¿Qué le pasa a la izquierda extremeña?
Francis Reina: "La gente joven prefiere militar en colectivos porque ha perdido la poca fe que tenía en los partidos"
Nuestro debate sobre la Izquierda Extremeña pretende articular un diálogo entre la pluralidad irreductible de las sensibilidades políticas de la izquierda de nuestra tierra. El diálogo es, así, el método y la meta, también con un componente intergeneracional. Esta semana, Francis Reina Corbacho.
¿Qué fue, en Extremadura, de la oportunidad de cambio que se vislumbró a partir de 2011? ¿Puede hablarse de una crisis orgánica del Régimen extremeño del 83, o solo de una reconfiguración del sistema regional de partidos?
El 15 de mayo de 2011 tenía 17 años. Por aquellos meses estaba terminando bachillerato y tenía medio pie en la Universidad. Recuerdo que el ciclo de movilizaciones se vivió como una oportunidad histórica. Por fin el hartazgo generalizado, el hastío con el bipartidismo y el secuestro de la democracia por parte del poder financiero, así como la objeción a la pésima gestión de la crisis económica, social y política que arrastrábamos desde 2008, resumidos en los distintivos “no nos representan” y “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, cristalizaba en un movimiento de protesta. Para los que por aquella época estábamos politizándonos, el 15M fue punto de inflexión para este proceso político-personal. En Mérida, parte del descontento juvenil y de las ganas de auto-organización alejada de las estructuras tradicionales se canalizaron, entre otras muchas formas, a través de la construcción de un centro social okupado autogestionado llamado “El Sitio”, donde se hacían conciertos, asambleas, debates, proyecciones… y en el cual estuve algún que otro día. El 15M no solo nos permitía resignificar plazas o aprovechar el marco discursivo para gritar que estábamos indignados e indignadas, sino que también fue un espacio de socialización donde, como dijo Cortázar, “caminábamos sin buscarnos, sabiendo que caminábamos para encontrarnos”.
En Extremadura, igual que en muchas partes del Estado español, los límites del 15M dieron paso a organizaciones, partidos y asociaciones como la PAH, las Mareas, las Redes de Solidaridad Popular, la campaña por la Renta Básica o Podemos. Visto en perspectiva, si bien supuso un cuestionamiento de la hegemonía neoliberal y la propia democracia -apostando por la “real”, recuerdo-, interrumpiendo el conformismo de buena parte de la sociedad, señalando la distancia entre el poder popular y las instituciones y colocando al poder económico y financiero en el eje de la impugnación, el 15M y la oportunidad de cambio que se vislumbró en 2011 se materializó, a mi juicio, en una “nueva” manera -frente a la vieja- de hacer política (mucho más abierta, asamblearia y transparente), y no en una transición de anti-poder a contra-poder.
El 15M no solo nos permitía resignificar plazas o aprovechar el marco discursivo para gritar que estábamos indignados e indignadas, sino que también fue un espacio de socialización
Me explico. Hoy, 8 años después de aquella fecha, sería impensable lo que por entonces era imposible: que un partido no haga primarias internas; que no existan portales de transparencia en las organizaciones políticas; que no existan movimientos antidesahucios o incluso que las redes sociales no fueran espacios de confrontación política. Es decir, las movilizaciones de 2011 transformaron el paisaje político y repolitizaron el debate público. Sin embargo, fue un movimiento incapaz de derrotar las políticas del austericidio, la fortaleza del bipartidismo o la deriva neoliberal de las políticas económicas. La cuantía de nuestras becas siguió disminuyendo y las tasas universitarias aumentando. Mis compañeros, mis amigas, jóvenes como yo, mantenían la desesperanza ante un futuro desolador. En la Junta, el PSOE dejó de gobernar nuestra tierra, pero fue el PP quien cogió el testigo. Hoy, Vara es presidente y el PSOE sigue siendo fuerza hegemónica en Extremadura. ¿Estuvimos ante una crisis? Sí. ¿Sirvió el 15M para pasar de la indignación a la oposición estratégica o a la formulación de un proyecto político que respondiera a las demandas populares? Los últimos procesos electorales o las cifras de emigración, precariedad, exclusión, desahucios, paro… siguen estando carentes de fuertes contrapesos, y eso evidencia que solo ha habido una reconfiguración simbólica, pues las relaciones de fuerza y las condiciones materiales de la mayoría social siguen siendo las mismas. Cabe recordar que en Extremadura, hoy, tenemos un 25% de paro y casi el 50% de paro juvenil, 8 jóvenes al día (200 personas de 20 a 39 años al mes) emigran y 13.000 se han ido en los últimos cinco años, más de 400.000 extremeños y extremeñas viven con 700 euros al mes y que, entre otras muchas cosas, la exclusión y el riesgo de pobreza atañe al casi 40% de la población.
¿Qué balance haces de la acción de la izquierda social, política y cultural extremeña en esta legislatura 2015-2019 que ahora concluye?
Hablo desde fuera, como ciudadano que sigue la política en su tierra. Me parece una oportunidad perdida. La izquierda venía reformulándose y ampliando su radio de acción desde el 15M hasta la llegada de Podemos y el acceso al Parlamento regional con 6 diputados/as. Esta entrada tendría que haber revolucionado las instituciones, aprovechando esa ilusión desbordante -en Mérida asistían dos centenares de personas a las primeras asambleas- para llevar a cabo una política que, como se decía al principio, entraba en disputa abierta contra el Régimen. El desborde y la recuperación de la soberanía popular en términos como “impago de la deuda”, “nacionalización de la banca privada”, “soberanía legítima de los pueblos”, “fiscalidad progresiva”, “vivienda pública”, “socialización de las empresas energéticas y soberanía alimentaria” o “salida de la OTAN”, estaban legitimadas por el impulso de la calle. Aquel “Mover Ficha, tornar la indignación en cambio político”, principios fundacionales de Podemos, parecen hoy las reivindicaciones de otro partido: un espejismo. En Extremadura, la irrupción de Podemos podría haber servido, también, para reanimar a una izquierda clásica que, ensimismada en sus luchas internas, trataba de recuperarse del coste que supuso apoyar al Partido Popular. Pero no fue así.
En Extremadura, la irrupción de Podemos podría haber servido, también, para reanimar a una izquierda clásica que, ensimismada en sus luchas internas, trataba de recuperarse del coste que supuso apoyar al Partido Popular. Pero no fue asíParalelamente a la domesticación, moderación y, a mi juicio, traición a esos pilares fundacionales a nivel estatal, Podemos Extremadura se encerró en la Asamblea y cayó pronto en la trampa institucional (la exclusividad de lo político-institucional -en un sentido de mera gestión de lo existente-), olvidándose de los movimientos sociales -que dejaron de percibirlo poco a poco como un aliado- y desangrándose lentamente en dinámicas internas de aislamiento en torno a un pequeño núcleo de personas sin apenas arraigo ni activismo en la región, lo que sumado al centrifugado de la militancia crítica y el abandono casi total de la estructura local, impidiendo así el asentamiento de la base inicial del partido -muy difícil de recuperar hoy-, devino en desencanto y abandono de partido, militancia, y lo que es muchísimo más triste: la pérdida de una ilusión recuperada, cuando parecía imposible volver a tenerla, y la desconfianza de una juventud politizada que, desde mi punto de vista, también terminó viendo en Podemos una promesa diluida por las artes de la mala política. Por eso, en parte, se explica que a día de hoy la gente joven prefiera “militar” en colectivos feministas, LGTBI, antifascistas, etc; perdieron la poca fe que tenían en los partidos políticos y en las organizaciones institucionalizadas. Algo, quizá -y espero equivocarme- mucho más difícil de recuperar si cabe.
Por si no fuera suficiente, las direcciones de las organizaciones de la izquierda tradicional han sido incapaces de trabajar de forma conjunta para sumar esfuerzos en la creación de un bloque amplio que aprovechara lo mejor de cada organización y reforzara los puntos débiles de las mismas. En base a esto, me atrevería a decir que la situación actual es de apatía y desconcierto, de una disgregación y de una desmovilización social del que sólo el feminismo es una hermosa excepción ante el avance de la extrema derecha.
Podemos Extremadura se encerró en la Asamblea y cayó pronto en la trampa institucional
¿Ves deseable y posible la unidad de la izquierda transformadora y los actores de cambio en Extremadura? ¿Qué desafíos les aguardan en el medio plazo del próximo cuatrienio, y qué estructuras y estrategias necesitaría desarrollar para enfrentarlos con éxito?
Ahora que se están volviendo a normalizar los discursos del odio, paralelamente a la radicalización de las derechas y la presencia de una ultraderecha que ya es una realidad en España -siempre lo fue, aunque ahora esté despojada de complejos-, Europa, y países tan relevantes políticamente como Brasil o EEUU, la unidad de la izquierda transformadora se antoja un deber moral, social y político. Tenemos que tener la capacidad de elaborar alternativas portadoras de radicalidad democrática en términos económicos (renacionalización y control público de los sectores estratégicos, democratización de la económica y reparto redistributivo de la riqueza), sociales (asegurar los derechos y las libertades de las migrantes, mujeres, LGTBI frente a los discursos de la extrema derecha con solidaridad desde abajo y radicalidad contra los de arriba) y con discursos que señalen sin complejos a, por un lado, lo que desde mi organización, Anticapitalistas, tildábamos de "minoría peligrosa": los privilegiados, los que detentan el capital, el 1%, los ricos; y por otro, al neoliberalismo progresista -en términos de Nancy Fraser- como pata fundamental del régimen del 78.
Debemos construir una unidad teniendo claro que ante la ofensiva neoliberal solo caben discursos de clase que integren la diversidad con un enfoque integrador. Construir, en definitiva, un proyecto de unidad popular horizontal, plural, integrador, arraigado entre las clases subalternas, en las ciudades, en los pueblos, en los barrios, mano a mano con las organizaciones y los movimientos de la sociedad civil que luchan cada día por cambiar las cosas. Gente diversa, causas comunes y confluencia popular. Todo ello, como decía Bensaid, sin subordinar los “movimientos sociales autónomos (feministas, LGTBI, ecologistas…) a la centralidad de la lucha de clases”, sino concibiendo la “unidad en la pluralidad de los movimientos” sin “reduccionismo de clase”, haciendo que “el capital y la mercantilización del mundo” generen “la convergencia de los conflictos”.
Encaramos otro reto: no entrar, por muchos chantajes que tengamos, en cordones sanitarios frente al fascismo que supongan la asimilación de programas económicos ultraliberales
Los desafíos que enfrentaremos son muchos. Uno de ellos, combatir los discursos populistas de extrema derecha con inteligencia, sin caer en "resistencialismos" estéticos que repitan fórmulas mecanicistas sin proyecto. Otro, imantar el reformismo y las tendencias moderadas de las organizaciones a la izquierda del PSOE hacia una política programática de base, descentralizada, cooperativa y con voluntades constituyentes frente a quienes apuestan por prácticas cesaristas, estructuras verticales, rígidas y jerarquizadas, hiperliderazgos, burocracia, centralismos, institucionalización, moderación, imposición o políticas que nos aboquen a la subalternización al PSOE. Y aquí encaramos otro reto: no entrar, por muchos chantajes que tengamos, en cordones sanitarios frente al fascismo que supongan la asimilación de programas económicos ultraliberales, como el gobierno sueco.
No todo es desolador, en Extremadura existen movilizaciones ilusionantes claves para la capacidad de permuta. El movimiento feminista, como dije antes, es una hermosa esperanza. La última concentración, que llenó las plazas de muchas ciudades extremeñas, es prueba de ello. Los numerosos colectivos juveniles, como los y las estudiantes de Cáceres y Badajoz o Abrir Brecha y Jóvenes Libertarios en Mérida, son indispensables para el cambio. La presencia activa del colectivo LGTBI, con colectivos alternativos como la Comisión 19M (de la que formo parte), los Campamentos Dignidad y la lucha incansable de los y las pensionistas, otros tres magníficos ejemplos.
Como joven, es un orgullo y una lección política que la mayoría de pensionistas, en ejercicio de solidaridad y empatía, me reconozcan, en cada congregación, que luchan por jóvenes como yo. Las movilizaciones por el tren, con el Movimiento por el Tren Ruta de la Plata como máximo exponente de la reivindicación a favor del tren convencional frente al modelo elitista del AVE, generan la certeza de que no todo está perdido. El perseverante movimiento del FEAN y el MIA (Foro Extremeño Antinuclear y Movimiento Ibérico Antinuclear) por el cierre de las nucleares es otro gran ejemplo de batalla. También Podemos está experimentando en Extremadura una reconversión, ganando batallas al aparato en algún que otro territorio de la Comunidad, donde la presencia de militantes, activistas y miembros de la sociedad civil que tienen claro que la valía de Podemos como partido se halla en los principios fundacionales, puede volver a hacer de la organización morada una herramienta útil para la mayoría social. Existen estos y muchos otros, inabarcables, igual de importantes e igual de necesarios para construir una alternativa transformadora aquí y en el resto de regiones. Si nos centramos en lo que nos une y establecemos la radicalidad programática como eje vertebrador de nuestras luchas -luchas que, de un modo u otro, tienen el mismo causante: capitalismo y neoliberalismo-, estoy convencido de las posibilidades de transformación social.
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