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Culturas
Consonni: “Desde la cultura tenemos el deber de amplificar un discurso crítico”
María Mur Dean y Muns Brunet Navarro repasan los más de 20 años de trayectoria de la productora cultural consonni y su desarrollo como proyecto editorial
Consonni inicia en 1996 su andadura en una fábrica abandonada en Bilbao. Más de 20 años después son una referencia en el contexto cultural de Euskal Herria habiendo desarrollado múltiples formatos desde una perspectiva de comunidad y creación colectiva. Desde 2016 se constituyen como editorial iniciándose en la publicación de textos sobre crítica cultural e incidiendo sobre la palabra como herramienta de trabajo. María Mur Dean y Muns Brunet Navarro forman junto a Arkaitz Olea e Iñaki Landa el equipo que sustenta el presente de este proyecto.
Creo que merece la pena que contextualicemos la identidad de consonni y que sentemos las bases del propio proyecto y de su evolución.
M.M: El proyecto lo inicia Franck Larcade y toma su nombre de la fábrica abandonada donde nos instalamos haciendo proyectos con artistas como Jon Mikel Euba, Loïc Touzé o Sergio Prego. Yo entro como estudiante de prácticas en 1999 de la misma manera que entraría Muns más tarde en el 2010. Posteriormente consonni abandonaría la fábrica para trasladarse a una oficina y comenzaríamos entonces a pensar en términos de producción de proyectos con artistas como Andrea Fraser, Hinrich Sachs, Itziar Okariz, Saioa Olmo... Es un paso importante puesto que abandonamos esa pertenencia al lugar concreto y comenzamos a pensar en formatos específicos para cada proyecto. En aquel momento esta forma de trabajo no era tan habitual y se hablaba mucho más de espacio expositivo. Para nosotras pasa a ser más importante el diálogo y la interlocución con lxs artistas y es de esta manera que se va conformando el carácter de lo que luego fue.
Hablamos de un momento en el que surgen lugares como Abisal, BilbaoArte o se inaugura el propio Guggenheim. ¿Cómo va conformándose vuestro proyecto en este sentido?
M.M: Cuando consonni estaba ligado a un lugar como una fábrica, nuestra resonancia en prensa alcanzó niveles que nunca se volvieron a repetir. Parecía haber una obsesión por vincular todas estas prácticas a un espacio tan connotado, lo que era del agrado de las instituciones públicas. El salto a desvincularnos de todo aquello hizo que la visibilidad del proyecto disminuyera.
M.B: La idea de autodenominarnos productora tiene que ver con una intervención directa en los medios de producción y en las formas de trabajo. Esto incide no sólo en los contenidos sino en nuestros propios modos de hacer y de trabajar. La perspectiva feminista nos atraviesa y nos interroga constantemente poniendo el acento en los cuidados y en el desarrollo interno del equipo.
Por otro lado, habría una convivencia con un contexto local al margen de todo lo institucional y más asentado en proyectos autoproducidos o autogestionados.
M.M: Creo que siempre hemos sentido que se valoró la osadía de consonni de abandonar una fórmula aparentemente más exitosa, más habitual, para confiar en otra manera de hacer las cosas y abrir nuevos caminos. De hecho fue un proceso compartido con muchos artistas y agentes. Matthieu Laurette, Ibon Aranberri o Arteleku en los primeros momentos del cambio o Iratxe Jaio& Klaas van Gorkum, María Ruido, Rosalyn Deutsche o Lucy Lippard por mencionar algunas, son cómplices con quienes hemos trabajado y que han influido mucho en nuestras derivas y formas de trabajar. Iniciamos una forma de acción que tuvo que buscar otros espacios de actuación fuera de lo que podría conllevar el hecho de haber seguido como un centro de arte.
Abordamos entonces la cuestión de la financiación pública y de la supervivencia a base de proyectos.
M.M: Justo ahora en la era de la imagen lo que más nos interesa es trabajar sobre la palabra. Estamos muy volcadas en cuestiones sobre el pensamiento, la escritura o el podcast entendiendo la palabra como un campo expandido desde el que intervenir desde el arte, la literatura o la radio. Este nuevo camino nos ha llevado a acercarnos al mundo editorial como sector y también incluso como mercado lo cual ha sido una sorpresa. Siempre hemos mirado y seguimos mirando con suspicacia al mercado y a las llamadas industrias culturales, pero el modelo del que veníamos basado en la autoprecarización, la autoexplotación y la dependencia institucional, tampoco es mejor. Sentimos que en Euskal Herria vivimos una burbuja en la que muchas organizaciones nos creemos que podemos ser profesionales viviendo de un modelo de subvenciones públicas. Nos parece que es sostener un sistema obsceno para la propia cultura.
¿Obsceno en el sentido de verlo como una herramienta de control?
M.B: No únicamente, pero sí. Si mañana se cortan las principales ayudas a espacios y asociaciones, hay un tejido cultural que simplemente no puede sobrevivir y acaba cayendo y desmontándose. Hay un grado de control social que tiene que ver con esa dependencia de lo público para su existencia.
M.M: Exacto, y no es para nada casual. Ha pasado en otros países y comunidades autónomas. A pesar haber sobrevivido de esta manera, pensamos que tenemos que comenzar a buscar otros modos más autónomos y políticos. Y no solo nosotras, sino de forma colectiva y como sector. El modelo de organización independiente pero dependiente de las ayudas tiene los días contados. Si es que no fue una quimera siempre.
El modelo de organización independiente pero dependiente de las ayudas tiene los días contados. Si es que no fue una quimera siempre¿Y cómo convivís con esa bipolaridad de financiación pública/privada?
M.B: Es que consonni viene de ahí, de una mudanza permanente. La editorial nos está permitiendo mutar. Estamos aprendiendo de muchos referentes como Traficantes de Sueños o Pepitas de Calabaza.
M.M: Ambicionar ser más autónomas de los presupuestos públicos no quita para que pensemos que se debe seguir exigiendo un apoyo por parte de sector público a la cultura. No se trata de abandonar un camino por otro, sino de conseguir una forma de empresa o de organización coherente con los discursos críticos que difundimos. Parafraseando a María Ruido, que a su vez cita a Godard, que nos permita “trabajar políticamente contenidos políticos”. Ahora mismo somos una asociación y una cooperativa, lo que nos ha llevado a investigar el cooperativismo, el mutualismo y la economía social como formas de reflexión y de intervención sobre nuestro contexto.
Pero pasáis a depender de cuestiones mercantiles que tienen que ver con la venta de volúmenes.
M.B: Los libros, podcasts o proyectos que producimos deben responder al interés y necesidad de una comunidad concreta (o comunidades). Para nosotras es importante sentirnos parte de esta comunidad que nos sostiene. El trabajo editorial nos exige una atención mayor a este sujeto colectivo que de alguna forma modula nuestros contenidos y sin el que no tendría sentido hacer nada de lo que hacemos. Así que, si pensamos más en este sentido que en el mercantil, el reto de sobrevivir aportando un contenido cultural a nuestras comunidades de proximidad es apasionante.
M.M: Trabajando el libro de Lucy Lippard, la autora nos habló de crítica cultural frente a crítica de arte contemporáneo. Esto fue fundamental en nuestra trayectoria. Ahora nos encontramos muy cómodas en un espacio entre la crítica cultural entendida como el análisis crítico y la cultura crítica que en sí misma tiene unos objetivos de análisis social, político o crítico. En este sentido, en el 2019 vamos a iniciar una nueva colección: El Origen del mundo. Un guiño obvio al famoso y controvertido cuadro de Coubert pero sobre todo una colección sobre el devenir del mundo desde una perspectiva feminista. Inauguraremos la colección con la traducción de Staying with the trouble de Donna Haraway hecha por Helen Torres.
¿Y cuáles son los criterios editoriales que os permiten compaginar esto con la rentabilidad del producto?
M.B: Nuestra experiencia hasta ahora nos orienta también sobre cómo abordar cada nueva publicación y vamos siendo más previsoras a la hora de saber qué puede funcionar mejor o peor. Y ante todo, en consonni es muy importante la escucha. Escuchar atentamente.
M.M: Al principio publicábamos solo aquello que resultaba de nuestros propios proyectos artísticos, hasta que publicamosSalir de la exposición de Martí Manem, que fue el inicio de la colección de ensayo crítico Paper que nace en 2012. En ese momento podemos decir que había mucho de intuición, pero ahora cada nueva colección requiere un estudio del panorama, así como una previsión económica más certera. Sin embargo, no dejamos de seguir publicando cosas que nos salen del estómago y que sentimos que responden a esta comunidad a la que apelamos. De hecho, nuestro trabajo editorial conlleva una interlocución directa con lxs autores con lxs que trabajamos y un trabajo muy detallado en cada texto. Yo personalmente aprendí esa manera de editar de Miren Eraso cuando llevaba Zehar en Arteleku. Su forma de aportar y sugerir en cada uno de los textos es una referencia para nuestra manera de entender la edición de contenidos.
Por cuestiones de contexto, pertenecéis a una realidad lingüística que también os preocupa desde lo editorial.
M.M: La cuestión de la comunidad de proximidad no es exclusivamente geográfica. Hemos encontrado mucho interés por nuestros libros en México y Argentina, donde están surgiendo unas interlocuciones muy estimulantes. Por otro lado, somos un equipo principalmente euskaldun y es a esa comunidad a la que también queremos apelar y sobre la que nos queremos volcar cada vez más. Tiene que ver con nuestra propia cotidianeidad. Es algo que vamos a trabajar mucho en los podcasts. Por ejemplo, con el programa Titania, que pronto emitiremos dirigido por la multifacética periodista Tania Arriaga, que será fundamentalmente en euskera sobre cultura, comunicación, lesbianismo y dinero. Este programa es parte de la residencia que estamos realizando con Azkuna Zentroa Alhondiga Bilbao, dentro de su programa Amphytrion. Estamos experimentado con la producción radiofónica como otra formula para difundir cultura crítica. Realizamos radio shows con público en directo y programas de radio en un estudio diseñado por el artista Gorka Eizaguirre. Una experiencia que está resultando muy estimulante, y además una oportunidad a la que le estamos sacando chispas.
Para nosotras es crucial intentar transmitir una serie de ideas, de imaginarios y de reflexiones que nos afectan y nos atraviesan
Retomemos por un momento el concepto de comunidad que habéis mencionado varias veces. ¿Cómo conseguís trabajar en ese sentido?
M.B: Anteriormente con los proyectos estábamos creando continuamente diferentes formatos adecuados para cada ocasión. Había un trabajo en colectivo, pero sobre todo con el o la artista en cuestión. La labor editorial nos permite trabajar con una gran cantidad de contenidos que acaban conformando un mismo formato mucho más identificable. En ese sentido es mucho más efectivo trabajar en esa línea puesto que puedes ir detectando una comunidad afín a tus contenidos y metodologías, aunque conceptualmente puedas seguir permitiéndote un lugar para la experimentación.
M.M: Al principio consonni perseguía una idea de camuflaje, disolviéndose en cada nuevo proyecto como una capa invisible. Para nosotras es crucial intentar transmitir una serie de ideas, de imaginarios y de reflexiones que nos afectan y nos atraviesan. Queremos amplificar esa serie de cuestiones asumiendo ahora la estrategia de la Pantera Rosa de Deleuze y de Guattari. En vez de escondernos queremos pintar el mundo de nuestro propio color, estamos trabajando nuestra manera de presentarnos al mundo de otra manera diferente. Al hilo de esto creemos que la literatura aporta una fantasía de inmortalidad mayor que el arte, al final el relato es siempre lo que queda.
Veo un paralelismo entre el momento que consonni abandona la fábrica cuando comienzan a surgir espacios de exposición y ahora que os inclináis por el texto crítico cuando ya parece no haber espacio para la crítica cultural.
M.M: Si, sin duda hay algo de eso. Puede que esté en nuestro carácter, una necesidad por cambiar el modelo o el formato en el que estamos acomodadas.
M.B: También es una cuestión de resistencia constante.
De todas maneras, parece que el fantasma de la autoprecarización en el trabajo cultural no desaparece nunca. ¿Cómo convivís con eso?
M.M: El primer error es admitir determinadas condiciones como normales o como un mal aceptable para el desarrollo de un proyecto cultural. En la cultura, tanto instituciones públicas como organizaciones privadas, estamos atentando contra unos derechos laborales que nos corresponden.
M.B: Tenemos comprobado que si hacemos unos cálculos certeros de todas las horas de dedicación y todas las funciones que realizamos, nos correspondería el doble de salario que percibimos. Está bien ponerlo encima de la mesa, verbalizarlo y saber cuál es el terreno en el que nos estamos moviendo. El trabajo cultural es muy precario pero la autoprecarización no debe ser una resignación. Debemos seguir luchando por mejorar las condiciones laborales del equipo interno y de lxs cómplices con quienes colaboramos. Debemos trabajar en un sentido de apoyo al sector, de cuidados mutuos.
Debemos seguir luchando por mejorar las condiciones laborales del equipo interno y de lxs cómplices con quienes colaboramosAunque está claro que en los últimos años en consonni estáis centradas en la palabra, la editorial o el podcast, seguís manteniendo un contenido en forma de residencias, talleres o encuentros. ¿Cómo vinculáis todas las líneas más presenciales con el trabajo editorial?
M.B: Si antes huimos del centro, de la fábrica como lugar físico, ahora la oficina está volviendo a adquirir una relevancia en cuanto a lo espacial. Empezar en este local en 2011 nos permitió tener una visibilidad y una referencia en la ciudad, en el barrio. Una oficina a pie de calle supone un mayor acceso. El objetivo es que todas las capas del proyecto dialoguen entre sí, dándole una coherencia a cada uno de los aspectos que trabajamos y nunca dejamos al azar. Sea un taller una charla o una convocatoria, todo tiene una razón de ser.
M.M: Esa es la clave. Podemos seguir haciendo todas esas cosas utilizando la oficina como un lugar a donde acudir. Para nosotras es un lugar de trabajo, pero también un espacio para habitar desde la postura que comentábamos antes, desde lo comunitario. Pertenecer a estos dos mundos (arte y libros) genera posibilidades de mirarte desde otros lados y perspectivas.
De hecho, vuestro programa de residencias se llama HPC (Habitación propia compartida). ¿Cómo funciona esta faceta?
M.B: Cuando llega alguien a una residencia le planteamos que aproveche las posibilidades que nosotras les brindamos. Un espacio de trabajo con un dinero de producción, unos honorarios y una interlocución constante. No exigimos nada más que una actividad pública y apoyamos cualquier proceso en el que estén. Esta forma de trabajo nos ha permitido vincularnos con proyectos de diferente índole, desde el taller de lectura con Diego del Pozo, que acabó en un Skype con Donna Haraway a Fermín Jiménez Landa que nos propuso un viaje en barco para ir a buscar ballenas. Ahora mismo estamos con Maider López que quería trabajar directamente con nuestros libros y en concreto con Video Green de Chris Kraus cuya traducción estamos acabando y publicaremos en octubre. En su propuesta Maider recopila los objetos cotidianos, que la gente utiliza como marcapáginas y cada uno de ellos ira encartado en el próximo libro que vamos a publicar.
Tras más de 20 años, ¿tenéis clara cuál es la función del trabajo cultural?
M.M: Desde la cultura entendida como normas, valores y creencias tenemos el deber de amplificar un discurso crítico. Tenemos un cometido de pintar el mundo de otra manera. En ese sentido es por eso que creemos que mientras el arte prosigue en los debates sobre lo real y la representación, la palabra se construye desde el deseo, y esto es esencial para seguir trabajando y dando sentido a todo lo que hacemos. Apostamos por la palabra escrita pero también susurrada, escuchada, silenciada, declamada; la palabra hecha acción, hecha cuerpo.