Culturas
Lucy Sante: “Transicionar me ha vuelto más consciente del otro”

La escritora Lucy Sante pasó por Madrid en junio, durante la Feria del Libro. “Es la capital europea menos modernizada”, dice como elogio. “Sigue siendo como un conjunto de barrios entreverados, quedan tiendas pequeñas, muchas plazas, parques, sitios para sentarse… No como Barcelona, que en buena medida es una cuadrícula”, compara sin dejar de advertir que se trata de un vistazo superficial, no experto, porque no conoce bien ambas ciudades. Lo avisa porque se toma muy en serio el conocimiento de las urbes y su historia.
Suyas son una obra de referencia sobre su ciudad más vivida y más querida, Bajos fondos. Una mitología de Nueva York, y otro gran ejercicio de arqueología urbana marginal como El populacho de París. La ciudad de la gente en los siglos XIX y XX, publicados ambos títulos por la editorial Libros del K.O., que la edita en exclusiva en español. La reclutó cuando recién arrancaba este sello independiente y Sante era ya una autora reputada en el ámbito anglosajón como cronista de ciudades, estudiosa de la imagen y crítica cultural, género al que pertenecen el primer libro que le tradujeron —Mata a tus ídolos, en 2011— y la otra recopilación de sus artículos que sacaron en 2022, Retrato underground. En 2024 publicaron su última obra hasta la fecha, Ella era yo. Memorias de mi transición, en la que narra la transición de género que empezó en 2021, cuando tenía 66 años. Este libro que arranca con un tierno y torrencial correo electrónico a sus amistades más íntimas —“(Asunto: bomba)”— fue en 2024 finalista del Pulitzer y entró en el top ten literario del año de The New York Times.
Sante es seria y puede resultar hosca por momentos. También es amable y no solo por momentos, sino con regularidad, divertidísima: tiene una ironía fina, como buena hija de la cultura punk setentera no se toma nada demasiado en serio, empezando por ella misma y su propia seriedad, y acusa una marcada distancia analítica que es natural en una persona de inteligencia aguda y observadora que atravesó dos experiencias fuertemente alienantes: la migración con sus padres de Bélgica a Estados Unidos cuando era niña, y su asimilación, y desde la infancia y durante casi toda una vida la disforia de género.
En los dos días que llevaba en Madrid no le había ocurrido nada especialmente gracioso, dijo, excepto quizá el momento en que estaba tomando algo en una terraza y un gorrión le robó una patata frita. “Se la llevó al suelo para comérsela, lo rodearon otros pajarillos y pude ver cómo se piraba con la patata frita aún intacta en su pico”.
Actualmente está escribiendo su primera novela y un ensayo sobre la Velvet Underground. En principio había firmado un contrato para escribir un libro de Lou Reed, pero en realidad no tenía ningún interés en escribir sobre él y con su agente lograron convencer a la editorial de cambiarlo por Ella era yo y el libro sobre la Velvet.
¿Qué te pasa con Lou Reed?
Que amo a la Velvet, pero no amo a Lou Reed. Después de la Velvet, se volvió una mala copia de sí mismo.
Pero en su día fue un icono de la cultura queer, ¿no?
Sin duda que lo fue, y por dos cosas: por sus fotos de transformista y porque tuvo una relación bastante larga con una mujer trans, Rachel Humphries.
¿Qué significa la Velvet para ti? ¿Por qué la Velvet sí y Lou Reed no?
Porque cuando una banda es una buena banda, es el resultado de una confluencia de talentos. En cuanto faltaron John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker, la Velvet ya no fue lo que era. Quedó Lou Reed, su principal letrista y cantante, pero la Velvet era mucho más que Lou Reed. Y estaba Nico… Me acuerdo de que en los años 60 y 70 la gente no se la tomaba en serio.
¿No?
Lo que oyes. Pura misoginia. Y era tan brillante. Mi primer año de transición me lo pasé escuchando en bucle sus cuatro primeros álbumes. Pero respondiendo a tu pregunta: para mí lo especial de la Velvet es esa maravillosa combinación de lo lírico y lo agónico, de la paz y la destrucción, todo eso junto y entremezclado a la vez; ese conflicto interior, tan salvaje, eso es para mí la Velvet Underground.
He leído una reflexión tuya en la que distinguías entre vida y escritura, a diferencia de quienes lo ven como una misma cosa. ¿La transición te ha cambiado algo este enfoque?
Desde que publiqué Ella era yo me han hecho la misma pregunta en todas las entrevistas: que cómo ha cambiado mi escritura con la transición. Al principio respondía que no había cambiado ni un ápice, pero me he ido dando cuenta de que al transicionar me he vuelto mucho más consciente del otro, me he conectado mucho más con los demás. Antes era muy solipsista. Así que, por más vieja y sola que me encuentre en estos momentos, sí puedo decir que ahora me siento mucho más vinculada al resto de la gente.
Entonces no estás tan sola, ¿no?
Sí y no. Vamos a ver. En términos objetivos, estoy muy sola, pero a la vez me he vuelto una persona más receptiva.
¿Y te sientes mayor?
¡Tengo 71 años! Esto no va de cómo una se sienta. Si yo, por sentir, me siento como si tuviese 27, pero los que tengo son los que tengo, esto es un hecho, así es la vida. Allá donde voy, casi siempre soy la mayor, y en la comunidad trans, en específico, soy 40 años mayor que cualquier otra. ¡40 años!
No me ha quedado claro si tu escritura ha cambiado o no con tu cambio vital.
Pues, como te decía, mi relación con la gente ha cambiado, me enfoco más en la gente, y esto ha sido muy relevante en mi vida, pero mi relación específica, literaria, con el lenguaje no ha cambiado, ¡cómo va a cambiar eso! Son 44 años escribiendo, haciendo lo mismo. Los mecanismos de mi escritura ya no van a cambiar.
O sea que eres una artesana y tu trabajo se hace como se hace, como quien hace zapatos.
Justo, así lo veo.
No entiendo a las feministas transexcluyentes. El determinismo biológico es la mejor baza del machismo. No entiendo cómo no se dan cuenta de ello, me deja estupefacta
Vamos al Nueva York de los años 70. Fue una época de vanguardia, pero imagino que a la vez, y paradójicamente, aún era un contexto demasiado conservador para la exploración de las identidades trans, ¿no es así?
Fue una fase de un proceso que continúa. No se pueden eliminar de golpe todas las barreras, hay que ir paso a paso, peldaño a peldaño. Dicho eso, yo ni siquiera tuve noticia de la existencia de lo trans hasta que entré en el instituto en Nueva York, y más tarde empecé a leer el Village Voice, pasó lo de Stonewall y me empecé a encontrar con cosas que me dejaban los ojos a cuadros, como la organización de activismo trans STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries), pero lo que todo esto me hacía sentir y pensar me lo guardaba para mí, eso por descontado. Y aún hoy, lo del género sigue muy en la sombra.
Todavía.
Sí, claro que sí, porque es una amenaza para la supremacía machista. Por eso no entiendo a las feministas transexcluyentes. El determinismo biológico es la mejor baza del machismo. No entiendo cómo no se dan cuenta de ello, me deja estupefacta.

Decías que la transición no ha cambiado tu escritura. ¿Y tu relación con el amor?
¡Vaya si ha cambiado! ¡Porque estoy más sola que la una! Yo había estado en pareja, con distintas personas, medio siglo seguido, y ahora me he quedado sola y sin nicho para buscar pareja. Y es jodido, porque necesito amor, siempre lo he necesitado porque no lo tuve en mi infancia. El último invierno lo pasé deprimida, gané peso… De verdad que es jodido.
Aunque, a la vez, dices en el libro que por fin te has dejado de odiar a ti misma.
Sí, estuve toda la vida escondiéndome. Creía que jamás a nadie le había pasado lo que me pasaba a mí y, como me gustaban las mujeres, pensaba que si hacía la transición nunca le volvería a gustar a una mujer, que les daría grima. Al mismo tiempo, tenía ambición literaria y si hubiese hecho la transición cuando era joven, teniendo en cuenta cómo era el mundo, no habría podido hacer la carrera que hice.
Qué salvajada, tener que elegir entre tu vida y tu carrera.
Sí, pero así lo veía. Cuando pienso en cómo hubiera sido mi vida si hubiese hecho antes la transición… Pero bueno, pensar en eso no me va a llevar a ningún sitio. Así ha sido la cosa y aquí estamos. Ahora estoy a gusto conmigo misma y hago lo que puedo por gustarle a los demás.
La transición a esta edad tiene sus límites, pero para mí es un paso tan importante, decisivo y valioso como lo fue integrarme como americana, aunque sabía que nunca llegaría a ser al cien por cien una maldita americana
Como persona trans y migrante que fuiste de niña, ¿qué relación hay entre ambas experiencias?
La clave es el concepto de passing [pasar por algo]. Hay una novela estupenda de 1930 titulada así, Passing, en la que una mujer negra intenta pasar por blanca. Asimismo, cuando llegué a Estados Unidos siendo una niña yo intentaba pasar por americana, porque me sentía muy sola y lo único que quería era poder integrarme, ser una más, y como no podía preguntar las cosas que no sabía, porque los niños americanos pasaban de mí y bastante hacía con evitar que me pegasen, me dedicaba a imitarlos como podía y a hacer como que me las sabía todas. La transición es una experiencia similar. Yo ya sé que no paso por mujer, pero después de cuatro años de transición cada vez estoy menos obsesionada con eso y voy fluyendo tal y como soy. La transición a esta edad tiene sus límites, pero para mí es un paso tan importante, decisivo y valioso como lo fue integrarme como americana, aunque sabía que nunca llegaría a ser al cien por cien una maldita americana. Es muy parecido, se trata de encontrar tu sitio dentro de lo posible. Y me costó mucho más llegar a ser americana que llegar a ser Lucy.
¿Se te dio bien ser una maldita americana?
¡Lo clavé! Hasta los ocho años no había hablado una palabra de inglés y no tengo ni pizca de acento. La gente no se puede creer que yo haya nacido fuera de Estados Unidos.
En tu libro escribiste que la disforia de género te provocaba derrumbes de autoestima. Esto es algo que a mí me ha pasado toda la vida y en los últimos años lo achacaba a que tengo un diagnóstico de trastorno bipolar, pero desde que empecé a asumir mi identidad no binaria, me pregunto a menudo si no sería más apropiado leer esos vertiginosos bajones de confianza con las lentes de la disforia. ¿Cómo lo ves?
Mmm, interesante. A ver, yo solo tiendo a la depresión, no sufro la supuesta parte maniaca o de subidones que implica tu diagnóstico, así que no sé que decirte. Estas cuestiones me fascinan y me gustaría saber mucho más, pero bueno, lo que te puedo decir de mi vivencia es que hasta el sol de hoy no hay día que no tenga mi momento, así sean solo cinco minutitos, de “soy una completa idiota, todo lo hago mal y el mundo entero está mirándome y riéndose de mí”. Y he conocido mujeres que transicionaron hace muchos años y que tienen un passing estupendo que siguen teniendo ataques de disforia. El sufrimiento de todos esos años previos a la transición nunca se va del todo de tu cabeza y siempre reaparecerá, como un viejo fantasma que viene una y otra vez a visitarte.
Un fantasma.
Sí, un fantasma permanente.
Claro. Y a un fantasma no lo puedes vencer porque es invencible, en la medida en que no existe. Pero quizá se pueda encontrar con él una fórmula de convivencia respetuosa.
Sí, exacto, la cosa es que te acostumbras a él y si aparece le dices: “Ok, bienvenido a mi cabeza, haz lo que tengas que hacer pero procura que sea rápido, por favor”.
A lo mejor hay que ser un poco más majo con él, ¿no?
¡Sí, puede que sí! [risas].
Mi identidad literaria y cultural está marcada por una generación que nació en los años 20 del siglo pasado y que llegó a su cenit en los 60, hace más de medio siglo, y en buena medida parte de mí sigue y siempre seguirá allí, en ese pasado. Y esto no tiene nada que ver con la experiencia de mis amigos escritores trans más jóvenes, que escriben desde la experiencia trans, sobre la experiencia trans, para público trans
Antes de la entrevista me preocupaba que todo lo absorbiese la cuestión trans, cosa que, en efecto, no he logrado evitar. ¿Cómo se podría hacer para evitarlo?
¿Cómo conversar sin que todo gire sobre la movida de lo trans? Pues a ver, no sé, yo lo que te puedo decir es que hoy día me siento más cómoda que nunca en mi piel, y a la vez sucede una cosa curiosa, y es que cuando me pongo a hablar de ciertos temas, me olvido absolutamente del género: es como que hablando de algunos asuntos muy míos, como la historia de las ciudades o la teoría de la imagen, dejo de tener género, el género en sí mismo deja de existir. Entonces, yo creo que, en realidad, por dentro sigo siendo prácticamente la misma de siempre, y que lo que ha pasado es que hacia afuera me he hecho visible.
Comprendo. Ahora bien, ¿qué puede hacer la entrevistadora para no centrarse demasiado en lo trans? Es que es una experiencia identitaria tan fuerte que cognitiva y dialógicamente tiene una tendencia ciertamente absolutista.
Es que qué te puedo decir... Ten en cuenta que mi punto de vista viene muy del siglo pasado, mi cabeza viene de un mundo que ya pasó. Por ejemplo, mi identidad literaria y cultural está marcada por una generación que nació en los años 20 del siglo pasado y que llegó a su cenit en los 60, hace más de medio siglo, y en buena medida parte de mí sigue y siempre seguirá allí, en ese pasado. Y esto no tiene nada que ver con la experiencia de mis amigos escritores trans más jóvenes, que escriben desde la experiencia trans, sobre la experiencia trans, para público trans. Yo no podría hacer eso, no podría vivir y escribir identificándome de un modo tan exclusivo y completo con una sola cosa.
Es que es peligroso.
Pues sí. Cuando todo dios era punk y todo tenía que ser punk, yo también era punk pero me cuidé mucho de tener siempre un piececito fuera de lo punk. Nunca me fue el rollo totalizador.
Estupendo... Pero sigues siendo punk, ¿verdad?
Qué duda cabe.
Bien. Volviendo de nuevo a la movida. Dices que te molesta cuando la gente te dice “qué valiente” por hacer la transición. ¿Qué es lo que te incordia de esto?
Es irritante, porque se lo imaginan como una cosa durísima y que requiere un esfuerzo brutal, cuando para mí es algo que se desencadenó sin saber exactamente cómo ni cuándo y que a partir de ese momento fue precipitándose de suyo, sin necesidad de especial valentía.
En vez del famoso “qué valiente eres”, ¿qué sería mejor que se le dijera a quienes vivimos procesos de transición?
Pues eso, que entiendan que una simplemente se encontró deslizándose tobogán abajo sin darse cuenta de que se había lanzado, y ya ahí siguió bajando por el tobogán.
Ya, pero me refiero a qué otro comentario positivo se podría hacer en vez de la valentía.
Es fácil: “Qué bien te ves”.

En tu libro escribes que el inicio de la transición es como cuando se rompe una presa.
Sí. Es una presa que ha estado demasiado tiempo acumulando y aguantando un desmesurado volumen de agua y, cuando se agrieta y se rompe, sale todo de golpe, y es una cosa loquísima. O sea, mis primeras semanas de transición yo iba tan arriba que no sé cómo mi pareja no salió corriendo. Es que yo debía de ir como unas auténticas maracas. Y todo el año siguiente fue muy, muy intenso. Ostras, es que... ¿conoces esta película de Apichatpong Weerasethakul, la de El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas? Yo no la he visto pero la quiero ver, anoche estaba leyendo sobre ella y me imaginaba cómo sería si de repente pudieras revivir todas tus vidas pasadas, en plan cuando eras un campesino del sigo XV y cosas así, que de repente aflore toda esa realidad oculta; o como esas montañas de basura que tienen los granjeros en Estados Unidos, que van echando capa sobre capa, y cuando lo orgánico se pudre aparecen cristales o botellas o trozos de neumático que llevaban 40 años ahí enterrados... Es esa especie de regurgitación que, de pronto, te sitúa en una relación extrañísima con la realidad y contigo misma, como un estado de alucinación; creo que solo se puede entender comparándolo con un viaje psicodélico.
O sea que esta experiencia vital superó a cualquier droga que hayas probado.
No sé si me cuadra ver la transición como una superdroga, pero es una experiencia formidable. Pero ya que hablamos de drogas, con la transición me pasó algo notable: yo siempre había fumado porros, y nunca lo dejé, como otros de mi generación, aunque siempre fui moderada; y con la transición, como estaba tan agitada y yo no tomo pastillas de ningún tipo, empecé a fumar desde que me levantaba. Me funcionó y desde entonces me paso el día fumada. Me serena y no me resta ninguna funcionalidad.
Música
“La Velvet Underground es una parte muy pequeña de la historia de Nico”
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