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Observatorio de medios
¿Y si la contracultura es el nuevo fascismo?
«Mi forma-de-vida no se relaciona con lo que yo soy, sino con cómo yo soy lo que soy». (Introducción a la guerra civil, Tiqqun.)
Aligeremos el tema. Si es posible afirmar que con el libro El nacimiento de la contracultura (1968), escrito por Theodore Roszak, se pusieron en juicio los valores culturales dominantes, entonces está clara la ecuación en relación a los ponderantes del fascismo, ya que un sistema político cualquiera que es capaz de devorar todo en cuanto al entorno cultural, se sustenta en los argumentos del totalitarismo, es decir, un intento de poner la vida entera bajo control autoritario.
Pero no hablemos, por ahora, de las políticas de los estrategas para manipular sociedades alienadas, sino del control de los sistemas de consumo del arte, y lo que es peor, la ingesta obligatoria a cargo de los medios de comunicación: planteamientos de logísticas sin argumentos a la elección de posibilidades, la obligatoriedad de escenarios prefabricados para la degustación social. Sí, el planteamiento que manejan es tan sencillo como efectivo: Esto te doy, mi noticia es lo que vas a ver y te la vas a tragar entera, con publicidad.
Cuando nuestros abuelos vivieron opresiones y, empezaron a darse cuenta de que habían otros métodos para llevar la cultura en el cauce favorable a los principios de colectividad social, sostenibilidad y argumentación de pensamiento crítico, las posibilidades de emancipación que tuvieron eran casi nulas, así que la opción por la que optaron fueron las armas (...). Es verdad que los tiempos han cambiado y ahora las armas de destrucción son otras, así como también es verdad que ya están a nuestro servicio junto con la decisión de su uso que está en el poder de nuestras manos y, claramente, de la razón (¿será?). Si dentro de estos parámetros fuéramos el señor A. Artaud, la ingesta del peyote podría ayudarnos a encontrar el camino para sobrevolar los panoramas actuales y de forma eficiente, plasmar una cartografía enfocada al entendimiento del re-constructo con equilibrio para la civilización, pero ni los Tarahumaras están aquí para hacer de guías espirituales, ni nosotros para buscar soluciones metafísicas (¡uhah!, dicho sea de paso). Ya tenemos la capacidad reaccionaria lo suficientemente desarrollada como para buscar metodologías funcionales que encuentren entendimientos y sobrelleven las situaciones actuales, léase del pensamiento, léase de cualquier tema necesario e innecesario. Tenemos los packs intelectuales para idear engranajes funcionales.
Pero esta minimáxima que cojea, lo de que tenemos los packs intelectuales para idear engranajes funcionales, es una utopía como podría ser el comunismo. ¡Boom! Y que suenen los instrumentos de cuerda frotada, el violín más pequeño del mundo tocando la canción más triste del mundo, todo para ti.
Sigamos. El aprendizaje empírico nos ha llevado a comprender que ciertas cosas hacen daño y otras tantas no. Es muy fácil entenderlo si ponemos de ejemplo nuestra alimentación. Uno mismo sabe qué alimentos le son dañinos y cuáles son benéficos, aunque aquí hay ciertos matices que también encajan en la cultura de lo que vemos: la existencia ideológica de la comida y su existencia visual. Cuidado, no salgamos de los linderos del eje que nos columpia. Volvamos. Ya habrá tiempo de indagar propuestas de cultura visual, otro día, que tenemos mucho camino por recorrer.
Aquí, dicho lo cual, podemos bucear en temas cotidianos y las pinceladas que se salen del lienzo de su praxis, así que mira, te comento. Hace unas semanas me dijo el ex carnicero de mi barrio —ahora jubilado—, que él no tenía redes sociales porque no estaba dispuesto a impregnar su prosa con la mugre de su vida (tomar nota). Luego me habló de cuando hace unos años, ya bastantes, había leído el libro Los rojos ganaron la guerra, de Fernando Vizcaíno Casas, lo curioso es que me lo contaba como quien sabe qué es cabeza de lomo y cómo se hace un secadero para morcilla de Burgos, con esa autoridad. Siempre afirmaba que él había aprendido todo lo que sabía a base de palos. La vida es muy dura, chaval —me decía—, así que espabilas o te espabilan.
Solía ir a hablar con él por cuestiones meramente burocráticas, pero terminaba siempre convirtiéndose en una conversación de reflexiones políticas, de las políticas que él consideraba como las que eran de mejor hacer. Me insistía que con Franco la vida era menos difícil, decía que con él (cuando lo nombraba se tocaba el pecho), la sociedad siempre, incluso valenciana fue progresista y, que salvo los punkis del barrio, todos estaban contentos viviendo momentos de gloria. Yo lo escuchaba, no podía hacer otra cosa porque ya que cogía carrerilla no dejaba hablar a nadie. Un día me lo encontré en el mercado central. Había estado revisando unos carteles de los 80´s que tenían en El Punt, Espai de lliure aprenentatge y por coincidencia llevaba en la mano un zine que me habían regalado minutos antes, era Legitimar la Censura, hacia un pensamiento crítico. Nos saludamos e intercambiamos nimiedades verbales hasta que se dio cuenta de lo que tenía en la mano. El ex carnicero dejó de sonreír y en su cuerpo percibí tensión violenta, me dijo que si podía echarle un vistazo al panfleto, lo ojeó, se giró hacia mí y seriamente, con esa autoridad que él manejaba, afirmó que esto que yo llamaba contracultura era el nuevo fascismo. Su aprendizaje, le llevaba a generar conclusiones para los marcos de una lógica correcta a la que él se aferraba. Por ahí van los tiros. ¿Cómo ejerzo el derecho de autocrítica si no tengo las herramientas para hacerlo?
Últimamente se han visto varios despliegues de personajes mediáticos donde los protagonistas hablan del fascismo como lo antipatriótico, como el desdén por la nación, como si intentar mantener un criterio enfocado a la crítica de las carencias del sistema fuese la parte paria de las sociedades, lo sucio, el terrorismo. Ya no hablemos de entender según qué códigos, aquí estamos hablando de personas de pie que en este mundo de la opinión sueltan desgarros como el diabético que se desayuna un croissant con jamón, se pide el segundo y sin miedo a su salud, se queda ancho pensando: “no pasa nada, un día es un día”. Así, hablamos de ciudadanos comunes dando soliloquios no argumentados sobre lo que consideran fascismo desde su podio del odio. Hola sociedad del espectáculo, bienvenidos, bienvenidas y bienvenides a la era de la opinología. ¡Viva su sueño desde la perspectiva que a usted le dé la gana! ¡Opine! ¡Opine muy fuerte, que es gratis! Guy Debord se estará cuestionando los qués, los cómos y los cuándos de sus bocetos literarios enfocados a la sociedad de la performance cotidiana. Sorry Guy, es lo que hay.
Eso. Si el ex carnicero tuviera razón (cuidadín), las casas de mucha gente que conozco estarían consideradas como búnkers llenos de literatura ultra con la que quieren destruir la cultura normativa. Si sus ideas fueran la base de un argumento que construye la crítica, entonces llevamos décadas en un error social que nos está destrozando. Y ya no digamos tantas noches con colegas intentando recolocar el mundo; porque si el ex carnicero y sus argumentos fueran ciertos, hemos tirado a las cloacas horas y horas de reflexiones profundas sobre temas, que según su autoridad, son pensamientos del enemigo. Así es, señora, señor, señore. Welcome to the sociedad simplista punto com.
Pero… ¿Cómo puedo saber qué es contracultura para no confundir los bandos, o cómo puedo identificar qué es fascismo para saber ajustarme a los términos?
Leyendo. La solución está en la literatura. No hay más métodos para quitarse la tontería de encima, la literatura te hará libre. O no, me dirás, porque depende de qué literatura, y es verdad, pero volvamos a lo de antes, según qué tipo de ingesta realices tendrás ciertos resultados, no es muy difícil de entender.
Y aquí estamos para hacer anotaciones de pensamiento sobre discrepancias posicionales, ya ve usted, lo de la ética y la moral. ¡Por Dios! La crítica, la pseudocrítica y la metapseudocrítica. Gracias Jesús Ge.
Una cosa. La contracultura, eso que llaman con-tra-tra-cultura, también la puedes encontrar en literatura no normativa, en zines, en panfletos, fanzines, editoriales independientes y autopublicaciones. Su cosmogonía es inmensurable, se lo digo en serio, a usted, así con la autoridad que me es otorgada por horas y horas de conversaciones profundas con el ex carnicero.
Pero no seré yo quien instaure una reflexión, prefiero cerrar con La alondra y las ranas, del epílogo a la indagación filosófica de Herbert Marcuse sobre Freud, que adaptado libremente de la fábula de Chuang-tsu.
Había una vez una sociedad de ranas que vivían en el fondo de un profundo y oscuro pozo, desde el cual no se podía ver absolutamente nada del mundo exterior. Las ranas eran gobernadas por una despótica Gran Rana, muy camorrista, que, con argumentos más bien dudosos, afirmaba ser propietaria del pozo y de todo lo que se arrastraba o se movía dentro de él. La Gran Rana nunca movía un dedo para alimentarse o guardarse, sino que vivía gracias a las labores de las pobres ranas con las que compartía el pozo. Estas desgraciadas criaturas se pasaban todas las horas de sus lóbregos días y muchas de sus lóbregas noches, yendo de un lado a otro por entre el agua y el barro para buscar las larvas e insectos que tanto gustaban a la Gran Rana. Pero sucedía que, de vez en cuando, una extravagante alondra se metía revoloteando dentro del pozo (sólo Dios sabe por qué razón) y cantaba a las ranas todas las cosas maravillosas que había visto en sus viajes por el inmenso mundo de fuera: el sol y la luna y las estrellas, montañas que buscaban el cielo y fértiles valles y agitados mares y que valga la pena que se aventuraran por el espacio sin límites que había encima de ellas. Siempre que la alondra venía de visita, la Gran Rana instruía a las ranas pobres para que escucharan atentamente todo lo que el pájaro dijese. Os está hablando —explicaba la Gran Rana— de la tierra feliz que espera como recompensa a todas las ranas cuando terminen esta vida de pruebas. No obstante, la Gran Rana (que, dicho sea de paso, era medio sorda y nunca estaba segura de lo que había dicho la alondra), pensaba en secreto que aquel extraño pájaro estaba completamente loco. Es posible que las ranas pobres alguna vez tuviesen la impresión de que la Gran Rana las engañaba. Pero lo cierto es que, con el tiempo, habían llegado a adoptar una actitud cínica para con las historias que les contaba la alondra, convenciéndose después de que el pájaro estaba loco de remate. Además, algunas ranas librepensadoras que vivían en el pozo (aunque es imposible explicar de dónde vinieron estas librepensadoras) convencieron a las demás de que la Gran Rana utilizaba la alondra para consolarlas y distraerlas con cuentos sobre las delicias que encontrarían en el cielo cuando muriesen. ¡Eso es mentira!, croaban las pobres ranas con rabia y amargura. Pero entre las pobres ranas había una rana filósofo que había inventado una nueva e interesante idea sobre la alondra. Lo que dice el pájaro no es exactamente mentira —sugería la filósofo—. Tampoco es una locura. Lo que en realidad nos dice la alondra de esa manera tan extraña es el hermoso lugar que podríamos hacer de este infeliz pozo en que vivimos con sólo que nos lo propongamos verdaderamente. Cuando la alondra nos canta el sol y la luna, significa las maravillosas formas nuevas de iluminación que podríamos introducir aquí para desterrar la oscuridad en que vivimos. Cuando canta los cielos, anchos y aireados, significa la saludable ventilación que podríamos gozar en lugar de los aires fétidos y corrompidos a que nos hemos acostumbrado. Cuando canta la embriaguez de su vuelo vertiginoso, significa las delicias de los sentidos liberados que todas nosotras podríamos conocer si no nos viésemos obligadas a consumir nuestras vidas en este afanamiento opresivo. Y Sobre todo, cuando canta al remontarse libremente entre las estrellas significa la libertad que tendremos cuando nos quitemos para siempre de encima de nuestras espaldas a la Gran Rana. Ya veis, no es cosa de reírse del pájaro este. Tendríamos que agradecerle el habernos brindado una inspiración que puede emanciparnos de nuestra desesperación. Gracias a la rana filósofo, las ranas pobres le tomaron un gran cariño a la alondra. De hecho, cuando, por fin, se produjo la revolución (pues las revoluciones se producen siempre), las ranas pobres inscribieron la imagen de la alondra en sus banderas y marcharon a las barricadas croando lo mejor que sabían para imitar en lo posible los tonos Iíricos de la alondra. Una vez derrocada la Gran Rana, el pozo, oscuro y húmedo en otro tiempo, aparecía magníficamente iluminado y ventilado, convertido en estupendo lugar para vivir. Además, las ranas pudieron experimentar nuevos y gratificadores ocios llenos de exquisitas delicias para los sentidos, tal como había previsto la rana filósofo. Pero la extravagante alondra todavía seguía visitando el pozo y contando sus historias del sol y la luna y las estrellas, las montañas y los valles y los mares, y las grandes aventuras que había vivido. Quizá, mirándolo bien —conjeturaba la rana filósofo— este pájaro está realmente loco. Además, ya no necesitamos sus misteriosas canciones. Sea lo que fuere, empieza a ser aburrido el tener que escuchar fantasías cuando las fantasías ya han perdido su relevancia social. Así que, cierto día, las ranas consiguieron capturar la alondra y una vez hecho esto, la disecaron y la colocaron en museo cívico recientemente construido (entrada libre)... en un lugar de honor.