Neocolonialismo
'Habitus' conquistador: exterminio de “salvajes” y “silenciamiento del pasado”

Mediante el concepto de “habitus conquistador” se explica de qué forma el sistema-mundo perpetúa hoy en día en las relaciones neocoloniales.
Raoul Peck
Raoul Peck, director de la serie 'Exterminad a todos los salvajes'.
Investigador postdoctoral Juan de la Cierva (Institució Milà i Fontanals – CSIC) // Profesor del curso Postcolonialismo, Género y Estudios Negroafricanos. Universitat Pompeu Fabra. Barcelona
9 may 2023 08:30

En su obra Descolonizar Europa. Ensayos para pensar históricamente desde el Sur, Javier García Fernández (Brumaria 2019) expone con lucidez cómo la caída del reino nazarí de Granada, la invasión de las Islas Canarias y la aniquilación de la cultura guanche fueron el preludio de la invasión de América y del intento de acabar con las culturas nativas locales. De acuerdo con García Fernández, aquel evento inauguró la sociedad moderna que conocemos hoy como “sistema-mundo”. La expansión europea por otros continentes se ha caracterizado desde sus inicios por una violencia sistémica, enfundada en una voluntad enfermiza de saqueo de los recursos naturales de las regiones conquistadas y una intención de exterminar las poblaciones autóctonas. Asalvajadas y embrutecidas por Europa, esas categorías “mediohumana-mediobestias” debían ser eliminadas, en el mejor de los casos, “civilizadas”, ya fuera de forma directa, mediante guerras y desplazamientos forzosos, o indirecta, con la imposición de trabajos forzados en la agricultura o la minería.

Más de quinientos años después de la llegada de Cristóbal Colón a Haití, y cuatro siglos después del desembarco de la primera nave negrera en las costas americanas, que inició la globalización del horror y la barbarie, el discurso oficial, dentro y fuera de Europa, sobre el colonialismo europeo nos ha querido recordar la acción “civilizadora” y el “humanismo” que el hombre blanco exportaba a las colonias. ¿No era el primer presidente de Senegal, Leopold Sedar Senghor, quien decía que la “colonización era un mal necesario”? Podemos perdonarle a Senghor esa desafortunada reflexión. Él mismo era el mejor ejemplo que el colonialismo francés pudo crear. Todavía hoy, hay intelectuales que defienden el papel del conocimiento europeo en aras de la mejora de las condiciones de vida de los “sub-humanos”. No discutiremos aquí estas posturas ni nos asomaremos al origen del tal conocimiento europeo. Lo que nos interesa es la memoria oficial de España, Portugal, Francia, Gran Bretaña sobre el colonialismo en América, África y Asia.

Hasta finales del siglo pasado, cualquier intento de visibilizar las barbaridades del colonialismo europeo fue silenciado, ocultado, prohibido, castigado. En Francia, por ejemplo, el joven documentalista René Vautier fue condenado a un año de cárcel por su película Afrique 50 (1956), que trata sobre los crímenes del colonialismo francés en África. Recordemos que desde los años 30 Francia había impuesto el Decreto Laval, que prohibía filmar en sus colonias sin previa autorización. Pero Francia no ha sido, no es el único país europeo con una política colonial en esta materia.

¿Qué ha cambiado en la relación entre los antiguos imperios coloniales y su pasado todavía presente? ¿Cómo se relaciona Europa con el peso de su conciencia histórica? En su libro Exterminad a todos los salvajes (Turner, 2014), el sueco Sven Lindqvist nos ofrece un relato estremecedor de la oscura historia de Occidente. El cineasta haitiano Raul Peck tomó prestado el título de la obra para su ensayo fílmico Exterminate All the Brutes (HBO Documentary Films. 2021), con el fin de mostrar cómo Europa ha silenciado su pasado, en diálogo con la obra maestra de otro haitiano, Michel-Rolph Trouillot, Silenciando el pasado. El poder y la producción de la historia (Comares 2017).

Este artículo nace a partir de las notas de las lecturas y las discusiones del curso “Teorías postcoloniales, género y estudios negroafricanos”, organizado por el Departamento de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Si bien no existe una sola definición del poscolonialismo, como paradigma, podemos afirmar que los Estudios Postcoloniales proponen, entre otras cosas, una forma de aproximarse a las culturas de las sociedades consideradas “periféricas”, para penetrar en el conocimiento de las formas de entender el mundo más allá de dinámicas eurocéntricas. Nacidas en el ámbito de la teoría literaria y de la teoría de la traducción, los Estudios Postcoloniales se han emancipado de esta matriz inicial y sirven hoy para cuestionar las historias oficiales y cualquier discurso que defienda la supremacía blanca y no tenga en cuenta la voz de las poblaciones colonizadas.

Un ejemplo de este cuestionamiento de la historiografía oficial lo encontramos en la denuncia del habitus conquistador europeo. A lo largo de su vida, el sociólogo Pierre Bourdieu fue afinando su concepción del habitus, el conjunto de principios o esquemas de formas de pensar, obrar y sentir propios de una determinada posición en la estructura social. Planteado como una forma de explicar las prácticas similares de individuos diferentes pero pertenecientes a un mismo estrato social. Aquí nos apoyamos sobre esta definición del habitus conquistador para explicar (y criticar) el comportamiento de los europeos en las regiones que conquistaban fuera de Europa. Para construir y desarrollar nuestro argumento nos acercaremos a la contra-narrativa en los trabajos de Lindqvist, Peck y Trouillot. Utilizaremos el concepto de habitus conquistador (saqueador y exterminador) para explicar de qué forma Europa inició la invasión de América como punto de partida de la europeización del mundo a través de la ocupación de África y Asia. Mostraremos cómo este sistema-mundo se perpetua hoy en día en las narrativas neocoloniales de Europa, especialmente en España.

El habitus conquistador

Sven Lindqvist tituló su libro con la famosa frase del siniestro Kurtz de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad: “Exterminate all the brutes!”. Utilizando el relato de su viaje a través del desierto del Sáhara, Lindqvist repasaba la obra de Conrad y analizaba la colonización europea en África a lo largo del siglo XIX, que presentaba como precedente de la Solución Final, el genocidio judío en la Alemania nazi.

La idea no era nueva. En junio de 1950 el martiniqués Aimé Césaire había publicado una dura diatriba, Discours sur le colonialisme (Présence africaine, 1955), en la que criticaba la expansión europea por el mundo y la definía como una forma de envilecimiento de los pueblos colonizados, es decir, como todo lo contrario a lo que pretendía ser, una supuesta forma de difusión de la civilización occidental. Césaire explicaba cómo la población europea había aceptado como un hecho consumado la violencia en las colonias, las guerras coloniales, las mentiras propagadas por las autoridades coloniales, y cómo un buen día el burgués europeo se despertó horrorizado ante la violencia nacionalsocialista y la calificó de barbarie, de barbarie suprema, sin darse cuenta de que, antes de ser él mismo víctima de la barbarie nazi, había sido su cómplice; de que, antes de sufrir el nazismo en sus carnes, lo había apoyado, porque “jusque-là il ne s’était appliqué qu’à des peuples non européens” (“hasta ese momento solo se había aplicado a los pueblos no europeos”).

Aunque no cita la obra de Césaire, el libro de Lindqvist se inscribe en una tradición intelectual de descripción del habitus conquistador europeo, que vincula las violencias coloniales con la violencia máxima que representó la Shoah. A partir del libro de Lindqvist, Raoul Peck, con una larga trayectoria de reflexión sobre el racismo estructural, la dominación blanca sobre poblaciones no europeas y el exterminio de poblaciones locales vinculado a la expansión colonial europea, rodó su miniserie de cuatro capítulos, Exterminate All the Brutes.

El primer capítulo de la serie, “The Disturbing Confidence of Ignorance”, estudia las corrientes entrelazadas de odio e intolerancia que atraviesan la historia, basada en el exterminio de las poblaciones no europeas. Centrándose en el legado de los Estados Unidos como potencia colonial, Peck plantea la tesis de que la relación entre la población blanca y los pueblos nativos americanos y la población afroamericana es uno de los antecedentes de la legislación nazi de eliminación de la población judía. Es la misma tesis que defiende el profesor de Derecho Comparado de la Universidad de Yale James Q. Whitman en su libro Hitler’s American Model. The United States and the Making of Nazi Race Law (Princeton University Press 2017).

“Who the F*** is Columbus”, el segundo capítulo, revisita las historias de Cristóbal Colón, la batalla de El Álamo y el Sendero de Lágrimas desde una perspectiva indígena y muestra cómo el poder moldea la historia oficial, que acaba solidificada en el mito y la cultura popular. Así, unos hechos como el “Trail of Tears”, los desplazamientos forzosos de más de 60.000 nativos americanos entre 1830 y 1850, una verdadera limpieza étnica, no forman parte del imaginario colectivo estadounidense, mientras que el episodio de El Álamo fue utilizado para transmitir un sentido contrario al de los hechos reales. Los “heroicos resistentes” estadounidenses eran en realidad esclavistas que usurpaban territorio tejano, parte de México en aquel momento. La mayor parte de los europeos y de los estadounidenses han aprendido lo que creen saber sobre la América colonial y la expansión estadounidense hacia el Oeste viendo series y películas; es decir, a partir de fabulaciones creadas a conveniencia del poder.

Los nacionalistas xenófobos que se manifiestan por las calles europeas para protestar por la “invasión” de inmigrantes son a la vez escalofriantes y absurdos, puesto que la especialidad caucásica a lo largo de la historia ha sido eliminar, desplazar y someter a la población de continentes enteros

En el tercer episodio, “Killing at a Distance or... How I Thoroughly Enjoyed the Outing”, Peck estudia la expansión comercial de Europa y los avances en la industria del armamento, y muestra cómo los europeos utilizaron su mayor capacidad tecnológica para poder matar al enemigo desde distancias cada vez mayores. El desarrollo de la industria metalúrgica permitió fabricar armas contra las que las poblaciones nativas americanas o africanas no tenían defensa alguna. Para Peck, hay solo un paso desde las oportunidades económicas y políticas que presentan armas tan poderosas hasta la Doctrina Monroe, la que proclamó el derecho de los Estados Unidos a intervenir militarmente en cualquier lugar donde considerara que sus intereses se veían afectados.

En el capítulo final de la serie, “The Bright Colors of Fascism”, Peck explica la historia de Estados Unidos, una nación fundada en el principio de la libertad, pero también una nación construida sobre la esclavitud africana, el genocidio de los nativos americanos y la discriminación racial sistemática. Esa aparente contradicción es la que investiga el historiador Tyler Stovall en su último libro, White Freedom: The Racial History of an Idea (Princeton University Press, 2021). La era de la Ilustración, que dio lugar a nuestras concepciones modernas de libertad y democracia, coincidió con el apogeo de la trata transatlántica de esclavos. Desde las revoluciones liberales hasta la actualidad, Stovall indica que el racismo estructural de las democracias occidentales no es en absoluto una paradoja: la identidad blanca forma parte intrínseca de las ideas sobre libertad. A lo largo de la historia de la democracia liberal occidental moderna, la libertad ha sido durante mucho tiempo la libertad de los blancos.

Cuando Donald Trump coreaba “Make America great again” o cuando David Cameron defendía que había que “put the ‘great’ back into Great Britain”, en realidad estaban llamando a defender la libertad blanca y a volver a un momento en el que no se cuestionaba el racismo y se daba por supuesta la dominación sobre las poblaciones no blancas. Sin embargo, Peck se pregunta, ¿cuándo fueron grandes, pero grandes de verdad, las democracias occidentales? ¿Para quiénes? Casi ninguna de las proezas de las que se jactan los nacionalistas occidentales (españoles incluidos) hubiese sido posible sin la mano de obra y la sangre que vertieron millones de nativos americanos, africanos y chinos, sometidos a diversas formas de esclavitud.

¿Qué diferencia objetiva hay entre los asesinatos en masa, los desplazamientos y el confinamiento en reservas de la población nativa de América del Norte y la política racial de la Alemania nazi? Tanto Peck como Stovall consideran que no puede entender el genocidio judío sin hablar de multitud de genocidios anteriores, de la violencia ejercida en América y en África contra las poblaciones locales. Quizás no se pueda hablar de causa-efecto, pero sí de un habitus conquistador (exterminador y saqueador), de un pensamiento que considera que la palidez de la piel confiere derechos que se ejercen pisoteando a los que tienen más melanina que uno. Con los argumentos proporcionados por las autoridades religiosas o científicas, Europa se expandió a sangre y fuego en otros continentes.

Para Peck existe una raíz común entre los genocidios de la Modernidad y el resurgimiento contemporáneo del fascismo. Los nacionalistas xenófobos que se manifiestan por las calles europeas para protestar por la “invasión” de inmigrantes y reclaman su expulsión son a la vez escalofriantes y absurdos, si se piensa que la especialidad caucásica a lo largo de la historia ha sido eliminar, desplazar y someter a la población local de continentes enteros. Volviendo a Césaire, resulta paradójico que el europeo se queje de que le hagan a él en su casa lo que él ha hecho a millones de personas en el resto del mundo.

La invención del mundo hispánico

El habitus saqueador hispano que llamamos aquí la invención del mundo hispánico, está más que estudiado fuera, pero también dentro de España. De hecho, la Universidad de Indiana en Estados Unidos alberga uno de los archivos más importante del colonialismo español en el Asia pacífico. Así mismo, la obra The anxiety of sameness in early modern Spain (Manchester University Press, 2015) de Christina Lee, catedrática de la Universidad de Princeton, examina las obras literarias y no literarias producidas en los siglos XVI y XVII que expresan la ansiedad de los españoles dominantes ante las descendencias socialmente móviles, como los judíos convertidos y los moriscos (musulmanes convertidos). La autora explica con lucidez la angustia de los “verdaderos españoles” ante la posibilidad de que los conversos pudieran hacerse pasar por cristianos “puros” como ellos, siendo tan amenazante para la identidad española. Pues desaparece la arbitrariedad que separaba los “verdaderos” españoles (los de pura sangre) de los indeseables. La profesora Lee nos sitúa en el corazón del invento del mundo hispánico.

La voluntad esquizofrénica de preservar la sangre limpia dará lugar a todo un entramado jurídico en las coloniales españolas. Pero esto es otro asunto. En un reciente estudio de Antonio Espino López, La invasión de América (Arpa 2022), habla sin ambages de “una historia de violencia y destrucción”, y describe lo que en este texto hemos denominado el habitus conquistador español en América: el uso del terror, la crueldad y la violencia extremas como estrategias de sometimiento del Otro. Vemos, pues, como los Estudios Postcoloniales sirven, entre otras cosas, para dar voz a los que hasta ahora no la han tenido (las poblaciones colonizadas), para cuestionar la defensa a ultranza del colonialismo como herramienta de civilización y para describir el imperialismo como lo que fue, un verdadero acto de terrorismo de Estado.

Como queda demostrado, el cambio de punto de vista y de marco epistemológico propiciado por los Estudios Postcoloniales ha permitido que obras como las descritas hasta ahora cuestionen el relato mayoritario sobre las bondades de la expansión europea por el mundo. Al presentar nuevas aproximaciones a la historia del imperialismo europeo, definen un habitus conquistador (saqueador y exterminador) y problematizan los discursos defensores del colonialismo. Sin embargo, en la España contemporánea se vive un resurgimiento de ideas que parecían pertenecer a un pasado olvidado de exaltación imperialista de la conquista de América.

Los Estudios Postcoloniales sirven para dar voz a los que hasta ahora no la han tenido, para cuestionar la defensa del colonialismo como herramienta de civilización y para describir el imperialismo como lo que fue, un verdadero acto de terrorismo de Estado

Desde 1992 cada vez son más las voces que cuestionan el relato oficial sobre la llegada de los españoles a Abya Yala y el pensamiento decolonial cada vez está más presente en el mundo académico hispánico, pero lo cierto es que los Estudios Postcoloniales han tenido un impacto limitado en España. América no es África y la primera ola imperialista ibérica en América Latina no es idéntica a la segunda ola imperialista europea en África o Asia; además, las naciones latinoamericanas son hijas de los criollos locales y su forma de relacionarse con Europa o con las poblaciones nativas locales se parece más a la estadounidense que a la africana. Resulta problemático analizar de la misma forma colonias de asentamiento como las americanas y colonias de explotación como las africanas o las asiáticas. La reflexión postcolonial, vinculada generalmente al mundo anglosajón, se ha centrado en las colonias de explotación africanas y asiáticas (aunque no haya olvidado los violentos orígenes de los Estados Unidos, como hemos visto en la obra de Raoul Peck); quizás por ese motivo no haya tenido tanta difusión en España.

En este país vemos que, además de la escasa importancia de los Estudios Postcoloniales en el mundo académico, se ha generado un discurso pasivo-agresivo que, partiendo de la supuesta victimización de España como objeto de la “leyenda negra”, se pasa a la defensa a ultranza del colonialismo español en América Latina. En ocasiones estas fabulaciones se perpetúan gracias a un discurso supuestamente científico que tergiversa la historia para defender intereses políticos vinculados al presente. Un claro ejemplo de esta divulgación científica interesada es el reciente documental España, la primera globalización (López Li Films 2021) dirigido por José Luis López-Linares. En la web oficial de la película, el director explica que pretende que su película sea

“un toque de clarín para que los españoles vean que no tenemos que avergonzarnos de nada en relación con la historia de España, una historia que ha sido enterrada bajo una montaña de propaganda, mentiras y medias verdades que nos hace crecer de alguna manera acomplejados”.

Quienes aparecen en el documental, personajes como Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia; Elvira Roca Barea, autora del controvertido libro Imperiofobia. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela 2016); el filósofo Pedro Insua; el político Alfonso Guerra o el economista Ramón Tamames, ahora en la órbita de Vox, en realidad no pretenden hacer avanzar el conocimiento sino perpetuar el mito de la bondad de la conquista española de América. No hacen historia, sino que reivindican una determinada visión de la historia para defenderse de lo que consideran un ataque por parte de los que cuestionan la historia oficial y escriben para añadir otros puntos de vista (el punto de vista del subalterno, de las poblaciones colonizadas) al relato.

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