Energía
Por qué no baja el precio de la electricidad

El incremento del coste de la luz no tendrá ninguna solución mientras su precio se establezca a través de una simulación de mercados competitivos.
La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, presenta el plan de choque para abaratar el recibo de la luz.
La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, presenta el plan de choque para abaratar el recibo de la luz. Foto: Foto: Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa
Economistas sin Fronteras
3 oct 2021 00:00

La subida del precio de la luz no tiene solución con el mercado eléctrico.

El incremento del coste de la luz no tendrá ninguna solución mientras su precio se establezca a través de una simulación de mercados competitivos. Seguirá siendo así porque los supuestos implícitos de esta formulación teórica, de que el mercado es soberano en la fijación de los precios, no se cumplen en el sector eléctrico.

Entre ellos, hay dos supuestos que son el fundamento principal. El primero, es que no hay suficiente nivel de participación de vendedores como para impedir que alguno/s imponga un precio al mercado. Desde el punto de vista de la oferta, la producción en España está dominada por un oligopolio de tres empresas que controlan en torno al 75% de la capacidad de generación y un porcentaje, aún mayor, en la infraestructura de distribución.

El segundo supuesto, desde el punto de vista de la demanda, aunque en este aspecto sí hay suficientes “agentes” o participantes, la electricidad, al ser un bien necesario y no prescindible, los clientes, los residenciales en particular, no dejan de demandar energía eléctrica, aun cuando los precios suban. Los economistas llaman a esta última circunstancia inelasticidad de demanda.

La no existencia de muchos productores y de barreras de salida del mercado son suficientes para invalidar la idea de mercado competitivo que es lo que está en la base de la regulación de los mercados mayoristas de la electricidad en España, y también en el conjunto de la Unión Europea. Hay más argumentos, como la información asimétrica, homogeneidad del producto, pero los dos descritos tienen entidad suficiente como para impugnar la teoría del mercado en el sector eléctrico.

La producción de electricidad en España está dominada por un oligopolio que controlan en torno al 75% de la capacidad de generación y un porcentaje, aún mayor, en la infraestructura de distribución

La estructura oligopólica de la industria eléctrica se explica en parte, hasta ahora, porque su producción requiere de tecnología avanzada, de grandes bienes de equipo, y de mucha maquinaria y complejos proceso de distribución. El sector eléctrico es una industria en red interconectada físicamente, y compensada. Esto es, que la producción y el consumo deben tener una equivalencia vinculada de potencia y carga eléctrica para no producir daños irreparables en el sistema. Esto supone una capacidad de generación preparada para cubrir los picos de máxima demanda, y de parada productiva el resto del tiempo. El consumo eléctrico no puede realizarse en términos virtuales, y el mantenimiento de toda la cadena de producción y distribución debe ser constante por los problemas de temperatura implícitos en todo el proceso de generación, distribución y comercialización física, todo ello caro. Y, además, la electricidad no es un producto almacenable.

Todo lo señalado es una parte sustancial de los argumentos de porqué la inversión en la industria eléctrica no está al alcance de cualquier emprendedor, y tienda a ser un monopolio natural[1].

¿Cómo establece el (no) mercado eléctrico el precio de la electricidad?

Al no haber competencia de mercado, fingir su existencia produce un efecto perverso de encarecimiento para el consumidor y de ingresos extraordinarios para el oligopolio eléctrico que domina esta industria en España.

El precio en el mercado eléctrico se establece a través de precios y cantidades adelantados de la electricidad que ofertan vender los productores, y que demandan comprar los comercializadores mayoristas. Se hace un día antes de la operación real, esto es, de la producción y consumo efectivos. Se concreta con una modelación de curvas de oferta y demanda de electricidad. Se llaman curvas porque se recoge secuencialmente en un sistema gráfico de coordenadas la relación entre el precio ofertado y demandado (eje vertical) y la cantidad, también ofertada y demandada (eje horizontal) de electricidad. Si los precios suben, la línea que surge de oferta de electricidad no es una recta constante sino una curva ascendente a medida que aumentan las cantidades. Y, en el caso de la de demanda sucede lo contrario, es una curva decreciente que ilustra cómo sube la cantidad demandada cuando el precio baja. Esas curvas de oferta y demanda se cruzan en un único punto, que, proyectado hacia los ejes, da un único precio y cantidad demandada y ofertada. La teoría económica clásica o convencional, concluye que ese es un punto de equilibrio económico del mercado porque expresa el mismo deseo de ofertar y de comprar de los “agentes económicos” a un mismo precio. En el resto de esa construcción secuencial gráfica de cantidades y precios o bien hay exceso de demanda con precios por debajo al del equilibrio, o bien hay un exceso de oferta, con precios por encima.

Eléctricas
Lo que no se dice sobre la subida del precio de la luz
El comportamiento oligopolístico de las empresas que componen el mercado eléctrico patrio simplemente se está beneficiando de un sistema de fijación de precios perjudicial para nuestra salud, pero que mueven otros jugadores.

Ahora bien, este razonamiento que, como ya dijimos, es una simulación de precios y cantidades al no tratarse de operaciones reales, es extensible como concepto a cualquier mercado donde se compran y venden bienes y servicios. Sin embargo, la realidad concreta es que los ciudadanos cuando compran, y las empresas cuando venden a diario, tienen la posibilidad de elegir precios y cantidades. Esto no sucede con la electricidad.  Otra cosa es que la competencia en el tiempo, a posteriori, modifique precios y cantidades, y empresas y consumidores ajusten, a continuación, conductas económicas. Pero en general, los sectores económicos en la economía capitalista operan a riesgo, sin un precio único “de equilibrio” ex ante. Pero en el caso de la electricidad, como éste es un bien instantáneo que no se puede almacenar, no hay stocks que permitan ofertas a precios diferentes al señalado por el mercado mayorista del día anterior.

Lógicamente en esa ordenación secuencial del mercado mayorista, como explicamos antes, las ofertas iniciales de generación eléctrica las más baratas son las que provienen de fuentes renovables, como las hidráulicas, las eólicas, etc. que no necesitan combustibles primarios para ser generadas. Estas tienen más costes fijos que variables[2]. Pero estas tecnologías de generación, no cubren la demanda, porque son sólo un porcentaje de la capacidad instalada[3]  de generación, que no son suficiente para las necesidades de consumo diarias. Por eso, a medida que aumentan las demandas de más electricidad, se ofertan las energías más caras, es decir, las que usan combustibles fósiles para generarla. Estas son más gravosas en todo sentido, por consumo de energía primaria, por equipamiento de producción y porque muchas deben comprar derechos de emisión[4]. Son, entre otras, las pocas centrales de carbón que quedan, y las de gas. Y son, paradójicamente, las que fijan el precio de equilibrio, porque entran, en esa casación de precios y cantidades que antes mencionábamos, en el instante final, esto es del cruce entre oferta y demanda. Cubren el margen final, antes del equilibrio, de la ordenación de precios y cantidades. Ese precio final, marginal y único de equilibro es el que perciben todos los productores de energía. Son “beneficios caídos del cielo” porque ese constructo de mercado eléctrico mayorista premia a energías con costes mínimos con los ingresos derivados de los precios de las energías más costosas. Esta prima de precio es el beneficio extraordinario que llena el bolsillo del oligopolio eléctrico y vacía las rentas de familias, ciudadanos y sectores más vulnerables.

Por eso, a medida que aumentan las demandas de más electricidad, se ofertan las energías más caras, es decir, las que usan combustibles fósiles para generarla

¿Se puede hacer algo para abaratar la electricidad?

Suprimir el mercado eléctrico mayorista tiene la dificultad, en principio, de chocar con directivas europeas de obligado cumplimiento con el sector eléctrico. Nacionalizar empresas o devolverlas al patrimonio público, como el caso de Endesa[5], y que sería una solución posible, tiene la dificultad añadida de que, además de colisionar con el modelo de mercado de la UE, recomprarlas supondría un extraordinario costo financiero y presupuestario para el erario público.

Perentoriamente, el sector público puede comenzar a invertir en un parque de generación, en “energía distribuida”[6], esto es, en energías renovables, para así ir conformando una potencia de generación pública en competencia con el oligopolio eléctrico privado. Las concesiones hidráulicas cedidas al oligopolio, a medida que venzan, pueden también ser traspasadas al Estado. Es necesario impedir que el oligopolio privado de la electricidad aproveche las ventajas de partida y se haga con el dominio de la energía verde en desarrollo.

Otro tanto puede hacerse con los proyectos financiados con los fondos New Generation de la UE, bien garantizando un porcentaje de participación o bien de control, orientados a un precio razonable de referencia de la energía. Los contratos bilaterales entre productores y consumidores están permitidos, y son compatibles con el mercado eléctrico mayorista. Un parque público incrementado de generación puede comercializar, entonces, la luz a los consumidores más frágiles a precios justos. Y simultáneamente realizar programas de energía distribuida, esto es, vender a la red la energía sobrante que el sistema tiene la obligación de comprar.

Recordemos, también, que el modelo actual permitió, por ejemplo, al PP, a fijar que el precio de la luz no subiera más que el IPC, y cargar todo el diferencial con el precio del mercado en deuda pública. Aunque aquellas políticas fueron socialmente injustas porque no afectaron al Oligopolio Eléctrico[7] y sí obligaron a los ciudadanos a pagar la deuda a largo plazo, lo que también demostraron fue que el Estado puede, sin romper momentáneamente con Europa, garantizar un precio razonable para la luz. El problema, resoluble, es no llevar los déficits fiscales al bolsillo de la gente. Es lo que se está intentando hacer ahora, al reducir los impuestos que se cargan al sector y terminar repercutiendo indiscriminadamente en las finanzas públicas, al minorar los ingresos tributarios.

En suma, es posible explorar soluciones intermedias, como las señaladas en párrafos anteriores, mientras se piensa con serenidad que la energía, y la electricidad en particular, es un bien público, universal, imprescindible para todos, y que como tal debe estar en manos del Estado. Su consumo y acceso no puede ser dependiente de la renta de los ciudadanos sino de sus necesidades. La energía, es un derecho de las personas, no un bien de mercado, y menos aún de uno que no es tal.  Hay que regular que no haya pobreza energética, y no mercados energéticos imposibles.

Notas

[1] Históricamente los llamados servicios públicos, en particular lo energéticos, se consideraban monopolios naturales porque no tenía sentido la existencia de agentes duplicados en la oferta de servicios en red, como la electricidad y el agua. El desarrollo de nuevas tecnologías, particularmente en energías renovables, pueden, en el tiempo, alterar este concepto. La transición a un modelo diferente y sostenible, ambiental y económicamente, derivado del cambio climático y la introducción de nuevas tecnologías es lento y sin garantías de que no vaya a caer en manos de los monopolios privados.

[2] Los costes fijos son los que no dependen del nivel de producción y los variables, son lo contrario. En las centrales alimentadas por energías renovables los costes no cambian, cualquiera sea la cantidad generada.

[3] La industria eléctrica ajusta el parque de generación a la demanda prevista. Además, tiene una curva de carga que obliga a tener parada la capacidad de generación durante la mitad de tiempo.

[4] Los acuerdos internacionales de cambio climático han establecido máximos de contaminación, y si la industria, en este caso la eléctrica, supera esos límites debe comprar los llamados “derechos de emisión”. Es un mecanismo, también de mercado, para penalizar el uso de tecnologías no limpias. Y, en cualquier caso, poco transparente y especulativo.

[5] El modelo europeo vigente obligó la apertura del mercado eléctrico a la iniciativa privada, pero no prohíbe la coexistencia de empresas públicas de energía. Como ejemplo, Francia y Alemania que mantienen una fuerte presencia estatal en el sector.

[6] Energía distribuida. Actualmente cualquier instalación de energía renovable doméstica si supera la potencia de consumo, el exceso puede ser distribuido a la red, y esta tiene la obligación de comprarlo.

[7] El monto de la deuda cubría los ingresos que las empresas eléctricas dejaban de ingresar en relación a los precios del mercado.

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Economistas sin Fronteras Somos una Organización no Gubernamental de Desarrollo (ONGD), fundada en 1997 por un grupo de profesores y catedráticos universitarios, activamente comprometidos y preocupados por la desigualdad y la pobreza. Nuestro objetivo principal es contribuir a generar cambios en las estructuras económicas y sociales que permitan que sean justas y solidarias.
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Javier Gallardo Vía
3/10/2021 20:42

Se exploran muchas soluciones. Una muy interesante (y pujante) es la instalación de pequeños reactores nucleares, automantenidos, del tamaño de un contenedor; serían accesibles a la iniciativa municipal, p.ej. Ya se fabrican e instalan.
Una manera de descentralizar la producción, de forma relativamente barata y muy rentable. Las grandes eléctricas se escudan en la gran inversión necesaria para su funcionamiento (tanto, que frenan posibles nacionalizaciones). En términos de mercado, solo un movimiento radical que amenace (de verdad, en volumen) la hegemonía del oligopolio, sería capaz de reimplantar una competencia real de los precios.

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