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El oasis de la política vasca se ha cocinado a fuego lento durante décadas de permanente decadencia económica y convulsión social: taifas fiscales en opacas diputaciones que costaron la cabeza a un lehendakari; adaptación clientelar al turnismo gobernista de la vieja política española; hostigamiento a los críticos para imponer su silencio; y, también, un cerrojo mediático monocolor hasta ahora imbatido.
Prensa, radio y televisión que, mayoritariamente, han reproducido casi al unísono un xirimiri constante del vasquísimo “nos va menos mal”. Negando la confrontación de modelos y proyectos, indispensable en una sociedad democrática, los principales medios de comunicación públicos y privados obvian sistemáticamente el debate sobre la ineficaz institucionalidad post-foral mafiosa, la gestión privatizada de lo público, como en el caso de Osakidetza, la nula justicia distributiva de la riqueza y la renta. De tal forma se neutraliza (casi) toda posibilidad de impugnación de las clases gobernantes, haciendo pasar por suficiente la tímida y parcial discrepancia puntual de las principales oposiciones al uso.
¿Si ni siquiera existe un sistema de medios donde debatir democráticamente, cómo aspirar a una salud o educación pública?
Uno de los nombres que mejor representa este paradigma es Xabier Lapitz. Un meme lo parodiaba en verano por hacerse eco de todas las fechorías que se cometen contra la izquierda patriotica en Madrid mientras calla la plétora de casos de corrupción que han acechado al PNV durante el último cuarto de siglo. Desde fuera es visto de manera similar a Aitor Esteban. Un liberal ejemplar en la capital española, nada similar a Vox u Okdiario. En la práctica, alguien a quien la gente vota con la nariz tapada en Euskal Herria. Lapitz es quien nos pone la pinza de la nariz cada mañana, quien nunca pronuncia la sigla PNV en una información sobre corrupción. Total, ¿a quién le importa ese pequeño detalle?
No existe modelo capitalista vasco sin desinformación organizada, producción de ignorancia y confusión generalizada. No se puede atajar esta segunda esfera sin acabar con el sistema de medios existente, por mucho dinero que uno levante en un crowdfunding. Xabier Lapitz, como otros tantos, debiera entregar los mandos de la televisión pública y pedir perdón. ¿Si ni siquiera existe un sistema de medios donde debatir democráticamente, cómo aspirar a una salud o educación pública?