Feminismos
Añadir mujeres y batir. El anarcafeminismo de Chiara Bottici

No hay nada más anárquico que el poder. Es la lógica del soberano. El poder sabe de su falta de fundamento, del vacío sobre el que se sostiene el orden al que en público se aferra. Por eso el anarquismo corre por sus venas, salta nocturno sobre alguna cama de pago, se infiltra entre los amigueos de palacio.
Marcha 28S
“Que nada nos defina. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”, Simone de Beauvoir. Marcha del 28S por la despenalización del aborto.
Profesora de Filosofía Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
4 oct 2022 08:00

Este texto corresponde al prólogo del libro de Chiara Bottici, Anarcafeminismo, NED Ediciones, 2022.

En Calle de dirección única (1928) hallamos un certero aforismo que lleva por título “Ministerio del Interior”. En él Walter Benjamin establece una punzante distinción entre el político anarco-socialista y el político conservador. El primero, nos dice, “ha de someter su vida privada a las normas que quiere convertir en la ley propia de la sociedad futura”. El segundo, por el contrario, defiende en público lo que socava en privado, como si se saltase la norma sólo para confirmarla: “sin el menor remordimiento, entiende secretamente su comportamiento como la prueba estricta y contundente de la inquebrantable autoridad de los principios que él mismo profesa”. A la atenta mirada de Benjamin no se le escapó la hipocresía del político conservador. A nosotras tampoco. De noche se va de putas y a la mañana siguiente se opone a cualquier ley que permita sindicar a las trabajadoras sexuales, en público defiende la solidez fundamentada del reglamento para acto seguido saltarse la normativa cuando algún interés espurio lo requiere, lleva traje y corbata durante el día para travestirse de noche y poder colocarse en sus robustas y peludas piernas esas excitantes medias de rejilla que erotizarán el encuentro con su amante. Ellos son los verdaderos queer, sólo que no lo dicen. De eso, su mujer no sabe nada, o quizás sí, pero calla. También a ella le va la conservación de su forma de vida. Detrás del político conservador, también en los de estas tibias izquierdas parlamentarias, conservadoras por definición, palpita el núcleo anárquico del poder, como bien supo ver el Pasolini de Saló o las 120 noches de Sodoma (1975). No hay nada más anárquico que el poder. Es la lógica del soberano. El poder sabe de su falta de fundamento, del vacío sobre el que se sostiene el orden al que en público se aferra, ese que defiende con mil argumentos razonados que jamás llegarán a alcanzar el principio último que los sostendría. Por eso el anarquismo corre por sus venas, salta nocturno sobre alguna cama de pago, se infiltra entre los amigueos de palacio. Cómo explicar si no la corrupción endémica de nuestra clase política, los escándalos sexuales de presidentes, ministros y reyes o las orgías sádicas a las que se libraban los altos cargos del nazismo. El anarquismo encuentra su lugar en el círculo de la represión, pero queda preso. La anarquía halla en la perversión el nido circunscrito que confirma la autoridad de la norma. Esta es la vida secreta del Ministerio del “interior”.

Las feministas liberales no habrán hecho más que reclamar la igualdad con esa pandilla de soberanos secretamente anárquicos. El verbo empoderarse es el peor que podían haber elegido y el que mejor las describe

El anarquista que lo es de veras no puede con eso. Diréis que es más papista que el Papa, y sin duda lo es. Inquebrantable, porque desprecia al Papa y no quisiera asemejársele en nada. Ahí radica su fuerza. Menosprecia su hipocresía, su falta de entereza, su mediocridad, sus mentiras. Esos hombrecillos grises que se hacen los queer entre bambalinas. El anarquista si es queer, gay o lesbiana lo demuestra sin complejos. Las medias de rejilla se las pone a plena luz del día. No hay contradicción entre su forma de pensar y su forma de vida. Lo que sí hay es dificultad. Se asume. No resulta fácil vivir sin arkhé, sin someterse al orden establecido, sin principio regulador, sin doblegarse al comando. Así es la apuesta. Y ni siquiera hace falta ya obrar consecuentemente en vistas a ese sueño de una sociedad futura que el mesianismo de Benjamin todavía albergaba. Se vive así, sin comando, y basta. Se paga el precio.

Las feministas liberales no habrán hecho más que reclamar la igualdad con esa pandilla de soberanos secretamente anárquicos. El verbo empoderarse es el peor que podían haber elegido y el que mejor las describe. “Añadir mujeres y batir”, según la célebre expresión de Fox Keller, habrá sido el gran logro de ese feminismo de la igualdad que pedía poder y nada más, dejando el mundo incambiado. Trabajáis para el enemigo. Habláis el lenguaje del amo. Creéis en el Estado, la razón, el derecho, el fundamento, porque guardáis la inconfesable aspiración de llegar algún día a ocuparlos. Mientras tanto, desengañémonos, el mundo sigue siendo androcentrado. Todavía es un hombre, públicamente heterosexual, en privado ni se sabe, quien manda aquí. Y vosotras, que abandonasteis el ángel del hogar, os habéis convertido en las fieles y profesionales secretarias que adoran el patriarcado con la encubierta esperanza de llegar a conquistarlo o reservarse en él un buen lugar. ¿Acaso no sabéis que andáis con puteros? ¿Acaso no os dais cuenta de que la división del trabajo, aun en las altas esferas, la sigue ordenando el dispositivo sexo/género? Un mal aprendizaje con vuestros maridos y padres os hizo pasar sin transición de la mística de la feminidad a la mística del poder, y cuando se entra en la lógica del poder, cuando se venera, hay muchas cosas que no se ven. Demasiadas. Ni siquiera empoderadas y fálicas sois capaces de advertir la hipocresía congénita de vuestros colegas y superiores, el sufrimiento de los damnificados de este orden que os empeñáis en conservar y para el cual trabajáis, ni la violencia estructural que se ejerce sobre vuestras congéneres de manera sistemática. Detengámonos. Quizás haya que escuchar de nuevo a Benjamin para aprender a echar mano del freno de emergencia de este tren que hace ya tiempo que anda desbocado.

Anarcafeminismo
Anarcafeminismo (2022). Imagen de cubierta.

Anarcafeminismo de Chiara Bottici es, en este sentido, un freno de emergencia irreemplazable, quizás el único capaz de hacernos comprender que la tarea del feminismo actual no es alcanzar el poder sino subvertirlo. ¿Y por qué habría que subvertir nada ―preguntaréis― si ya somos todas ciudadanas de pleno derecho, si hasta una mujer negra ha sido nombrada vicepresidenta, si hoy una mujer transgénero puede llegar a ocupar un cargo de subsecretaria? El poder se viste de seda, pero no olviden lo que esconde en su Ministerio del “interior”. Que una serie de Netflix sea protagonizada por familias gays, parejas poliamorosas o por estupendísimas transgénero, sólo da cuenta de la relajación moral de una estructura de dominación que ya no necesita recurrir a la vieja moralina cristiana para mantener su soberanía. El capital y el Estado ya no requieren de la moral protestante, como Weber pretendió. Lo que sí necesitan son mujeres, segundo sexo y dispositivo sexo/género. Esto es lo que este libro de Bottici sabe explicar muy bien. Siguiendo a Federici y otras teóricas marxistas, este trabajo da cuenta de cómo el capitalismo necesitó de la invención de la mujer. El dispositivo binario sexo/género, el hecho de que haya hombres y mujeres no es un dato natural sino una construcción cultural que Occidente ha importado a escala global. Otras sociedades pre-coloniales no sólo pensaron terceros géneros, géneros oníricos y fluctuantes, “dos espíritus”, sino que se organizaron en función de otros criterios como la edad. Fue la colonización la que impuso la construcción binaria, fue el capitalismo el que concibió la mujer tal y como hoy la conocemos. También así, el colonialismo inventó la raza, y lo hizo por la misma razón. El capitalismo necesitó expropiar el trabajo de las mujeres y hacerlo pasar por cuidados, necesitó por mor de su supervivencia la existencia de un trabajo no asalariado que se hacía por amor, al igual que necesitó esclavos que sólo el concepto biológico de raza podía crear y legitimar. Esto es lo que analiza Federici en Calibán y la bruja, el modo como un feminicidio masivo, el de las llamadas brujas, expropió a las mujeres de su saber medicinal y de control reproductivo para convertirlas en ángeles del hogar. Fue la misma operación que se llevó a cabo con el exterminio de los pueblos colonizados, la que convirtió a los indígenas en esclavos. Ángeles del hogar y negros son un producto del capital. Diréis que el mundo ha cambiado. Nada menos seguro. El empoderamiento de las mujeres blancas en Occidente lo pagan las mujeres racializadas, descendientes de la esclavitud, que cubren los cuidados que antes nos estaban reservados. También las migraciones forzadas forman parte del flujo del capital. Alguien ha de ocuparse del trabajo que ya no hacemos, aunque la mayoría lo sigan haciendo, y de nuevo son mujeres quienes lo hacen. La racialización y la feminización van de la mano, constituyen una clase social. El dispositivo sexo/género, junto al de raza, es el mecanismo categorial que permite dominar a una parte de la población, clasificar los cuerpos en explotables y explotadores en función de un criterio biológico meramente visual. Parece mentira que una operación conceptual tan burda se haya normalizado hasta el punto de hacernos creer que de veras somos lo que nos dicen ser.

Pero que nadie confíe en el Estado como paliativo al expolio y a la explotación. Durante mucho tiempo creímos que el Estado estaba ahí para compensar la desigualdad que el capitalismo generaba, para ocuparse de la sanidad, la educación, los cuidados. En Europa se creyó en el Welfare State, que se construyó a costa de la explotación de medio mundo, pero ese tiempo está acabado. Hemos asistido pasmados a la venta progresiva de los servicios públicos, a su paulatina externalización, a su desmoronamiento. El neoliberalismo es esa etapa del capitalismo en la que el Estado deja de disciplinar a los ciudadanos y mantener una actitud de laissez faire frente al capital para pasar a desarrollar una actitud proactiva con el mercado. El capitalismo necesita la institución estatal para legalizar y hacer viables cada una de sus operaciones. Los soberanos se cubren de gloria. Hay nombres y apellidos de los responsables de este hundimiento de lo público. Algún día deberían ser nombrados y encausados. Esto es mucho más grave que sus escarceos nocturnos con lo anárquico y sus medias de rejilla. En términos de género, es el Estado el que ordena los flujos de capital y la fuerza de trabajo, el que se encarga de asegurar la correspondencia sexo/género, el que divide la población en mujeres y hombres, el que nos obliga a identificarnos en virtud de nuestro sexo. Los populistas de izquierdas sueñan con tomar la institución y detener los desbordes del capital. Lo llaman hegemonía. Pero sabemos que ahí sigue habiendo comando. No sólo porque cuentan entre sus filas a demasiado soberano anárquico que se despojó de la corbata pero no así de sus hábitos machistas y autoritarios, sino porque como explican Dardot y Laval en su último libro, Dominar. Estudio sobre la soberanía del Estado en Occidente (2021), el Estado fue desde el principio el medio institucional a través del cual se organizó el desarrollo del capital. De esto también da cuenta el libro de Chiara, de cómo tanto el género como el Estado fueron una imposición colonial, de cómo la explotación requirió de un dispositivo biopolítico fundacional. Ya sólo por esto, su lectura resulta imprescindible.

Chiara busca formas de expresión que digan algo más que lo que la racionalidad neoliberal soporta, que despierte a alguna de esas mujeres que reclamando la igualdad andan mano a mano con puteros. La voz de Chiara es la voz de las que faltan, las que han sido sacrificadas para que el orden pueda conservarse. ¿La escucháis?

Y sin embargo, en este libro hay mucho más. Cuando se ocupa un cuerpo feminizado, en su imaginario, en su posición social, en el rol que se le asigna dentro de la estructura familiar, se porta también una herida. Somos todas hijas de madres que por amor claudicaron, hijas de padres más o menos autoritarios, hemos sido jóvenes deseadas por hombres viejos y compulsivos, trabajadoras acosadas o ninguneadas en virtud de la percepción de nuestro género. Escuchamos a diario como mueren mujeres a manos de sus amantes, conocemos los feminicidios planificados en tantos lugares del mundo, recibimos con frecuencia el maltrato, unas veces silencioso y otras atronador, de nuestros compañeros sentimentales, asistimos atónitas a juicios en los que los inculpados por violaciones colectivas son absueltos bajo suposición de que la víctima gozaba. Probablemente, como afirma Malabou, ser mujer no sea más que esto: tener un cuerpo sobreexpuesto a la violencia. Pero justamente porque lo que nos define es la violencia infligida, la feminidad se extiende a todo cuerpo feminizado, sea el de los homosexuales, los trans, las queer, incluso niños,… todos esos cuerpos que ocupan el eslabón menor en esta jerarquía de la dominación y que están por ello sobreexpuestos a la violencia. El poder no tolera el anarquismo de los cuerpos a plena luz. Castiga el goce. Debe recordarnos a cada paso quien manda aquí. En realidad podría decirse, como hace Zizek, que no hay sino un género, el masculino, y que “la mujer es la primera trans”. Es otro modo de decir que no hay sino segundo sexo, y que a este sexo pertenecemos todos los que no somos identificados como hombres cis y que por ello somos susceptibles de ser explotados y dañados. Esta sola idea, que también Bottici defiende, zanjaría de raíz las vanas disputas entre feministas y trans que no hacen más que alimentar al opresor, esos señores que conservan en público lo que desdicen en privado.

Portadora de esta herida, que es política, a la escritura de Chiara le ocurre lo que a la vida privada del anarquista. Si fuera del todo consecuente nadie la escucharía o acabarían con ella de un plumazo, como se hace con el niño indócil que se salió de la fila. En este capitalismo cognitivo hay que hacerse escuchar. Sabemos bien quién manda aquí. Por fuerza hemos aprendido vuestra lengua. Hoy a Walter Benjamin ni siquiera le publicarían, mucho menos en una revista de alta indexación. Hubiésemos querido escribir como esas estrellas huérfanas de las que hablaba John Berger. Él abogaba por una conspiración de huérfanos, quizás hoy la de este segundo sexo, que no constelaban, que no hacían comunidad, que se sabían solitarios y outsiders, que bastante tenían con pensarse a sí mismos fuera del arkhé que todo lo ordena. Es el precio que paga el anarquismo por su terror a la comunidad y el comando, por su aversión a “las obligaciones del amor que nos destruyen”, como dice Nathalie Zaltzman. Y sin embargo, Chiara habla la lengua del amo, hace uso de sus protocolos de expresión, de sus supuestos preceptos de objetividad, discute la literatura sobre el tema. Chiara Bottici es capaz de dar razones, objetivas, contrastadas y académicas, de la sinrazón que nos constituye. Apuesta por el anarquismo haciendo uso de la lengua del amo. Gran golpe al opresor, que pensaba que sólo sabíamos escribir poemas impotentes y aislados. Y sin embargo, en el transcurso de este lenguaje razonado a la altura del opresor, supuran intersticios en los que respira otra voz. Alguien habla de una madre con un pie roto que no quiere ir al hospital, que duerme con su nieta porque, pobrecita, no tiene padre. Algo real y vivo grita entre las líneas argumentadas de este trabajo. Los académicos neoliberales son de este modo interpelados. Con la otra mano, en otro lugar, Chiara escribe una Manifiesto Anarcafeminista (2021). Busca voces, formas de expresión que digan algo más que lo que la racionalidad neoliberal soporta, que llegue a lugares donde no se la espera, que despierte a alguna de esas mujeres que reclamando la igualdad andan mano a mano con puteros. La voz de Chiara, en el Manifiesto, en los Intersticios de este libro, es la voz de las que faltan, las que han sido sacrificadas para que el orden pueda conservarse. ¿La escucháis? Dice lo mismo que lo que se arguye aquí, pero apela a otra forma de escucha. La escucha de quien todavía no está tan podrido como para escindir su decir público de su vida privada. ¿Oís? Quizás también en ti more una anarquista dispuesta a someter su vida privada a las normas que quisiera para el mundo, en lugar de limitarse a añadir mujeres y batir.

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