Opinión
Mi viaje extremeño por las palabras

Llegó un día en el que me pregunté cómo identificaba yo el hurdano, el estremeñu, qué era. Y la respuesta fue simple: era todo ese bagaje lingüístico con el que me comunico con la gente de mi pueblo que sé que no es castellano.
Garganta la Olla Extremadura - 4
Un grupo de personas toma el sol en el norte de la provincia de Cáceres. David F. Sabadell
29 ene 2022 06:00

Capítulo I

Este viaje empieza en un aula de la facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada hace un buen puñado de años que se me han pasado demasiado rápido. En mitad de una clase de Lengua Española, el profesor habló del voseo reverencial (“Os lo dejo a vos”) y lo explicó como algo desaparecido en España hacía varios siglos; entonces, algo contrariado, levanté la mano para decirle que no era así, que mi padre cuando invitaba a mi abuela a que se sentase le decía: “Vos, mairi, sentái-vus aí”. Ni siquiera me preguntó de dónde era o si otras personas del pueblo lo utilizaban también, simplemente soltó, entre otras perlas, un condescendiente “tu padre habrá visto muchas películas de época”. Me enfadé. Yo por entonces no contaba con los conocimientos lingüísticos suficientes como para rebatirle, ya que en el instituto no me habían explicado nada al respecto y mis lecturas sobre el tema eran muy escasas. Mi único argumento era que en mi pueblo y en otros de la zona, en las Hurdes, se usaba así; es decir, la experiencia personal de un alumno recién salido del cascarón frente a la oratoria pulida y la seguridad intelectual de un profesor universitario. Me callé. Sin embargo, fue aquel el primer pellizco que me hizo mirar hacia adentro, hacia cómo hablaban mis abuelos, aún vivos, y el resto de la gente de mi pueblo. ¿Cómo se llamaba aquello que hablaban? Pues en mi familia, si teníamos que darle un nombre, hurdano o acento hurdano, con la salvedad de que yo había escuchado una forma de hablar muy parecida en pueblos lindantes de la provincia de Salamanca; eso sí, con las eses en posición implosiva no aspiradas, y las eses lo eran todo. La ese aspirada ha significado tradicionalmente en España informalidad, sur, calor, campechanería, vagancia, jolgorio... La articulación no aspirada implica amigos difíciles de conseguir, pero que duran toda la vida; seriedad; trabajo duro, y una larga lista de lugares comunes.

Capítulo II

El viaje retrocede ahora en el tiempo y me sitúa en el volveéru (plaza donde tienen que dar la vuelta los coches) de mi pueblo con unos siete u ocho años; allí nos encontramos con un familiar que estudia en la Universidad de Salamanca y que le espeta a mi madre: “Pues ya, Encarni, nadie me nota en la universidad que soy hurdana”. Mi madre le responde algo así como que es una tontería cambiar el acento y este familiar le replica: “Uy, si solo fuera el acento, si es que aquí lo decimos todo mal”. Efectivamente, ¡si solo fuera el acento, el tonillo, el ganguillu! No, no, es todo: la sintaxis, el léxico, todo. Fíjate que para decir “no soy capaz de moverme” decimos “no me doi movíu” y para decir “adónde ibas y venías anoche” decimos “p’andi huívidis i vinívidis ayel nochi”. Todo mal.

Capítulo III

Este periplo, por cierto, ha estado salpicado aquí y allá del nombre de Gabriel y Galán; pero, curiosamente, yo, leyéndolo de pequeño no acababa de relacionar lo escrito con lo hablado en mi pueblo. ¿Por qué? En primer lugar, por la ortografía. A mí me habían enseñado en el colegio a articular la ese sin aspiración, entonces al leer “Señol jues, pasi usté más alanti / y que entrin tos esos” no la aspiraba, me atragantaba con tanta ese y me sonaba más a cómo hablaban en las localidades salmantinas cercanas a las Hurdes. En segundo lugar, había escuchado muchas veces eso de que lo que escribía Gabriel y Galán era inventado. Conclusión, ¿cuál fue mi concepción durante muchos años? Que en mi pueblo se hablaba hurdano y que el supuesto dialecto extremeño era básicamente un invento de Gabriel y Galán y otros escritores regionalistas (eso sí, con muchos elementos hurdanos). Y así continué este viaje interior, sin reflexionar demasiado, más preocupado por aprender árabe y ganarme la vida, que era lo primordial en aquel momento.

Capítulo IV

Entonces, hace unos dos o tres años, no más, mi novio me enseña de repente un tuit del OSCEC (Órganu de Siguimientu i Cordinación del Estremeñu i la su Coltura); me pongo a leerlo y, claro, entiendo todo. “Escriben en hurdano”, pienso, pero lo llaman estremeñu, ¡qué narices es el estremeñu! Empiezo a leer otros tuits y su página web, a buscar artículos relacionados, y me sumerjo en el patrimonio lingüístico de Extremadura, por primera vez, desde un punto de vista integral. Descubro que muchas de esas palabras que considero enteramente hurdanas se conocen hasta el sur de Badajoz, que el cierre en u e i (niñu, cochi) no se reduce en Extremadura a las Hurdes; y más aún, que todo este patrimonio baja desde el norte de la península hacia el sur como un aluvión lingüístico, que hasta compartimos en mi pueblo refranes con Cantabria que no he encontrado en ningún otro lugar. En definitiva, que no somos una excepción, un hecho aislado; que en Torrejoncillo la gente tiene un léxico coincidente con el mío en un porcentaje altísimo; que la mayor parte de las palabras usadas por mi abuela las recoge el Diccionariu de la Llingua Asturiana. Lo que era un viaje se convierte en una excavación.

En definitiva, que no somos una excepción, un hecho aislado; que en Torrejoncillo la gente tiene un léxico coincidente con el mío en un porcentaje altísimo; que la mayor parte de las palabras usadas por mi abuela las recoge el Diccionariu de la Llingua Asturiana

Capítulo V

A veces los grandes tesoros están en el interior de uno mismo, y esto no es solo una sentencia grandilocuente. Llegó un día en el que me pregunté cómo identificaba yo el hurdano, el estremeñu, qué era. Y la respuesta fue simple: era todo ese bagaje lingüístico con el que me comunico con la gente de mi pueblo que sé que no es castellano. Con solo hacer esa división conceptual encontré en mi cerebro una lengua. Evidentemente siempre había estado ahí, pero ahora tenía nombre. No obstante, lo anterior me conducía a un dilema formal: yo hacía mis búsquedas en diccionarios de pueblos de Extremadura y encontraba ese abundante léxico común, pero era consciente de que en muchos lugares no se había conservado; además, también sabía que en partes de Salamanca o de la zona de Talavera de la Reina hablaban o habían hablado de forma muy parecida; incluso hasta el norte de Huelva llegaban esas palabras. Por todo ello, me planteaba si era correcto llamarlo extremeño no hablándose hoy en día en toda Extremadura y habiendo constatado que sobrepasaba sus fronteras. La respuesta la encontré preguntándome: “¿Qué hablamos mayoritariamente en Extremadura?”. Castellano, pero un castellano salpicado de elementos propios, que en algunos lugares como mi pueblo hasta hace dos generaciones superaban en proporción a los elementos castellanos. Es decir, hay un romance de base sustituido en casi todo el territorio por otro romance, el castellano, que se ha impregnado del anterior. ¿Podemos, entonces, llamar al anterior extremeño puesto que encontramos sus rasgos a lo largo y ancho de Extremadura? Y me pareció bien asumir esa denominación; proceso que, personalmente, siempre me ha parecido el más arbitrario y menos interesante de todos los relacionados con la lingüística, pero que sé que es necesario para enseñar, normalizar y promocionar las lenguas. En resumidas cuentas, lo que yo hablaba con mis amigos de Cáceres era español/castellano de Extremadura; lo que hablaba con mis abuelos en mi pueblo era extremeño. Todo ello sin perder de vista que los nombres y las clasificaciones son siempre generalizaciones arbitrarias, aunque sabiendo que sin estas generalizaciones se vuelve muy complicado trabajar.

Nos resulta natural decir que el sur de Extremadura cuenta con numerosos andalucismos, pero nos chirriaría afirmar que el noroeste de Andalucía está plagado de extremeñismos

Capítulo VI

El extremeño prácticamente nunca se ha definido en términos propios (salvo las magníficas excepciones que se os están viniendo a la cabeza y que no paso por alto); me explico: si evaluamos el conjunto del patrimonio lingüístico de Extremadura atendiendo a los estudios realizados encontraríamos que es una suma de arcaísmos castellanos, lusismos, vulgarismos, andalucismos, etc. Nos parece impreciso definir como propios sus rasgos, asignarles entidad, aunque solo sea en términos explicativos; pese a que, sin embargo, no nos tiemble el pulso al atribuirle entidad a cualquier otra variedad lingüística. Esto es, nos resulta natural decir que el sur de Extremadura cuenta con numerosos andalucismos, pero nos chirriaría afirmar que el noroeste de Andalucía está plagado de extremeñismos; sentenciamos que en el extremeño abundan los lusismos, sin pararnos a pensar que simplemente se trata de términos pertenecientes a los romances occidentales de la península ibérica, que por ser el portugués una lengua normalizada y vinculada a una nación se han considerado como propios solamente de esta lengua; mientras que en la franja leonesa no ha tenido lugar dicho proceso. Somos, por lo tanto, ese extraño lugar que se nutre de elementos lingüísticos de otros lugares, una suma de hablas de transición; es decir, como cualquier lengua.

La pregunta del millón, la que más les gusta a los periodistas y al mundo tuitero, es si el extremeño es una lengua, un dialecto, un habla, etc. Y mi respuesta es, por un lado, que me da igual, que es lo menos interesante del asunto; y, por otro, que en cualquier caso se trata de una clasificación social, no lingüística

Capítulo VII

La pregunta del millón, la que más les gusta a los periodistas y al mundo tuitero, es si el extremeño es una lengua, un dialecto, un habla, etc. Y mi respuesta es, por un lado, que me da igual, que es lo menos interesante del asunto; y, por otro, que en cualquier caso se trata de una clasificación social, no lingüística; sociolingüística si se quiere. Para mí hay otras preguntas más importantes: ¿si yo hablara en Madrid como hablo en mi pueblo, qué porcentaje de lo que digo entenderían?, ¿existen formas comunitarias de hablar mal?, ¿qué debes hacer cuando tu variedad lingüística se aleja tanto de la norma de la variedad estándar que ni siquiera te entienden?, ¿qué hacemos con todo este bagaje cultural? Yo ya he respondido a estas preguntas en otros artículos, pero es una reflexión que deberíamos hacer cada uno de nosotros y nosotras, porque cuando hablamos de patrimonio inmaterial lo hacemos, curiosamente, de algo tan material como un palacio renacentista o un retablo barroco: nos referimos a personas. El patrimonio inmaterial está en la cabeza de las personas y como ya he comentado más de una vez dignificarlo es dignificarlas y abandonarlo, abandonarlas.

Capítulo VIII

La política, cómo no. La lengua es siempre un jugoso caramelito para los políticos, bien sea para situarse en contra o a favor. El peso que tiene en la conformación de la identidad de muchas personas y territorios ha llevado a considerarla un elemento peligroso. Por ello, también gustan sobremanera esas preguntas relacionadas con los elementos que pueden servir para confrontar; por ejemplo, cooficialidad sí o no. En extremeño se expresaron (dándole distintos nombres como castúo, habla vieja de Extremadura, extremeño, dialecto de Extremadura, etc.) comunistas, franquistas, falangistas, ateos, creyentes, republicanos, monárquicos, ricos y pobres; qué poco sentido le vería a convertirlo hoy en una cuestión partidista que solo serviría para hacer daño a muchas personas (al margen de su ideología) y a un patrimonio susceptible de convertirse en un activo más de esta tierra, como las gargantas de la Vera o las torres de Jerez de los Caballeros. Además, en términos estrictamente personales, y con todo el respeto a quien lo hace, yo no he construido mi identidad ni a partir del territorio en el que nací ni de los sitios en los que he vivido, ni mucho menos basándome en los idiomas que hablo: todos los lugares en los que he residido, desde Jarandilla de la Vera hasta Amán, y todos los idiomas que hablo, desde el árabe hasta el castellano, me han aportado su granito de arena, me han ampliado un poco más el ángulo de visión sobre este mundo tan complejo. Mi defensa del patrimonio lingüístico extremeño tiene que ver con el maltrato al que se ha visto sometido, con que haya sido considerado tradicionalmente una cultura de segunda, cuando no una corrupción paleta de la cultura con mayúsculas; y no la limito al extremeño, sino que la extiendo a la fala, al portugués rayano, al castellano de Extremadura y, en definitiva, a cualquier variedad lingüística minorizada o considerada inculta en pleno siglo XXI.

Capítulo IX

Este largo viaje, del que solo he dado unas pinceladas, me condujo recientemente a una reflexión fundamental: si el extremeño no era solo patrimonio de Gabriel y Galán, Chamizo y un puñado de escritores más, tenía que haber pruebas. Y pruebas me puse a buscar en la prensa de principios de siglo XX. La investigación ha arrojado de momento unos trescientos textos en extremeño publicados por autores de la más diversa procedencia y condición. He recopilado una gran parte de este material en el blog La vereína del fragüín, pero aún me quedan unos dos tercios del material recopilado por subir a la página. 

Cada paso que doy en este viaje, que como ya he dicho tiene mucho de excavación, me ofrece decenas de hilos de los que tirar, tanto de tipo conceptual como histórico: complejos heredados, diglosia, glotofobia, autores olvidados, literatura desprestigiada por el idioma en el que estaba escrita, etc. En definitiva, una fuente de la que apenas se ha bebido, un manantial de cultura absolutamente desaprovechado. Y sin necesidad de acudir a consignas victimistas ni agoreras, en nuestras manos está que siga siendo así o que nos embadurnemos de viejas palabras que pueden servir para nombrar nuevas realidades, que pueden acompañarnos en la poesía, en la oficina y en el sexo, mientras rezamos o mientras preparamos un buen puchero.

Epílogo

Allá por el año 2006, con diecisiete años y toda la vergüenza del mundo, decidí llevar a mi flamante novio cacereño, compañero de clase del instituto —y hoy gran amigo—, a que conociera mi pueblo. Nada más llegar, me encontré con un tío de mi padre que en un bancalinu ala puerta dela su casa escarabullava unus calvochis i lu salué sin dalmi cuenta n’estremeñu; el mi moçarangüelinu era la primel ves que me sentía palrá-lu, polque hazía poquinu que mos festeávamus, i se queó segáu pola muestra carava.

Siempre he vivido, hemos vivido, entre varias aguas lingüísticas; ahora simplemente estoy aprendiendo a navegarlas. ¿Me acompañáis?

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