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Laboral
Las nuevas ideas gerenciales y el papel de los sindicatos
Para que el capitalismo en su estado actual se reproduzca sin la erupción de grandes conflictos de clase, se extiende una ideología dominante que nos invita a ser copartícipes y responsables de las prácticas de dominación: el gerencialismo. El sociólogo Carlos J. Fernández Rodríguez analiza brevemente en este artículo su lógica, relevancia y el papel de los sindicatos como actores de cambio.
En las empresas, unos dirigen y otros cumplen órdenes. La historia del capitalismo no es solamente la sucesión de modos específicos de producción, de nuevas tecnologías, objetos y formas de consumo, sino también la transformación de los medios de control que han permitido que, a lo largo de los dos últimos siglos, el sistema capitalista haya sido capaz de sostenerse y producir, de forma exponencial, todo tipo de productos y servicios, algo imposible de conseguir sin la necesaria participación de una multitudinaria fuerza de trabajo. ¿Cómo involucrar a los empleados, de forma que estos se esfuercen al máximo en los negocios empresariales? Esta es la gran cuestión que ha preocupado desde el advenimiento del capitalismo a empresarios, gerentes y directivos.
La necesidad económica ha sido, históricamente, un acicate más que convincente y suficiente para que la clase trabajadora se haya tenido que buscar la vida empleándose en las empresas; sin embargo, otros sistemas más sutiles de convencimiento, auténticas ideologías empresariales, han operado también de forma paralela; de hecho, se han intensificado con el transcurrir del tiempo, conforme el nivel educativo de la fuerza de trabajo ha ido aumentando. Aunque desde los albores del sistema industrial la ideología ha sido central a la hora de construir y organizar el espacio de trabajo, hoy en día parecen gozar de especial buena salud, una vez que numerosos términos característicos del lenguaje gerencial –emprendimiento, liderazgo, cultura de empresa- han pasado a formar parte del imaginario social contemporáneo.
“La ideología gerencial goza de buena salud cuando una parte de su lenguaje forma parte del imaginario social”
Las ideologías directivas, gerenciales o manageriales contemporáneas forman parte de lo que algunos autores denominan el “nuevo espíritu del capitalismo”, tal y como lo definen Boltanski y Chiappello: esto es, la ideología que justifica el compromiso de las personas con el sistema capitalista en la actualidad y que hace ese compromiso atractivo. Compromiso que, por otra parte, es necesario justificar, ya que el régimen capitalista no deja de ser, en muchos sentidos, un sistema absurdo que encadena a las empresas (y a sus directivos y empleados) a un proceso interminable e insaciable de búsqueda de ganancias, condición esencial de su existencia. Las empresas tienen el deber de obtener beneficios si no quieren desaparecer aplastadas por la competencia, lo que obliga a sus directivos a arriesgarse más, a crecer, a competir, a exprimir más a los trabajadores –más presión, más horas de trabajo, más intensidad-; se crea empleo y riqueza, pero en ese proceso de creación se hace imprescindible seguir produciendo más, consumiendo más, apostar por un crecimiento que al final se está demostrando insostenible para el planeta.
Esta rueda imparable requiere insumos continuos, materias primas, energía, tecnología, y, sobre todo, el esfuerzo de millones de personas, que volcarán sus habilidades manuales e intelectuales para que la producción incremente, se extienda e intensifique a lo largo y ancho del orbe. En este contexto de competencia y crecimiento ad infinitum y ad absurdum, es imprescindible una legitimación ideológica, dado que en el nuevo capitalismo de la era de la información y la globalización desregulada, el compromiso por parte de empleados y directivos es imprescindible. Así, en el “nuevo espíritu del capitalismo” las nuevas ideas gerenciales van a ser el sostén ideológico de la organización de la producción, y la base de una nueva cultura empresarial basada en el compromiso.
“Las nuevas ideas gerenciales promueven una cultura basada en el compromiso para sustentar absurdamente el crecimiento infinito”
¿Qué ideas o concepciones del mundo se encuentran adscritas a estas nuevas ideologías gerenciales? Si analizamos publicaciones e informes de las últimas tres décadas, observaremos que los argumentos de diferentes “expertos de la empresa” (desde consultores a gurús de la gestión o profesores de escuelas de negocios) se repiten sin grandes variaciones. Son, esencialmente, una serie de diagnósticos en relación a dónde pueden encontrarse las claves del éxito empresarial y personal en el momento actual, marcado por un neoliberalismo desatado, expresados en una retórica muy particular que hace propaganda del libre mercado, y que interpela tanto a los empresarios -para que reorganicen las condiciones de trabajo en las empresas con el fin de ganar competitividad- como por supuesto a los trabajadores, para que se sumen a estos proyectos empresariales.
“El cambio es el estado de las cosas, y la estabilidad va a ser un mero espejismo, exige una adaptación por parte de todas”
En el discurso del management o gerencial, se nos describe un escenario en el que el pasado solía ser plácido y seguro: las empresas vendían unos productos con casi total seguridad y poca competencia, mientras que los trabajadores gozaban de una cierta estabilidad laboral. Sin embargo, en la actualidad y debido a la globalización y a la desregulación de los mercados, el presente ha pasado a convertirse en inseguro y desafiante, ya que se han instalado entre nosotros nuevos competidores que amenazan con hundir nuestras empresas. El cambio es, a partir de ahora, el estado de las cosas; la estabilidad va a ser, a partir de ahora, un mero espejismo en una sociedad marcada por la fluidez.
Todo ello exige una adaptación por parte de todos, que parece asumirse en este relato con naturalidad: se presentará una imagen del trabajador (y también del directivo) en la que este rechaza voluntariamente la seguridad, porque está siempre hambriento de tener nuevos retos y desafíos profesionales; sólo se compromete con proyectos que exigen de él el máximo, y que estimulan su capacidad de innovación y creatividad. La apelación al compromiso es continua, pues hay que satisfacer además a unos clientes con exigencias infinitas. Para estimular el compromiso de sus empleados con el trabajo, se va a hacer énfasis en la importancia de contar con en la empresa con un líder visionario y carismático. El trabajador aparecería, en este relato, como alguien que aborrece las rutinas y los horarios, individualista y muy competitivo, que tiene claro lo que desea, que negocia individualmente sus condiciones laborales con el líder y su equipo directivo, que se adapta a todo y que quiere libertad total para realizar sus sueños.
“La apelación al compromiso presenta al trabajador como alguien que aborrece las rutinas y es, además, muy individualista y competitivo”
Lo que la empresa contemporánea demanda, ante todo, es flexibilidad, lo que supone eliminar la mayor barrera a esta: la burocracia, término denostado desde entonces (aunque una cierta burocracia punitiva de signo neoliberal pervivirá). Al eliminar la burocracia, se dice que así se otorga libertad a los trabajadores, para lo que se hace necesario empoderarlos, esto es, darles más responsabilidades hasta el punto de que sean autónomos. Se va a articular, así, una cultura de empresa que, si está lo suficientemente cohesionada y es capaz de integrar a los trabajadores, será capaz de comprometerlos hasta límites insospechados: la identificación con la organización es total, como si fuese nuestra familia. Se va a promover, además, la figura del emprendedor, describiendo de forma muy positiva la figura de aquellas personas que deciden poner en marcha un negocio o crear una empresa. Se les atribuyen cualidades como capacidad de asumir desafíos y riesgos, ser visionarios, luchar por sus sueños, etc. y sobre todo el hecho de ser los responsables de la mayor parte de las innovaciones comerciales y tecnológicas.
“Todas debemos comportarnos como emprendedoras: la persona es un agente económico individual, una empresaria de sí misma”
Frente a esta imagen positiva, el contrapunto negativo será el de aquellos que no asumen riesgos ni emprenden, los pasivos: los burócratas, asalariados acomodados, desempleados y, particularmente, los sindicalistas, que con sus reivindicaciones, entorpecen tanto el entusiasmo como la flexibilidad necesaria para un funcionamiento adecuado de los negocios. Por tanto, según este discurso, todos debemos comportarnos como emprendedores, bien creando nuestros propios negocios, bien convirtiéndonos en autónomos dentro de la empresa (el paso previo a una uberización de la economía, en la que el trabajo gestionado mediante plataformas se realiza a través de empleados autónomos), y siempre actuando en la vida como si nosotros fuésemos un negocio. Se entiende a la persona, al sujeto, como un agente económico individual, un empresario de sí mismo, sin otros lazos con la sociedad. Y al no existir ya la sociedad (Thatcher dixit), se degradarán todos los mecanismos institucionales que habían servido para equilibrar las relaciones de poder durante el período keynesiano: el sistema de relaciones industriales se contagiará del énfasis en nuevas formas de gobernanza (activación, flexiguridad) y de reformas profundas en las relaciones de empleo que coinciden con llamadas a reducir el peso del Estado en la vida económica y social.
“La paradoja del gerencialismo es que recortando costes económicos aumentan exponencialmente los costes sociales”
Todas estas acciones van a dar más margen de actuación a las empresas, desequilibrando las relaciones laborales a su favor y tiñendo de incertidumbre la vida de las clases trabajadoras, que desde hace varias décadas se enfrentan a los problemas de la inestabilidad, la precariedad laboral y una progresiva degradación de sus condiciones laborales, marcadas por la incertidumbre. Esta es la paradoja del gerencialismo: se persigue gestionar mejor, empresas más competitivas, productos y servicios mejores, mayores beneficios, pero todo esto implica unos costes monumentales tanto para individuos como para las sociedades, en multitud de órdenes (derechos laborales aplastados por intereses corporativos, incremento de los riesgos, ruptura de la cohesión social y desigualdad, expansión de las enfermedades laborales, degradación medioambiental, infelicidad vital). El sueño del neoliberalismo produce monstruos.
“El sueño del neoliberalismo produce monstruos”
Una de las posibles vías de reversión de los efectos negativos del proyecto gerencial es precisamente el fortalecimiento de las instituciones y de los mecanismos de contrapoder, hoy amenazados por el excesivo poder gerencial. Ello implica contar con actores sociales que tengan capacidad suficiente para plantear una resistencia a estas políticas, y sin duda los sindicatos son el referente clásico que ha tenido la capacidad histórica de luchar por la defensa de los derechos de los trabajadores. Sin embargo, durante las últimas décadas su poder ha disminuido de forma significativa, si no han sido cooptados, y de ser una de las principales barreras a la discrecionalidad empresarial han pasado, en muchos casos, a situarse a la defensiva y con una grave crisis de representatividad e identidad.
En su cruzada contra las centrales sindicales, el discurso del management las presenta como anacrónicas, anticuadas, de otra época, una auténtica reliquia del pasado a la que han abandonado los jóvenes y que debe dejarse atrás por innecesaria en el mundo contemporáneo. En el discurso de muchos de los “libros de empresa” y de muchos voceros del discurso gerencial, los sindicatos se presentan como organizaciones irracionales que perturban la buena gestión de los directivos debido a sus demandas imposibles. Sin embargo, hoy en día es uno de los últimos recursos que le quedan a las clases trabajadoras para luchar por sus derechos e intereses. En un contexto de neoliberalismo desatado y desmantelamiento de lo público, y en el que la situación de los trabajadores en relación al trabajo es cada vez más problemática (exceso de horas trabajadas y ruptura de los límites entre el tiempo de trabajo y de ocio; largas jornadas con imposibilidad de conciliar adecuadamente la vida familiar y personal; intensificación del trabajo, en general), son el último dique a un cauce desbordado de prácticas explotadoras, por muy sofisticadas que sean.
“El sindicalismo combativo y transformador es uno de los últimos diques contra la vorágine neoliberal”
Eso sí, la labor sindical no debe quedar reducida a una labor meramente institucional, sino que debe asumir un proyecto de carácter transformador, que infunda en las clases trabajadoras la esperanza en que las actuales políticas inspiradas por el discurso de la empresa puedan revertirse y repercutir en un reparto más equitativo de la riqueza y en prácticas económicas y sociales más sostenibles. Ello implicará, probablemente, la apuesta por estrategias más agresivas en el terreno de la negociación colectiva. Además, debe reforzarse la capacidad pedagógica del sindicato, de forma que pueda explicarle a la gente cómo las nuevas prácticas de las empresas enmascaradas detrás de los bonitos discursos de la flexibilidad, el compromiso y el emprendimiento lo que hacen es fomentar la explotación laboral y, sobre todo, la auto-explotación de los individuos. Así, la existencia de los sindicatos tiene más sentido que nunca, aunque es imprescindible que afronten la necesidad de reconstruir su legitimidad mediante una combinación de pedagogía y mayor capacidad de involucrarse en conflictos laborales, algo inevitable en el contexto neoliberal actual.
Algunas lecturas de interés:
Alonso, L, E., Fernández Rodríguez, C. J. (2018). Poder y sacrificio: los nuevos discursos de la empresa. Madrid: Siglo XXI.
Boltanski, L. y Chiapello, È. (2002): El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal.
Fernández Rodríguez, C. J. (2007). El discurso del management: tiempo y narración. Madrid: CIS.
Laval, Christian, y Dardot, Pierre (2013): La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa.