Culturas
La historia de Abbie Hoffman y Jerry Rubin después de ‘El juicio de los 7 de Chicago’

Los fundadores del movimiento ‘yippie’ modelaron la contracultura de la segunda mitad del siglo XX con su particular visión del activismo y la sociedad.
Abbie Hoffman y Jerry Rubin
Abbie Hoffman y Jerry Rubin, interpretados por Sacha Baron Cohen y Jeremy Strong en la película ‘El juicio de los 7 de Chicago’.
6 abr 2021 06:00

Hay años que parece que duran siglos. Años desbordados de hechos históricos y sucesos que dejan cicatrices imborrables. En la memoria colectiva, 2020 quedará marcado como uno de esos años, repleto de acontecimientos y tragedias que han cambiado nuestro mundo. Pero ha habido otros. 1968 fue uno de ellos. En el mayo parisino, los estudiantes buscaban la playa bajo los adoquines, llamaban a revoluciones sexuales y culturales, los obreros tomaban las fábricas. En la mexicana plaza de Tlatelolco, el ejército reprimía el recién nacido movimiento estudiantil, dejando tras de sí un saldo de cientos de muertos. En Estados Unidos, Martin Luther King era asesinado. En Chicago, aprovechando la Convención Nacional del Partido Demócrata, miles de jóvenes acudieron a una protesta masiva contra la guerra de Vietnam que fue duramente reprimida por la policía. Un año después, ocho líderes sociales fueron imputados, acusados de haber provocado los disturbios.

Historia
Mayo de 1968: y la utopía cayó sobre nuestras cabezas

De París a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, las revueltas del año 68 definieron los límites de la contestación al capitalismo en todo el mundo. En España, la falta de una masa crítica para propiciar un cambio de régimen no impidió que el franquismo desarrollara un plan represivo para contener al movimiento obrero y estudiantil.

Esta es la historia que cuenta Aaron Sorkin en El juicio de los 7 de Chicago (2020). La cinta se centra en el desarrollo del polémico  y mediático juicio, a lo largo de los cinco meses que duró. Hay dos personajes que, por su especial carisma, sobresalen al resto: Abbie Hoffman y Jerry Rubin, interpretados por Sacha Baron Cohen y Jeremy Strong, respectivamente.

En los años que sucedieron a los hechos narrados en la película, sus vidas tomaron distintos caminos: del activismo y la clandestinidad de Hoffman a la reconversión de Rubin en agente de bolsa en Wall Street

Pero, ¿quiénes eran Hoffman y Rubin? Para muchos, son dos de los rostros que definieron la segunda mitad del siglo XX. Dos activistas que dejaron su huella en la historia de los movimientos sociales y la contracultura a través de acciones y performances icónicas. En los años que sucedieron a los hechos narrados en la película, sus vidas tomaron distintos caminos: del activismo y la clandestinidad de Hoffman a la reconversión de Rubin en agente de bolsa en Wall Street. Ni la muerte prematura que ambos encontraron pudo evitar que se convirtieran en símbolos de una época que se extinguía. Esta es su historia, contada en tres actos.

Primer acto: roba este artículo

Es 1967 y Abbie Hoffman y su esposa Anita comparten un piso en Nueva York. El salón es un hervidero de gente que entra y sale, mucho humo, libros y cuadernos desparramados por las mesas y el suelo. Junto a ellos se encuentra Jerry Rubin y el escritor Paul Krassner. Los cuatro están dando a luz al Youth International Party (Partido Internacional de la Juventud), una agrupación que no tenía “líderes, ni miembros, ni organización”. Sus partidarios serán conocidos como yippies: hippies activistas, organizados e implicados políticamente. Rubin y Hoffman, además de fundadores, fueron sus caras más conocidas.

Pese a que fue el juicio de Chicago el que los convirtió en figuras famosas a nivel nacional, ambos tenían ya un amplio currículum en movilización social. Durante su etapa como estudiante en la Universidad de Berkeley, California, Rubin había empezado a desmarcarse como un activista radical en contra del capitalismo. En 1964 organizó el Vietnam Day Committee, una de las primeras grandes protestas contra la guerra de Vietnam. También se presentó a la alcaldía de Berkeley, en una plataforma a favor de la legalización de la marihuana. Hoffman estudió con el relevante filósofo marxista de la Escuela de Frankfurt Herbert Marcuse, lo que influenció su pensamiento. A principios de la década de 1960, empezó a involucrarse en el movimiento por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam.

Defendieron en múltiples ocasiones que entendían la revuelta como un teatro, y bajo esta estrategia desarrollaron nuevas formas de oposición política basadas en la creatividad

Como activistas, destacaba su capacidad para atraer la atención de la prensa. Ellos mismos defendieron en múltiples ocasiones que entendían la revuelta como un teatro, y bajo esta estrategia desarrollaron nuevas formas de oposición política basadas en la creatividad, como explica Kathrine Boesen en su artículo de 2011 “Jerry Rubin and the Youth International Party”.

Muchos sectores de la izquierda fueron críticos con ellos. Sus detractores argumentaban que no se tomaban en serio el cambio social, que sus actuaciones los convertían en poco más que caricaturas. Sin embargo, Rubin y Hoffman entendieron desde el principio que para hacer llegar su discurso, necesitaban a los medios de comunicación.

Culturas
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En su primera gran acción mediática, los yippies irrumpieron en la Bolsa de Nueva York. Llenaron el suelo de billetes de dólar y consiguieron que los brokers se pelearan por el dinero. Fueron rápidamente expulsados por la seguridad del edificio, pero la prensa lo cubrió internacionalmente. La contracultura empezaba a irrumpir en los templos sagrados del capitalismo americano.

En una manifestación contra la guerra, consiguieron que 50.000 personas intentaran hacer levitar el Pentágono, la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, en una performance simbólica sobre el poder de lo colectivo. En 1968 presentaron a un cerdo, al que llamaron Pigasus, a las elecciones presidenciales. Hoffman, por su cuenta, irrumpió en un concierto de The Who en el festival de Woodstock de 1969, para pedir la liberación del activista John Sinclair. La leyenda cuenta que fue expulsado a patadas por Pete Townshend, el guitarrista de la banda, algo que el propio Hoffman desmintió en sus memorias.

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En 1970, Hoffman publicó Roba este libro, su obra más conocida, una especie de decálogo de formas de actuación política, donde plasmaba las creencias de los yippies. Con los años, se ha convertido en un clásico de culto sobre la izquierda contracultural de los 60 (y publicado en España por Capitán Swing). Se calcula que ha vendido más de cuatro millones de copias, aunque durante un tiempo era casi imposible encontrarlo. Las librerías temían que los clientes hicieran caso al autor.

Segundo acto: nunca confíes en alguien de más de 30 años

Después de ser condenados a cinco años en el juicio de Chicago, en 1972 la Corte de Apelaciones de Estados Unidos revocó todas las penas, al considerar que el juez no había ejercido con imparcialidad. Como en la canción de Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. Eran los 70, los hippies estaban en peligro de extinción, y los crímenes de la familia Manson habían acabado con la larga primavera del amor.

En una de sus citas más famosas de los 60, Rubin se sentenció a sí mismo, cuando afirmó que “nunca debes confiar en alguien de más de 30”. Desde la cárcel había escrito Do It!: Scenarios of the Revolution (1970) un libro que llamaba a la agitación, y al igual que el de Hoffman, se convirtió en uno de los best seller de la juventud militante, e incluso hubo quién lo consideró “el Manifiesto Comunista de nuestra era”. Pero al igual que en la época, algo en él empezaba a mutar. Cumplida la treintena, los mismos seguidores que lo habían considerado como un referente social pretendían jubilarlo, siguiendo la propia filosofía del activista.

Rubin, el antaño fundador del movimiento ‘yippie’, se convirtió en el modelo perfecto de ‘yuppie’ (joven profesional urbano), un término que apareció por primera vez en un artículo sobre él

Cansado de la protesta, se lanzó a los libros de autoayuda, las terapias espirituales y el yoga. Fue uno de los primeros inversores de Apple. Empezó a trabajar en Wall Street, el mismo lugar en el que años atrás había irrumpido lanzando dinero y ridiculizando a sus trabajadores, para los que ahora organizaba fiestas. Si eras alguien en el mundillo financiero, acudías a las veladas de Rubin a intercambiar contactos, información o hacer negocios. Al poco tiempo, se mudó a un amplio y lujoso estudio en Manhattan. El antaño fundador del movimiento yippie se convirtió en el modelo perfecto de yuppie (joven profesional urbano), un término que apareció por primera vez en un artículo sobre él. Cambió su antiguo repertorio de citas revolucionarias por otras más acordes con su nueva forma de vida, como “la creación de riqueza es la verdadera revolución de América”. Durante esa época publicó varios libros, con la ayuda de escritores fantasma, que no se vendieron bien.

Hoffman continuó con su activismo hasta que en 1973 fue condenado por posesión de cocaína. Para no volver a prisión, se sometió a una cirugía plástica que lo hiciera irreconocible y vivió entre Montreal y México

Pese a que todavía decían ser amigos, Hoffman vivió con amargura la reconversión de Rubin. En una posición radicalmente opuesta, continuó con su activismo hasta que en 1973 fue condenado por posesión de cocaína. Para no volver a prisión, se sometió a una cirugía plástica que lo hiciera irreconocible y vivió entre Montreal y México, desde donde continuó con su militancia en causas ecologistas bajo el alias de Barry Freed. Cansado de la clandestinidad, en 1980 decidió entregarse y cumplió una condena de un año.

Tercer acto: la revolución y nosotros, que la quisimos tanto

Dany Cohn-Bendit, más conocido como Dany le Rouge (el Rojo), fue una de las figuras más carismáticas y recordadas del mayo del 68 francés. Casi veinte años después, en 1985, decidió seguir la estela de los movimientos contestatarios de la década de los 60 y entrevistar a antiguos líderes sociales, revolucionarios e izquierdistas de todo el globo. El resultado quedó registrado en su libro La revolución y nosotros, que la quisimos tanto (1986). En él, escribía: “Tanto en mi vida personal como en mis compromisos políticos, siempre he querido que hubiera una continuidad entre mis convicciones de ayer, mi acción presente y el futuro con el que sueño (...) Por ello, he sentido deseos de devolver la visita a mi ‘familia política’, en el más amplio sentido de la palabra, de ver nuevamente a esos militantes que conocí y con los que me he cruzado a lo largo de todos estos años, y a otros cuyos actos o personalidad influyeron en mi pensamiento y actividades políticas. Quise reunirme con ellos, ver cómo viven, medir y comprender su trayectoria a lo largo de estos veinte años”.

Las dos primeras entrevistas, como no podía ser de otra manera, fueron con Hoffman y Rubin. En esa época, Rubin ya había concluido su reconversión a broker y gurú espiritual. Hoffman se mantenía fiel a sus ideales de antaño. Ambos se encontraban tres o cuatro veces al mes en conferencias organizadas por asociaciones universitarias, donde se enfrentaban públicamente en un debate yippies vs yuppies. En el libro, vemos a un Hoffman cansado: “Ya no hay una contracultura donde apoyarse (...) lo único que tiene una dimensión política en este país es la cultura latinoamericana”, pero todavía le quedaba espacio para mostrarse orgulloso de su recorrido: “Los yippies salvamos la democracia americana”. Cuando Cohn-Bendit le pregunta por su relación con Rubin, responde irónico: “Nos hemos divorciado”.

Rubin no se mostraba ni mucho menos arrepentido de su pasado, a pesar de que sus planteamientos estuvieran en las antípodas ideológicas a los que defendía en su juventud: “En los años 70 me afeité la barba y nadie ha vuelto a reconocerme en la calle. Hoy ya no salgo de mi domicilio sin mi American Express (...) ¡Pero sigo siendo un rebelde!  El debate al que asistís hoy es el de la nostalgia [refiriéndose a Hoffman] frente a la modernidad”.  En la charla con Cohn-Bendit, llega incluso a defender la intervención militar estadounidense en Nicaragua y en la isla de Granada: “Si no lo hubiéramos hecho, hoy tendríamos allí una pequeña Cuba”. Todo ello, mientras afirma que “América es antimilitarista”.

Uno de sus testimonios en la entrevista resume a la perfección su cambio de piel: “En los años 60, la izquierda tenía todas las ideas. Se debatían todos los temas importantes: la familia, el matrimonio, el sexo, la creatividad, la política, la política extranjera… La derecha no tenía ninguna idea. Solo mascullaba unos cuántos tópicos sobre Dios, la Madre, la Patria y el Militarismo. En los años 70, esto se invirtió lentamente. Hoy la izquierda ha quebrado, y es la derecha quien desarrolla las ideas interesantes. Al pronunciarse contra el éxito, simplemente porque el éxito era un valor de derechas, la izquierda creó las condiciones para su propio fracaso”.

Antes, en 1980, Abbie Hoffman había sido diagnosticado con un trastorno bipolar. Los últimos años de su vida los pasó retirado de los focos, pero no de la protesta, en una destartalada casa en New Hope, Pensilvania. En 1989 se suicidó con una sobredosis de fenobarbital. Tenía 52 años. Su cuerpo fue encontrado en su apartamento, rodeado de libros y hojas manuscritas: su legado póstumo, las últimas diatribas cargadas de nihilismo y alegatos revolucionarios de un hombre desencantado con el mundo y la sociedad. Había sido detenido 42 veces a lo largo de su vida, la última en 1987 en compañía de Amy Carter, la hija del expresidente estadounidense Jimmy Carter. Su archivo personal del FBI contaba con 13.262 páginas, una suerte de extensa biografía no autorizada del hombre al que la prensa apodó como “el último disidente norteamericano”.

En su funeral, en la sinagoga de Massachusetts, habló Rubin, en el que sería el último debate con su viejo amigo. Un momento histórico que se convertiría en una potente metáfora del fin de una época: la muerte de los yippies frente a la supervivencia de los yuppies. La era de las grandes revueltas, los estallidos sociales y la movilización llegaba a su fin. La globalización se extendía, imparable. Al final de la ceremonia, Pete Seeger, uno de los grandes abanderados de la canción folk protesta, cantó en su honor “Down by the riverside”, cuyo estribillo sirvió para verter la última palada de tierra sobre la tumba de la contracultura: “I'm gonna lay down my sword and shield, I ain't gonna study war no more (Voy a tirar  mi espada y mi escudo, no voy a estudiar la guerra más)”.

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Cinco años después, el 22 de noviembre de 1994, Rubin fue atropellado en Los Ángeles (California) ciudad en la que vivía desde 1991.  Cruzó la calle de su apartamento, una carretera de varios carriles llena de tráfico, por un lugar no habilitado para el paso. Falleció en un hospital a las dos semanas, con 56 años. “Desafió a la autoridad hasta el final”, dijo Tom Hayden, uno de los siete de Chicago, cuando se enteró.

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#86945
10/4/2021 12:16

Muy divertido artículo. La contracultura consiguio algunos cambios y sobre todo se diviertieron mucho. No solo es lo que hagamos o consigamos sino como lo hagamos. La revolucion sera divertida o no sera.

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Asanuma
6/4/2021 10:03

Buen artículo, gracias.

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