Literatura
Los chicos del Chapleton College

Patrick McGuinness apunta contra el sensacionalismo y se sumerge en los traumas educativos de una generación.

Patrick McGuinness
Patrick McGuinness es crítico y profesor de Literatura Comparada en Oxford.
28 may 2020 17:48

En el estuario del Támesis, tras el anuncio del Brexit, aparece el cuerpo sin vida de una mujer. Y al poco tiempo es detenido Michael Wolphram, maestro jubilado del Chapleton College y vecino de la víctima, un hombre solitario que no tardará en convertirse en diana de la prensa amarilla. El detective Ander Widdowson, un caviloso policía al que sus colegas llaman “profe”, se encarga de las pesquisas con una peculiaridad: el presunto asesino de la joven Zalie Dyer es uno de los profesores que tuvo en su adolescencia, cuando se sentaba en los pupitres de Chapleton. Un pasado que Ander recuerda muy bien y que acompañará gran parte de las impresiones que describe en la novela, al ritmo de una trama policial que sirve de señuelo para proponernos un análisis de ciertas vergüenzas de la sociedad británica.

Patrick McGuinness (Túnez, 1968), crítico y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oxford, nos ofrece en Echadme a los lobos (Siruela), su segunda novela, un plato bien condimentado que fotografía con nitidez las prácticas salvajes de los medios amarillistas británicos, cuya rapidez en condenar a Wolphram, antes de que pueda demostrarse su implicación en el suceso, nos recuerda a otros casos semejantes más cercanos a nosotros. Un ejemplo de ensañamiento mediático construido a partir de un personaje real –un excéntrico maestro de escuela al que se etiquetó como un acosador sexual sin pruebas–, y que el autor desmenuza aquí con tono reflexivo y poético, más evocador de lo que quizás podríamos pensar por el material de partida. Aunque con profundas diferencias, no es difícil advertir algunos ecos argumentales que recuerdan a las entretelas del Caso Wanninkhof. Porque al solitario Wolphram se le lanzan encima unos lobos que huelen rápido la sangre.

La representante más activa de esa manada es Lynne la Loca Forester, una “periodista” muy económica con la verdad cuyo único objetivo es alimentar el morbo de la gente, siempre más interesada en las audiencias y en sus seguidores de Twitter que en reflejar la realidad de los hechos. Contra Wolphram vale cualquier rumor con tal de mantener el interés y explotar, sin ningún tipo de escrúpulos, los réditos mediáticos del caso. Y Lynne Forester, especialista en insinuaciones y hábil manipuladora, sabe bien a lo que juega. McGuinness describe con veracidad el aire fétido de esas cloacas que destruyen vidas mediante el acoso y la calumnia, saltándose la presunción de inocencia gracias a su condición de abrevadores para públicos ávidos de espectáculo.

los fantasmas del colegio

Pero es en la reconstrucción del ambiente escolar en la Inglaterra de la década de los 80, a través de los recuerdos de Ander Widdowson, donde la novela se eleva con más seguridad y alcanza su mayor estatura. McGuinness nos lleva de viaje por un pasado lleno de episodios de acoso y maltrato, demasiado habituales en aquellos años, y se detiene en las consecuencias derivadas de su aceptación como elemento consustancial de una educación orientada, casi exclusivamente, hacia el mando y la obediencia. Los días de escuela se quedan ahí, adheridos a nuestra personalidad, y sus luces y sombras nos acompañan siempre. Ander rememora un amplio catálogo de violencias, algunhas más visibles que otras, y con ellas descubrimos el ambiente en que conformó su visión escéptica de la vida. Al final, nos importa más esa indagación en el mundo de las agitaciones escolares, resuelta por el autor con un estilo elegante y accesible, que la resolución un tanto acelerada de la investigación, cuyo desenlace llega cuando estamos más convocados a la reflexión que al policial.

Como consecuencia de este paseo por los problemas educativos con los que crecieron varias generaciones de británicos, Echadme a los lobos nos llama a plantearnos algunas cuestiones que alimentarían un interesante debate. ¿Cómo se pueden construir sociedades libres mediante la institucionalización de la violencia en el ámbito pedagógico? ¿Qué costumbres fuimos capaces de asumir con naturalidad, como si formasen parte indispensable del proceso formativo en nuestros colegios, y ahora nos parecen prácticas terribles y humillantes? ¿A dónde mirábamos cuando en el recreo se desataba la ley del más fuerte? Hace cuarenta años no era tan fácil hacerse estas preguntas. Ahora todavía no tenemos respuestas. Patrick McGuinness nos ofrece las suyas desde la pulcritud narrativa, sin prisas, con un notable ejercicio de literatura pausada.

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