Cultura de la Transición
25 años después del descomunal “mono” de la Transición

En El mono del desencanto, la doctora Teresa Vilarós analiza la “infrapolítica” que rodeó al momento político entre la muerte de Franco y el final del periodo de Transición democrática.

Peluquería, de Ouka Lele
'Peluquería' una obra de Ouka Lele, una de las artistas más reconocidas de la generación de la Movida.
17 jun 2018 05:40

Imagina el peor día de resaca de tu vida. Las ganas de mear no te dejan dormir, pero estás demasiado KO para levantarte de la cama. Hagas lo que hagas, tu mañana ya es una ruina y tu cuerpo está hecho escombros. Esa noche alguien a quien conoces te ofrece un remedio definitivo para la deshidratación y el principio de anemia que sacuden a tu cuerpo. En pocas horas estarás bien, solo tienes que volver al trabajo al día siguiente, aumentar tus aspiraciones, competir o girar en la rueda, según se mire. Hay una única condición, que lo olvides todo. Imagina que el peor día de tu vida ha durado 40 años.

Hace 25 años echaba a andar el proyecto europeo tal y como hoy lo conocemos. En noviembre de 1993 entraba en vigor el Tratado de Maastrich, la espina dorsal de la Unión Europea que conocemos hoy. Hace ahora 25 años se producía la última integración de España en la historia y terminaba lo que la investigadora Teresa M. Vilarós (Barcelona, 1953) ha llamado “el mono del desencanto” en el libro del mismo nombre, escrito hace 20 años y reeditado en 2018 por Siglo XXI.  

Un año antes del fin de aquel descomunal mono, España había encontrado su lugar en el mundo moderno. Los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla y la capitalidad cultural de Madrid ponían un colofón a la historia de un éxito: una transición en tiempo récord de la premodernidad a la posmodernidad.

Pero aquel triunfo fue también la victoria de un proyecto auspiciado muchos años, en los despachos del Ministerio de Información y Turismo. El alumbramiento de la Marca España antes de que este concepto brotase en la mente de un publicista: “Ya están pasando cosas en esa dirección desde los 60”, explica Vilarós, “hay una cultura promovida por el Estado. Una biopolítica de la banalidad... ¿Qué vende España? Sol. En aquel momento se vendía el sol, el aire, la simpatía”.

“Pasamos de una dictadura neoliberal, que luego Chile copiará con Pinochet en el año 73, a una democracia neoliberal”, resume Teresa Vilarós

Un momento para detenernos en un concepto, el de biopolítica, capaz de provocar un súbito abandono de la lectura de este artículo. ¿Qué es eso de la biopolítica? Vilarós, lingüista y doctora en psicología, lo define como la administración de la vida, una tradición que empieza genuinamente con el Franquismo: “cuando decían a la gente en los pueblos que tiraran la vajilla de loza y compraran Duralex... O aquellos pueblos que se transformaban súbitamente en una ciudad costera”. Iglesia y planes económicos mediante, la sociedad se moldea al gusto del Franquismo.

Lo explica más detalladamente en El mono del desencanto:

“Pero es ya en los primeros sesenta cuando se inicia (...) un proceso de ‘competición espacial entre localidades, ciudades, regiones y naciones’ que llevará a diversas y geografías del mapa mundial a intentar generar una imagen suficientemente distintiva y atractiva y con una atmósfera de tradición histórica local/global apropiada que haga deseable su elección por el capital de las nuevas y pujantes corporaciones. (...) España no es ninguna excepción. (...)

En primer lugar la desruralización masiva del país, que respondería tanto a la pobreza dolorosa y evidente existente entonces en el campesinado español como a la inserción de España en el nuevo circuito urbano: es en la década de los sesenta cuando, y debido a la emigración masiva del campesinado a los grandes centros industriales de dentro y fuera de la península, España pasa de ser un país predominante rural a uno básicamente urbano”.

Teresa Vilarós
Teresa Vilarós, autora de ‘El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993)’. Manu Navarro

Finales de los 60, desde el Ministerio de Manuel Fraga, y su mano derecha, Carlos Robles Piquer, y, paralelamente, desde los ministros del OPUS —los “López”— se lanza un objetivo: cambiar la loza por el duralex, dicho con otras miras, enterrar completamente el periodo autárquico y pasar —anticipándose incluso a países democráticos— al liberalismo que iba a rampar en los años 70 en las cuatro esquinas del mundo.

“Pasamos de una dictadura neoliberal, que luego Chile copiará con Pinochet en el año 73, a una democracia neoliberal”, resume Teresa Vilarós. Maastrich, supone la conclusión de un plan que el Franquismo había trazado mucho antes, casi desde el año 1945: la incorporación en la Comunidad Económica Europea.

En el camino habrá otros pasos de liberalización e inclusión en la división internacional del trabajo. La reconversión industrial, pólvora y fuego en zonas como Bizkaia, Asturias o Vigo, y el Plan de Empleo Juvenil, pretexto para la última gran huelga obrera de España. De la modernidad a la posmodernidad, guiados por un partido socialista adaptado como pocos a los cambios. “Ya somos europeos”, que decía el cómico Antonio Ozores.

Los kilómetros de autovía y autopista y las líneas ferroviarias de alta velocidad —el AVE Madrid-Sevilla se inauguró con pompa y boato en abril de 1992— formaron nuevas venas en el territorio por las que iba a galopar el crédito vinculado al sector inmobiliario.

La hipoteca que el poder estaba dispuesta a pagar: el desclasamiento, el abandono de la tierra, el éxodo masivo de cientos de miles de personas, “de toda la historia que teníamos detrás”, resume Vilarós. En pocos años se produce ese desenganche de la tierra, se terminan los cuentos, las historias, se dejan atrás los saberes. Los abuelos quedan “como espectros, como fantasmas”. Los jóvenes se incrustan en la ciudad, en sus suburbios... “La dictadura se acaba pero la postdictadura, que es parte de ese sistema, empuja todo eso hacia adelante, todos esos jóvenes no tienen mucho a lo que engancharse”, explica la autora de El mono del desencanto.

Miles de historias tristes

La droga y su falta —el “mono”— no son solo metáforas del fin del Régimen, son también dos realidades que marcan la década de los 80. Vilarós confiesa que cuando escribió el libro, en 1998, lo escribió porque lo necesitaba: “Habían muerto muchos amigos por el Sida. Era muy angustioso estar ahí, pensar que se morían. Entre los que se murieron entonces y los que han muerto después, espero que el libro no sea un mausoleo”, comenta.

La heroína, señora de los años 80, dejaría paso a la cocaína, líder de los 90. España superaba el mono a base de polvo de ladrillo y polvo de ángel. De la premodernidad, a la modernidad y de ahí a la postmodernidad.

“La droga arrasó a los hijos e hijas de la clase media. Se los llevó por delante. Arrasa entre la gente que tiene 20 años. Está relacionado con una exploración de todo lo que es el cuerpo, con un revuelo de plumas muy fuerte”.

El 4 de mayo de 1989 muere Enrique ‘Costus’. El 3 de junio, se suicida su pareja, Juan José. La de los ‘costus’ es una de esas historias que aparecen en los libros sobre la llamada Movida en forma de corolario. Terminan los 80 y el recuento de bajas es abrumador. Muertos por la droga, muertos en las manifestaciones del tardofranquismo, muertos, literalmente, de asco, ante la falta de oportunidades o de un trabajo.

Es el valor de lo que Vilarós y su equipo de estudios culturales llama la “infrapolítica”, el trazo tembloroso que queda en los márgenes de la historia. Un abandono o retirada de la política, que queda suspendida en ese brutal periodo de “mono” para toda una generación. 

“El mono del periodo de la transición, su Movida, coincidiendo con la entrada fuerte de la heroína en España, aparece de pronto en el fin del franquismo como brutal síntoma de retirada de una historia que, vinculada a la guerra civil y triturada por la dictadura aparece sin futuro, sin pasado y sin recuerdo. Movida-Retirada. Movida-Mono que se retuerce y jadea, en un presente constante, en y desde la fisura histórica, metonimizada aquí como síntoma de abstinencia”.

En 1988, Pedro Almodóvar dirige su película más exitosa. Mujeres al borde de un ataque de nervios prefigura una España moderna, abierta al mundo. Ganará el Óscar de la Academia. Con el tiempo, la filmografía de Almodóvar recuperará el mundo de su infancia. Esa premodernidad, a la que el director manchego volverá una y otra vez (suelos de gres, ganchillo, pata de jamón), está envuelta en un tabú, en la ausencia del padre siniestro.

Vilarós recoge un artículo de Newsweek que subraya esa ausencia de Franco en el nuevo estado de cosas que prefigura Mujeres al borde de un ataque de nervios: “(...) Franco nunca se menciona y sus personajes, habitantes de estilosos apartamentos y con fantástico vestuario, están demasiado ocupados en perseguir un placer animal para preocuparse ni tan sólo de reconocer su existencia”. Vilarós introduce un matiz:

“Podemos decir sin embargo que la total ausencia de referencias a Franco o al Franquismo en la mayoría de las producciones culturales alternativas de la época, a la cabeza de las cuales se encuentra Almodóvar, es un resultado directo precisamente de la experiencia adictiva del pasado español de la dictadura que se quiere ahora reprimir con su negación explícita”.

En la calle conviven adoradores del padre muerto y quienes basaron su existencia en luchar contra él. Igualmente perdidos y sonámbulos. El desencanto, verbalizado en la película del mismo nombre de Jaime Chavarri (1976) se extiende por todo el cuerpo social. La derecha entra en barrena entre quienes “niegan al padre” para seguir en el aparato de lo que se construye a partir de 1977 y los que seguirán adorando a Franco y el Franquismo.

La experiencia traumática se repetirá en la Unión del Centro Democrático —desintegrada en tiempo récord— y en Alianza Popular —casi 20 años alejada del poder—. La llegada de José María Aznar y Rodrigo Rato a la dirigencia del centro-derecha se producirá definitivamente en 1996. El año 3 después de Maastrich.  

La “supra” política toma la determinación de prescribir el mismo antídoto a derechas e izquierdas: el olvido para seguir con los negocios como siempre. Y el desencanto para explicarse las renuncias, las derrotas y el mal sabor de boca de algunas victorias.

El corto debate durante la moción de censura de 2018

El 31 de mayo de 2018, pasadas las 19h de la tarde, el candidato a presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, esbozaron en pocas líneas el contenido de un debate que las opciones políticas de izquierdas dejaron congelado en ese punto cero que fue el paso a la democracia española.

La lectura de PSOE y los partidos herederos de la tradición izquierdista choca en el mismo punto, la Transición y el llamado “pacto del olvido”, precisamente aceptado tanto por un partido socialista que en 1979 se declara “no ideológico”, como del Partido Comunista de España, que pasa toda la campaña electoral de ese mismo año requisando banderas republicanas a sus militantes en los mítines de la campaña del 77.

La izquierda, sostiene Vilarós, también pasa un brutal síndrome de abstinencia:

“La utopía fue la droga de adicción de las generaciones que vivieron el franquismo. La muerte de Franco señala la retirada de la utopía y la eclosión de un síndrome de abstinencia, un Mono que obedece a un ‘requerimiento inconsciente’ y a una ‘necesidad visceral’ según palabras de [Jorge] Berlanga”

En el conato de debate entre Sánchez e Iglesias reaparecía una vieja herida sin cerrar entre el centro izquierda y la izquierda española: el no reconocimiento de quienes pusieron el cuerpo en la Transición. Los casi 600 muertos del período de cambio de régimen, 188 a causa de la violencia institucional. Las renuncias políticas y sociales que se hicieron en lo que —recordó Iglesias en el debate— fue el producto de la “correlación de debilidades” que Manuel Vázquez Montalbán anotó irónicamente para definir las posiciones de izquierda y derecha.

La Constitución y, el siempre añadido pack de “amplios consensos” alcanzados en torno al año 1978 (Ley de Amnistía de 1977, Pactos de la Moncloa) cerró por arriba un pacto que en los años 90 alcanzaría el único objetivo común de izquierdas y derechas: la entrada en el proyecto mundial de la globalización. Así lo ve Vilarós:

“La intersección en España de dos procesos a la vez independientes y relacionados como fueron, por un lado las tensiones que el país como cuerpo social, mantuvo en la larga dictadura con una figura como Franco y, por otro, las nuevas estrategias económicas y políticas impulsadas por y desde el capital internacional, marcan el momento de la transición política como un momento fisural. Debido a esta coincidencia, el “pacto del olvido” surgió no como explicitación de una estrategia sociopolítica, sino como gesto a la vez visceral y necesario que (...) permitió a la sociedad española de una brutal dictadura lateralmente moderna y, por tanto, políticamente aislada y obsoleta, al circuito económico, cultural y político que caracteriza el paradigma posmoderno que nos ha tocado vivir.”

El All my loving de Los Manolos, una maravillosa versión de un tema de The Beatles, puso fin a los Juegos Olímpicos y permitió lanzar un mensaje a la esfera global: todo se ha terminado/aquí no ha pasado nada. Y algunas (muchas) cosas permanecieron. La más simbólica, la presencia de los restos de Franco en el valle de Cuelgamuros, renombrado como el Valle de los Caídos, una presencia que, cuentan los mentideros políticos de la capital, puede terminar por orden del Gobierno de Sánchez. 

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Teresa Vilarós marchó hace muchos años a vivir a Georgia (Estados Unidos). Evita hacer juicios sumarísimos sobre una época que le tocó vivir en Barcelona entre el final de la adolescencia y la primera juventud. “Algunas cosas, como la Constitución [se hicieron] alevosamente, iban a firmar un Estado que hoy llamaríamos plurinacional y de repente los militares y las fuerzas vivas dicen ‘ni hablar’... otras se hicieron como se pudo, creo que no debemos ser tan locales”.

Hoy, está más preocupada por las tendencias actuales del capitalismo. Repite los nombres de Amazon y su conciencia de que la inteligencia artificial lo está cambiando todo. Antes de despedirnos, expresa su deseo de que el estudio de la historia —especialmente de la historia infrapolítica— sirva para algo.

Teresa Vilarós
‘El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993)’. Manu Navarro
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