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Memoria histórica
Monumental esperpento
Hay opiniones y actuaciones políticas que no necesitan muchas explicaciones porque concuerdan con lo que cabe esperar conociendo la ideología de sus protagonistas. Hay otras, sin embargo, que son difíciles de entender precisamente porque no las esperamos por falta de acuerdo con lo que correspondería a su ideología y a su historia. Es lo que está ocurriendo con el monumento franquista de Iruña/Pamplona, en cuyo frontispicio se podía leer desde que se construyó y hasta hace pocos años: “Navarra a sus muertos en la Cruzada”, aclarando que esos muertos a los que se homenajeaba solo eran los de su bando fascista.
Sin recurrir al pasado histórico ni traer al presente lo que los partidos políticos han ido manifestando acerca de la existencia del Monumento a los Caídos erigido por el franquismo para honrar a sus muertos en el conflicto armado tras su golpe de estado, lo que mi experiencia me revela es que dentro del mundo situado en lo que se denomina la izquierda (término cuya atribución a determinadas fuerzas políticas es más que discutible) nadie ponía en cuestión su demolición si llegaba el caso de que esa izquierda tuviera mayoría suficiente para decidir su destino. Además, quienes habían sufrido cárcel o muerte de personas queridas a manos del fascismo, como es el caso de Josefina Lamberto, hermana de Maravillas, la adolescente de Larraga a la que los franquistas violaron y posteriormente mataron junto con su padre, también han manifestado en repetidas ocasiones su deseo de que ese monumento fuera derruido.
Pero, he aquí que el nacionalismo vasco representado por Geroa Bai y EHBildu han hecho causa común con el PSE para que el monumento no sea derruido sino resignificado, tal como en 2018 pedía el partido de derechas UPN, que vendría a ser algo así como llamar al pan vino y al vino pan, es decir, tapar por aquí, acortar por allá y cambiarle de nombre. Y así, tachán, el agua se convierte en vino y el monumento franquista pasa a ser monumento a la denuncia del fascismo, es decir, que sería un monumento que se denuncia a sí mismo. El esperpento, difícilmente superable, solo puede tener alguna explicación en el análisis sociológico de cara a las elecciones que hacen los partidos promotores de este sinsentido. Como va ocurriendo cada vez con más asiduidad, se trataría de que los temores al lobo de la izquierda y del nacionalismo que avientan las derechas entre la ciudadanía se disipe, mostrando un perfil aterciopelado, aunque el resultado a corto plazo sea hacerlos indistinguibles unos de otros.
Quizás esos partidos, y quienes apoyan esa decisión “resignificadora”, hayan mirado fuera de nuestras fronteras para observar qué es lo que han hecho otros países con situaciones similares. Y, claro, han encontrado que varios países que sufrieron la lacra del nazismo y de sus campos de exterminio han decidido mantenerlos como recuerdo de lo que allí sucedió para evitar el olvido y, de paso, su repetición. Si ese ha sido el paradigma en el que basar su empeño en el mantenimiento de ese monumento, solo cabe decir que su ignorancia supera con mucho su supuesta buena fe. En efecto, no es lo mismo mantener los lugares donde fueron masacradas millones de personas que mantener los lugares que glorificaban a los fascistas.
Si quienes son responsables de esos partidos y sus militantes no son capaces de comprender esa elemental diferencia que en absoluto desaparece por cambiar el nombre al edificio, insultando de paso a Maravillas, a su hermana Fermina y a muchas republicanas que guardamos en la retina todo lo que esa miserable construcción ha representado y representa, quizás logren que su imagen mejore entre las herederas de aquellos fascistas, pero muchas personas de izquierdas y republicanas ni lo olvidaremos, ni se lo perdonaremos.