Culturas
Una foto dentro de la celda con la ventana abierta

El proyecto ‘La voz que nadie escucha’ explora la posibilidad de ofrecer alternativas culturales a mujeres privadas de libertad y que estas puedan servir para obtener beneficios penitenciarios. El perfil de las mujeres en prisión se caracteriza por una menor peligrosidad y condenas de menor entidad que, sin embargo, cumplen con mayor dureza. El hecho de suponer tan solo el 7% de la población reclusa hace que no dispongan de instalaciones adaptadas a sus necesidades ni de la cantidad y variedad de recursos que sí existen para los hombres.
La voz que nadie escucha Puerta
Una puerta del centro penitenciario de Brians. Foto: Marta Fábregas

“He sentido la esperanza de que pronto saldré de aquí y podré volar. Lo he sentido mientras me tomaba una foto dentro de la celda con la ventana abierta, con el airecito rozándome la cara”. Estas palabras forman parte del fotolibro Brians, mujeres invisibles (Editorial Lumínic, 2022), que es resultado del proyecto Traspassant l’objectiu, dirigido por la fotógrafa y activista Marta Fàbregas junto a la Fundació Setba. Entre los años 2020 y 2021, un total de 65 mujeres participaron en este taller del Centre Penitenciari de Brians 1, ubicado en Sant Esteve Sesrovires (Barcelona), donde, tutorizadas por Fàbregas y con equipo profesional, se retrataron entre ellas y capturaron su vida en prisión.

Fotografía
Fotografía Un fotolibro hecho por presas de Brians
‘Brians: mujeres invisibles’ visibiliza en 74 imágenes y retratos el día a día de las reclusas.

Dos particularidades lo ligan con ‘La voz que nadie escucha’. La primera es que Traspassant l’objectiu se dirige de manera específica a mujeres. La segunda es que utiliza la cultura como vehículo de transformación. ‘La voz que nadie escucha’ es un proyecto de la Fundación Gabeiras y teta&teta que se define como “de transformación jurídica y cultural” y pretende introducir en el sistema penitenciario alternativas culturales que puedan servir para reducir, suspender o modificar sus condenas. El sustento de esta idea es el informe Las mujeres en prisión, la voz que nadie escucha que firman Cristina Rodríguez Yagüe, de la Universidad Castilla-La Mancha, y Esther Pascual Rodríguez, de la Universidad Francisco de Vitoria, ambas doctoras en Derecho Penal, que analiza en detalle la situación de las mujeres en prisión.

Fotografía, escritura, ópera

María Lorenzo, coordinadora de proyectos de la Fundación Gabeiras, explica que se han explorado dos caminos en paralelo. Por un lado, el análisis de qué posibilidades existen para que la cultura pueda no solo entrar en la vida penitenciaria —donde ya tiene presencia—, sino también tener un impacto en el itinerario de las mujeres que están cumpliendo condenas. Por otro, se han establecido relaciones con proyectos que ya se están realizando en prisiones para conocer de primera mano cuál es su alcance y sus posibilidades. De ahí que la Fundació Gabeiras contactara con responsables de diez proyectos, entre ellos el de Fundación Setba. Fundación Gabeiras también ha seguido con interés el impacto de otras iniciativas que son referente en el ámbito penitenciario como el grupo de teatro de mujeres de la cárcel de Yeses o el propio teta&teta, que se ocupa de llevar hasta las celdas libros con dedicatorias. La revista Impresas de la cárcel de Picassent, el proyecto Hipatia impulsado por el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, Arts Inclusives de la Associaciò Ambit o LÒVA, de la Asociación Iniciativas Sociales Kirikú, son otros ejemplos.

Nadja Jamard, participante del Proyecto LÓVA en la cárcel de Valdemoro e integrante de Kirikú, explica lo que supone para un preso participar en un proyecto cultural como el que ella facilita: “Exige mucha dedicación y cumplir objetivos no solo individuales sino también en equipo”. Cada año desde hace once, los internos del módulo cuatro empiezan a trabajar en enero en LÒVA (La Ópera como Vehículo de Aprendizaje) con el objetivo de poder representar en diciembre una ópera ante sus familiares, en una celebración navideña que permite a los internos el contacto con sus familias. Los participantes se convierten en guionistas, intérpretes, publicistas o escenógrafos durante un curso. Pese a que LÒVA se realiza en este momento solo con hombres, la Fundación Gabeiras entiende que su enfoque encaja en el proyecto que se trae entre manos.

Frente a lo que ocurre con los hombres condenados a pena de prisión, las mujeres sufren una triple condena

Otro ejemplo para la Fundación Gabeiras es el trabajo que realiza la Associaciò Ambit en centros penitenciarios de la Comunitat Valenciana. Àmbit es una asociación que trabaja con reclusas, siendo una de sus actividades centrales la realización de talleres con personas con problemas de salud mental. Y, en esa intersección entre prisión y género, también hay una conclusión clara y que recoge el informe del Observatorio de Derechos Humanos y Salud Mental que impulsa Àmbit: los problemas de salud mental en las mujeres se detectan mucho más tarde y cuando la intervención ya es más compleja, recoge el informe y subraya Javier Vilalta, director de la asociación.

Cristina Sempere, directora de la Fundació Setba, destaca de Traspassant l’objectiu la calidad de sus colaboradoras. “Conseguir que artistas como Marta Fábregas, Tanit Plana o Sandra Ballsells quieran colaborar dice mucho de ellas pero también del mundo del arte y de cómo los artistas son conscientes de que el arte transforma”, explica. Sobre los beneficios para las reclusas, subraya que mejora las relaciones entre mujeres y por tanto el ambiente en la prisión, pero también cree que para algunas supone abrir ventanas por las que no sabían que podían mirar. Sempere habla con orgullo de la fotógrafa Camila Oliveira, autora de una exposición fotográfica que nació en este taller en la que retrata a mujeres que han sufrido violencia machista.

Los datos del Consejo de Europa ESPACE indican que el porcentaje de mujeres privadas de libertad en España en 2021 era del 7,2%, por encima de la media europea, donde suponen un 5% de la población presa

Porque, pese a que la realización de actividades y el desempeño de un trabajo son elementos muy relevantes del tratamiento penitenciario y están íntimamente conectados con el proceso de resocialización y normalización al que van destinadas las penas privativas de libertad, el acceso a estas actividades para las mujeres es restringido, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, dado que la población presa es eminentemente masculina y a ellos van destinados la mayor parte de los recursos.

La voz que nadie escucha Peluquería
Peluquería del Centro Penitenciario Brians, en una imagen de Sofia Kyprisli.

Las prisiones tienen género

Como recoge el estudio Las mujeres en prisión, la voz que nadie escucha, frente a lo que ocurre con los hombres condenados a pena de prisión, las mujeres sufren una triple condena. La primera de ellas es la condena social, al romper con el rol de obediencia que se le presupone. La segunda es la condena personal: el ingreso en prisión provoca un desarraigo familiar que tiene consecuencias específicas, ya que muchas veces va acompañado de la desintegración que se produce cuando se aleja el núcleo sobre el que se articulaba la familia. La tercera condena es la penitenciaria, que se concreta en la mayor dureza de las condiciones de cumplimiento al hacerlo en unas prisiones pensadas para los hombres. Ahí van a sufrir “discriminaciones cotidianas en aspectos tan importantes como el centro de destino o la separación modular dentro de ellos, en el acceso a las instalaciones, actividades, talleres productivos y programas de tratamiento, la aplicación del régimen sancionador o en el acceso al tercer grado”. 

Los datos del Consejo de Europa ESPACE indican que el porcentaje de mujeres privadas de libertad en España en 2021 era del 7,2%, por encima de la media europea, donde suponen un 5% de la población presa. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) permiten ahondar en las diferencias por sexo de la criminalidad en España. Por número de condenas, el 81,7% de las mujeres lo fue por un único delito, el 12,6% por dos, el 3% por tres y el 2,5% por cuatro o más. Estos datos reflejan una diferencia significativa con los hombres, puesto que el número de condenados por un único delito desciende al 74,9%, incrementándose a 16,1% el de dos, a 4,8% el de 3 y a 3,9% el de cuatro o más. 

En cuanto al tipo de delito, en las mujeres, el 50,5% de las condenas corresponden a los que son contra el patrimonio y el orden socioeconómico. No obstante, la mayor representatividad, con un 66,5%, la tienen los hurtos, a los que siguen las defraudaciones con un 16,2%. El robo supone solo un 4,6% de las condenas. Le siguen, a distancia, los delitos contra la seguridad colectiva (15%), los delitos de lesiones (16%), los delitos contra la libertad (5,6%) y los delitos contra el orden público (3,4%). Y, dentro de los delitos contra la seguridad colectiva, un 84,6% corresponden a los delitos contra la seguridad pública, frente a un 15% de los delitos contra la salud pública, donde se encuentran los delitos de tráfico de drogas.

“Las mujeres delinquen menos, con delitos menos graves, y sin embargo tienen menos acceso a actividades formativas y transformadoras en su vida penitenciaria”, dice María Lorenzo. 

En los hombres, si bien la mayor representatividad la tienen también los delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico, solo alcanza el 27,9%. La representación de las conductas no violentas, como los hurtos, baja a un 40,1%, siendo los robos un 23,6% y las defraudaciones un 19%. Con un porcentaje del 28% le siguen los delitos contra la seguridad colectiva, pero con una hiperrepresentación dentro de ellos de los que son contra la seguridad vial (88,5%) frente a la salud pública (11,2%). Tras ellos, las lesiones (17,2%) y los delitos contra la libertad (7,5%).

En cuanto a las penas impuestas, mientras que las privativas de libertad representan el 17,2% de las impuestas a las mujeres frente a un 19,4% de las hombres, es la multa la más impuesta (49,6%), mientras que en el caso de los hombres son las penas privativas de derechos (50,7%). Ahora bien, entre las penas privativas de libertad, la pena de prisión es la impuesta en el 95,8% en las mujeres (frente a un 4,1% de la pena de localización permanente) y en el 96,3% en los hombres (frente a un 3,6% de la pena de localización permanente). Y, en cuanto a su duración, el 94,7% de las penas de prisión impuestas a las mujeres y el 91,3% a los hombres no superan los dos años, lo que abre la posibilidad, si se cumplen el resto de requisitos establecidos en el Código Penal, para la aplicación de la figura de la suspensión como alternativa a la entrada en prisión en un número muy elevado de casos. En el caso de los hombres, es mayor la representatividad de las penas superiores a 2 años y a 5 años que en las mujeres.

Javier Vilalta: “La sociedad española tiene una visión mucho más punitivista que en los años 80 y 90”

En resumen, los datos apuntan una mayor representación de las mujeres en las condenas de corta duración así como un perfil de menor peligrosidad. “Las mujeres delinquen menos, con delitos menos graves, y sin embargo tienen menos acceso a actividades formativas y transformadoras en su vida penitenciaria”, dice María Lorenzo. 

La voz que nadie escucha Retrato
Mikaela retratada por Camila Oliveira

Cultura transformadora

Además, el informe detalla los fundamentos jurídicos que justifican la apuesta de ‘La voz que nadie escucha’ en forma de diversas vías para que las alternativas culturales sirvan para reducir las condenas y fomentar la reinserción, bien a través de las sustituciones de penas, trabajos en beneficio de la comunidad, programas individualizados de tratamiento o mediante el aprovechamiento de actividades culturales como forma de obtener beneficios penitenciarios, una visión en la que los impulsores del proyecto cuentan con el apoyo de Instituciones Penitenciarias. Tras la publicación del informe, ‘La voz que nadie escucha’ se adentra en una segunda fase donde afronta dos retos: la creación de un programa marco específico de cultura en prisiones, por un lado y, por otro, la puesta en marcha de dos programas piloto —uno dentro de una prisión y otro fuera—.

Como recuerda el informe, el pilar sobre el que se construye el sistema penitenciario es que las penas privativas de libertad deben orientarse a la reinserción, algo no siempre entendido en un contexto que Javier Vilalta resume así: “La sociedad española tiene una visión mucho más punitivista que en los años 80 y 90”. Su afirmación la corroboran los datos. España tiene una media de duración del encarcelamiento de 22 meses frente a los 12,4 en Europa, una tasa mayor de encarcelamiento y una de las cifras más altas de condenas largas. Vilalta cree que la realidad de las prisiones es que están ocupadas en buena parte por personas “pobres o enfermas”, lo que dota de sentido a la reflexión de Nadja Jamard: “Si la única solución que hemos encontrado a nivel social para redimir un delito es el encarcelamiento, todos los módulos deberían ser terapéuticos y todas las actividades deberían ser rehabilitadoras y la realidad no es esa”.

Cristina Sempere pide darle a la cultura el lugar que se merece como herramienta de cambio y abandonar la idea de que las actividades culturales son tan solo actividades de ocio, algo que recoge también el informe: “La cultura contrarresta para una mujer lo que una condena le genera: escasas oportunidades laborales, destrucción de la autoestima, aceleración de la soledad, insensibilización, desempoderamiento, dependencia y pocas enseñanzas”. 

SOBRE LAS IMÁGENES DE ESTE ARTÍCULO
Todas las imágenes de este artículo pertenecen al libro Brians, mujeres invisibles.

 


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nikiforova
28/7/2022 13:15

Quisiera que me disculparan, pero humanizar las cárceles no es el camino. Entiendo perfectamente la motivada acogida que pueda tener en prisión, cualquier proyecto cultural, o del tipo que sea que provenga de la calle, por parte de las mujeres presas, los hombres presos o lo que cada persona presa se identifique, y lo que puede significar para ellxs, en cuanto a momento colectivo inspirador y de fuga de los rigores de cualquier encierro y las preocupaciones que les mueven tanto dentro como fuera. Lo que no se puede confundir, es la lucha por acabar con la existencia de sistemas penitenciarios de encierro y los paliativos culturales para reconducir la angustia y la rabia de quienes se sienten privadxs de libertad y atormentadxs por los arbitrarios sistemas disciplinarios.

La mayoría de esos proyectos no son más que recursos un tanto paliativos y, aunque repercuta produciendo cierta motivación y desarrollo de habilidades en las personas presas, quienes más se benefician de ellos, no son precisamente las personas encerradas y privadas de libertad, sino quienes se proyectan como artistas que organizan los talleres y las instituciones y fundaciones que les tutelan. Son estas instituciones quienes frente a la cárceles y sus gestores, se convierten en mediadores y canalizadores de gran parte de la tensión que estallaría contra la institución carcelaria, sus gestores y guardianes.

Proyectos como estos, se han desarrollado a lo largo de los años y desde hace tiempo y eso no ha significado ni una sola mejora en las condiciones de vida de las personas y las poblaciones para las que el sistema capitalista y patriarcal, construye las cárceles. La pobreza no se erradica con talleres de teatro, ópera, fotografía, etc..., sino promoviendo el sentido crítico y la rabia de lxs desposeídxs contra quienes nos mantienen en esas condiciones.

Un ejemplo de la estupidez de algunos de estos proyectos la podemos descubrir en las actuaciones de esas fundaciones, asociaciones y ong's que entran en las prisiones para la atención de la salud mental, sin ni tan siquiera plantearse el por qué una persona afectada por algún trastorno de esa condición, sigue presa y no atendida en un centro comunitario de salud mental. Se normaliza la vida en la cárcel, como si hubiese en la privación de libertad algo digno que rescatar. La dignidad está en las personas y no en los sistemas de castigo que les atormentan. La desaparición de las cárceles pasa, como se intentó con los manicomios, con su apertura, pero para llegar a ese punto, es preciso de una revolución social que aprenda a resolver sus conflictos, no desde sentimientos punitivos y de venganza, sino desde la reparación.

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