Opinión
Enseñar en tiempos revueltos: escuchar, imaginar, desobedecer

En un contexto de aumento de la ecoansiedad y del rechazo o hastío de los problemas sociales y ambientales en las aulas, escuchar el dolor para poner un suelo común al malestar, además de cultivar la esperanza y la desobediencia puede impulsar el tránsito de un presente apocalíptico y totalitario a un futuro ecosocial justo.
Pintada en Lavapiés, Madrid.
Luis Rico Pintada en Lavapiés, Madrid.
13 dic 2025 06:00

Hace unos días publiqué un artículo en este medio en el que evaluaba la ineficacia de la educación ambiental para revertir la degradación planetaria, pese a que su aprobación en 1975 en el seno de la ONU supuso una propuesta en cierta medida ambiciosa y esperanzadora. ¿La causa? La apropiación de este campo pedagógico por parte de grandes empresas. En ese mismo artículo defendía la necesidad de promover un paradigma educativo que pueda provocar un cambio cultural que desafíe a ese poder empresarial.

La pregunta de esta segunda parte sería: ¿qué herramientas educativas necesitamos para ese cambio cultural en un momento de policrisis? Voy a dar una respuesta polifónica, ya que lo que continúa es el resultado de algunas reflexiones sostenidas en el Observatorio de los Retos del Desarrollo Sostenible de la UCM sobre herramientas pedagógicas para la transición ecosocial y, más en concreto, en los debates producidos en las jornadas pedagógicas organizadas en torno esta materia. Así que no puedo menos que agradecer su participación a Yayo Herrero, María Vicioso, David Alba, César López, Isabel Martínez, Víctor Alonso Rocafort, Rafaella Lenoir, Irina Ribón, Patricia Biesa, Charo Morán, Miguel Brieva, Tania Martínez, Sofía Fernández, Irene Martínez, Jon Sanz, Ariel Jerez, Nacho Martínez, Celia Díaz, Celia Murias, Alberto Coronel, Breno Bringel, Elena Casado, Marta Monasterio y Pablo Cotarelo. Vamos a ello.

No se puede pensar en herramientas pedagógicas sin ajustarlas al momento histórico en que se emplazan, que ha cambiado mucho desde hace 50 años. Más allá de la intensificación de los problemas ambientales, la ruptura de los consensos globales internacionales, el declive de las democracias liberales o la emergencia de nuevos discursos de corte totalitario de extrema derecha —con sus impactos en las aulas—, requieren nuevos marcos de actuación. La población ahora es mucho más consciente de los problemas ambientales, pero la sensación apocalíptica, el agravamiento de problemas sociales —como la vivienda, la desigualdad o el abandono rural—, la crispación social, el descontento o el hastío, de no ser tenidos en cuenta, dificultan los objetivos educativos.

La propuesta parte de las enseñanzas de la educación para la paz y la no-violencia y su énfasis en que, en un mundo cruzado por el conflicto, solo abordándolo de raíz se puede gestionar una salida constructiva. Por eso, una primera herramienta es la escucha, más aún en el escenario actual de descontento capitalizado por los nuevos totalitarismos de extrema derecha. Estos discursos están haciendo un esfuerzo ímprobo en calificar de adoctrinamiento a todo lo relacionado con los temas ambientales y con los derechos humanos. Y aunque es una acusación desentonada, pues proviene de quien lleva siglos adoctrinando, también se debe aceptar que las  acciones educativas ambientales a menudo han sido demasiado simples, aisladas del contexto social y dando poca cabida al cuestionamiento, lo que ha generado cierto rechazo. Por ello, abrir la puerta de la controversia y del descontento no se debe percibir como una renuncia política sino todo lo contrario: es hacer política del conflicto.

Hay que asumirlo: la oposición por parte del alumnado a todo lo ambiental y social está cobrando presencia en las aulas. Así lo atestiguan quienes han puesto en práctica asignaturas obligatorias universitarias que buscan la transversalización de los temas ecosociales. “Hay un sector del alumnado que rechaza de lleno los contenidos ambientales”, nos decía en las jornadas Isabel Martínez Moreno, profesora de la asignatura transversal Sostenibilidad y Compromiso Social de la Universidad Rey Juan Carlos. Ante este tipo de situaciones “la escucha y la colectivización del dolor  —contaba Yayo Herrero al hablar de su experiencia como profesora de la asignatura obligatoria Valores Transversales para la Sostenibilidad en la Universidad de Cantabria— “ponen suelo común a las distintas realidades, y a partir de ahí se puede abordar colectivamente como asegurar la sostenibilidad de la vida para encarar ese futuro que se presenta amenazante”. 

Cuenta Herrero que la sorpresa —o quizás no tanto— fue que, dando cabida a esos malestares en el aula, como el miedo a la guerra o la pérdida de identidad, el alumnado, además de motivarse, encontró una base para apostar por futuros ecosociales deseables en los que se puede conseguir la satisfacción global de las necesidades humanas. Es una puesta en práctica de lo que Amador Savater ha denominado “comunismo —o ecología— de la atención” con el que “disputar el malestar social, no tanto desde el ‘dirigirse a’, ‘seducir’ o ‘convencer’, como desde el ‘impregnarse de’, ‘dialogar con’, ‘pensar junto a’, en pie de igualdad”, una actitud pedagógica similar a la que defendía Paulo Freire cuando abogaba por la ruptura de la dicotomía educador-educando.

“Una particularidad de la especie humana es que somos lo que nos contamos que somos”, decía Miguel Brieva al defender la necesidad de pensar en imaginarios posibles

En esa misma estrategia de abordar el conflicto, “y sin prometer felicidad, porque no podemos asegurarla” en palabras también de Yayo Herrero, la imaginación es una segunda herramienta con la que abordar las transiciones ecosociales. Ante la ansiedad apocalíptica, la educadora Mariame Kaba defiende que “la esperanza es una disciplina”. Y esta no puede existir sin relatos que la alimenten. 

“Una particularidad de la especie humana es que somos lo que nos contamos que somos”, decía Miguel Brieva al defender la necesidad de pensar en imaginarios posibles y deseables con los que disputar la preponderancia de las distopías. Estas no son más que una proyección no real de un presente desesperanzador que nos roba la posibilidad de futuro, lo que genera un caldo de cultivo que facilita la emergencia de actitudes antidemocráticas, autoritarias y supremacistas.

Si transitar colectivamente el dolor e imaginar futuros deseables para todas las personas se convierte en un binomio necesario en toda acción educativa transformadora, la desobediencia sería el tercer vértice a tener en cuenta.

Gestionar un conflicto implica analizar las dinámicas de poder y equilibrarlas. De otro modo, la resolución siempre será a favor de quien ostente el poder. Si pese a todas las advertencias, en los últimos 50 años la humanidad no ha sido capaz de evitar la debacle ambiental, hay que buscar explicaciones en el ejercicio titánico que ha desarrollado el poder corporativo para poner todo tipo de trabas: financiar el negacionismo, obstaculizar leyes o hacer uso de ejércitos paramilitares, lo que José Manuel Naredo denomina “despotismo caciquil”.

En lo referido a la educación, ya se describió en el artículo anterior la estrategia de las grandes empresas para apropiarse de conceptos y transformarlos, para parcelar los problemas, desatender sus causas y no reparar los daños hechos. Es ahí donde la desobediencia como herramienta educativa cobra sentido, porque obedecer significa aceptar el statu quo, contribuir a la banalidad del mal que denunciaba Hannah Arendt.

Asumiendo que las diferencias de poder son inversamente proporcionales a la libertad de las personas —pues la acumulación de poder implica capacidad de coerción—, enseñar a desobedecer sigue la senda de ese “enseñar a transgredir” los límites raciales, sexuales y de clase que reclamaba bell hooks como práctica de libertad. Una transgresión que también rememora la alegre rebeldía zapatista, ahora que escuchamos que la rebeldía ha cambiado de acera.

Esta triada educativa para las transiciones ecosociales —escuchar, imaginar, desobedecer— cobra sentido al insertarse en una matriz colectiva. La ideología neoliberal ha sido exitosa al inculcar la idea de que “no existe como tal la sociedad, hay hombres y mujeres individuales y hay familias” con la que fomentar un individualismo competitivo, que es el mejor cómplice de la devastación ambiental y social y cuyos reversos, la soledad y la autoinculpación, son grandes aliados de la extrema derecha. Recuperar la noción de sociedad, de alteridad, de colectividad, de cooperación, de espacio público, de tardes de calle, incluso de fiestas de pueblo, es una pieza indispensable del puzle educativo.

Una acción educativa que ponga ese suelo común que nos indicaba Yayo Herrero, es la vacuna contra la posverdad y el totalitarismo

Esto tiene, en primer lugar, una razón democrática. La sociedad es la matriz en la que se puede insertar la democracia, “el mundo común” —en palabras de Hannah Arendt— en el que encontrar una aceptación compartida sobre la realidad, lo opuesto a una verdad única, a partir de la que poder discrepar y entablar debates políticos. En este devenir democrático, la pluralidad es necesaria. Por eso una acción educativa que ponga ese suelo común que nos indicaba Yayo Herrero, es la vacuna contra la posverdad y el totalitarismo.

En segundo lugar, se trata de una cuestión de salud mental colectiva. Frente a la soledad, es en grupo como podemos cuidarnos y sostenernos. Y pese a que no podemos prometer felicidad, Charo Morán explicó cómo las relaciones humanas se encuentran entre los factores que promueven una felicidad duradera. O por lo menos permite afrontar el presente de una manera más humana, como ejemplificó Yayo Herrero al compartir su experiencia con el alumnado de un instituto valenciano cuando este reconocía la enorme significancia de los aplausos que recibieron de sus vecinas al apoyar en las tareas colectivas de recuperación de su barrio, afectado por la DANA.

A partir de estas herramientas se puede empezar a moldear una pedagogía para un futuro ecosocial. Por supuesto no son las únicas, y cada realidad requerirá de sus propias especificidades. Tampoco son particularmente nuevas. De hecho, en este texto se han mencionado dos clásicos que siguen siendo fuente de inspiración: Paulo Freire y bell hooks. De esta última, como cierre de este artículo, no podemos olvidar, como principio básico, la apuesta pedagógica por fomentar el pensamiento crítico desde la ternura y desde el amor —entendidos como una fuerza para desafiar al sistema y alcanzar la justicia social.
Educación
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