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Crímenes del franquismo
El Caso Cipriano Martos: la verdad de un hombre bueno
Cipriano Martos habría cumplido hoy 76 años. Murió cuando no había llegado a los 30 en el hospital de Sant Joan de Reus después de estar 21 días retenido en el Cuartel de la ciudad tarraconense. La versión oficial dijo que él mismo ingirió el contenido de un cóctel Molotov. Es uno de los crímenes del franquismo sobre los que la Ley de Amnistía desplegó un velo de impunidad.
Antonio Martos (26 de marzo de 1941, Huétor Tajar) recita de memoria la canción con los ojos llorosos y la voz entrecortada. El choque de tazas y las conversaciones flotan a nuestro alrededor. Antonio escribe y canta a su hermano, cuya figura empieza a ser dignificada gracias al libro del periodista de política de la Agencia EFE en Barcelona Roger Mateos (Barcelona, 1977), Caso Cipriano Martos: Vida y muerte de un militante antifranquista (Editorial Anagrama).
Cipriano Martos Jiménez era un hombre “bueno, sencillo y leal” —según el medio centenar de testimonios con los que pudo contactar Mateos—. Amante de los animales, murió a las 22.15h del 17 de septiembre de 1973 bajo la custodia de la Benemérita en el hospital de Sant Joan de Reus. Causa de la muerte: la ingesta de un coctel molotov, que contenía ácido sulfúrico, le quemó el sistema digestivo. Según la versión de la Guardia Civil, quien le interrogó durante 72 horas seguidas, él mismo se bebió el líquido. Se quedó solo en una sala del Cuartel de Reus, cogió el recipiente, e ingirió la bebida que le mató al cabo de 21 días. Según sus captores, nadie le obligó.
Sabemos cuando murió, pero no cuando nació. Según su partida de nacimiento, hoy 9 de diciembre cumpliría 76 años. Pero, tal y como relata en su libro Roger Mateos, “por esas fechas ya hacía más de medio año que su madre lo había traído al mundo”. El periodista se enfrenta con el reto de escribir la historia de una persona cuyo inicio, nudo y desenlace son turbios. Se interesa por el caso de Cipriano en 2002, con 25 años. “Desde que salí de la universidad me interesé mucho por el Partido Comunista de España (marxista-leninista) (PCE (m-l)) y el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP). Son dos de los grandes desconocidos de la lucha antifranquista”, detalla.
De hecho, si Cipriano es menos conocido que Salvador Puig Antich, por ejemplo, es en parte porque era miembro de una organización “apestada” en los ambientes antifranquistas. “Defendían la memoria de Stalin y una línea muy beligerante que, en 1975, pasó a la acción armada”, apunta el periodista. Pero el principal responsable de su anonimato es el Estado franquista. “Quiso enterrarlo en un olvido espantoso en el cual ni siquiera la familia pudo denunciar ni hacer ningún paso para poder esclarecer la causa de su muerte”, denuncia. De hecho, su familia nunca ha podido ver el cadáver de Cipriano, que está enterrado en la fosa 11-67 Norte del cementerio de Reus.
Mientras que el franquismo lo repudia, el nombre de Cipriano aparece en cualquier revista editada por el PCE (m-l), puesto que se convirtió en uno de sus mártires. “Lo tienen santificado, deificado. Lo describen como a un héroe del partido: lo exhiben como ejemplo de militante obstinado y resistente que aguantó todas las torturas posibles y, aun así, no confesó. Pero claro, toda leyenda está siempre incompleta”, subraya. En el libro, el autor huye de la divinización de Cipriano y saca a relucir su lado más humano.
Mateos averigua la pobreza extrema en la cual había nacido Cipriano y cómo en 1966 emigra de Huétor Tajar (Granada) a Ca n’Oriac, uno de los barrios más politizados Sabadell (Catalunya). Es en ese barrio donde empieza su fiel vinculación con el PCE (m-l), que luego le llevaría a la célula de la FRAP en Reus. Su lealtad fue tal que ofreció su piso como escondite de la propaganda y material de acción del FRAP, motivo principal por el que fue detenido. Resuelve las incógnitas sobre sus orígenes y su ferviente compromiso con el partido, el mismo que le llevó a la muerte. Además, el libro desmiente la versión oficiosa que asegura que Cipriano fue tratado “con todo respeto” durante las 72 horas que estuvo detenido por la benemérita. “¿Es verdad lo que dice la Guardia Civil sobre que fue un acto suicida del propio Cipriano, que en un momento dado se quedó solo en esa sala de interrogatorios, cogió una botella de ácido sulfúrico y se la bebió? ¿O es falso y lo que tenemos que suponer es que fueron aquellos torturadores los que le pusieron la botella de ácido en la boca?”, ahonda Mateos con desdén.
El periodista empezó a indagar sobre la vida y la muerte del militante antifranquista cuando María José Bernete y Felipe Moreno, impulsores de la querella del caso de Cipriano, contactaron con él después de que publicara un artículo en el Diari Ara sobre el caso. “Me piden si pueden adjuntar este artículo a la causa de la querella Argentina. Yo estaba encantado”, recuerda.
Tras aceptar la petición de los activistas, estos le sugieren hacer un libro sobre Cipriano. Él asume el reto y conoce a Antonio, a quien mira con un respeto y cariño imposibles de esconder. Después de tres años de viajes a Granada, Sabadell y Reus, relata en profundidad uno de los capítulos más crueles y ocultos del franquismo. Frente al olvido institucional, Antonio llevaba años luchando por desenterrar la verdad. Pero no busca venganza, sino justicia. “Si hay algún castigo, quiero que esté en la cúpula, no en los que barrían el cuartel. Pero ojo, no quiero la muerte ni para el más bravo”, dice con una serenidad que asusta.
Antonio hace cinco años que va el último sábado de cada mes, desde las 12h a las 14h del mediodía, a la Plaça Sant Jaume de Barcelona a reivindicar la memoria de su hermano. Pese a que se declara neutra, afirma que la decisión de exhumar a Franco “es la punta del iceberg” para empezar a sanar un pasado doloroso. “Si esa muralla se rompe, se rompen todas”, reivindica. Para el mayor de los seis hermanos Martos, aún hay respeto al fantasma de Franco. “Fue tan dura la represión que la gente todavía tiene miedo”, opina. Es por eso que algunos de los testimonios del libro de Roger Mateos tuvieron cierto reparo en explicar su historia. “Como es un caso tan sensible de ocultación de un presunto asesinato, los testimonios que pueden acreditar esa atrocidad evidentemente tenían miedo cuando yo les contacté”, explica el autor.
En primer lugar, tenían miedo por el trauma personal que arrastran desde esos tiempos. “Para ellos, Cipriano les cambió su vida. Es una cosa tan violenta y que ha quedado tan impune que siempre lo han llevado dentro”, profundiza. Además, aún hay el temor de que les persigan de nuevo por aquello que pasó hace más de 40 años y que está amnistiado por la ley de Amnistía del 1977. “Lo que hizo que se prestaran todos a colaborar con el libro y a ofrecerme su testimonio fue el compromiso que sentían por reivindicar a Cipriano, por desenterrar el caso y por hacer que, finalmente, se conozca aquella barbaridad que cometieron con él”, concluye el periodista.
La ley de Amnistía de 1977 cierra una página ignominiosa de presos políticos en el franquismo a la vez que amnistía a todos los criminales que trabajaron por la dictadura persiguiendo a toda oposición. “Es una ley de amnistía, pero no debería ser de amnesia, pues estos criminales siguen blindados. Cumpliéndose 40 años de la Constitución es incomprensible que sigamos con los mismos silencios que cuando entró en vigor”, lamenta Mateos. En el caso de Cipriano, el Estado continúa invocando la ley de Amnistía para bloquear una investigación que ayudaría a sanar una memoria herida. Los promotores de la querella hicieron todas las gestiones para acceder a los expedientes de los guardias civiles responsables de la muerte del antifranquista y se les denegó. Está en manos de la jueza de la querella, María Romilda Servini, pedir más información. “Esta era la limitación con la que desde un principio sabía que me chocaría. Ahora, habiendo descifrado todo el resto de piezas claves, para mí la hipótesis ya está resuelta: no me creo nada de la versión oficiosa que ofreció en ese momento la dictadura franquista”, finaliza Mateos.
Aun así, el libro ha ayudado a que la memoria de Cipriano sea reparada. El alcalde de Reus, Carles Pellicer, se ha comprometido a de rendirle homenaje con una placa. Y en Sabadell se ha abierto un debate ciudadano para dedicarle una calle o plaza. “Son pequeñas reparaciones de su memoria que, para la familia y para la gente más cercana, pueden significar mucho”, augura Mateos. Y no se equivoca. De hecho, para Antonio “es un gran honor” que Roger haya escrito esta obra. “Es una oportunidad para que las personas de buena fe y voluntad puedan saber lo injusta que fueron las leyes que tuvimos desde el 36 hasta el 77. Se hicieron muchas atrocidades con personas honradas”, asegura Antonio.
—¿Y hablas con Cipriano?— pregunto por último a Antonio, que muestra ya los ojos cansados.
—No, yo lo que hago es dedicarle canciones— responde.
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