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Energía nuclear
Una triste realidad
Articulo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
Aumentan las evidencias de una triste realidad: vivir en zonas contaminadas por la radiactividad durante varios años implica graves riesgos para la salud, en particular durante el embarazo.
Esto se deriva de un reciente estudio de Anton V. Korsakov, Emilia V. Geger, Dmitry G. Lagerev, Leonid I. Pugach y Timothy A. Mousseau, que muestra una mayor frecuencia de anomalías congénitas entre las personas que viven en la región rusa de Bryansk, contaminada por Chernóbil.
Dado que tanto los gobiernos como varias empresas insisten en construir nuevas centrales nucleares, o mantener las más añejas operativas, se han visto obligados a hacer mutis por el foro en relación al mayor argumento contra la nuclear: los accidentes potenciales.
El lobby nuclear y los gobiernos que apuestan por esta vía evitan afrontar la realidad: que no puedes rehabilitar una zona contaminada. Por ejemplo, en Japón, donde el desastre de marzo de 2011 ha irradiado de manera potencialmente indefinida varias zonas. Ahora, se pretende obligar a las personas a que regresen asegurando que no hay riesgos sobre la salud “discernibles”.
Varias instituciones que deberían proteger nuestra salud y regular la industria nuclear, como la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, la Comisión Reguladora Nuclear y la Comisión Internacional de Protección Radiológica, están subiendo los límites de exposición pública recomendados, considerando frenar las evacuaciones ante las emisiones de radiactividad y animando a la gente a seguir viviendo, y comiendo, de la tierra afectada.
Varias instituciones que deberían proteger nuestra salud y regular la industria nuclear, como la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, la Comisión Reguladora Nuclear y la Comisión Internacional de Protección Radiológica, están subiendo los límites de exposición pública recomendados, considerando frenar las evacuaciones ante las emisiones de radiactividad y animando a la gente a seguir viviendo, y comiendo, de la tierra afectada.
La justificación pública de continuar con la energía nuclear es, ostensiblemente, para luchar contra la crisis climática. La realidad es más bien un intento a la desesperada por parte de la industria nuclear por seguir siendo relevante, mientras que en muchos países esta continua inevitablemente ligada a programas de armas nucleares.
Forzar a la gente a vivir y comer alimentos producidos en zonas contaminadas va en contra de la evidencia científica, que demuestra el peligro de proceder de esta manera, tanto para personas como animales, y en especial a largo plazo. Cuando se descubren estos efectos sobre la salud, se circulan falsas narrativas acerca de las “dosis inocuas de radiactividad baja” y los “impactos no discernibles” que van solidificándose, escondiendo la triste realidad que debería ser el centro de todo debate sobre la energía nuclear.
El reciente estudio, cuya implementación, dice Korsakov, no habría ocurrido de no ser por los esfuerzos de Mousseau, co-autor, quien descubrió que varios defectos congénitos como la polidactilia (tener más de cinco dedos en una extremidad) y múltiples malformaciones congénitas (incluyendo las de reciente aparición, conocidas como de novo), eran “mucho más frecuentes... en bebés recién nacidos en áreas con una radiactividad elevada”.
De manera inédita, Korsakov examinó tanto áreas afectadas por la contaminación de Chernóbil como las quejadas por la industria química. Las malformaciones congénitas múltiples (MCM) eran mucho más altas en zonas con contaminación combinada, lo cual indica un efecto aditivo y potencialmente sinérgico entre contaminantes que explicaría estos defectos congénitos.
Probablemente, las malformaciones congénitas (CM) se originen en el primer trimestre de embarazo y representan una gran causa de enfermedades a nivel global. Se las considera “indicadores de factores adversos en el entorno natural”, incluyendo la contaminación radiactiva y puede afectar numerosos órganos (corazón, cerebro, pulmones, huesos, intestinos) con anormalidades físicas y desórdenes metabólicos. Entre estos se encuentran el pie zambo, hernias, defectos cardiacos y neuronales, labio leporino y síndrome Down.
Las CM son la causa principal de mortalidad infantil en muchos de los países “desarrollados” y alcanzan el 20% de muertes infantiles en EEUU. Para quienes sobreviven la infancia, los efectos pueden durar de por vida. Mientras que algunas CM son obvias desde muy pronto, otras pueden pasar desapercibidas durante mucho tiempo, incluso hasta la edad adulta. Esta situación afecta a los países “no desarrollados” de manera desproporcionada.
En la región rusa de Bryansk, se analizaron los defectos congénitos en el periodo comprendido entre los años 2000 y 2017. En las áreas contaminadas solo por la radiación, las estimaciones de dosis de la radiación de Chernóbil (liberadas en 1986) oscilaban entre los 0,6 mSv a 2,1 mSv anuales, mientras que en las zonas afectadas tanto por radiación como por químicos, el rango aumentaba de 1,2 a 2 mSv anuales.
En el estudio de Bryansk, los autores apuntaron que “casi todos los tipos de defectos hereditarios aparecen en dosis tan bajas como 1-10 mSv, indicando que los modelos de riesgos de radiación actuales son inadecuados para los entornos de dosis bajas”.
En comparación, Japón y los EEUU mantienen que apenas hay riesgo por relocalizarse en zonas contaminadas por catástrofes nucleares, donde las dosis estimadas bailan entre 5 y 20 mSv anuales. Aun así, se pueden comprobar los efectos sobre la población de Bryansk, sometida a dosis mucho más bajas que aquellas consideradas “habitables” por los pronucleares.
Una explicación para esta desconexión entre los efectos para la salud esperados y los reales procede de la infravaloración del impacto de ingerir o inhalar isótopos radiactivas producidos por el ser humano, los emisores beta en particular, propios de la exposición a los accidentes nucleares.
En el estudio de Bryansk, los autores apuntaron que “casi todos los tipos de defectos hereditarios aparecen en dosis tan bajas como 1-10 mSv, indicando que los modelos de riesgos de radiación actuales son inadecuados para los entornos de dosis bajas”.
Varios de estos isótopos imitan los nutrientes que nuestros cuerpos necesitan, como el calcio (radioestroncio) y el potasio (radiocesio), así que no los pueden expulsar. Por supuesto, los pronucleares reconocen que la recuperación económica de áreas contaminadas será difícil sin la capacidad de cultivar, vender y consumir comida producida allí, al estar contaminada con isótopos como fruto de la radiación.
Korsakov et al. adelantan otra explicación para esta desconexión: la asunción de que los modelos de reconstrucción de dosis representan con fiabilidad las exposiciones más realistas. Cuando los expertos estiman las dosis, lo suelen hacer sin conocimiento adecuado de las culturas y estilos de vida locales. Por tanto, se les escapa considerar las variaciones de exposición, generando errores importantes sobre la reconstrucción de dosis. Como punto de partida, a la ciencia de la radiación le convendría medir directamente los niveles de contaminación donde la gente vive, juega, respira y come.
Pero parece que los modelos de dosis también fallan a la hora de representar adecuadamente el daño causado a los fetos y neonatos, no solo porque dicho daño pueda ser aleatorio (estocástico), haciéndolo difícil de predecir. Los impactos estocásticos sobre la salud incluyen cáncer y otras enfermedades genéticas, y pueden ser severos incluso con dosis bajas. Durante el embarazo, la exposición a la radiación puede dañar o destruir células que deberían formar órganos enteros. Esto demuestra la importancia de estudiar los impactos estocásticos durante el desarrollo del feto. En especial si el tejido fetal entra en contacto con radionucleidos en cantidades mayores que el tejido maternal.
Las consecuencias sobre la salud en la región de Bryansk podrían ser el resultado de una exposición directa a la radiación durante el embarazo y al impacto acumulativo por una “serie de generaciones (carga genética) que aumentan el espectro de heredabilidad de daño genético”. Los estudios pasados han indicado que el daño de radiación puede ser heredable, pasando de padres a hijos. Que la vida en entornos naturales con alta radiación aumenta las mutaciones y enfermedades; que la habilidad para resistir las dosis de radiación aparenta disminuir mientras progresan las generaciones continuamente expuestas, y que las dosis por liberaciones catastróficas deberían tenerse en cuenta a lo largo de las generaciones, no solo para la primera.
La información, escasa, de la que disponemos a día de hoy, refuerza conclusiones discutidas desde hace tiempo. Que los seres humanos no se diferencian mucho del resto de animales. Que, también, sufrimos la radiación de manera hereditaria.
El estudio de Korsakov proyecta que las MCM, en general, aumentarán en los próximos años en las regiones contaminadas. El aumento de defectos congénitos seguirá ocurriendo pese al acceso a exámenes médicos en profundidad para mujeres embarazadas residentes en estas áreas considerándose, en caso de aprobarse, la terminación del embarazo. Dicho acceso ha, al parecer, disminuido el número de mortinatos en la región, como hizo un programa parecido en los 90 en Bielorrusia, también afectado por Chernobil. Pero incluso con estos programas, las anomalías congénitas han aumentado en las zonas más afectadas de Rusia.
No solo es malsano vivir en zonas contaminadas por la radiación, sino que los intentos de mitigar los efectos, en particular durante el embarazo, poco pueden conseguir. Animar o, peor aún, forzar a la gente a regresar a las zonas contaminadas y a comer la comida contaminada, es estupido y cruel, en particular para la gente en edad reproductora, y para nada ayuda a la salud pública.
Mientras tanto, el uso continuado de la energía nuclear, que nos ha conducido a este pacto fáustico con tal de, supuestamente, mitigar el cambio climático, es tanto innecesario como peligroso.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.