Capitalismo
            
            
           
           
Anticapitalismo o colapso
           
        
         
Hace justo dos años escribí un artículo titulado El ‘Green New Deal’: retos y oportunidades. En ese artículo pretendía mostrar algunas contradicciones que yacen en  esta visión de la lucha contra el Cambio Climático. Retomando el análisis, y  después de dos ventanas de oportunidad desaprovechadas, creo que puede ser  interesante acercarnos a alguno de esos argumentos.
En la contraportada del libro de Naomi Klein, ‘Esto lo cambia todo’[i],  se destaca la siguiente cita: “La verdad, aunque sea realmente incómoda, es que  la culpa no la tiene el dióxido de carbono, la culpa es del capitalismo”. Esta  afirmación es tan cierta como preocupante. El modelo de acumulación capitalista  no sólo explota, en su concepción marxista, a la clase trabajadora, sino que, como  consecuencia de su expansión y de la suma continuada de externalidades  negativas, ha provocado la explotación de otros aspectos, no economicistas,  como el medio ambiente, la cultura, las diferentes formas de vida de las  sociedades, o la Democracia, entre otras.
Según James O’Connor, la primera contradicción del Sistema Capitalista  es un ataque al capital desde el lado de la demanda global, mientras que la  segunda es un ataque por el lado de los costes, y teniendo en consideración  ambas apreciamos el elevado poder autodestructivo del propio sistema. Es su propia  idiosincrasia la que nos lleva atadas por las manos hacia una crisis ecosocial  definitiva.
La primera tarea que debemos emprender si queremos salvarnos es soltar  nuestras manos. Para ello  deberíamos convencernos de que, para evitar el colapso, las opciones que  tenemos han de ser, ineludiblemente, anticapitalistas. Esto resulta,  objetivamente, muy complicado cuando desde hace siglos -y especialmente en las  últimas décadas- nos han convencido de que el Capitalismo es un sistema que  genera progreso y riqueza infinita sin causar apenas algunos daños colaterales.
Cabría plantearse, por este orden, si el sistema es realmente esa máquina perfecta, o si simplemente ha sido así durante un tiempo en el que los beneficiados no hemos visto, o no hemos querido ver, el terreno sobre el cual sosteníamos nuestro bienestar. Ahora, en cambio, somos conscientes de que el estatus alcanzado no es eterno y, por tanto, empezamos a sufrir algunas consecuencias negativas de esa forma de “progresar”.
Tampoco podemos, además, cerrar la posibilidad de que aquellos que nos han convencido  de lo anterior estén contaminados por el propio sistema. Los intereses  corporativos se han instalado en los centros de saber de múltiples formas,  aunque la más evidente parece ser la financiación de las cátedras; a la vez,  los centros de decisión política están mostrado evidencia de estar infectados en  cualquiera de sus niveles, aunque quizás resulte más evidente en niveles  supranacionales y nacionales, junto a alguna institución autonómica por ser  centro de poder. Finalmente estarían los medios de comunicación, que son fieles  amplificadores de esos intereses trasladando a la opinión pública aquello que  deben de pensar. ¿Podemos desengancharnos de los centros de saber, del Estado o  de los medios de comunicación? Lo que sí tengo claro es que debemos hacerlo, y  que el proceso va a ser muy complicado.
Para empezar, cambiar el comportamiento social no es tarea baladí. Expertos en esa materia hablan de aprovechar ventanas de oportunidad que se van abriendo ante hechos que distraen a las personas de sus dinámicas dentro del propio sistema. La oportunidad que supuso, paradójicamente, la pandemia de la COVID-19, fue rápidamente desaprovechada con unas políticas destinadas, principalmente, a devolvernos a la senda anterior de crecimiento económico. Efectivamente, lo que se vendió como una forma diferente de salir de una crisis no fue más que un estímulo keynesiano para volvernos a situar sobre el carril hacia el precipicio. Es por ello que no debemos confiar en estas instituciones dispuestas a ganar tiempo a costa de una futura escasez y un coste de financiación creciente.
La oportunidad que supuso la pandemia de la COVID-19 fue rápidamente desaprovechada con unas políticas destinadas a devolvernos a la senda anterior de crecimiento económico.
Otra de las ventanas desaprovechadas se ha manifestado con la Guerra en  Ucrania, donde hemos visto lo poco estable de la promesa de transformación  verde, en tanto en cuanto se prima el crecimiento económico y, ante cualquier  eventualidad, se puede volver al carbón sin ningún tipo de prejuicio, como ha  ocurrido en Alemania. Pero no olvidemos que esta transformación verde  prometida, cara y acelerada en tiempo de pandemia, debe ser JUSTA y esto  resulta imposible bajo el paraguas capitalista.
Dentro de toda esta dinámica autodestructiva, no obstante, podemos sacar algunos  aspectos positivos que han roto esa espiral de silencio, definida por la politóloga alemana  Noelle-Neumann. Algunas ideas existentes, contrarias a las mayoritarias, han  pasado del silencio o de la marginalidad impuestos por la mayoría social  controlada a través de los medios, a formar parte del debate en la arena  pública. Hace unos años nadie se hubiese planteado en público si la “gigafactoría” que Volkswagen ha decidido construir en Sagunt pudiera generar,  al menos, un debate sobre la idoneidad de esta inversión, financiada en gran  parte con ayudas públicas, y su encaje con el futuro que deseamos como  sociedad. Otro debate que se está viviendo, ahora en el seno del propio Gobierno  del Botànic, está relacionado sobre la manera en la que se están expandiendo  las renovables sobre nuestro territorio, muy cercano al vivido con la burbuja  inmobiliaria. Incluso se ha cuestionado el criterio de algunos dirigentes  políticos y su pasión por las luces de Navidad, o los atascos.
Si soltarse de las manos ha resultado complicado, como segunda tarea podemos plantearnos enlazarnos otra vez, pero ahora eligiendo nosotros a quiénes nos queremos atar, y no puede haber mejor manera que cogernos de la mano de aquellos que ya conocemos, con los que ya tenemos cierta cooperación y complicidad porque somos vecinos. Si bien cambiar las dinámicas de Estados y/o autonomías parece, razonablemente, complicado, nos queda el Municipio en el que se puede empezar a dar la batalla por nuestra salvación.
Si bien cambiar las dinámicas de Estados y/o autonomías parece, razonablemente, complicado, nos queda el Municipio en el que se puede empezar a dar la batalla por nuestra salvación.
Es en este nivel de  decisión en el que se puede crear un bloque transformador que englobe a todos  los colores, desde el rojo, verde, violeta … del blanco al negro, y que empiece  por romper las dinámicas propias del sistema, todo ello si se consigue superar  el partidismo propio de nuestro sistema electoral. Ejemplos de lo que digo  encontramos en grandes ciudades como, por ejemplo, Barcelona, con las Superilles, o la transformación de València buscando  recuperar el espacio para las personas. Con todo, donde más capacidad de mejora  podría producirse es en las pequeñas y medianas poblaciones con un tejido  económico más diverso al de las grandes ciudades. Las redes de apoyo se han  demostrado muy resilientes a los golpes de las crisis capitalistas, como ya  vimos en la anterior crisis financiera y durante el confinamiento por la  COVID-19.
Por las grietas abiertas en el sistema deberíamos inocular la vacuna de la crítica  razonada ante las propuestas que se nos van a plantear este año 2023,  electoralmente intenso. Huir del negacionismo trumpista patrio es una  obligación, aunque quizás sea más complicado identificar y rechazar las  opciones desarrollistas típicas de la socialdemocracia y algunas izquierdas,  caracterizadas por el cherry-picking de políticas que consigan aunar  crecimiento y ecologismo, pero que simplemente compran tiempo.
En cambio, tendremos que poner en valor aquellas propuestas encaminadas a  situar el valor de uso por encima del de cambio. Ahora bien, si no empezamos  las tareas de desacople del sistema y reajuste inmediatamente, la batalla  contra las consecuencias del cambio climático supondrá la derrota más general y  dura para nuestra especie, con consecuencias todavía inimaginables. El  decrecimiento debería darse antes del colapso. Esa es la condición.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
[i] Naomi Klein. Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima. Paidós Ibérica (2015)
Medio ambiente
        
            
        
        
“Las propuestas para un Green New Deal hechas desde el Norte continúan con la dominación neocolonial del Sur”
        
      
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![Max Ajl, sociólogo y autor de 'A People’s Green New Deal' [Un Green New Deal de los pueblos], publicado por Pluto Press.](/uploads/fotos/h2000/a1c9c2c9/max.jpg?v=63822935604 2000w) 
 
