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Egipto
Ecos de Tahrir: el triunfo de la revolución egipcia que resonó en todas las plazas
11 de febrero de 2011. La Plaza Tahrir está a pleno. Entre los smartphones llegan las noticias que muchos están esperando: tras casi tres décadas en el poder, el tirano Hosni Mubarak ha renunciado. Muchas de las personas que festejan y que están en la raíz de las movilizaciones que empezaron pocas semanas atrás, el 25 de enero, no han conocido a otro que Mubarak en el poder. Y la gran mayoría no han conocido otro poder que el del ejército.
No se trata de una revuelta aislada en el tiempo, es fruto del contagio con las movilizaciones que, menos de un mes antes, el 14 de enero, han acabado con el gobierno de otro mandatario longevo, el de Ben Ali en Túnez. Tras décadas de inmovilismo político, todo se ha acelerado. “Cadenas de televisión por satélite como al-Jazeera, que retrasmitió en directo la caída del presidente Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto, contribuyeron a que las protestas iniciadas en estos países se replicaran en la mayor parte de los países de la región con un lema compartido en todas ellas —‘el pueblo quiere la caída del régimen’— que puso en evidencia la reafirmación colectiva del pueblo como sujeto político”, valora para El Salto Bárbara Azaola Piazza, profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Castilla la Mancha y especializada en Egipto.
Pero no son solo los países de la región los que tienen la mirada puesta en Tahrir. También en la ribera norte del Mediterráneo quienes tenían sed de transformaciones sociales y políticas están muy atentos. “En el estudio que hicimos del 15M los primeros tuits se solidarizaron con Egipto y con Túnez”, relata el antropólogo Carles Feixa, profesor en la Universitat Pompeu Fabra y coautor de una investigación comparativa sobre la confianza política de las juventudes en la cuenca mediterránea. Feixa valora que si bien no se creó “un vínculo directo, una internacional de la protesta, hubo esa oleada que de algún modo evocaba mayo del 68”. Pero en esta ocasión, afirma, no fueron los medios de comunicación convencionales los que protagonizaron su difusión. “La protesta se viralizó a través de las redes sociales, en las entrevistas que hicimos decían: el ejemplo de Egipto fue inspirador”.
Desde España, personas egipcias y de origen egipcio quisieron acompañar al movimiento pues, como tantas otras diásporas, se sentían —incluso cuando nunca antes habían participado políticamente— integrantes de ese nuevo sujeto político. “El gran hito fue la emisión en directo, a través de internet, de los sucesos claves de la Revolución del 25 de enero de 2011. En Egipto es evidente esta capacidad de movilización, especialmente entre los jóvenes”, afirmaba en una entrevista la coordinadora de la delegación en España del Movimiento 6 de abril, un año después de la revolución. La activista avanzaba un diagnóstico compartido por muchos de sus coetáneos, en una orilla y otra del Mediterráneo: “Estamos ante una nueva forma de hacer política, ante un nuevo modelo de ciudadanos y, sobre todo, ante nuevos retos: fundamentalmente, la crisis económica y los cambios políticos, sociales y económicos que vive hoy el mundo”.
En este sentido, Feixa recuerda que las causas detrás de las movilizaciones variaban según los contextos y, sin embargo, “en la conciencia colectiva, gracias a las redes sociales, el sentimiento era que se trataba de una protesta generacional en algún modo, era una nueva generación que emergía a la escena pública”. Determinante fue para este investigador la ocupación del espacio público, una ocupación que aunque contaba con presencia intergeneracional, “los que se quedaban a dormir y eran más activos, eran las nuevas generaciones”.
Juventud en pie
Qué interpelaba a estas nuevas generaciones, del Movimiento 6 de abril surgido en 2008 como respuesta a la crisis, a Juventud sin Futuro, cuya primera manifestación tuvo lugar tres años después, el 7 de abril de 2011. La constatación, al norte y al sur del Mediterráneo, de que tenían por delante un porvenir escaso en oportunidades. “No es casual que las transiciones juveniles en prácticamente todos los países de la cuenca mediterránea tengan en común un alargamiento del proceso juvenil, un retraso en la edad de incorporación al mercado laboral y al matrimonio y por tanto a la emancipación”, valora Feixa. Comparten también vivir en sociedades con modelos familiaristas donde hay una intensa supervisión de estas transiciones, principalmente en la ribera sur. En el norte, la aparición de los “ninis” en España, Portugal, Grecia e Italia, da cuenta de las dificultades que comparten las nuevas generaciones.“La diferencia es que en el sur —esto lo vimos en un estudio que hicimos con trabajo de campo en cinco países: Argelia, Marruecos, Túnez, Egipto y Líbano— el autoritarismo político es mucho más marcado”, así la ausencia de democracia y la necesidad de tumbar al tirano ejercen de detonante, mientras que al norte, aunque hay democracia, “los jóvenes no se sentían representados por el sistema político”. Y, tanto para unos como para otros: “el voto de las generaciones más jóvenes tiene poca repercusión, los que parecen determinar los designios de los estados son la gente mayor”, apunta Feixa.
“En países con sistemas políticos autoritarios donde sus sociedades han estado marcadas por una limitada movilidad política y económica, los movimientos estudiantiles han permitido a la juventud romper de alguna manera con el sistema establecido y abrirse a nuevos espacios de participación política”, dice la profesora Bárbara Azaola
Azaola centró su tesis en el rol de los estudiantes en la insurrección egipcia: “En países con sistemas políticos autoritarios donde sus sociedades han estado marcadas por una limitada movilidad política y económica, los movimientos estudiantiles han permitido a la juventud romper de alguna manera con el sistema establecido y abrirse a nuevos espacios de participación política”, así, explica, lo que sucede en Egipto es un proceso de “repolitizaron” de la juventud.
Un proceso que hunde sus raíces en antecedentes como el movimiento político Kefaya que, relata la investigadora, surgiría de las movilizaciones contra la guerra en Irak o en apoyo a Palestina y “cuya relevancia estuvo en su transformación en una plataforma ‘anti-Mubarak’”. Un movimiento de base transversal y aglutinador que “incorporó a sus reivindicaciones el final del mandato de Mubarak, del monopolio del Partido Nacional Democrático y de la ley de estado de excepción”, es decir, un cambio de régimen.
A la demanda de transformación política se suman reivindicaciones económicas: no hay que olvidar que la muerte de Mohamed Bouazizi en Túnez, hecho que se considera detonante de la primavera árabe, condensa la agonía de una juventud excluida abusada por una autoridad que no le permite ni siquiera mantener su precarios modos de vida. “Se produjo una politización de la lucha contra la desigualdad”, resume Azaola. Las penurias económicas agravadas tras la crisis del 2008 se asociaban con la acaparación por parte de las élites corruptas de las riquezas del país, aprovechando los procesos de liberalización económica.
Así, si la muerte de Bouazizi fue determinante para motivar una ola de indignación que desbordó las calles, en Tahrir “desempeñó un papel importante el grupo de Facebook We are all Khaled Said (...) en memoria de un joven activista golpeado hasta la muerte por la policía unos meses antes en Alejandría”, relata el sociólogo Eduardo Romanos en su artículo “De Tahrir a Wall Street por la Puerta del Sol”, en el que estudia de qué manera se contagiaron las revueltas globales de 2011.
La continuidad de las plazas
Romanos recuerda que fueron los españoles los primeros en emular la ocupación de plazas reproduciendo “las técnicas de desobediencia civil no violenta que habían visto en Tahrir”, los tuiteros egipcios habían sido objeto de estudio de Democracia Real Ya durante cuatro meses, “las redes sociales servían precisamente para fomentar un sentido de conectividad que los potenciales activistas no encontraban en los medios de comunicación convencionales”, afirma Romanos en su trabajo. Para Azaola, si bien el rol de las redes sociales fue central para convocar y organizar, “el resultado de las movilizaciones no se decide en el ciberespacio sino en la calle y con la ocupación de espacios públicos simbólicos”.La toma de las plazas era así una pieza clave para la posibilidad de revolución. “La manifestación pretendía vincularse a los movimientos emergentes en Europa… Pero si algo impulsó la convocatoria fue la ‘Primavera árabe’. La fuerza contagiosa de esas revueltas inspiró a muchas personas a creer que era posible rebelarse”, afirma Javier Toret, uno de los organizadores de la protesta del 15M, en el trabajo de Romanos. Toret también relata que tenían en mente lo que pasó en Tahrir cuando se quedaron a acampar en la Puerta del Sol: que la gente saliera a las calles y se uniese les parecía algo “realizable”.
“Tras la caída de Mubarak, los activistas españoles fueron conscientes de la eficacia de una acción colectiva que utilizaba de forma habilidosa las redes sociales y al mismo tiempo se hacía fuerte en las plazas”, sostiene Eduardo Romanos
“Tras la caída de Mubarak, los activistas españoles fueron conscientes de la eficacia de una acción colectiva que utilizaba de forma habilidosa las redes sociales y al mismo tiempo se hacía fuerte en las plazas”, resume Romanos. Para ese “sentido de eficacia colectivo”, es fundamental el rol de las autoridades, tanto en Tahrir como en Sol, ejército o policía se vieron forzados a no intervenir creando “un estado de esperanza en el que, si no todo, muchas cosas son posibles”, apunta el investigador especializado en movimientos sociales.
“Creo que hubo un cambio en la mirada, creo que por primera vez el Norte miró al Sur con respeto”, valora la periodista sirio-española Leila Nachawati en conversación con El Salto. Un sur que “siempre se asocia mediáticamente con imágenes de violencia, de inmigración irregular, de extremismo, esa otredad muy deshumanizada —o exotizada en el mejor de los casos— de repente era protagonista de movilizaciones pacíficas, de desobediencia civil”, recuerda. En definitiva, se trató de un momento de “desalterización”, que desafortunadamente fue efímero: “A medida que los procesos se fueron haciendo más complejos y después de esas explosiones revolucionarias iniciales volvió otra vez el analizar la región y estos procesos en clave o geopolítica puramente o en base a dicotomías, (moderados-radicales, Rusia-Estados Unidos) volvimos otra vez a la simplificación y a no ver y escuchar al otro con todos sus matices”, lamenta Nachawati.
Epílogos
A Nachawati la primavera árabe la encontró en Madrid, y reconoce que si bien estaba en contacto con mucha gente de la región, y había la sensación de que algo se estaba moviendo, era difícil imaginar que algo como lo que pasó en Túnez y después en Egipto pudiera suceder. Y aún iniciada la primavera árabe, la hipótesis de una réplica en Siria parecía poco pausible para los propios sirios, dado el brutal nivel de represión y la práctica aniquilación de la sociedad civil.Así, cuando le llegó el turno a Siria de manifestarse pacíficamente contra el régimen de Bashar Al-Asad, fue muy esperanzador. “Ver que el reino del terror que había en Siria desde décadas, del que nadie decía nada, del que nadie cubría nada, se convertía en la cuna de un proceso de contestación, un movimiento que fue muy profundo en su cuestionamiento de la represión, en el que se hablaba de valores universales, con meses de manifestaciones pacíficas: lo vivimos con muchísima emoción”, narra la periodista, que recuerda también el dolor que supuso toparse con la brutalidad en la represión de los manifestantes. Favorecida por esa brutal represión, la degeneración de esa primavera siria en luchas sectarias que desembocaron en una guerra acabó con esa esperanza.
Aún sin acabar en guerra civil, la represión en Egipto fue y es brutal tras la caída de Mubarak. “Ochocientas personas muertas en el levantamiento. Cuesta entenderlo desde coordenadas europeas: ¿cómo la gente acudía y acude en masa a la Plaza sabiendo a lo que se expone?”, se pregunta el filósofo y escritor Amador Fernández-Savater en un artículo publicado a finales de 2011, tras una visita a Tahrir. Ya se estaba afianzando el invierno en manos de un ejército que solo había sacrificado a Mubarak y al que le quedada mucho por matar y por reprimir. “Egipto es sin duda uno de los ejemplos más claros de “contrarrevolución” y de regresión autoritaria en la región. El movimiento revolucionario del 25 de enero de 2011 consiguió la caída del presidente Mubarak pero no la del régimen”, apunta Azaola, quien recuerda que las personas que impulsaron la revolución están en su mayoría o en la cárcel o en el exilio.
Desde algunas tribunas políticas y mediáticas se reconstruye el relato de que los países del sur del Mediterráneo no estarían preparados para la democracia, o en todo caso, el respeto de los derechos de su ciudadanía es secundario y supeditable a intereses geopolíticos. Así lo demuestran los países europeos en sus estrechos contactos y negocios con el actual presidente Afdelfatah El-Sisi, que 10 años después de la primavera árabe ha superado a Mubarak en el ejercicio de la represión y la censura, con miles de presos políticos en las cárceles.
“Creo que hubo un cambio en la mirada, creo que por primera vez el Norte miró al Sur con respeto”, valora la periodista sirio-española Leila Nachawati
Nachawati impugna este discurso de la “no preparación para la democracia”, y recuerda que lo mismo se decía de España, que estos discursos son un dispositivo de justificación de la dictadura ya manoseado. Sin embargo, lo que enseñan estos procesos es “en qué medida las intervenciones geopolíticas sumadas a las dictaduras internas —cada una buscando defender sus intereses— frustraron cualquier intento de cuestionamiento de estos sistemas y de sacudida que suponían estos procesos revolucionarios”. Para Nachawati: “Es muy racista, muy orientalista y muy eurocéntrico, pensar que lo que queremos para nosotros, que es una vida digna, que son valores fundamentales, que es justicia , libertad y dignidad se lo negamos a otros”.
Según Feixa, el balance de los movimientos del 2011 no es cero, sino que deja como legado la emergencia de “una nueva sensibilidad contra las políticas de austeridad y una conciencia de la juventud de que era necesario un cambio estructural”. El investigador identifica réplicas en el año 2019 en Hong Kong, o Chile, —también las hubo en Argelia, Líbano o Sudán—. “En el 2011 el ciclo de protestas se da en plena crisis económica y política, en 2019 es cuando se supone que se está saliendo de esta crisis y sin embargo los jóvenes siguen igual, instalados en una precariedad que ha venido para quedarse”.
Esta nueva oleada, que también asumirá las formas de reivindicaciones feministas, neoambientalistas o antirracistas, se habría visto paralizada por la llegada del covid19. ¿Cuál será el rol de estas nuevas generaciones en la reconstrucción social y política tras la pandemia? “Este sistema de juventud eterna y de transiciones tardías que en el sur del Mediterráneo es causa de la migración suicida, y aboca a la marginalidad política también a la juventud en el norte, no es sostenible. Debe de haber una reforma económica, social, y política si no queremos morir en el intento”, reflexiona Feixa.
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A día de hoy cualquier democracia árabe acabará en manos del islamistas, de eso estoy convencido. Ahora bien, que eso sea malo o no a largo plazo... ahí tengo dudas. Al menos que lo intenten.
Esta "revolución" fue creada para eliminar de una vez a unos "lideres" políticos que gobernaban en Siria, Irak y Libia.
El hecho de que se inicie una revoluciona no asegura su éxito. El caso de Siria, el mas terrible por sus consecuencias, más de 500.000 muertos, y el hecho de que hubiera potencias involucradas, Rusia e Irán las que mas se implicaron cuando la dictadura de los Assad parecía que se iba derrumbar, no quita ni un ápice de legitimidad a las aspiraciones de los sirios. En el caso de Egipto la victoria de los hermanos musulmanes fue legitima, otra cosa es que no nos gustaran. Los militares no la aceptaron y consiguieron abortar el incipiente acceso a la democracia
Está bien ir echando cuentas de la década pasada, tan llena de acontecimientos políticos.
Hay una frase que no entiendo: "Favorecida por esa brutal represión, la degeneración de esa primavera siria en luchas sectarias que desembocaron en una guerra acabó con esa esperanza." ¿Esto es un hecho que constata Babiker o una impresión de Nachawati?
Sea como fuere, es, como poco, incompleto y, como mucho, falso si se está obviando deliberadamente el testimonio que aportaron occidentales (religiosos, en su mayoría) ubicados en provincias al este y el norte, que nos cuentan cómo no ubo protestas civiles, sino hpmbres armados que no eran sirios.
El subtexto de esta crónica nos cuenta, en mi opinión, que todo el periodismo occidental de cualquier tendencia contó mal lo que sucedía y que ninguno de los activistas, intelectuales o periodistas están dispuestos a reconocer públicamente que se equivocaron en aquella lectura de "procesos constituyentes vs regímenes anquilosados". Los hechos así lo prueban: en Egipto ganaron los Hermanos Musulmanes las elecciones (la única estructura política estable), lo que acabó con el ascenso al poder de Al Sisi apoyado por muchos de los que fueron a Tahrir y el recurso al mal menor, una situación similar en Siria, con una guerra proxy enquistada, el espanto perpétuo en Libia o la crisis eterna de Túnez y más.
Y conste que yo al principio pues estaba como todos: fuera Mubarak, Gadaffi, Ben Alí y Assad pero hay que saber cuándo recoger cable, gente.