Colonialismo
Malcolm X como mística revolucionaria

(Adelanto editorial) Las esferas religiosa y revolucionaria, lejos de contradecirse, se encuentran irremediablemente ligadas en Malcolm X. Esa es precisamente una de las numerosas razones por las que su corta vida representa un campo de reflexión tan valioso.
Malcolm X
Malcolm X
7 nov 2023 08:00

(Este texto forma parte del primer capítulo del libro Religión vs. Revolución. Malcolm X, musulmán de la liberación, de Helios F. Garcés. Publicado por Bellaterra Edicions, estará a la venta próximamente. Agradecemos al autor y a la editorial la cesión del mismo para su publicación)

De la misma forma que sucede con otras personalidades revolucionarias del siglo XX como el Che Guevara, Djamila Bouhired, Ho Chi Minh, etcétera, la memoria de Malcolm X sigue funcionando como una inspiración para las luchas antimperialistas y anticoloniales del mundo entero. La propia trayectoria política de Malcolm X realza el nexo entre los problemas del racismo y del imperialismo, revelándolos como la manifestación local y global de una misma estructura de poder. Por esa razón, Shabazz también se ha convertido en uno de los héroes indiscutibles de la lucha antirracista en las urbes occidentales. Por otra parte, hay pocas figuras probablemente ninguna– que ocupen un estatus similar y de forma simultánea en la imaginación revolucionaria africana, no blanca y musulmana internacional. El imâm Talib Abdur-Rashid, líder de la Islamic Brotherhood de Harlem, definió alguna vez a Malcolm X, nacido durante el mismo año que Frantz Fanon y Patrice Lumumba, como «un símbolo perdurable de resistencia contra la opresión mundial» (Van Tilborg, 2016: 298). Su imagen, convertida en icono, es elevada como una bandera de la dignidad de los oprimidos en el Sur Global. Y si esto sigue siendo así es «porque las condiciones que lo produjeron siguen existiendo» (Ibid.).

Nacionalista negro, panafricanista, musulmán, internacionalista, luchador por la libertad, defensor revolucionario de los Derechos Humanos, etcétera. Sin embargo, Malcolm X se ha convertido en una figura poliédrica. Tanto que cada vez es más difícil localizar los contornos de su rostro humano. Después de su brutal asesinato, dejó de ser un hombre de carne y hueso para transformarse en un ídolo y, al mismo tiempo, en algo mucho más trascendental: un anhelo. Malcolm X sigue siendo un impulso de la liberación africana internacional. Un shahîd para la comunidad islámica global. No es poco, pero todavía hay más. El Hajj Malik El Shabazz es considerado un îmâm y un walî, un líder y un protector espiritual, lo cual desconcierta a quienes se resisten a comprender la naturaleza de una espiritualidad revolucionaria e instituyente que, al mismo tiempo, es refractaria a su institucionalización.

Una vez desafiado el binomio religión vs. revolución, comprobamos que esta supuesta fractura no existió, o al menos no de la forma en la que generalmente se nos indica.

Malcolm X también representa, quizás por todo ello y por otras muchas razones, un desafío para los sectores más sinceros de la izquierda anticapitalista internacional. Marxistas, anarquistas, socialistas, comunistas, nacionalistas, etcétera. Su historia produce, como dicen que lo hizo en vida, inquietud, simpatía, miedo y fascinación a partes iguales en las trincheras políticas mencionadas. De ahí que sea constantemente instrumentalizado, también por los adalides actuales del antirracismo liberal, contra el que él mismo clamó dura y abiertamente durante toda su vida. Asimismo, gran parte de la izquierda revolucionaria, en su voluntad de elevarle como figura radical del siglo XX, ha tratado de secularizar el legado de Malcolm X por todos los medios, tendencia de la que no escapa parte importante de la tradición radical negra en su articulación secular. Por otra parte, las estrategias por convertirlo en un simple símbolo religioso, obviando su férreo compromiso con una visión política revolucionaria panafricana afín al socialismo anticolonial, son fácilmente rastreables en la mirada islámica convencional.

En “Sentada a los pies del mensajero: recuerdo de Malcolm X”, parte del libro Afán. Raza, género y política cultural (2021), bell hooks mantiene que «la Autobiografía de Malcolm X narra su trayecto político desde la esclavitud a la libertad y también su búsqueda religiosa, el viaje de autorrealización que percibe y experimenta en términos espirituales» (hooks, 2021: 120). El propio Malcolm Shabazz, tan inquieto como ecléctico, era consciente de su difícil encaje: «Para los musulmanes, soy demasiado mundano, para otros grupos, soy demasiado religioso [...] Siento que estoy en la cuerda floja» (DeCaro, 1996: 326). Tenía razón. Por un lado, la aproximación socialista convencional sobre su rica trayectoria tiende a escindir las dimensiones de lo político y de lo profético. Paralelamente, sucede lo mismo cuando se trata de analizar el enfoque religioso dominante sobre la materia. Sin embargo, una vez desafiado el binomio religión vs. revolución, comprobamos que esta supuesta fractura no existió, o al menos no de la forma en la que generalmente se nos indica. Al contrario, existieron tensiones y posicionamientos estratégicos en dos esferas que, al mismo tiempo, están irremediablemente ligadas. Esa es precisamente una de las numerosas razones por las que la corta vida de Malcolm X representa, especialmente durante el último año que precede a su muerte, un campo de reflexión tan valioso.

El binomio religión vs. revolución, vehiculado a través del sustrato colonial de la mentalidad moderna occidental, también presente en el campo político de la izquierda mainstream, localiza las espiritualidades ancestrales de los pueblos del Tercer Mundo en el terreno de lo tradicional. Al mismo tiempo, la tradición, categoría plenamente moderna, pertenece al pasado, lo que en este imaginario simbólico se corresponde con el ámbito de lo obsoleto: «La modernidad, para poder afirmar a la “sociedad moderna” como forma de vida ideal de la humanidad, antes tiene que prejuiciar como caduca, obsoleta e inferior racial y culturalmente, a toda forma de vida anterior a ella» (Bautista Sagales, 2012: 189). Pero lo cierto es que cada tradición, o sistema ancestral de saberes comunales, alberga en su propio seno un diálogo intracultural inevitable (Adlbi Sibai, 2016). La conciencia de este hecho es conciencia de la lucha de clases, pero desde un ángulo ligeramente diferente al convencional.

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Movimiento Negro Una constelación llamada Malcolm X
Si figuras de la talla de Malcolm X o Muhammad Ali siguen convirtiéndose en tendencia y moda en la actualidad es porque sus aportaciones y sus vidas siguen informándonos sobre algo que late en nuestro presente político

En su escrito Actitud del partido obrero hacia la religión (1909), Lenin reprocha a los socialdemócratas su ataque frontal a los creyentes cristianos, lo que considera una prueba de que no han comprendido adecuadamente el legado de la crítica a la religión presente en el marxismo. No es, según Lenin, a través de la propaganda atea como se librará a las masas del arcaico pensamiento religioso, sino a través de un análisis materialista de sus condiciones de posibilidad y en la lucha de clases que las dirija hacia la libertad. Lenin habría tenido parte de razón si hubiese definido así la crítica necesaria ante el papel de las religiosidades reaccionarias, pero no pudo percibir la propia lucha de clases existente al interior del fenómeno religioso y por lo tanto no concibió la existencia de una religiosidad revolucionaria.

Como indicamos más adelante, la clave, quizá, puede residir en una reconsideración del propio pasado histórico desde la aplicación de una óptica anti-colonial de la lucha de clases y en una revisión honesta de la sensibilidad racial que, como parte de un legado presente en la mentalidad occidental, distorsiona su imaginario, en este caso de cara al lugar que en él ocupa el otro musulmán. Pero este proyecto crítico será imposible sin poner en cuarentena la naturaleza de la engañosa dialéctica entre «tradición» y «modernidad»:

[...] la designación de los saberes no occidentales como «tradicionales» los ubicaba, y los ubica hasta el día de hoy, como residuos de un pasado sin futuro, siendo este, el futuro, propiedad exclusiva de Occidente y estableciéndose por lo tanto la imposibilidad fáctica de acceso por parte de cualquier otra forma cultural, civilizacional, social, política, lingüística o epistemológica, ni al presente ni al futuro, condenando así a todos «los otros» al silencio y a la invisibilización mediante la imposición de un único camino (Adlbi Sibai, 2016: 91).

Sin ello, es probable que, tamizadas por una invitación a la falsa condescendencia o enmascaradas por medio de la moral de la tolerancia, sus asunciones de superioridad civilizatoria sobre los pueblos del Tercer Mundo y sus cosmovisiones originarias queden intactas. Parte de la propuesta ante este callejón sin salida, modernidad vs. tradición, tiene que ver, desde el punto de vista de una descolonialidad combativa (Mendès France y Maldonado-Torres, 2021) con evidenciar la falaz promesa neoliberal de una sociedad multicultural, pero igualmente opresiva. Esto no tiene absolutamente nada que ver con la regresión impostada y esclerótica a pasado alguno, sino con recuperar un vínculo crítico con él mismo en el propio presente. Así, re-centrarnos en nuestras genealogías rebeldes, heridas por la violencia colonial, implica retomar su supervivencia en la dimensión emancipatoria de nuestras cosmovisiones, en nuestras resistencias políticas a la integración en un sistema de injusticias.

Malcolm X: «Para los musulmanes, soy demasiado mundano, para otros grupos, soy demasiado religioso [...] Siento que estoy en la cuerda floja».

Pero rechazar esa fascinación patológica que, producida en el contexto de una situación de desposesión y opresión histórica, nos ha sido inoculada por el relato de la modernidad occidental no implica, necesariamente, desechar por completo las narrativas emancipatorias propias de la historia local europea. Lo que sin duda se ha de confrontar y analizar es la estructura neurótica de esa fascinación. Esto implica establecer un diálogo crítico de tú a tú, rebajando definitivamente estas narrativas que han sido endiosadas, convertidas en divinidades, y situarlas en su lugar local para producir una conversación posible. Esa es, de hecho, la única manera posible de comprometerse con las mismas, sin convertirlas en reliquias de museo o en ideologías totémicas que adorar. Así, la crítica lúcida a la modernidad occidental no puede, o no debería, desembocar en la construcción de un excepcionalismo etnicista, religioso o culturalista útil al multiculturalismo liberal. En palabras del pensador palestino americano Hatem Bazian:

Este «re-centrar» implica reafirmar la continuidad con el pasado, que no puede estar presente en la forma distorsionada de un enfoque de veneración neo-tradicional o nostálgico. Una continuidad con el pasado significa centrar y localizar lo epistémico dentro de sus confines y emprender un proceso de costura intelectual de los tejidos desgarrados de la tradición islámica con todas sus complejidades, contradicciones, afirmaciones, negaciones y pronunciamientos categóricos y especulativos (Bazian, 2016).

El problema manifestado por Malcolm X («Para los musulmanes, soy demasiado mundano, para otros grupos, soy demasiado religioso [...] Siento que estoy en la cuerda floja»), cuyas inquietudes son conjuntamente políticas y espirituales, es el síntoma de una tensión propia del mundo moderno. Ya siendo portavoz nacional de Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam –organización a la que Shabazz va a pertenecer durante 12 años–, es percibido como alguien demasiado político. No obstante, negar la existencia del conflicto entre religión y revolución, así como de sus razones históricas, epistemológicas y políticas, sería el colmo del idealismo y de la enajenación. La cuestión clave aquí es otra, a saber: la crítica de Marx a la religión –heredera de la realizada por Feuerbach–, que está en la base de dicho conflicto, al menos tal y como es manifestado en el seno de la izquierda radical, no puede resolverse artificiosamente sin preguntarnos antes, junto a Enrique Dussel, ¿a qué se refería Karl Marx exactamente con «religión»? No obstante, así como negar la razón de ser del conflicto sería negligente, también lo sería obviar que la complejidad de la realidad histórica pasó por encima del mismo en repetidas ocasiones. Al igual que en el caso del cristianismo revolucionario, durante todo el siglo XX, en el llamado Tercer Mundo, se produjeron múltiples imbricaciones políticas y filosóficas entre proyectos comunistas de raigambre marxista, nacionalismos periféricos y diferentes expresiones de la espiritualidad islámica.

Referencias bibliográficas

Adlbi Sibai, Sirin (2016), La cárcel del feminismo. Hacia un pensamiento islámico decolonial, Akal, México.

Bautista Segales, Juan José (2014), ¿Qué significa pensar desde América Latina? Hacia una racionalidad transmoderna y postoccidental, Akal, Madrid.

Bazian, Hatem (2017), Annotations on Race, Colonialism, Islamophobia, Islam and Palestine, Amrit Consultancy, La Haya.

Byrd, Dustin J. y Javad Miri, Seyed (2016), Malcolm X. From Political Eschatology to Religious Revolutionary, Brill, Boston.

DeCaro, Louis (1997), On the Side of My People. A Religious Life of Malcolm X, NYU Press, Nueva York.

hooks, bell (2021), Afán. Raza, género y política cultural, Traficantes de Sueños, Madrid.

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