Egipto
Los hijos de los muertos

Una carretera se está construyendo sobre el cementerio histórico de El Cairo, donde habitan muchos de los olvidados de la capital egipcia. A pesar de que Al Arafa está catalogada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, Al Sisi solo ve tumbas que obstaculizan el trayecto más rápido hacia una nueva capital concebida para las élites del país.

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El cementerio de Al Arafa, en El Cairo Luay Albasha
1 nov 2020 06:00

Posada sobre una leve depresión, entre la meseta Muqqatam y el casco viejo de El Cairo, se encuentra oculto el cementerio de Al Arafa, también llamada la Ciudad de los Muertos. Considerada una de las necrópolis —aún activa— más antigua del mundo, es incluso más vieja que la propia ciudad a la que pertenece. Cuando te adentras y dejas atrás el bullicio ensordecedor de El Cairo, sentirás paz y tranquilidad. Los mausoleos fatimíes, mamelucos y otomanos dominan el cementerio.

Una sola calle cuenta la historia pasada del país, pero también la reciente, pues en ella descansan cuerpos que definieron la historia actual de Egipto. La variedad arquitectónica que posee Al Arafa es notoria. Desde los estilos fatimíes y mamelucos del S.XII hasta el art deco arabesco del S.XX. Grandes artistas, escritores y políticos descansan hoy aquí. La arena aplastada es testigo de otras pisadas; como las de Saladino, Qaitbay, Napoleón o Lawrence. En una de sus avenidas aún resuenan los pasos fúnebres de los más de seis millones de huérfanos que Um Kulthum dejó tras su muerte.

Aquí se enterraron cuerpos por la Peste Negra y ahora también por el Covid-19, la tierra sigue húmeda para facilitar el acceso de los siguientes. Pero los muertos no son los únicos inquilinos del lugar

Aquí se enterraron cuerpos por la Peste Negra y ahora también por el Covid-19, la  tierra sigue húmeda para facilitar el acceso de los siguientes. Pero los muertos no son los únicos inquilinos del lugar. Más de 117.000 almas viven alrededor de la tumba de Qaitbay y se estima que entre 500.000 y 1.000.000 de personas viven con los muertos sólo en El Cairo. Resulta tenebrosa la idea de vivir sobre lápidas, pero en Egipto, la fascinación hacia la muerte es una herencia faraónica. Muchos mausoleos contenían cuartos para sus guardianes y palacios para que los familiares durmiesen ahí; había escuelas y mezquitas para fomentar el islam e incluso posadas para que los peregrinos de todo el mundo le rindiesen culto a los muertos  que allí descansaban.

El cementerio también acogía a los miserables, vagabundos y delincuentes que fueron expulsados de El Cairo. Pero esto terminó tras la ocupación francesa —y después inglesa— que tacharon de profanas estas costumbres. En la actualidad, no hay posadas ni escuelas. Los inquilinos de ahora son ajenos a los difuntos. Los hombres, frecuentan los cafés mientras juegan al backgammon y le dan caladas al n’arguile. Las mujeres, la gran mayoría vestidas de negro, esperan en los portales. Los viejos observan a los forasteros sin descaro.

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Un hombre camina entre dos tumbas Luay Albasha

Un Salam Aleikum emplazaba a conversar con ellos, tomar un té cargado de azúcar y fumar algún que otro cigarrillo. Así se presentó Rami. Vive en una de las calles principales del cementerio. Un coche fúnebre avanzaba enfrente de su casa, lentamente y con un ataúd en su interior. Los familiares, vestidos de negro, andaban sincronizados alrededor del coche. Paró enfrente del portal de Rami, sacaron el ataúd y lo  llevaron al patio trasero. Rami recién salía de su casa con lagañas en los ojos. No prestó atención de lo que sucedía a escasos metros de su casa: “Cada instante hay alguien que muere y alguien que despierta, así es como lo ha querido nuestro creador. Por eso hay que quitarle importancia a la muerte”.

Rami cogió su gorra y fue a casa de su primo Mahmoud. Allí, un bello patio interior lleno de tumbas y plantas adornaba un porche improvisado; los gansos comían del suelo y la ropa flotaba sobre las lápidas. Los invitados llegaban y sirvieron el té sobre una de las tumbas. Uno de ellos trajo una piedra de hachís, y se  pusieron a fumar del bong. Egipto es el segundo país árabe que más cannabis consume detrás del Líbano, pero la posesión de drogas puede llevarte a la pena de muerte. Sin embargo, las políticas neoliberales del régimen militar de Al Sisi han abandonado por completo los barrios más castigados de Egipto, donde las drogas están cambiando a sustancias mucho más devastadoras.

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Patio de Mahmoud Luay Albasha

Hablaban, discutían y pasaban la tarde como en cualquier lugar, la única diferencia: bajo sus pies se hallaban todos los muertos de El Cairo. Se reunían casi todo los días en el patio de tumbas de Mahmoud, aunque no era su patio, ni su casa. Nadie de los vivos es dueño real de su mausoleo. La ocupan o le pagan al enterrador. Otros, como es el caso de Rami, acuerdan con los propietarios del mausoleo cuidar y preservar las tumbas a cambio de vivir ahí: “A la gente le horroriza este lugar, pero deben saber que todos nosotros estamos aquí por la fuerza. Mi familia no tiene dinero para pagarse un piso o alquilarlo”. La tasa de pobreza ha aumentado hasta el 32,5% desde el 2015, y el salario mínimo ha bajado hasta los 86€ mensuales; pero tras la pandemia, las cifras empeoran a pasos agigantados.

Agravando sus problemas, se está construyendo una carretera sobre Al Arafa. Los buldóceres pasean por el cementerio demoliendo todo mausoleo que se les ponga enfrente —salvando sólo los más antiguos—. Los militares con carros blindados custodian las obras, deteniendo a todo aquel que moleste. Los familiares tienen 24 horas para trasladar a sus difuntos a otra parcela y desahucian a sus inquilinos sin preguntar siquiera: “Varios de mis vecinos han sido expulsados por la fuerza de sus casas. Ahora duermen enfrente de lo que una vez fue su portal, no tienen dónde ir”, dice un residente de el barrio.

Nadie de los vivos es dueño real de su mausoleo. La ocupan o le pagan al enterrador. Otros acuerdan con los propietarios del mausoleo cuidar y preservar las tumbas a cambio de vivir ahí

La carretera va dirigida hacia la nueva capital  administrativa, diseñada para la alta sociedad del país. A pesar de que Al Arafa está catalogada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, Al Sisi solo ve tumbas que obstaculizan el trayecto más rápido hacia su nueva capital especulativa.  La familia de Rami fue de las primeras en habitar Al Arafa. Tras la 1ª Guerra Mundial un éxodo rural propulsó un rápido desarrollo demográfico en El Cairo. La falta de urbanismo para los recién llegados y el encarecimiento del suelo expulsó a los más  pobres, de nuevo, hacia las tumbas de Qaitbay. Los primeros ocuparon los mejores mausoleos; y después, se formaron guetos.

En un sector del barrio más castigado por la penuria, las calles hipodámicas protegen viejos mausoleos. Ahí vive Salama, padre de cuatro hijos. Todos nacieron aquí. Conductor de profesión, trabaja cuando le apetece y como afición, a Salama le gusta pasear por los palacios más imponentes del lugar. El complejo funerario de Inal, construido entre el 1456-1507, es uno de esos lugares. Tras saltar por unas vallas oxidadas, el solitario mausoleo resaltaba por su belleza. Fue construido por el sultán mameluco Inal y continuado por el general Qurquma —ambos cuerpos siguen enterrados allí—. Ahora es otra reliquia histórica abandonada, con las puertas tapiadas, medio derruida y saqueada. Dentro, los salones están sujetos por columnas enormes, los domos agujereados permiten iluminar laberínticas habitaciones que conducen a minaretes y salas que desembocan en criptas. En una de las criptas había una pequeña montaña de esqueletos revueltos con basura: “Hace tiempo, este lugar guardaba muchos tesoros, pero los saqueadores se lollevaron todo, sólo quedan los huesos”. Casi todos los mausoleos antiguos están abandonados y la nula atención del Gobierno hace peligrar una rica herencia cultural tan importante como la faraónica.

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Los salones de Qurquma Luay Albasha

Al llegar a su casa —a dos calles de las obras— Salama preparó un té. Su hijo Ahmed, de ocho años, acababa de llegar de la escuela, sostenía un cuaderno académico roto, a Salama le cambió la cara y la bronca sonó por todo el barrio: “Este no es el mejor  lugar para criar a tus hijos. Las expectativas de que lleguen a ser algo son muy bajas. Aquí aprenden de historia, de honestidad y honor. Eso es lo único que les puedo enseñar”. Según Wael Salah, profesor en la universidad de Helwan de El Cairo, solo un 16,2% de los jóvenes del barrio llega a secundaria y un 2% a la universidad; el resto está destinado a nacer, vivir y morir aquí.

“Este no es el mejor lugar para criar a tus hijos. Las expectativas de que lleguen a ser algo son muy bajas. Aquí aprenden de historia, de honestidad y honor. Eso es lo único que les puedo enseñar”

En el patio de su casa, miles de trozos de cerámica blanca protegen una fosa común; en las paredes, las placas de los difuntos. Un sofá en medio de la nada hace de comedor y al lado, una cocina de butano al descubierto. No hay ducha ni agua. El cuarto principal es lo único techado. Su dormitorio pintado de rosa y decorado con estampas redondas en la pared, protegen dos camas dobles y  alfombras de distintos tamaños. En la pared, encima de los lechos, fotos de la madre y hermanos de su mujer, además de una foto de su madre. Todos ellos muertos y enterrados cerca de aquí. Una casa bastante básica, una vida precaria, pero a Salama no le importaba: “¿Dónde acaba toda la gente del mundo? Bajo el suelo. Aquí no hay bolsillos para poner tu dinero o el móvil. Cuando mueres sólo cuentan tus acciones, nada más”.

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Salama en su habitación Luay Albasha

Cómo dijo el escritor Juan Goytisolo cuando vio Al Arafa por primera vez: “Su amor al prójimo ardía sin espera de recompensa alguna, como si la conciencia de la absoluta igualdad de los hombres frente a la muerte hubiera abolido las odiosas barreras del poder y la riqueza con su elemental y desnuda simplicidad”. Al Arafa tiene un magnetismo único y sus habitantes no tienen la intención de irse. Puede que sea por el hermetismo que conlleva vivir junto a las tumbas más imponentes del país, o la ausencia desmesurada del deseo materialista; por su abolición de clases o su excelsa historia. Puede que sea la propia resignación del barrio, de saber quiénes son y de dónde vienen.

“Este sitio le devuelve la honestidad a las personas, amigo. Tu estás ahogado y molesto, no soportas a la gente de tu alrededor, no te apetece hablar con nadie o estas harto de la vida, de la rutina. Vienes aquí a descansar, estás en paz, feliz y tranquilo. Aquí encuentras lo más profundo de tu ser», concluyó Salama.

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