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Crónica
Periodismo y activismo social en tiempos de guerra
Un día antes del 11º aniversario del 15M y transcurridos 80 días de la invasión rusa de Ucrania, celebramos un encuentro de inspiración quincemayista. Surgió en un canal de Telegram que reúne a ciertas periodistas y pensadoras a las que admiro junto con gente que les siguen y que aprecio en el alma. Es un nodo de un Cuarto Poder en Red, donde público y periodistas saben que se necesitan. De ahí que propusieran realizar dos mesas: una de corresponsales y otra de activistas. Pretendíamos tejer un discurso híbrido. Condenar la invasión y reconocer el derecho del pueblo ucraniano a la defensa armada, sin ambages, no está reñido con abrir vías de reflexión y acción que busquen la paz. No solo hablamos, también publicitamos la objeción fiscal y recogimos firmas para regularizar a los migrantes “irregulares”.
Así que el sábado 14 de mayo de 2022 —en plenas fiestas de San Isidro y con el apoyo del grupo The Left del Parlamento Europeo— se celebró la jornada Crónicas por la paz en el Ateneo La Maliciosa. Se adhirieron medios como Viento Sur, El Salto, Público, Carne Cruda y CTXT. Abandonaron la competencia por la colaboración y, sin preocuparse por las exclusivas, realizaron una difusión y cobertura conjuntas del evento. Demostraron consciencia de la talla de los allí convocados y de los retos que plantea la guerra. Como evidenciaron las intervenciones, necesitamos alianzas y plataformas —ese dichoso Cuarto Poder en Red— para afrontar temas que resultan inabordables por una sola redacción y ya no digamos por una corresponsal en solitario.
Lo que sigue es un hilado personal de cinco tesis, avaladas por la investigación académica y reformuladas para este contexto, que se vieron avaladas en el encuentro. Identifico a sus “avalistas” por las siglas de sus nombres. Aquí disponen del registro íntegro del acto. La mesa coordinada por Olga Rodríguez reunió a Víctor García Guerrero, enviado especial de RTVE a Ucrania; Ane Irazabal, corresponsal de EITB en Berlín y Ucrania; Soraya Constante, enviada a Polonia y Ucrania de El Salto; la colaboradora de El Salto y CTXT Irene Zugasti, y Andreu Coll, del comité editor de Viento Sur y traductor de Daniel Bensaïd.
La segunda mesa, coordinada por el redacctor de El Salto Pablo Elorduy, arrancó con la lectura de un texto enviado por los amigos y amigas de Pablo González, el periodista español detenido en Polonia y acusado de ser espía ruso. Aquí podéis enviar su adhesión: libertadpablogonzalez@gmail.com. Se sentaron a la mesa Miguel Urbán, eurodiputado de Anticapitalistas; Eva Aneiros, de la Asamblea Antimilitarista de Madrid; Nuria Alabao, por parte de Feministas contra la Guerra; Erika González, del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL); y la defensora de Derechos Humanos Helena Maleno.
Las jornadas dejaron, al menos, cinco ejes de reflexión:
- La cobertura bélica ha asumido la lección de Vietnam: hay que cortar el acceso de periodistas independientes al campo de batalla.
- Y la enseñanza extraída de Irak es que se necesita imponer un relato propagandístico que, disfrazado de informativo, genere una pseudo-realidad falsa, mentirosa y o engañosa, que justifica la guerra y encubre sus costes.
- El relato bélico debe satisfacer el “militarismo deportivo” de una audiencia que participa como espectadora paralizado ante las pantallas o hooligans que en tiempos digitales se revelan muy eficaces: viralizan la mentira oficial y vandalizan del debate público.
- El relato belicista se nutre con “des-infoentretenimiento” que demoniza al enemigo y estigmatiza al disidente, presentándolo como desertor de una guerra justa y traidor en la retaguardia.
- Compendiando lo anterior, el belicismo que antes se presentaba como “humanitario” —en nombre de los derechos humanos— se hizo “antiterrorista” después del 11S. La guerra ha acabado siendo “antifascista”, que es como paradójicamente se definen tanto el ejército de Zelensky como el de Putin, y “solidaria”, que es como calificamos la postura favorable al envío de armas y la acogida de refugiados.
La perversión expresiva y la manipulación comunicativa son tales que los propios medios insisten en que la verdad es la primera víctima de una guerra. Nos instalan, pues, en el cinismo o el escepticismo. Pero, sobre todo, escamotean que la guerra es, en sí misma, un engendro de la mentira. Esta última engendra la violencia que convierte al ser humano en algo prescindible y una amenaza a batir.
El “pluralismo oligárquico” de Ucrania no resulta tan diferente de la autocracia de Putin. Y el paralelismo estructural-político tiene reflejo discursivo. “El imperialismo etno-nacionalista ruso se retroalimenta del Russians out, Americans in, Germans down que rige la OTAN”, indicó Andreu Coll. Ambos bandos aplican estrategias que ahora deconstruimos con los acrónimos de otras voces convocadas en Crónicas por la Paz.
Ojos que no ven, corazón que no siente
Sin sentimientos, no existen los juicios morales. Sin imágenes de la barbarie bélica, no habrá indignación que la pare. Los cargos militares que colaboraron con los periodistas críticos desplazados a Vietnam proporcionaron un flujo de contrainformación y evidencias. Así fue posible televisar el horror en los cuartos de estar norteamericanos. Y de ahí pasar a los campus universitarios, incendiados con cócteles molotov que remendaban el napalm de Apocalypsis Now. Esta es la tesis, ya canónica, de Daniel Hallin en su libro de 1989 The Uncersored War.
La censura debe aplicarse en el mismo campo de batalla; considerando al reportero independiente un objetivo a batir por “fuego amigo” o declarándole enemigo. Los casos de Juantxu Rodríguez —caído en la invasión norteamericana de Panamá, 1989— y José Couso —Irak, 2003— fueron claras advertencias para futuros testigos. La etimología del término mártir revela su grandeza y la iniquidad de quienes los asesinaron. Del griego «μαρτυς», testigo: mártir es quien se sacrifica en el cumplimiento de su deber.
En Ucrania la verificación de la propaganda bélica —limitada a la emitida por Ucrania, tras la censura de los medios rusos— resulta “casi imposible”. “Las fuentes oficiales, solo emiten desinformación propagandística y no responden a preguntas de las reporteras”, advirtió Ane Irazabal. “La ausencia de detalle y precisión resultan notables”, añadió Víctor García. Y sufrimos un “unilateralismo, producto de la imposibilidad de hablar de o escuchar lo que se pueda estar haciendo desde Rusia”, concluyó Soraya Constante.
Las reporteras se ven forzadas a ir en “caravanas periodísticas de la mano de Zelensky”. Los ejemplos de verificación —como la del New York Times sobre la masacre de Bucha— resultan muy complicados de realizar. Como lo es “escuchar a quienes se quedan, y mostrar más allá de lo que te enseñan en rutas para ver a civiles preparar cócteles molotov y a milicianos ucranianos que parecen modelos de pasarela”, recordó Soraya Constante. Un objetivo sería “visibilizar la resistencia a la guerra y extenderla a quienes hacen pan, a quien barre los refugios”, sostuvo Ane Irazabal. Los testimonios de madres contra la guerra y el reclutamiento militar —forzoso tanto en Ucrania como Rusia— resultan extremadamente difíciles de recabar y exigen anonimizar y proteger esas fuentes, indicó Irene Zugasti.
A la censura militar se suma la económica. Todos los miembros de la mesa de periodistas coincidieron en criticar la precarización de quienes acuden al frente “sin recursos, sin chaleco ni casco, ni seguro de vida”, como dijo Constante. Lo último es lo más importante. “Si mueres, que al menos tu familia reciba algo […] Es infame que luego ciertos medios hagan profesión de progresismo”, advirtió García. “Unirse a otros equipos con más recursos” y “realizar alianzas entre medios afines” se proponen como soluciones. Porque la “cobertura selfie” no solo atañe a youtubers o tik-tokers sino también al freelance que trabaja sin apenas apoyo de la redacción”, sostuvo Soraya Constante.
La guerra está siendo guionizada, televisada y viralizada
La revolución no será televisada, pero la guerra aparecerá en todas las pantallas. Gil Scott-Heron bien pudo haber fraseado esto y aquí va el hilo musical de esta lectura. La primera invasión de Irak se justificó con el relato ficticio sobre aquellos bebés kuwaitíes arrojados por las tropas irakíes de sus incubadoras. Lo interpretó la hija del embajador kuwaití en EE.UU., asesorada por una compañía de relaciones públicas. La segunda guerra de Irak se justificó con el fraude de las armas de destrucción masiva, escenificado con evidencias falsas ante la ONU. El derrocamiento de Sadam Hussein se anticipó y escenificó con una teatralización del derribo de una estatua del dictador. Y la victoria, con una promo del entonces presidente de EE.UU., George W. Bush. A los 8 meses de conflicto, celebró Acción de Gracias en una visita relámpago a Bagdad. Y, bajo el letrero de “Misión cumplida”, sirvió un pavo —de “función decorativa”— a los soldados allí desplazados. El Presidente lucía el uniforme que no quiso vestir en Vietnam.
La censura de fuentes y la represión de los informadores libres se completa con el “cuentacuentos” – storytelling, según los enteraos – de las potencias en guerra. Por desgracia, no podemos deconstruir el relato ruso; siendo incapaces de acceder a sus órganos de (des)información y con el bloqueo de todo periodista con conexiones rusas. El relato occidental - no suscrito por la inmensa mayoría de países africanos y asiáticos, así como por las izquierdas latinoamericanas - resulta en cambio diáfano. Existe una “inquietante unanimidad”, debida al éxito propagandístico ucraniano. “La desinformación del gobierno de Zelensky es consciente y resulta legítima, dada la desproporción de fuerzas. Pero está sufragada por USA y el Reino Unido, que pagan a potentes agencias de relaciones públicas y suman sus recursos a la habilidad propagandística del presidente”, Víctor García.
“El desinterés por las causas profundas del conflicto conduce a la deshumanización de uno de los contendientes. Así que desidealizar la guerra se transforma en un deber periodístico, señalando que nada tiene de heroica, que es patética”, explicó Zugasti. Se pueden mostrar “historias cotidianas que rebelen los grises” y rehuyan “el cortoplacismo”. Porque el objetivo de penalizar o estigmatizar los discursos sobre las causas y las consecuencias de la guerra es instalarnos en el presentismo. Y, una vez desatado el conflicto armado, solo cabe solventarlo con más armas. “Militarizar las mentes” es la meta de los relatos maniqueos en la pre-guerra. Identificar dónde se gesta el próximo conflicto armado y desactivarlo es tarea de activistas , indicó Eva Aneiros. Comenzado el conflicto, solo cabe apoyar a quien se opone a ella, a quien deserta o resiste y a quien la sufre, independientemente del bando.
Los reporteros pueden “hablar de lo macro desde el detalle”. “Por ejemplo, teníamos datos de importación y exportación de armas, que ahora ya no tenemos, que señalaban que llegaba mucho armamento dos meses antes de la invasión rusa. De igual manera que ahora falta mucha información sobre las milicias ucranianas o las inexistentes entrevistas a soldados rusos”, Ane Irazabal. “El diablo habita en los detalles, porque desmienten la propaganda. No es tanto un problema de falta de contexto, sino de ausencia de la posibilidad de dar el detalle, quién lanzó un misil que impactó en un edificio concreto y que, supone, un crimen de guerra”, Víctor García. Con todo, cabe recordar que “más allá de las historias de vida, faltan narrativas de la historia, imprescindibles para una cultura de paz”, Irene Zugastia.
Escoge trinchera y disfruta del espectáculo
La cobertura bélica convencional satisface el “militarismo deportivo”; propio, según Martin Shaw, de las sociedades “post-militares”. La audiencia – sin participar en la guerra - permanece pendiente del resultado bélico, incluidos los hooligans que jalean al bando propio y vandalizan el debate público. En el partido que se disputa en Ucrania, el ansia de derrota del contrario alimenta una rusofobia que pareciera inconsciente de una posible escalada nuclear y de que “Putin ha avisado de todos los pasos que iba a dar”, Andreu Coll.
La pérdida de conexión con la realidad se evidencia con la siguiente paradoja. El deporte espectáculo se rige por los tantos y triunfos de cada equipo. Pero estos resultan imposibles de establecer, a casi tres meses del estallido del conflicto ucraniano. “Informar de una guerra es hablar de mapas, control del terreno, avances, retrocesos… Pero los mapas a los que accedemos carecen de detalle y precisión. Yo, por ejemplo, sigo algunos de ciertos frikis aficionados al Risk: resultan más fiables que los elaborados por algunos think tanks de la OTAN”, Víctor García. A falta de evidencias contrastadas, el riesgo consiste en incurrir “en juicios de intenciones y análisis psicologicistas del inconsciente de un solo bando”, añadió. “Una reportera no forma parte de un tribunal de guerra”, recordó Constante. “No aspiro a ser ni guerrero ni juez”, asintió García.
La guerra espectáculo se complementa con el “espectáculo de la solidaridad”, que convierte la ayuda a los refugiados en una tele tómbola. Siendo loable, sin embargo, la ciudadanía compite por exhibir sus iniciativas solidarias; sin reparar en que al des-profesionalizar las medidas de acogida proliferarán las redes de trata, tráfico de órganos o explotación sexual de menores. “Antes, dar mantas era equiparado a traficar con seres humanos y se exigía que toda ayuda siguiese la vías institucionales. Ahora se construye el relato de los blancos salvadores de otros blancos que hacen su guerra personal”, señaló Helena Maleno.
Divirtiéndonos hasta morir
Así lo expresó Neil Postman, refiriéndose al discurso público en la era del show business, que es como subtítulo su libro más famoso: Divertirse hasta morir. Es la contraparte lisérgica y jocosa, el soma —ahora televisivo— del que hablaba Aldous Huxley en Un mundo feliz. La droga que suaviza el mundo de censura y consignas dibujado por Georges Orwell en 1984 y que vimos materializado en el primer punto
La propaganda bélica se forja con un “entretenimiento desinformativo” y maniqueo, que se asienta en la (auto)promoción de hiperliderazgos. Estos se apoyan en medios digitales propios, think tanks que dan contenidos y agencias de relaciones públicas que proveen las narrativas y los formatos. La batalla por secuestrar la atención publica se realiza con la emisión de propaganda disfrazada de información, verdadera definición de las fake news. La pseudo-información persigue convertirse en mentira de curso legal al ser viralizada con bots y/o —mejor aún— por internautas intoxicados por la mentira propagan.
La estrategia se aplica tanto a Putin como a Zelensky, líderes de pseudocracias —regímenes basados en la mentira— comparables. “Estamos asistiendo al establecimiento de un régimen autoritario pro-occidental en Ucrania, donde el poder se concentra en manos del presidente.” Esto afirmaba —¡en abril de 2021!— National Interest, el think tank estadounidense que se reclama realista y heredero de Disraeli, Bismarck y Henry Kissinger.
Putin —criminal de guerra, al menos, desde los tiempos de Chechenia— alcanzó el poder transformando su gestión en el KGB en férreo control económico, político y mediático. Zelensky transformó su estatus de celebrity cómica en capital simbólico anti-político; pero perdió el apoyo popular en cuanto alcanzó el poder. Ambos dirigentes usan el nacionalismo belicista como carburante de sus índices de popularidad. Afirmación que también se aplica a un Joe Biden que no logra superar el respaldo ciudadano que recibió Trump.
“La nostalgia del imperio” y las ansias de liderarlo con modelos obsoletos, escribía Noemi Klein, emplazan a Putin y Biden en un juego a corto plazo parecido al de Trump. Un juego, en todo caso, propio de edades tardías: biografías e imperios en declive. Respecto a la ciudadanía-espectadora, “¿no es una forma de autoengaño piadoso apostar por una victoria ucraniana contra la criminal guerra de Rusia sin tomar las armas uno mismo?” se preguntaba Jürgen Habermas. Y concluía que “la retórica belicosa es incoherente con las gradas desde las que se emite”. Ya no digamos con una victoria que podría ser verdaderamente pírrica y demencial. ¿Quién va a celebrar un holocausto nuclear?
Para disfrutar del militarismo deportivo, hay que sentir la pasión guerrera y el ensueño de la victoria sin tomar las armas. Solo es factible si se encubren las responsabilidades propias – reñir y pelearse siempre es cosa de dos – y las consecuencias del enfrentamiento: nadie gana una guerra que en sí misma es una catástrofe sufrida, sobre todo, por la población civil que, además, la sufraga. Reducir el debate sobre Ucrania a una condena de Putin y a una escalada bélica requiere también olvidar la posibilidad de estar fraguando un “Afganistán ucraniano”, Andreu Coll.
Una guerra proxy —de la UE, como delegada de EE.UU.— que desgaste el liderazgo y derrumbe el régimen de Putin es deseable para la OTAN [A.C]. Y, por ello, esta última rehúye plantear la ilegitimidad e ilegalidad, así como los nefastos resultados de sus intervenciones e invasiones previas: Irak, Afganistán, Siria, Libia... No son comparables, pero el presentismo con el que hoy armamos a los heroicos milicianos ucranianos está desacreditado por el pasado inmediato. Y por las consecuencias de la guerra que se invisibilizan. ¿Cómo? Mostrando solo las atrocidades del enemigo e imputándole las propias. Las conexiones discursivas con el populismo nacionalista de las nuevas autocracias – dictaduras en ciernes - resultan evidentes.
Asistimos al auge de la ultraderecha no solo en Ucrania, sino en todo el Este de Europa, incluida la extinta RDA, advirtió Ane Irazabal. Y ello en un contexto de militarización social y del gasto público. “¿Qué destino final espera a las armas que estamos enviando en un lugar plagado de redes de captación criminal, trata y tráfico de armas, que circulan y cambian de manos para acabar en las peores?”, Irene Zugasti. “¿Cuál será el impacto de los refugiados en países muy pobres como Moldavia? ¿Campos de refugiados que se eternizarán y acabarán normalizándose?. Soraya Constante”.“¿Qué le espera a una población civil ucraniana sin futuro, empujada a una lógica de destrucción del enemigo. El azul del cielo ucraniano está plagado de nubarrones y el subsuelo del trigo-oro esconde un monstruo”, Víctor García.
Antes la guerra era humanitaria y antiterrorista; ahora, antifascista y solidaria
La confusión entre los procesos de imponer la agenda, los marcos discursivos y el relato inhabilita muchos de los análisis publicados. No hay espacio para desarrollar este asunto y remito a algún escrito previo. Los cuatro puntos anteriores constituyen pasos para construir el relato belicista: se censuran determinadas realidades, se agendan otras y se enmarcan de modo que construyan una ficción que avala una solución armada.
En los años 80 y 90, las guerras del Pentágono y/o la OTAN se presentaban como “operaciones quirúrgicas” para garantizar los derechos humanos. Ya lo dijo John Berger. Sí, guerras ”humanitarias”: de inhumare, enterrar. Ocultar las víctimas colaterales, los nueve civiles que en las guerras del siglo XXI mueren por cada un militar. El 11S encumbró el discurso anti-terrorista, enfrentándolo al yihadismo. Además de la arabofobia, validó aquello de que todos los terrorismos son iguales... Y sus “entornos”, de contornos cada vez más difusos, también. Primero instrumentalizaron los derechos humanos y luego la “guerra global contra el terrorismo” abrió un frente de batalla doméstico cercenando las libertades civiles.
Ahora, se vacía el legado democrático que acabó con la II Guerra Mundial. Las tropas rusas y ucranianas se arrogan la bandera antifascista y se intercambian acusaciones de criminales de guerra nazis. Este relato, según aclara Paul Mason, nos sitúa en una guerra por delegación —la dichosa proxy war— entre, por una parte, el imperialismo estadounidense y, por otra, el ruso y el chino. Entre ellos pugnan por definir los derechos humanos con concepciones antagónicas de los regímenes políticos que mejor los garantizan. Estaríamos, pues, ante “un conflicto sistémico en el que está en juego la supervivencia de Occidente como alianza de países democráticos”.
El problema es que tanto Ucrania como Rusia aplican el macartismo —del senador anticomunista McArthy— en la retaguardia , consideró Andreu Coll. Todo gesto de apaciguamiento o comprensión del “enemigo” es considerado un delito de lesa traición. “El legado de Merkel – los lazos económicos con Rusia son garantía de coexistencia pacífica – ha volado por los aires; al igual que los acuerdos de Minsk. Auspiciados por la canciller alemana, fueron violados sistemáticamente por Ucrania. Una entrevista a Merkel sería oro puro” [I.A.] Así lo confirman las acusaciones de USA y el Reino Unido, que la responsabilizan de haber llegado hasta aquí, consideró Andreu Coll.
La de Ucrania, según el relato oficial, es también una guerra solidaria. Pero la recepción de millones de ucranianos demuestra varias cosas. Primero, que es posible acoger ingentes números de refugiados con los mecanismos legales existentes, recordó Miguel Urbán. Segundo, que la UE practica el racismo institucional sin ambages: ¿de dónde, sino de una guerra, vienen los migrantes de, por ejemplo, ¿Mali?, se preguntó Helena Maleno]. O ¿qué trato reciben los 200.000 romaníes, que también huyen del conflicto y algunos son apátridas?, añadió Urbán
En tercer lugar, se trata de una acogida militarista. La UE colabora en la represión a los que rechazan el servicio militar obligatorio en Ucrania; donde, además, son enviados a la línea de fuego. “Quien no salta la valla, se queda a disparar o ser disparado”. Y, no menos importante, para Miguel Urbán: “Al dividir el núcleo familiar – impidiendo que se exilien los varones en edad militar - te aseguras de que la familia no se implantará en la UE”. En cuarto lugar, “la acogida selectiva de refugiados rebela cinismo e hipocresía institucionales. Hace nada Lituania y Polonia disparaban en la frontera a los afganos. Cinco millones de desplazados, que ya no son objeto de interés de nadie, incluidas las mujeres iconos de la represión talibán”. “La UE encuentra en el discurso securitario su razón de ser. Y el militarismo se convierte en su pegamento”, agregó Nuria Alabao.
“La primera medida del llamado “Mecanismo para la paz” ha sido enviar armas a Ucrania. Mientras, el Parlamento Europeo vota en contra de condonar la deuda a Ucrania para destinarla a la reconstrucción del país; entre otros motivos, porque el gobierno de Zelensky quiere mantener su rating de buen pagador. Se imponen, en cambio, sanciones económicas sobre Rusia que impactan directamente sobre su población y no sobre su oligarquía. Los oligarcas rusos – el sostén de Putin - seguirán blanqueando y defraudando en los mismos paraísos fiscales que el resto de oligarcas, incluido Zelensky”, sostuvo Urban.
La colusión entre guerra económica y militar señala el entronque con el capitalismo. La marca España se ligó a Putin en sus encuentros con Zapatero y Juan Carlos I, que entonces hablaban de un “aliado estratégico y próximo”. Hasta el punto de intentar venderle – con el monarca y Corinna de comisionistas - una tercera parte de Repsol a un oligarca ruso amigo de Putin [E.G.]. La UE quiere un ejército propio para asegurar sus intereses neocoloniales expoliadores de recursos en África, mientras Frontex repele a los migrantes fruto de nuestras políticas depredadoras. Las políticas de seguridad y defensa de las fronteras europeas son cada vez mas caras, un autentico negocio de la xenofobia, recordó el europarlamentario de Anticapitalistas.
Corresponsalías de paz y solidaridad antimilitar
Olga Rodríguez cerró la mesa que moderaba recordando el momento en el que - estando en Irak, acompañada de compañeros ansiosos de que estallara el conflicto armado - logró que brindaran por ser algún día corresponsales de paz y no de guerra. La mejor noticia sería, entonces, que la guerra no había estallado. Y, ahora, que la de Ucrania ha acabado hoy mismo frente a una mesa de negociación. Conviene “dejar el pesimismo para tiempos mejores”, señaló Eva Aneiros. Eran palabras de una solidaria antimilitarista.
Todo esto, estimados lectores y lectoras, pueden parecerles palabras vanas. Bienintencionadas, pero inútiles. Lirismo desfasado, propio de quienes esgrimen lirios contra los tiros o para encubrir su cobardía y complicidades infames, quizás, no hayan leído bien. Nadie en las mesas ni en el público justificó la invasión rusa ni rechazó el derecho de Ucrania a defenderse con las armas, incluso con desinformación. Se trata de evitar una escalada nuclear o que la guerra se enquiste con la consiguiente regresión democrática que aquí se ha denunciado.
Si las voces recogidas le parecen irrelevantes, escuche al papa Francisco que se postula como mediador. ¿Quizás porque se sabe un líder global y, en consecuencia, sabe que el relato “occidental” sobre Ucrania ya no cuela en un mundo multipolar? Si le resulta indiferente, descubra – en apenas 5 min. - la disidencia de una de las periodistas más destacadas de Russia Today, Inna Afinogenova: desertó de ese medio y se muestra tan crítica con la invasión como con la OTAN, con los medios rusos y “occidentales”. Para acabar de salir de su zona de confort – ¡Por favor, que estamos en guerra! - abandone su pantalla y grada favorita por un momento. Vea cómo Ucrania amenaza a los periodistas que rehúyen meterse en la trinchera, incluso habiéndose exiliado en España.