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Coronavirus
No esenciales: quiénes son y para qué sirven en mitad de una pandemia
El covid-19 nos obliga a preguntarnos qué es esencial, una pregunta-bomba porque permite impugnar el propio sistema. Diferentes trabajadoras y trabajadores y también la autora de este texto se preguntan para qué sirven. Y también qué pasa si no sirven para nada.
Hay días en los que me he levantado y me he preguntado para qué sirvo yo en esta casa. Me he quedado sin una parte importante de trabajos que implicaban presencialidad. Me miro al espejo, confinada desde hace más de cuarenta días, y a veces siento cómo se agarrotan mis palabras y mis manos. Ya no sé qué era y no tengo muy claro qué soy. Pero, sobre todo, me pregunto qué hago. Qué hago ahora. Qué haré luego. Incluso, si la prensa es esencial, ¿se supone que yo también lo soy solo por eso? ¿Debería dedicarme a otra cosa? ¿Acaso debo servir de algo?
Pregunto en Twitter para qué servimos y me contestan.
Para poco.
Para pensar.
Para echar el rato
Para definir por contraste a los esenciales, para aplaudir, para desarrollar la superestructura, para cuidar, para producir y luego consumir. Para hacer bulto, para mantener el capitalismo, para enriquecer a los no esenciales ricos.
Para hacer memes.
Elena —nombre ficticio— tiene 23 años y trabaja en una pequeña agencia comunicación y eventos, concretamente en el departamento de moda. “En mi ofi siempre hacemos coñas de que vendemos humo y que nuestro trabajo no existe, y ahora que nos han eliminado la parte más tangible y que la mayor parte de las marcas están con ERTEs, más que nunca siento que estoy dedicando esfuerzos a absolutamente nada”, me cuenta.
Por su parte, Rebeca —también nombre ficticio— tiene 35 años y trabaja en gestión de pedidos online. Desde que se levantó el confinamiento total el 13 de abril, ha vuelto a trabajar en la oficina. Su sensación, desde casa y ahora desde fuera, es parecida: “Cada día que teletrabajaba, me levantaba a las ocho de la mañana y encendía el mail y no sabía qué estaba haciendo o para qué”.
En su caso, no es por falta de trabajo, pues en realidad las ventas por internet se han disparado desde el inicio del confinamiento. El hastío que sentía era de una naturaleza distinta: la gente seguía comprando cremas dermoestéticas y exfoliantes y tratamientos de belleza. “Y yo no entendía nada, pero a la vez quería mantener mi trabajo”.
Gema, que tiene 25 años y trabaja en comercio online, me dice: “¿Para qué servimos los no esenciales? Para ir a trabajar igualmente”
Comparte en cierto modo algo de lo que comenta Gema, de 25 años y que también trabaja en un departamento de gestión de pedidos online. “La gente compra mucho por internet cosas que ahora mismo de verdad no son necesarias”, me dice. En su caso, es una empresa familiar de veinte personas que se dedican a la venta de joyas. Ella fue de las primeras que reclamó teletrabajo durante la crisis. “Mi jefe me llamó diciendo que si iba con mascarilla mejor me quedase en casa porque lo único que haría sería alarmar a mis compañeras, así que me quedé en casa, pero tenía miedo de que me echaran”, explica.
Desde que se levantó el confinamiento total, ha vuelto al trabajo algo preocupada porque su padre es población de riesgo y vive con él. Y me dice, rabiosa: “No creo que nadie necesite ahora mismo unos pendientes nuevos… ¿Para qué servimos los no esenciales? Para ir a trabajar igualmente”.
UNA BOMBA
“Yo creo que lo que está ocurriendo en estos momentos tiene que ver con el hecho de preguntarse qué es esencial; esto es una bomba, esto no ha ocurrido nunca”, explica el filósofo Santiago Alba Rico, quien cree que esta cuestión, lo que es y no esencial, es en sí misma “subversiva”. Para el capitalismo, explica, “todo es esencial, nada le sobra, ni siquiera los que sobran, hasta el remanente es necesario”, afirma. Alba Rico explica que incluso la economía más ortodoxa asegura que el capitalismo no puede permitirse menos de un 3% o 4% de paro. “El concepto de lujo no existe para el capitalismo porque no hay nada que sea un lujo; hace falta, en efecto, una excepción como esta para ver el capitalismo en escala humana y, en una escala humana, es obvio que un Ferrari no es necesario. Ahora descubrimos cuántas cosas que creíamos que tenían un valor y no la tienen”.
Decido extender la pregunta de para qué servimos a Instagram y responde Vega, quien trabaja de directora creativa y dice que nunca antes en su vida se había sentido tan “superficial”. Desde que todo esto empezó, le parece “absurdo” su trabajo y se ha planteado hasta cambiar de profesión: “Van pasando los días y va perdiendo sentido, cuando ya tienes todos tus archivos organizados, tu espacio de trabajo perfecto… empiezas a pensar qué sentido tiene y qué aportas como individuo, para qué te has levantado a las siete de la mañana”.
Desde que empezó la pandemia, con rodajes parados y marcas con presupuestos cada vez más raquíticos, ha perdido mucho trabajo. Comparte conmigo un pensamiento recurrente: “Me imagino una crisis extrema donde hubiera problemas para conseguir alimentos y absolutamente nada de lo que he estudiado o de la experiencia que he ganado trabajando en estos años no me vale para nada, no hay facultades transferibles que sirvan de ayuda. Nada. Es una zona muy gris de mi autoestima”.
Alba Rico sugiere ampliar los términos de la pregunta: sería muy bueno, dice, que cuando nos preguntamos si somos irrelevantes nos cuestionáramos también “para quién y qué es lo que yo hago que no necesita el mundo”. “Esa reflexión ya te lleva a una más profunda que tiene que ver con la autosatisfacción, la realización personal”, explica.
En el marco de una sociedad capitalista, el trabajo es una forma de socialización y prestigio, dota al individuo de un sentido. Por eso es tan frecuente que en una fiesta o en una reunión con desconocidos una de esas preguntas típicas para romper el hielo sea, de forma casi segura, el clásico “¿de qué trabajas?” o “¿qué has estudiado?”, como si esa información pudiera avisarnos sobre si nos lo pasaremos bien bailando con esa persona, o si podremos tener una charla agradable.
Incluso, el desempleado carga con el estigma de que algo habrá hecho mal para estar en esa situación. El capitalismo neoliberal Mr. Wonderful está en todos los lados: en las tazas de café, pero también en el último tweet de Rosalía: “Si eres real, las cosas vienen hacia a ti”. En última instancia, esta propaganda es efectiva, nos bombardea con la idea de que el individuo es responsable si no logra emplearse en una sociedad llena de eslóganes y oportunidades. Será que no se habrá esforzado bien. Será que no es lo suficientemente proactivo. En versión cuarentena: “Saca lo mejor de ti mismo; debilidad versus oportunidad en tiempo de crisis”.
“Pero, claro, lo que es esencial es la gente que sobra, que se sienta inútil. Esa es una necesidad para el capitalismo: que haya gente que esté en paro o que viva en condiciones muy malas. En términos de reproducción ideológica es una lógica muy beneficiosa porque tiene que ver con el hecho de que uno se atribuye a sí mismo la culpa, la responsabilidad. Desde el primer momento en el que tú identificas la decisión del capitalismo de declararte inesencial como algo que te pertenece de manera inalienable, tú estás aceptando ser una función del capitalismo, aunque sea una función muy triste”, apunta Alba Rico.
Otra cuestión es si consiguiéramos atribuirnos un valor con independencia de si se me pagan un salario o no, o si el capitalismo me requiere o no me requiere. “A partir de esa autovalorización podríamos impugnar el capitalismo. No es nada fácil, pero eso es lo importante”.
Casi ninguna de las fuentes anteriores quiere revelar su nombre porque la sola idea de exponerse como trabajadores desmotivados supondría un riesgo para el empleo aunque realicen sus tareas de forma eficaz
Casi ninguna de las fuentes anteriores quiere revelar su nombre, y ese detalle también me parece significativo. La mayor parte de ellos están realizando sus tareas eficazmente, pero la sola idea de exponerse como trabajadores desmotivados supondría un riesgo para el empleo. Esta también es una característica típica del trabajo en la actualidad: al contrario de lo que sucedía en el fordismo, donde el obrero se limitaba a reproducir de forma mecánica un trabajo; ahora al empleado se le exige llevar las emociones al trabajo, ser entusiasta y positivo, como argumentan Remedios Zafra en su ensayo El entusiasmo (Anagrama, 2017) y también Mark Fisher en Realismo capitalista (Caja Negra, 2016) en el que analiza las consecuencias para la salud mental de los trabajos en el tardocapitalismo en los que ya no existen estructuras tan rígidas —fichar a una hora determinada, realizar una tarea específica—; ahora, se suman las obligaciones también morales: “En un mundo en el que se espera de nosotros que podamos responder un e-mail de trabajo casi a cualquier hora del día, el trabajo ya no se limita más a un lugar o un horario”.
La angustia se intensifica. No solo teletrabajamos desde casa, ahora también sentimos hasta la obligación de contestar al WhatsApp de trabajo a una hora intempestiva y con emoji feliz. Versión cuarentena: Ya que estoy, curro. Total, no me cuesta nada.
DE QUIÉN ES EL PRIVILEGIO
Sigo diario de confinamiento de la escritora Cristina Morales y no puedo evitar escribirle por WhatsApp para preguntarle cómo está y si ella se considera o no esencial. Al rato me contesta. Me envía un mensaje muy largo y una canción de uno de sus principales referentes, Manolo Kabezabolo, ya sé que su respuesta va a ser como un dardo directo a la cabeza.
Otro de los aspectos que apuntan algunas de las fuentes contactadas tiene que ver con la sensación de que todo lo estudiado no servía para nada. En ese sentido, Montse Santolino, periodista y trabajadora en LaFede.cat, la federación de organizaciones por la justicia global, me da su punto de vista, aunque me advierte de que igual no me sirve para el reportaje. Ella sí cree que la información con perspectiva social es esencial en tiempos como estos, de “desorientación total”. Para Santolino, eso sí, esta crisis ha supuesto una cura de humildad. “Toda la gente que tenemos carreras y que hacemos tareas de, digamos, capitalismo cognitivo intelectuales, aunque seamos unos precarios de mierda, continuamos pensando que merecemos ganar más dinero que la que limpia el culo de mi madre en la residencia. Y es así, íntimamente lo creemos así. Esto me parece una cura de humildad”.
Santolino cree que hay algo de justicia poética en los lugares en los que nos ha colocado esta crisis
PUNTO DE RUPTURA
El sociólogo y reportero de investigación Bernard Lefkowitz hizo en la década de los setenta una investigación sobre el desempleo voluntario, es decir, personas que en algún momento de sus vidas habían tomado la decisión de tomar un descanso del trabajo o reducir su número de horas. En términos marxistas, personas que habían logrado superar el reificación, que tiene que ver con la alienación y el fetichismo de la mercancía. En otras palabras, como explica David Frayne en Rechazo al trabajo (Akal, 2017), personas que habían entendido que “la necesidad de estar empleados era una construcción social, en lugar de un hecho vital”.
Personas, por cierto, que lo conseguían con más o menos suerte.
Esto me lleva a pensar en la experiencia de Lina —quien también prefiere mantenerse en el anonimato—. Ella acaba de dimitir de su trabajo en un medio digital especializado en un público joven. Como explica el ensayo de Frayne, estos despertares o revelaciones a veces coinciden con un momento relevante en la vida del individuo, ya sea un descubrimiento moral, la pérdida de un ser querido o un accidente. Y, por supuesto, también tiene que ver con las posibilidades económicas de hacerlo. Lina me cuenta que le ha pasado algo así con el coronavirus.
“Mi sensación fue: estoy poniendo el cuerpo por unos machirulos que siguen montados en las historias de unicorn startups de los 2000’s. Me niego a que esa sea mi aportación profesional en el mundo”, me suelta.
Ella dimitió justo al iniciar el confinamiento. Al cabo de dos semanas, la empresa hizo un ERTE. Lina ocupaba un cargo de cierta responsabilidad en el departamento de márketing y explica que la retórica en los días previos a la crisis apelaba al esfuerzo colectivo y a socializar las pérdidas, como siempre, con “esas analogías marítimas que tanto les gustan: hay que remar juntos en la tormentas”. Lina notó que estaba a punto de explotar. No sabía ni siquiera cómo exigir ciertas tareas a algunos empleados desde casa conociendo, además, la situación de la empresa. Sabe que su decisión está condicionada por sus posibilidades: sin personas a su cargo, sin deudas que afrontar, con una red de apoyo y un colchón económico
AMENAZADOS E INÚTILES
Laura Mena tiene 29 años y trabaja en una residencia de ancianos. Desde que empezó el estado de alarma, su trabajo ha sido constante. Es de esas personas consideradas “esenciales” por el Gobierno. Su anterior trabajo era de cajera en un Mercadona, así que bromea con que “hubiera pringado de todas maneras”.
Dice: “Los trabajos con peor prestigio, los más precarios... resulta que ahora soy esencial. Tienes que reírte”.
Reconoce que cuando empezó la crisis, lo primero que sintió fue miedo: miedo de salir a la calle, miedo a contraer el virus y contagiárselo a uno de los ancianos de la residencia, miedo a contraerlo ella, o alguno de sus compañeros de piso, miedo a enfermar.
Las calles desiertas y los metros llenos de trabajadoras esenciales, como ella.
Un día, me advierte de que la mayor parte de personas que ocupan el metro son trabajadores inmigrantes. Mayoría latinoamericanas, me dice en un mensaje. “Qué heavy”. Cuando le pregunto estos días cómo va todo, sus respuestas son “un show” o “un desastre”. Mientras reclamaban tests para realizar a los usuarios de la residencia, surgían noticias como que empresas privadas como Siemens se hacían con tests privados para su plantilla. La impotencia y la indignación era máxima.
A propósito del miedo, Alba Rico apunta algo interesante: “Es una locura si de pronto la humanidad bajo el capitalismo en crisis, en situación de pandemia, se divide entre los amenazados —los esenciales— y los inútiles —los no esenciales—, y desde luego es una revelación acerca del sistema en el que vivimos”, reflexiona, para añadir que a esos esenciales a quienes se expone a unos riesgos enormes no se les puede compensar con un aplauso. “La respuesta tiene que ser institucional y si no lo es, una vez más comprobaremos que las instituciones están secuestradas por una lógica capitalista neoliberal”.
“No son heróes. Son víctimas”, afirmaba el escritor Javier Pérez Andújar en una columna reciente: “A un héroe no se le deben atrasos, no se le recorta la paga, no se le deja en el paro, no se le pone a trabajar con una bolsa de basura atada al pecho..., esto sólo le sucede a quien depende de la vida. Llamar héroe a quien está trabajando contra viento y marea para que salgamos de ésta es como decirle que Dios se lo pague”. Le envío a Laura el texto.
Belén Gopegui, escritora, reflexiona por mail en torno a esto mismo: “¿En qué consiste considerar prioritario, por ejemplo, el trabajo de las celadoras? ¿Después de la pandemia comenzarán a ganar lo mismo y a trabajar en las mismas condiciones que los directivos no esenciales? Sabemos que no, porque tendrían que cambiar las relaciones de producción. Digo esto sin derrotismo, que no me interesa. La ley que permitió la entrada masiva de las entidades financieras y las grandes multinacionales en la sanidad pública la votaron PP, PSOE, CiU, PNV y CC. Han pasado 23 años y el proceso ha seguido, alentado por la Unión Europea. De modo que si ahora los partidos y la sociedad revierten el proceso, bienvenido sea”.
La historia del capitalismo en el siglo XX no ha sido precisamente la historia de liberación de los humanos respecto a la obligación de trabajar, sino la de la creación de un sinfín de tareas laborales dudosas
La historia del capitalismo en el siglo XX no ha sido, precisamente, una historia de liberación de los humanos respecto a la obligación de trabajar pese que a la tecnologización, técnicamente, lo permitiría. O al menos, en cierto grado. Sería más bien, la historia de la creación de un sinfín de tareas, procesos y trabajos dudosos y aparentemente innecesarios que responden también a necesidades dudosas y antes innecesarias. El polvo del que hablaba una de las primeras entrevistadas en este reportaje. El polvo que he sentido yo trabajando en agencias de comunicación o publicidad. El polvo de las infladas métricas de tráfico para impresionar a un inversor en una reunión. Esta crisis deja al descubierto eso mismo. La desazón que sentimos, el malestar con el que nos disponemos algunos a trabajar —los que tenemos trabajo—, no prueba que seamos malos trabajadores, sino todo lo contrario. Posiblemente, es esa eficacia autómata, servil e incuestionable la que deja al descubierto la grietas más profundas y disfunciones del sistema. O como me decía Gema: “Sigo porque hay que seguir. Porque hay que comer”.
En Twitter leo un mensaje que puede parecer anecdótico pero no lo es: “Hay algo peor que una mañana de reuniones inútiles, una mañana de reuniones inútiles por Zoom”. Entre mis amigos se repiten expresiones como “vamos como pollo sin cabeza”, “el mandatory es reinventarse y arrimar el hombro por la empresa” o “voy a estar haciendo horas extras de aquí a diciembre”. O esto que dice Gema, cuando recuerda sus días de teletrabajo en casa: “Tenía una presión constante de estar todo el rato con el teléfono al lado, con slack abierto y las notificaciones a tope porque no tenían como comprobar el rato que habíamos estado teletrabajando. Daba cosa ir un momento al baño, no poder contestar y que diera la impresión de que no estabas haciendo lo que te tocaba en ese momento”.
La cuestión sobre si la noción de esencialidad o no esencialidad permite impugnar el propio sistema
También leo quien asegura estar “trabajando más feliz que una perdiz porque, al menos, estoy en casa, con mis hijos” o “estoy con mi bebé que acaba de nacer” o la que ya empieza a resonar estos días, en los que se aproxima la desescalada, “si no fuera por las muertes y por la crisis, puedo decir que estoy mejor ahora que antes, en casa, confinada”. La periodista Rebeca Carranco, de El País, preguntaba en Twitter hace unas semanas preguntaba esto mismo, que si había gente que, pese a la gravedad de la situación, que se sintieran más feliz ahora que antes. Le contestaban afirmativamente algunas personas. “Creo que a lo mejor está bien que uno de pronto descubra su propia irrelevancia en relación con el sistema como una matriz para reivindicarse como fuera del sistema, como un valor que no está sujeto a los caprichos del mercado o del empleador”, concluye Alba Rico.
La cuestión sobre si la noción de esencialidad o no esencialidad permite impugnar el propio sistema. Para Gopegui, es un debate largo: “La pregunta es si solo el hecho de darse cuenta, tal como sugieren las grandes palabras de esta cuarentena, tiene consecuencias. Mi impresión es que no es así, que la conciencia o el ‘darse cuenta’ se desvanecen si no arraigan en un espacio de trabajo en común. En este sentido, me gustaría que en las listas de las cosas importantes que ahora vemos aparecieran los sindicatos, la autodefensa feminista o el estudio militante”
No tengo ni idea de cómo acabará esto, ni me veo con ánimo de predecir nada, cada día cambio de opinión y yo también estoy apabullada, yo tampoco entiendo nada. Pienso que quizás, solo quizás, el absurdo y el sinsentido que vivimos no sea algo a mitigar, sino a explorar y profundizar. Quizás el desapego creciente hacia nuestros trabajos, hacia nuestro empleador, nos diga algo de nuestro modelo de producción y, luego, de nuestro sistema de vida. Quizás esa sensación de barrer la nada nos hable precisamente de un mundo en decadencia lleno de trabajos agotadores y precarios para la mayoría. Quizás rechacemos, ahora, con más ahínco el trabajo porque la normalidad ya daba mucho miedo antes de la pandemia.
¿Queremos volver a la normalidad?, se preguntaba este vídeo del colectivo Cuellilargo. La normalidad de la desigualdad, de estar cansadas todo el rato, de competir con nuestros compañeros, de hacer las cosas por inercia o de no tener tiempo para nada. Aceptar sin más la normalidad implica aceptar que no existen otras formas de vida posible. ¿Acaso podemos agenciarnos de eso que llaman ahora nueva normalidad, rechazarla, desobedecerla, pensar qué hacemos con ella? Quizás esta es la pregunta, en el fondo, que nos hacemos cuando no entendemos qué estamos haciendo.
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Gracias, un artículo muy interesante... me quedo con el dardo en la cabeza de Cristina Morales, que como siempre no me deja indiferente.
Me gusto mucho el articulo en este momento no puedo suscribirme ni donar. Estoy en Gambia fronteras cerradas y no creo poder volver a la misma normalidad. Creo que algunos cambiaremos porque no soportamos el peso de seguir iguales pero la mayoria espera que se abran lod bares y que todo vuelva a ser como.antes a lo conocido.
Un artículo interesante que despierta conciencias ( si no la tenías despierta aún ) , aunque me han faltado más opiniones ,casos y circunstancias de personas desempleadas y mayores de 35 años ( las entrevistas eran de gente más joven) ....lo que se está viviendo ahora , el cuestionarse si eres válida o esencial para el mundo , llevo cuestionandomelo muchos años en el que mi condición de desempleada mayor ( según pasan los años , cada vez más ) me han hecho sentir "no válida" para la sociedad , y toda la gente que ahora estáis en desacuerdo ,antes ni lo crisis o no queríais verlo porque en realidad estabais de acuerdo , no pensabais que os iba a "tocar" a vosotros ,como si vosotros no cumplieseis años.... Lo que estamos viviendo todos es fruto dek capitalismo,está claro,pero de un capitalismo que hemos dejado vagar a sus anchas porque nos convenía....pues ahora las consecuencias de un karma colectivo. Gracias a que Siempre me he sentido Esencial para la gente de mi entorno , para la gente que amo y me aman.....
En algún momento Bukowski escribió "No es suficiente con hacer tu trabajo, sino que además tienes que mostrar un interés por él, una pasión incluso". Me ha encantado el artículo, hasta voy a donar. saludos.
Se agradece la honestidad que transmite el texto. En especial el reconocimiento de creerse mejor que la trabajadora residencial, un problema demasiado extendido en nuestras sociedades, tal vez resultado de la constante y omnipresente propaganda liberal individualista o de nuestro temor íntimo a no ser nada o mejor, a ser nada.
Creo que habría que distinguir al menos dos ideas sobre las sensaciones que muchos hemos tenido y seguimos teniendo todavía. Por una parte la instrumentalización del mundo: de las personas, los animales, la naturaleza... Todo tiene que poder ser medido en términos del valor de uso. Eso puede explicar porqué las personas mayores mueren en centros residenciales, mortuarios, sin causar la más mínima conmoción. Su utilidad, en términos hedonistas inmediatos, es nula, o más concretamente, incomoda, al igual que las personas que estamos enfermas. En este sentido pareciera que la última instancia de moralidad, en términos éticos, que nos quedara como sociedad, se redujera a los textos legales, a las leyes y sus intérpretes... Signo de la pérdida progresiva pero imparable del Otro, de la alteridad como fuente primera y última de cualquier identidad. Se habría cumplido el fin necesario al que conduce el liberalismo para los contractualistas, la guerra de todos contra todos; después de todo parece que estaba previsto. De aquí a la explotación mutua y la autoexplotación no había más que un paso, hace tiempo dado.
La otra idea sería la de considerar todo el pensamiento, todo cuanto nos precede y constituye como problema esencial. Deseo de llegar a ser, deseo de adquisición y acumulación, búsqueda de placer y huida del sufrimiento... Negación del vacío constitutivo, nuclear e intento fallido de ocuparlo con el pensamiento...
Tal vez si fuéramos capaces de ver lo que es, no lo que debería ser ni lo que desearíamos que fuera, sino lo que es, podríamos decidir con libertad. De ese modo, tal vez, podríamos comprender que la compasión tiene límites. Que ser compasivos con criminales que comercian y se enriquecen con la fragilidad humana, convencidos de su impunidad, es una forma de suicidio colectivo irracional y absurdo. Y tal, comprenderíamos, que responder individual o colectivamente y proporcionalmente a sus crímenes constituiría una acto efectivo y auténtico de libertad.
Llevo 40 años esperando que desperteis, y ha hecho falta el virus para comenzar. Y entiendo vuestro miedo, pero cuidado, el miedo es más letal que el virus, por eso lo han estado usando siempre.
Yo trabajo en bomberos forestales de la comunidad valenciana. Um servicio público pagado con el dinero de todos y estamos infrautilizados. Parados en la base si no hay incendios. No hacemos nada de gestión forestal. Nada. Entre recortar y aumentar el gasto, existe la eficiencia y no malgastar.
Antes de este lío del virus me gustaba ir a pasear a los centros comerciales y ver cuántas cosas no necesito, y salía sin haber comprado nada.
Los no esenciales podemos valer para mucho, pero el capitalismo deriva nuestra labor hacia gilipolleces sin sentido. Como Lina, dejé mi trabajo en una empresa tecnológica al empezar la crisis del coronavirus: una decisión desde el privilegio, por supuesto, no todo el mundo tiene la suerte de haber podido ahorrar lo suficiente para ello. De momento, duermo mucho más tranquila.
Hace tiempo que la gente de letras, la gente de ciencias, la gente que trabaja en gestión de información ( bibliotecas y archivos) pasamos a ser no esenciales. De ahí que google lo sabe todo.... Consumidor, que no ciudadano.