante el siglo pasado en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna de 1929 y 1930, en los que uno de los principales temas de trabajo fue el de la vivienda racional para la clase trabajadora y sus condiciones mínimas de habitabilidad. Posteriormente, en nuestro país, se hicieron diversos reglamentos para regular esas condiciones mínimas, llegándose a dar la paradoja de que las condiciones de habitabilidad establecidas para las viviendas de protección pública suponían una mayor calidad que las determinadas para las viviendas libres. Otra cuestión era su ejecución. Por lo que se ha podido comprobar, a la vista de las ofertas en los portales inmobiliarios todas esas determinaciones han sido vulneradas por el neoliberalismo, con el apoyo y la inacción de los poderes públicos, que esperaban que al dios Mercado le saliera de las gónadas regular el derecho constitucional a una vivienda digna (art. 47 de la Constitución Española).
Cuando la burbuja del alquiler llegaba a su cénit, y las infraviviendas que se ofrecían alcanzaban el culmen de la ignominia, entonces, atacó el coronavirus
Y así ha funcionado el sistema, ya que en las circunstancias habituales de la vida, la dinámica cotidiana absorbe nuestro tiempo y gran parte del día estamos fuera de nuestro domicilio. Entonces, esas infraviviendas, aunque pudieran ser difícilmente tolerables, al fin y al cabo, era lo que había, lo que el dios Mercado permitía.
Cuando la burbuja del alquiler llegaba a su cénit, y las infraviviendas que se ofrecían alcanzaban el culmen de la ignominia (había especuladores que proponían “soluciones habitacionales” consistentes en un nicho de una superficie de dos a tres metros cuadrados y una altura de 1,5 metros), entonces, atacó el coronavirus. Se produjo la nueva plaga bíblica, la pandemia tantas veces pronosticada por los distópicos. Ante ello, los gobiernos del Libre Mercado, tras muchas dudas −por eso de que lo importante es la Economía− ordenaron la reclusión indefinida de todos los ciudadanos en sus hogares. Bien es cierto que establecían plazos concretos, para irlos ampliando sucesivamente, sin que nadie supiera cual iba a ser el tiempo definitivo. Al confinamiento en los domicilios se añadió la necesidad, en muchos casos, de recurrir al teletrabajo o a la formación a distancia de los alumnos.
Entonces se vio la importancia de una vivienda con unas condiciones mínimas de habitabilidad. Una vivienda con una superficie mínima imprescindible por persona; con iluminación y ventilación natural suficiente; a ser posible soleada y con vistas al exterior; con posibilidad de espacios de aislamiento para cada una de las personas que en ella habitan y con ámbitos aptos para realizar esos trabajos o estudios a distancia; a ser posible con un resquicio de salida al exterior en forma de terraza o balcón, donde poder tomar un mínimo de sol y salir a aplaudir para no sentirse solo al interactuar con otros reclusos. Una vivienda en la que se pudiera aislar a uno de los miembros, por estar infectado, y carecer de cama hospitalaria.
Pero cuando llega una plaga siguen existiendo las clases sociales y así, por supuesto, los sumos sacerdotes del dios Mercado y los que decidieron el confinamiento de toda la población tenían en sus residencias todas esas condiciones antes citadas, incluso incrementadas con uno o varios baños por persona, amplios espacios al aire libre, jardines, piscinas, gimnasios, etc. Esa no ha sido la situación de la población en general, ya que la mayoría de las familias comparten entre varios miembros, en el mejor de los casos, una vivienda de 75/80 m2, con un solo baño y unas condiciones de habitabilidad, en su conjunto, ciertamente precarias.
Cuando termine el Estado de Alarma podremos ver, en su auténtica dimensión, las consecuencias físicas, psicológicas, sociales y económicas en el conjunto de la población debidas, entre otras razones, al habitáculo del confinamiento. Fue el Mercado, amigo. Si realmente existiera la Justicia, debiéramos poder ver a esos promotores de los nichos residenciales, y a los sacerdotes y monaguillos del dios Mercado, pasar la cuarentena en una de sus “soluciones habitacionales”. Pero que no se preocupen, no solo no va a suceder, sino que todo volverá a ser normal cuando la pesadilla termine. Será el Mercado, amigo.
(1) “Rato: «¿Esto es un saqueo? No, es el mercado, amigo»”; ABC 10-1-2108
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Para hablar de liberalismo quizá el primer paso es saber qué es liberalismo. Los ejemplos utilizados para deducirlo sólo dejan a las claras el nulo conocimiento que, sobre el liberalismo muestra el autor.
Me gustaria creer que después de esta experiencia colectiva global, seremos conscientes de que somos una sociedad de personas, de ciudadanos, y que rechazaremos de una vez al neoliberalismo, al mercado salvaje, y que sabremos poner el interés humano por encima de el del capital. Si, ya lo sé:
soy un ingenuo y un sentimental.
Buena reflexión, espero que después de esta criris sepamos reaccionar y cambiar para mejorar todo esto