Little Richard: performatividad queer en el nacimiento del rock and roll

El nuevo documental sobre Little Richard reivindica su importancia, no solo para el rock and roll, sino también para el movimiento LGTBIQ+. La perspectiva queer nos redescubre al “arquitecto del rock and roll”.
Little Richard 1
Ilustración: Blanca Maeso
Ilustraciones: Blanca Maeso
24 abr 2024 08:13

En el recientemente estrenado documental “Little Richard: I am everything” encontramos un texto con más contenido de crítica sociológica y antropológica de lo que es habitual en las obras centradas en un artista.

En este caso, el documental aporta a la historia de la música un punto de vista queer en el estudio de la figura de Little Richard que se demuestra necesario para entender mejor al personaje. Sin duda, pese a la complejidad de “el arquitecto del rock and roll”, las cosas empiezan a encajar mejor desde esta óptica que antes, donde el músico parecía un elemento extravagante, extraño y escandaloso (todo en el mejor de los sentidos) pero sin sentido o contenido.

Cuando se estudia el nacimiento del rock and roll encontramos muchos problemas musicológicos, de estilos que se fusionan, barreras sociales y raciales que caen, y nombres propios con biografías y personalidades impactantes y poderosas. De los padres del rock and roll, el más difícil de entender ha sido siempre Little Richard. El documental, sin ser perfecto, es importante porque, al recorrer su biografía con esta mirada queer, arrojamos un poco de luz a todos los datos que antes solo recopilábamos y ordenábamos sin poder interpretarlos.

¿Qué pasaba en el interior del personaje/persona Little Richard? ¿Éramos capaces de aproximarnos a él, con todas sus etapas, y por tanto, sus diferentes relaciones con la música, la sexualidad y la religión?

El pianista y cantante de Macon no viene a montar una gran comunidad, sino a sacar todos los cuerpos que pueda de las comunidades que les oprimen. En esa lucha vivió, triunfó y fracasó Little Richard.

Es lógico que la historia de la música popular no haya podido entender nada de su figura, pues nos empeñamos siempre en puntos de vista que expliquen los grandes movimientos de masas con relatos populistas (yo también caigo en esto) donde lo más importante es siempre lo que más hegemonía alcanza; y después, estudiamos es el “cómo” se consiguió esa hegemonía. Desde esa mirada, Little Richard es irrelevante, y el propio personaje bromea en el documental con cómo ha sido apartado de la historia. Con una perspectiva queer, de la minoría que nunca encaja y que no aspira ni lucha por la hegemonía, Little Richard aparece como un antecedente del que no teníamos noticia. El pianista y cantante de Macon no viene a montar una gran comunidad, sino a sacar todos los cuerpos que pueda de las comunidades que les oprimen. En esa lucha vivió, triunfó y fracasó Little Richard.

Él es más bien un músico que hacía agujeros en las masas, que trajo al rock and roll formas propias de las minorías más estigmatizadas de su época y que quizá animó a muchos a abrazar sus deseos reprimidos.

Los que conocen ya su biografía volverán a ver esos bandazos extremos que le llevan de Drag Queen a predicador, de padre de familia heterosexual de clase media a hedonista salvaje, etc. que parecen incongruentes. De hecho, cuando el documental sigue su vida cronológicamente, tenemos la sensación de que a veces vamos hacia atrás o de que algo se repite. Ahora entendemos que esa historia la escribió el cuerpo y el espíritu de Little Richard revolviéndose en un mundo que le quedaba pequeño. Todas las categorías y las fronteras eran para él un juguete y una prisión.

Little Richard 2
Ilustración: Blanca Maeso

No fue el único que jugó, como muestra el documental, a incorporar al rock and roll lo que había aprendido del góspel (un sacrilegio al que es difícil encontrar un equivalente histórico) pero sí fue sin duda el que vivió más intensamente esa tensión entre lo espiritual y lo corporal.

A Little Richard no solo le incomodaban las coerciones de la religión, el racismo o la homofobia, también las de los estilos musicales y sus supuestos valores. Él no quería renunciar a nada, abrazaba la espiritualidad más devota, las orgías, los himnos espirituales, el rock and roll y las drogas. Y todo a la vez en el mismo cuerpo entraba en conflicto, porque las normas sociales aprendidas a base de hostias no permiten tanta apertura. Al otro lado de aquella explosión nosotros no entendimos que Little Richard nos hacía bailar, pero también hacía tambalearse muchas otras cosas.

Aunque casi siempre aparece en pantalla con una sonrisa en la cara y haciendo chistes (a menudo cargados de una ácida ironía), entendemos mejor ahora que Little Richard sufrió muchísimo, que debió sentir un peso y una culpa que paradójicamente le elevaba por encima del resto de fundadores del rock and roll, sencillamente porque él ponía más su vida en juego. Entendemos ahora que, cada vez que actuaba, expelía un conflicto interno que es también nuestro.

Este documental reivindica y recupera a Little Richard para el panteón de héroes de la ampliación de nuestra imaginación y nuestros derechos.

Seguimos teniendo pendiente crear una vida en la que no sufran precisamente los que más tienen que regalarnos; tenemos que ampliar las libertades para descubrir placeres que todavía no somos capaces de imaginar. En este camino de la invención de placeres Little Richard nos regaló el rock and roll. Ahora recorremos la autopista que él construyó y, como dice en el documental, “pasamos sin pagarle peaje”. Es maravilloso que este viaje sea público y gratuito pero, aunque no haya que pagárselo a nadie, es importante recordar a quién se lo debemos.

Este documental reivindica y recupera a Little Richard para el panteón de héroes de la ampliación de nuestra imaginación y nuestros derechos. Vemos ahora que no solo fue un padre del rock and roll, abrió también otras puertas que quizá no habíamos sabido ver.

El rock and roll es nuestra música popular, la música que el proletariado del siglo XX pudo desarrollar durante un breve periodo de tiempo antes de que el capitalismo nos expropiase también nuestra cultura popular y nos empezase a bombardear con música, no solo captada y vendida industrialmente (que fue su límite hasta los setenta), sino sintetizada y producida por esa industria.

Nos viene bien que Little Richard nos recuerde quiénes somos, de dónde venimos, y todo lo que nos han robado. Empecemos, al menos, por volver a escuchar sus canciones y ponerle en su sitio en las historias y en nuestro corazón.

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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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