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Culturas
Fundido a negro en la cultura vasca
Las convocatorias unitarias de los trabajadores y trabajadoras ultraprecarizadas de la cultura han supuesto una novedad en el panorama político.
Septiembre dejó un reguero de imágenes, también en Bilbao, Iruñea y Gasteiz, con hileras de flight-case negras en las principales avenidas. Las convocatorias unitarias de los trabajadores y las trabajadoras ultraprecarizadas de la cultura han supuesto una novedad en el panorama político. Ha alzado la voz la parte que ni es famosa ni tiene salarios rutilantes. Su debilidad histórica para hacer valer colectivamente sus intereses hace todavía más interesantes las movilizaciones.
La devaluación del trabajo asalariado en el mundo de la cultura no es nueva. Lleva tiempo convirtiéndose en un trabajo excedentario frente a la ingente cantidad de contenidos que gran parte de la ciudadanía produce y consume de manera gratuita para YouTube, Instagram o Tik Tok... y al dumping global de Amazon en la distribución de productos culturales.
“El cierre de Plateruena y la adaptación de Durangoko Azoka a un formato principalmente virtual son señales de la aceleración de las tendencias que impiden producir cultura al margen de las grandes plataformas, productoras y distribuidoras”
La dinámica anterior ya era mala, pero el cierre de Plateruena Kafe Antzokia, y la adaptación de Durangoko Azoka a un formato principalmente virtual, son solo dos señales de la aceleración de las tendencias. En el contexto neoliberal europeo, que las élites políticas y económicas de Euskal Herria comparten plenamente, pretender producir cultura al margen de las grandes plataformas de reproducción de contenidos, o de las grandes productoras y distribuidoras, es una entelequia.
Por eso, hay que aplaudir la propuesta de Nativa.cat, que en abril de 2020 promovía un manifiesto en defensa de la renta básica universal e incondicional. La primera virtud de este planteamiento es que une a productores y consumidores de la cultura. Con una renta básica garantizada, la cultura escapa al control de un puñado de compañías, y puede ser consumida más allá de las menguantes clases medias. La segunda, que mueve el foco para salirse de reivindicaciones que, no pocas veces, acababan en la mera solicitud de subvenciones directas o indirectas. Es un nuevo enfoque que corta de raíz la caricaturización de las políticas culturales progres a manos de los populismos xenófobos (y no sin razón: una parte importante de las ayudas en el ámbito local acaban en redes con conexiones bien engrasadas). Conviene no confundir el apoyo a la cultura con el clientelismo de izquierdas.
La renta básica universal cortocircuita la retórica neoliberal y ensancha el campo de alianzas. ¿O acaso las limpiadoras del Teatro Gayarre no son compañeras? Entre tanto, el proletariado de la cultura haría bien en reorientar su conflicto hacia el gigantesco fraude fiscal de las cadenas globales de distribución de productos y de exhibición de contenidos. Apelando al consumo responsable y a los circuitos económicos de proximidad (buy books from people who want to sell books, not colonize the moon), promoviendo las dinámicas de masas y predicando con la acción directa. Sin contemporizar con los grandes actores culturales y comunicativos de Euskal Herria que, de EITB para abajo, forman parte del modelo económico que les empobrece cada vez más.