Energía nuclear
Algo por lo que luchar

Dos películas cuentan historias opuestas sobre la lucha contra la energía nuclear.
33 Días de Utopía viaja a la ocupación del vertedero antinuclear de Bure en Francia. La pancarta dice: "Gorleben Bure, la misma lucha. No existe un depósito seguro". Fuente: Beyond Nuclear International
33 Días de Utopía viaja a la ocupación del vertedero antinuclear de Bure en Francia. La pancarta dice: "Gorleben Bure, la misma lucha. No existe un depósito seguro". Fuente: Beyond Nuclear International Beyond Nuclear
Beyond Nuclear International
20 feb 2023 02:34

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Resistance on Film ya se puede ver en línea (en inglés).

“Y en ese momento”, dice Katie Hayward, a mitad del cortometraje de Will McGregor, The Beekeeper, “me quedé helada”.

Hayward, la apicultora del título de la película, acababa de ver en las noticias la ampliación de la huella del proyecto de energía nuclear Wylfa B, de dos reactores, en la isla de Anglesey, en el norte de Gales. La casa de Hayward, que su familia había alquilado desde 1532, estaba justo en el punto de mira del plan. Sería arrasada y las tierras de cultivo pavimentadas.

La lucha de Hayward por salvar sus abejas, su casa y sus animales de rescate se intensificó, mientras su salud física y mental caía en picado. A medida que las granjas que la rodeaban se vendían a Horizon -la filial nuclear del propietario del emplazamiento, Hitachi-, Hayward se encontró casi sola, una mujer David contra un Goliat empresarial

Los vecinos la rechazaban e incluso la acosaban por su obstinada postura contra la central nuclear. Pero no sólo con sus colmenas, sino con una plétora de animales rescatados, no había otro lugar al que acudir. Hayward tenía que poder cuidar de sus abejas, dice en la película, “porque estas pequeñas criaturas que son tan importantes para nuestro planeta, en realidad necesitan que las ayudemos a vivir en este momento”. Y resulta que nosotros también las necesitamos.

Después de que Hayward sufriera un inesperado “derrame cerebral masivo” con tan sólo 35 años, dejó su trabajo de dirección en una importante empresa de construcción y centró su atención en sus abejas. Al notar que su relación con ellas era “muy zen y te lleva a un mundo completamente diferente”, se dio cuenta de que “si mis abejas me han ayudado a mí, quizá puedan ayudar a otros”. Su empresa productora de miel, Felin Honeybees, se amplió para incluir la “terapia de las abejas”, ayudando a mujeres que escapaban de la violencia doméstica, a personas que sufrían de TEPT y a jóvenes que se autolesionaban.

Su empresa productora de miel, Felin Honeybees, se amplió para incluir la “terapia de las abejas”, ayudando a mujeres que escapaban de la violencia doméstica, a personas que sufrían de TEPT y a jóvenes que se autolesionaban.

Pero el lado más oscuro de su historia no aparece en El apicultor. Después de que McGregor, con una exitosa serie de programas de cine y televisión a sus espaldas, se acercara a Hayward, ambos se embarcaron en un cortometraje de gran impacto sobre las amargas batallas de Hayward con Horizon.

Y entonces intervinieron los abogados de Horizon.

Los diarios en vídeo, a menudo llenos de lágrimas, que Hayward había grabado se eliminaron en su mayor parte de la película final. Al final, se añadió un descargo de responsabilidad sobre la huella de carbono y la capacidad de empleo de la energía nuclear. Probablemente no era el producto final que Hayward o McGregor habían previsto. Pero no por ello deja de ser impactante.

La película termina con Hayward lamentando haber perdido su lucha: “Fuimos la primera familia en vivir aquí y vamos a ser la última”. Pero, de hecho, la historia no terminó así.

Hitachi anunció en septiembre de 2020 que abandonaba el proyecto de Wylfa B y, en enero de 2021, Horizon retiró su solicitud de planificación, lo que supuso el fin definitivo del proyecto. Poco después, la Inspección de Planificación del Reino Unido anunció que había recomendado que se rechazara el proyecto nuclear. Horizon despidió a la mayor parte de su personal y cerró sus puertas. A pesar de los rumores sobre el interés estadounidense de Bechtel/Westinghouse/Souther Company, nunca se hizo ninguna otra oferta por Wylfa B. Si alguna vez se hace algo nuclear en el emplazamiento, lo más probable es que se intente instalar allí un pequeño reactor modular. Pero, como sabemos, esto sigue siendo una quimera financiera estimulada, al menos en el Reino Unido, sólo por el interés de seguir reforzando su sector de armas nucleares.

Así que la “abeja reina de Anglesey”, como se conoce a Hayward, sigue reinando. 

Si alguna vez se hace algo nuclear en el emplazamiento, lo más probable es que se intente instalar allí un pequeño reactor modular. Pero, como sabemos, esto sigue siendo una quimera financiera estimulada, al menos en el Reino Unido, sólo por el interés de seguir reforzando su sector de armas nucleares.

Por el contrario, las excavadoras entran con fuerza en el documental de 84 minutos, 33 Days of Utopia (33 días de utopía), cuando desalojan un campamento de 1980 -la República Libre de Wendland- establecido por 800 idealistas y mantenido durante los 33 días del título para impedir la construcción de un vertedero de residuos radiactivos de alto nivel en Gorleben, en la Baja Sajonia (Alemania).

No se trata de una historia de oposición solitaria, de miedo y soledad, sino de solidaridad masiva, comunidad y alegría. La película comienza con un barco de madera suspendido en lo alto. Escuchamos el sonido de las flautas. Más tarde vemos globos, cocinas comunales, músicos reunidos cantando. Hay cabañas de madera, tipis y yurtas. Puede que se trate de una acción antinuclear, pero fundamentalmente se trata de algo más: una nueva forma de vivir; un tipo diferente de sociedad, “un atisbo de algo que podría ser en el futuro”.

Todo un pueblo -conocido como 1004, el nombre designado del vertedero- se levantó. Y 33 días después desapareció. Como dice Rebecca Harms, una joven de la película que llegó a ser diputada de los Verdes en el Parlamento Europeo, lo destruyeron absolutamente todo.

Pero no del todo. El joven arqueólogo Attila Dézsi, estudiante de posgrado en la Universidad de Hamburgo, decide en 2018 que la arqueología de la protesta sería una excavación interesante. Acompañado por la cineasta Roswitha Ziegler, que fue una de las manifestantes de 1980, junto con otros ocupantes como Harms, Dézsi se dispone a desenterrar las reliquias de la ocupación.

“Es extraño desenterrar algo después de 40 años, en mi vida”, observa Harms. Y efectivamente, los objetos que encuentra Dézsi son relativamente banales. No es exactamente Pompeya, como observa alguien. 

Pero al desenterrar cucharas dobladas, sartenes aplastadas, decenas de tazas y otros detritus, se da de algún modo nueva vida a los recuerdos y los sueños compartidos de aquella época.

Una taza encontrada, para Dézsi, se convierte en “el testigo silencioso del último momento”. Pero sin su camarilla de testigos presenciales, los sentimientos y los recuerdos se pierden.

La utopía que se creó en el 1004 fue un intento de explorar una nueva forma de vivir, centrada en grupos de afinidad, con “portavoces”, que como lo describe uno de los que ejercieron esa función, supusieron “treinta y tres días de tensiones” mientras otros se deleitaban en la aparente armonía utópica de la vida en común.

Hay una bandera y una emisora de radio e incluso un pasaporte “oficial” de la República de Wendland. Y, como en El apicultor, casi no se menciona la cuestión nuclear en cuestión. Por supuesto, los 800 se dirigen al lugar porque se oponen al vertedero de residuos nucleares. Pero cuando llegan allí, empieza a suceder algo más, “el sueño de todo”, como lo llaman, citando a Karl Marx.

Al final de la película, vemos las filas de la policía y las excavadoras, los gases lacrimógenos y las porras. Y en 2018, cuando Ziegler y su equipo de rodaje regresan con Dézsi, vemos bosques de pinos y maleza. El lugar es irreconocible.

Está irreconocible porque, aunque las excavadoras llegaron a Gorleben pero no a Anglesey, el proyecto alemán, como el galés, simplemente se vino abajo. No hay ningún vertedero de residuos radiactivos de alto nivel en Gorleben, y nunca lo habrá. El gobierno alemán dice que se presentará un nuevo emplazamiento en 2031. Pero por ahora todo lo que tienen es un “mapa en blanco”. Un espacio en blanco. Están empezando de cero.

Las dos películas muestran no sólo la fuerza destructiva, sino también la locura inútil de los proyectos de energía nuclear. Las granjas fueron abandonadas y las casas arrasadas en Anglesey. La vida silvestre se vio alterada. Gorleben fue testigo de años de protestas y agitación. Y al final. Nada.

Alemania, al menos, aprendió una lección. La última de sus centrales nucleares se cerrará el año que viene. A pesar de sus detractores, está en camino de alcanzar sus objetivos de energía renovable del 80-100%.

El gobierno del Reino Unido, por su parte, se aferra a la ilusión nuclear, incluso cuando los proyectos de nuevas centrales nucleares en Sizewell y Bradwell siguen tambaleándose.

El gobierno del Reino Unido, por su parte, se aferra a la ilusión nuclear, incluso cuando los proyectos de nuevas centrales nucleares en Sizewell y Bradwell siguen tambaleándose.

La vida de los manifestantes de Gorleben cambió, para algunos, para siempre. “Decidí que tenía algo que decir”, dice Harms al recordar ese momento y el nuevo rumbo que tomó su vida, hacia los cargos públicos.

La vida de Hayward, mientras tanto, puede permanecer misericordiosamente sin cambios.

Pero en cualquier caso, sea cual sea la amenaza nuclear a la que nos enfrentemos ahora, y en el futuro, necesitamos a las Katie Hayward, y necesitamos a los utopistas.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.

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