We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Filosofía
La ultraderecha, el pasado y la degeneración de la historia: un encaje liberal
Los eslóganes de la ultraderecha, como la apelación a la Reconquista, muestran una concepción pre-liberal de la historia en la que el pasado representa el modelo de perfección que es nuestro deber recuperar pero que, sin embargo, resulta coherente con el concepto liberal de “nación”.
Más allá de la falta de rigor histórico que supone la apelación a la Reconquista por parte de Vox como forma de “recuperar” a la “verdadera España”, encontramos en ella un sustrato ideológico que guarda enormes similitudes con otras corrientes ultraderechistas y que queda reflejado en eslóganes como el “Make America great again” de Trump (rescatado, en realidad, de la campaña electoral de Reagan de 1980) o el “Let’s take back control” de la ultraderecha británica a favor del Brexit.
Este sustrato -del que surge el poder de convicción que para algunos y algunas tienen estos eslóganes- consiste en una determinada concepción de la historia opuesta a la idea de progreso surgida en el contexto del pensamiento liberal. Según esta última, la historia sería un campo de perfectibilidad humana y, por tanto, la sociedad perfecta (o lo más parecido a ella de lo que somos capaces) es algo que solo podemos encontrar en el futuro.
Vox y el “tiempo fabuloso de los comienzos”
La concepción de la historia previa a la aparición de la idea de progreso en 1750, de la mano de Turgot, defiende todo lo contrario a esta: la perfección la encontramos en un pasado sobre el que el tiempo ha actuado de manera degenerativa hasta llegar a la actualidad. Este es el caso, por ejemplo, de la concepción de la Edad de Oro en Los trabajos y los días de Hesíodo en la que constituye la primera versión de esta idea surgida en Europa. Platón en el Político y Virgilio en Las Metamorfosis son otros dos ejemplos dentro del pensamiento antiguo. El cristianismo y su concepción del Edén como Paraíso perdido o la mirada renacentista sobre la cultura greco-latina son dos casos más de esta concepción de la historia.
De manera similar, la ultraderecha apela a una concepción según la cual el pasado representaría el ideal perfecto del ser histórico, no solo en un sentido moral -el de los “auténticos” valores- sino también ontológico: el ser y la identidad se sitúan más cerca del pasado que del presente o del futuro dado que lo real/histórico y su temporalidad alejan al mundo de la historia de su verdadero ser, que encontramos, por tanto, en “el inicio de los tiempos”. Una temporalidad que guarda enormes similitudes con lo que Mircea Eliade -afín al fascismo en los años 30’ y 40’- denomina “el tiempo fabuloso de los comienzos” para referirse al contexto temporal en el que se desarrollan los mitos de creación en el pensamiento mítico.
La ultraderecha apela a una concepción según la cual el pasado representaría el ideal perfecto del ser histórico, no solo en un sentido moral -el de los “auténticos” valores- sino también ontológico.
Como ya hemos comentado en varias ocasiones en este blog, el carácter trascendente de lo real (característica básica del idealismo y del pensamiento conservador que lo acompaña) supone que el ser esté siempre caracterizado por su atemporalidad, por su existir ajeno al tiempo. Así, el momento de la creación del mundo de la materia (de la entrada en la historia de la humanidad o de parte de ella) supondría una mayor cercanía a la esencialidad del ser que la realidad histórica sometida a la degeneración provocada por el transcurrir del tiempo. “Reconquistar” España es, pues, volver al momento de su (supuesta) fundación, momento en que su existencia fue más cercana a ese ser absoluto y trascendente que define España de manera exacta y perpetua (y, dicho sea de paso, discriminadora). Hacer “América” grande “de nuevo” o “recuperar” el control político y económico de un país harían referencia igualmente a ese pasado “glorioso” en el que tanto EE.UU. como Gran Bretaña estaban más cerca de su identidad, de su verdadero ser, perdido por los funestos acontecimientos del tiempo y de la Historia.
Ultraderecha liberal: ¿una contradicción?
Una de las cuestiones debatidas en las últimas semanas en algunos medios es la de si un modelo ultraconservador de país puede encajar no solo en el ordenamiento jurídico de un estado liberal, sino en los valores que, al menos sobre el papel, lo fundamentan. O dicho desde nuestro punto de vista: ¿pueden dos concepciones de la historia tan opuestas confluir en su concepción de “nación”?
Como también explicamos en un artículo anterior, el liberalismo no supuso el paso de un modelo social, político y económico de carácter absoluto a otro que asumiera la diversidad humana. Su propuesta buscaba más bien una nueva fundamentación de dichos órdenes beneficiosa para la nueva clase dominante pero que, también de manera absoluta, impusiera una única manera de ser como la correcta y verdadera. La universalidad de la razón y la propia idea de progreso fueron algunos de los elementos básicos de esa nueva concepción que convirtió el genocidio colonialista en un deber moral.
En el modelo liberal de estado-nación -y en concreto de la “nación española”- encontramos el mismo tipo de fundamentación trascendente del orden político y territorial que en la concepción pre-liberal de la historia.
Desde este punto de vista, la transición entre el Antiguo Régimen y las sociedades burguesas fue menos revolucionaria de lo que se suele reconocer. Y en lo relativo al tema que nos ocupa no podemos dejar de citar ampliamente un fragmento de Imperio de Michael Hardt y Toni Negri:
La transformación del modelo absolutista y patrimonial consistió en un proceso gradual que reemplazó la fundación teleológica del patrimonio territorial con una nueva fundación, igualmente trascendente. La identidad espiritual de la nación antes que el cuerpo divino del rey, colocaron ahora al territorio y la población como una abstracción ideal. O, mejor aún, el territorio físico y la población fueron concebidos como la extensión de la esencia trascendente de la nación. De este modo, el concepto moderno de nación heredó el cuerpo patrimonial del Estado monárquico, reinventándolo en una nueva forma. Esta nueva totalidad del poder fue estructurada en parte por nuevos procesos productivos capitalistas, y también por viejas redes de administración absolutista. Esta difícil relación estructural fue estabilizada por la identidad nacional: una identidad integradora, cultural, fundada sobre una continuidad biológica de relaciones de sangre, una continuidad espacial del territorio y una comunidad lingüística. (Subrayado añadido)
En el modelo liberal de estado-nación -y en concreto de la “nación española”- encontramos, por tanto, el mismo tipo de fundamentación trascendente del orden político y territorial que en la concepción pre-liberal de la historia. En esta, la identidad y el ser trascienden la realidad histórica, que no supone más que una degeneración del ser auténtico reflejado en su supuesta fundación. Una fundación acaecida precisamente a través de la eliminación de lo que no encaja con la Idea de lo español (expulsión de los y las musulmanas por un lado; machismo y xenofobia, por ejemplo, por otro). La identidad “nacional” surge, por tanto, sobre las mismas bases que establecen Hardt y Negri como propias del pensamiento liberal: la pureza biológica (tanto “racial” como “sexual”), territorial y lingüística, ejes fundamentales del ideario ultraconservador. Con una particularidad made in Spain: el “cuerpo divino del rey” -nacionalcatolicismo mediante- sigue formando parte esencial de la “identidad espiritual de la nación”.
Lejos, por tanto, de suponer la ultraderecha una anomalía para el modelo liberal, encuentra en él un hábitat perfectamente coherente con sus aspiraciones: el estado-nación liberal hunde sus raíces en un concepto de “nacionalidad” discriminatorio e impositivo anclado en su carácter trascendente y atemporal. Así, muy al estilo platónico, “el territorio físico y la población fueron concebidos como la extensión de la esencia trascendente de la nación” de tal manera que todo lo que no encaje en esa “abstracción ideal” queda fuera del ser, incluidos las y los que no somos “españoles de verdad”. Todo ello conforma de igual manera las bases del ideario ultraconservador. Poco importa si ese modelo se encuentra en el pasado o en el futuro; si se trata de una realidad surgida en el principio de los tiempos o si es una imposición que, en nombre de la racionalidad universal, podemos encontrar en el “final de la historia” (como sostenía Francis Fukuyama): el ser es uno, como mantenía Parménides, y no hay más que hablar.
Que esta “nueva totalidad del poder fue(ra) estructurada en parte por nuevos procesos productivos capitalistas” explicaría asimismo que un partido que no oculta su simpatía por regímenes fascistas -caracterizados por su economía centralizada- compatibilice su conservadurismo extremo con la defensa de una economía ultraliberal. Al fin y al cabo todo se reduce a una cosa: rendir pleitesía a los amos del capital.