Opinión
La Laponia navarra
Cada vez queda menos de ese paisaje de comunales, pequeños propietarios y cooperativas agrarias de transformación que, con matices, estructuró el territorio durante el siglo XX.

Las tierras entre Pamplona y Tudela están experimentando un cambio profundo. Hace años que la realidad demográfica, social y económica entre las ciudades y el campo está cada vez más desequilibrada. A lo largo de las últimas décadas, su explotación ha ido pasando, lentamente, a manos de entidades bancarias, grandes empresas y multinacionales, el denominado agronegocio. Cada vez queda menos de ese paisaje de comunales, pequeños propietarios y cooperativas agrarias de transformación que, con matices, estructuró el territorio durante el siglo XX. Donde antes se apostó por las explotaciones familiares y, en cierta medida, por los productos de cercanía y de calidad —el origen de los actuales alimentos ecológicos— ahora hay denominaciones de origen productivistas, corporaciones alimentarias globales, agrotóxicos y transgénicos. El cambio es sistémico.
¿Qué tensiones han desarticulado ese modelo de sociedad agraria? En lo esencial, las mismas que los recientes ensayos “La España vacía” y “Los últimos: voces de la Laponia española” han venido a caracterizar para la denominada Serranía Celtibérica (la zona peninsular a camino entre Aragón, La Rioja y Castilla la Mancha, con la tasa de envejecimiento más alta de la Unión Europea). En síntesis, la responsabilidad mayor recaería sobre las políticas de Estado que, durante generaciones, han marginado a los lugares con extracción de renta menos lucrativa.
Donde antes se apostó por las explotaciones familiares y, en cierta medida, por los productos de cercanía y de calidad ahora hay denominaciones de origen productivistas, corporaciones alimentarias globales, agrotóxicos y transgénicos. El cambio es sistémico.
En el caso navarro, las lógicas de acumulación han imitado el modelo provocando la concentración de población y crecimiento en Iruñerria —y, en parte, de Tudela— mientras el resto de municipios ha continuado, con excepciones, su lento declive y envejecimiento (el ejemplo extremo serían los valles pirenaicos). Además, el particular desarrollo local de una red de carreteras y de vías de alta capacidad ferroviaria sobredimensionada, no sólo no ha atenuado la despoblación sino que la ha agudizado en los valles y en las montañas. La mayor y más veloz posibilidad de conectarse personas y mercancías no garantiza la cohesión necesariamente. Es un modelo fantasioso e interesado basado en una idea de desarrollo hoy cuestionada.
Tampoco el almacenamiento de agua y su transporte artificial son sinónimo de progreso. El binomio Pantano de Itoitz y Canal de Navarra es un buen ejemplo de ello. Algunas comunidades de regantes de la Ribera defendieron en su momento que la Primera Fase del Canal de Navarra iba a generar varios miles de puestos de trabajo. Un informe reciente de la Cámara de Comptos ha desvelado que han sido 365 a lo largo de estos años. Ahora, el presidente de la Cámara de Comercio se ha sacado 8.000 nuevos empleos de la chistera para la Segunda Fase. Todo ello, por no hablar de algo mucho más grave como es el macro-recrecimiento de Yesa, donde se están sepultando cientos de millones de euros sin garantizar la seguridad de la población.
Entre tanto, se siguen apuntalando la concentración de la propiedad, el alquiler de la tierra a empresas especializadas, la conversión de los agricultores en rentistas, o un aumento de la proletarización del campo. En definitiva, se está tomando el camino de vuelta al siglo XIX.
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