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Cuidados
Júlia Sánchez Cid: “Hacer negocio con cualquier necesidad básica es ir en contra de la vida, ya sea el agua, la vivienda o la muerte”
Romper el tabú de la muerte y tomar conciencia de la propia finitud para transformar cómo estamos en el mundo. Júlia Sánchez Cid esboza así la razón de ser del colectivo Somos Provisionales, una iniciativa con la cual personas que están de duelo apuestan por hablar en comunidad y contribuir a situar la muerte en un espacio de más centralidad social, como herramienta útil para repensar cómo vivimos y convivimos.
Somos Provisionales es una de las experiencias recogidas en una investigación sobre la economía feminista en la ciudad de Barcelona publicada recientemente por la asociación Cooperacció. Un análisis que pone el foco en la diversidad de experiencias que nos ofrecen pistas de cómo avanzar hacia el horizonte de la economía feminista, así como los límites de estas prácticas que “subvierten el orden económico” y actúan para blindar derechos y garantizar necesidades básicas allá dónde, a menudo ahora, encontramos negocios multimillonarios. Es el caso del sector funerario, que ha acumulado denuncias de abusos durante la crisis sanitaria.
“El objetivo principal que tenemos es potenciar que la gente se autogestione en la medida que quiera todo lo que tenga que ver con el morir y que se empodere con esta etapa vital”, explica Sánchez Cid, quien reivindica que la prioridad que defiende la mirada feminista sobre la economía, cuidar la vida, no puede obviar el cuidado de la muerte.
En tu taller de hoy había sólo mujeres. ¿Casualidad o suele ser así en las actividades que promovéis desde Somos Provisonales?
No es casualidad, no. A la pregunta de cómo cuidamos el morir, debemos añadirle quién cuida el morir. Y en qué condiciones lo hace. Generalmente son mujeres las que cuidan a personas al final de vida y las que acompañan en procesos de luto. Al fin y al cabo, somos las mujeres las que sostenemos la vida en todos sus ámbitos. Así que la muerte también. Las personas que cuidan gratuitamente a las personas que están muriendo a menudo son mujeres y las personas que cuidan remuneradamente de manera precaria también son mujeres, mayoritariamente migrantes, en condiciones laborales terribles. Y con 0 reconocimiento por parte de la sociedad del trabajo que hacen, que es cuidar a las personas que están más vulnerables. Pero como esto de cuidar los cuerpos más frágiles no es una necesidad del capitalismo, pues no se cuidan las condiciones de las personas que cuidan.
A la pregunta de cómo cuidamos el morir, debemos añadirle quién cuida el morir. Y en qué condiciones lo hace. Generalmente son mujeres las que cuidan a personas al final de vida y las que acompañan en procesos de luto.
¿Cómo se cuida la muerte? ¿A qué te refieres con esto?
Cuidar la muerte implica hablar de qué hago yo con mi propia muerte y con la muerte de las personas queridas de mi entorno. Es una pregunta que se puede extender a toda la sociedad y que implica tener una conciencia sobre la finitud, la vulnerabilidad, la fragilidad y la interdependencia, que choca con el sistema capitalista, individualista.
¿Consideras que se tiene que desindividualizar qué es lo que hacemos de la muerte?
Somos interdependientes y cuidar la muerte implica comprender que somos comunidad. No queremos juzgar cómo la gente vive sus lutos, sus despedidas. Hay gente que decide vivirlos desde la soledad, apartada, pero lo que vemos es que esto es una imposición social, también. Es decir, no hay manera de vivir los lutos de manera colectiva y realmente de manera soberana.
Si yo quiero despedir a mi madre en el barrio donde crecí y ella pasó parte de su vida, no puedo. Hay muchas dificultades, trámites burocráticos, y la manera como puedo despedir a mi madre en la calle resulta ser limitadísima. Hay una barrera muy grande a vivir en comunidad los lutos porque estamos tan individualizadas… ¡Y porque no nos han enseñado que esto es posible! Se nos enseña todo el rato que el luto tiene que ser en privado. Vivir los lutos en comunidad hace comunidad. Crea comunidad. Porque cuando tú sientes, cuando compartes emociones con la gente, esto une. Si no hay emoción, el vínculo no perdura tanto. Pero si tú vives cosas súper fuertes, dolores muy grandes, pérdidas, la conciencia de tu propia finitud con otra gente, esto vincula la comunidad de manera muy potente.
Hay una barrera muy grande a vivir en comunidad los lutos porque estamos tan individualizadas… ¡Y porque no nos han enseñado que esto es posible! Se nos enseña todo el rato que el luto tiene que ser en privado.
La muerte es un gran negocio para el oligopolio del sector funerario. ¿Crees que es un sector lucrativo comparable a algún otro o tiene particularidades que lo hacen único?
Creo que hacer negocio y sacar provecho económico de cualquier cosa que sea una necesidad básica de la vida es ir en contra de la vida, ya sea especular con la alimentación y la vivienda, la privatización del agua o privatizar servicios básicos como la educación y la sanidad. Con la muerte no creo que sea nada más ni nada menos. Creo que es más invisible por el tabú.
No hablamos de ello. Y si no lo hablamos, no compartimos nuestras experiencias y no vemos en qué momentos se nos están vulnerando los derechos. Y no generamos alternativas. Sobre soberanía alimentaria y vivienda, en los últimos años, crecen alternativas a las del sistema capitalista. Pero en relación a la muerte hay muy pocas iniciativas, a pesar de ser un negocio millonario, cosa que se ha potenciado y facilitado desde las administraciones. Además de hablarlo, generar alternativas para gestionar la muerte pide cambios en el plano legal, porque es súper restrictivo. El interés de negocio de las empresas privadas es tan grande, tiene tanta fuerza y se les ha abierto tanto las puertas, que es difícil y el impulso tiene que venir de la gente.
Plantear la muerte como una necesidad básica de la vida es una perspectiva poco extendida...
Morir, como comer, es una más de las necesidades básicas de la vida. Es una cosa que todas haremos, todas moriremos, en un momento u otro. Cuidar cómo morimos es cuidar necesidades y derechos básicos que tenemos como seres vivos y por eso nos ocupa y nos preocupa entender la muerte como una parte esencial de la vida. No como aquello que la corta, sino como una parte ineludible de la vida, porque si no existiera la muerte no existiría la vida.
¿Cómo consideras que tendríamos que vivir los duelos, respecto a cómo tendemos a vivirlos?
Creo que en general hay una idea del luto muy reducida, como si se tuviera que vivir de una manera muy concreta y además tuviera una temporalidad: en un año lo has tenido que haber superado. Pero el luto tiene muchos matices y colores. Es único cómo es única la relación que tiene la persona con la persona que ha perdido.
Aun así, la cultura que vivimos no permite muchas maneras de expresión, tanto a nivel individual como a nivel colectivo o en espacios compartidos. Por ejemplo, la tristeza se permite hasta cierto punto. Tú vas a una fiesta y la gente no está tranquila si estás llorando por la muerte de una persona querida. Es una cosa que incomoda. También tenemos que tener en cuenta que cuando estamos muy tristes necesitamos descansar, pararnos, y esto no le conviene al sistema. No es casualidad que nos vendan una euforia constante con el consumo de cosas que nos pueden llevar a una vida maravillosa. La alegría, como la rabia, son emociones muy energéticas. El sistema no deja vivir la tristeza de una manera sanadora y conectada con el cuerpo. Se medicaliza cuando sales de lo que se entiende que es la manera correcta, de manual, de cómo tendrías que vivir las pérdidas, y se patologiza muchas veces.
El sistema no deja vivir la tristeza de una manera sanadora y conectada con el cuerpo. Se medicaliza cuando sales de lo que se entiende que es la manera correcta, de manual, de cómo tendrías que vivir las pérdidas.
Planteáis repensar la muerte y cómo hacemos los lutos como una herramienta de transformación del modelo socioeconómico. ¿Cómo contribuye a ello?
Si la economía es cómo resolvemos las necesidades que tenemos, en el actual sistema nos tenemos que preguntar las necesidades de quiénes se están resolviendo. Porque no se están resolviendo necesidades básicas para reproducir la vida. Aquí está el problema del sistema capitalista, que destruye, que no permite la vida. La hace insostenible. Repensar la muerte es entendernos como naturaleza y como la naturaleza somos recursos limitados, a pesar de que el capitalismo nos quiere hacer entender que podemos estar explotándolos constantemente.
Los seres humanos también somos limitados, morimos, nos enfermamos, y no es un fracaso, una situación individual, un problema biológico. La fragilidad y la muerte son inherentes a nuestra naturaleza. Entender esto de nosotros, contradice lo que quieren de nosotros, contradice ser productivos como nos piden ser, contradice que nos exigimos llegar a unos límites con nuestro cuerpo que no es lo que el cuerpo nos pide. Entender la muerte no como un accidente, sino como una cosa presente, básica de la vida, es entender que no somos máquinas productivas y que no es un problema que seamos frágiles, es un problema que el sistema económico esté imposibilitando que seamos frágiles, que margine todos los cuerpos que lo son, a todos los cuerpos que no se pueden adaptar a un modelo que contradice la vida.
La necropolítica es la política del sistema capitalista de eliminar, asesinar o dejar morir a todas las personas que no son rentables para el sistema capitalista. Yo he aprendido el concepto de Clara Valverde, de su libro De la necropolítica neoliberal a la empatía radical, y me hizo ampliar mi mirada hacia la muerte y el conflicto capital-vida que plantea la economía feminista.
¿Qué preguntas detectas que hay que lanzar para empezar a remover el lugar que ocupa la muerte para remover, así, como vivimos?
Creo que la pregunta clave en relación al morir es cómo queremos cuidarnos en el morir, porque la pregunta es cómo queremos cuidarnos en el vivir. El modelo que tenemos de gestión de la muerte responde al sistema capitalista en el que estamos. Además, es cierto que en todo Occidente hay un tabú hacia la muerte, pero en el Estado español hay un tabú muy fuerte, porque tenemos una guerra civil, de lutos no permitidos, de personas que no han sido encontradas y que sus familias quieren encontrar para hacer el duelo y cerrar etapas.
Cuando me hago la pregunta de qué quiere decir cuidar el morir, qué implica cuidar el morir, y qué tiene de político, para mí es importante hacer una mirada colectiva e histórica. Quién muere, cómo morimos y qué lutos son permitidos y cuáles no... y pienso que en el Estado español ha habido un aprendizaje generacional de que hablar de los duelos y del morir es peligroso. Mi generación, a pesar de que no tengamos la misma herida, lo hemos heredado. Por eso la potencialidad de hacer los lutos colectivos, porque es hablar de la historia familiar y la historia de la comunidad. Hablar de las muertes y de los duelos de manera profunda implica cuestionar en qué sistema estamos y cómo hemos llegado aquí.