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Filosofía
Petardeo y geopolítica: Eurovisión como artefacto de “soft power”
Eurovisión forma parte de las estrategias de poder blando del Estado de Israel. Un artefacto cultural que le sirve para atraer las miradas y lavar su imagen, distrayendo la atención sobre su poder duro: la ocupación militar y la instauración de un régimen de apartheid.
Este fin de semana en la ciudad de Tel Aviv se celebra la edición 64 del festival de Eurovisión. Este evento lleno de folklore y petardeo, alberga a primera vista pocas implicaciones políticas. Desde luego, comparado con las elecciones en las que se elegirán a los representantes en el Parlamento Europeo, que se celebrarán una semana después del concurso musical, el festival de Eurovisión no parece más que un inmenso guateque. Sin embargo, este evento no es completamente apolítico.
El concurso musical que se celebrará este año forma parte de las estrategias de soft power ("poder blando") del Estado de Israel, un artefacto cultural que le sirve para atraer las miradas y lavar su imagen, distrayendo la atención sobre su hard power ("poder duro"): la ocupación militar y la instauración de un régimen de apartheid que oprime y domina a la población palestina.
El término soft power fue acuñado por Joseph Nye en 1990 para hacer referencia a una manera blanda, sutil o amable de hacer política. Nye entendía que el poder de un Estado dependía de su capacidad para conseguir que otros actores políticos actúen siguiendo sus intereses. Existen dos formas diversas de lograr esto: 1) Utilizando herramientas de poder duro, como por ejemplo cuando se doblega al otro mediante acciones militares o presiones económicas. 2) Utilizando un poder blando, esa clase de poder que trata de seducir a los otros para que actúen siguiendo unos determinados intereses. Con el poder blando se pretende convencer, lograr que los demás quieran los resultados que deseas, sin necesidad de medidas coercitivas.
Algunas de las herramientas más utilizadas por el poder blando son la industria cultural o la propuesta de ciertos valores políticos, buscando la admiración o atracción de las personas a las que se desea influenciar.
Un poder blando es esa clase de poder que trata de lograr que los otros actúen siguiendo unos determinados intereses sin necesidad de medidas coercitivas.
La victoria de Netta Barzilai en la anterior edición de Eurovisión, con una letra contra el acoso y el abuso a las mujeres, fue utilizada por la política oficial israelí como herramienta de soft power para proyectar al mundo una imagen de tolerancia y compromiso. Como en 2016, en la que participó el cantante gay Hovi Star, el año pasado fue explotada también la faceta gay-friendly de Israel, incluso en la red social de contactos Grindr (en la que se emitían anuncios como el siguiente: “Vota por la auténtica diva. Vota por #Israel Netta Toy”).
El Estado de Israel es experto en promover ciertos valores políticos en búsqueda de la aprobación internacional. Ehud Barak, el décimo primer ministro de Israel (desde 1999 hasta 2001), presentó a Israel como un chalet en medio de una jungla. Con esta ilustrativa imagen se pretendía dar la impresión de que este país es un lugar civilizado en medio de un ambiente salvaje. Según este modo de interpretar el papel de Israel en Oriente Medio, el muro y otros sistemas de control territorial, lejos de constituir métodos coloniales de ocupación y de expulsión forzosa, constituyen medidas necesarias para defender a Israel del continuo asedio por parte de bárbaros. De este modo, los nativos aparecen como invasores imbuidos por ansias violentas y hostilidades de toda clase. La violencia se proyecta sobre el otro colonizado y se presenta al Estado colonial como mera víctima, colmando una fantasía de inocencia.
Uno de los modos en el que el Estado de Israel pretende ser percibido como un Estado civilizado avanzado y tolerante, frente al atraso de sus vecinos árabes, es llamando la atención sobre su historia relativamente progresista en defensa de los derechos humanos de las mujeres y personas LGTBIQ+. Con este argumentario trata de desviar la mirada de su historia atroz en materia de derechos humanos cuando estos conciernen a personas palestinas, a las que se les niega en numerosas ocasiones derechos tan básicos como el derecho a la libre movilidad. Por este motivo son frecuentes las denuncias de activistas hacia las campañas dirigidas a presentar a este país como gay-friendly, o un destino perfecto para el turismo gay, ya que en ocasiones están orientadas a apartar la atención de la profunda criminalidad de la ocupación. La puesta en valor de la Marca Israel como abiertamente gay-friendly se ha basado incluso en la defensa de su ejército —destinado al control militar del territorio— como uno de los más inclusivos del mundo. Este homonacionalismo, que busca unir la defensa de un nacionalismo excluyente con los derechos de las personas homosexuales, pretende justificar posiciones xenófobas e islamófobas.
La puesta en valor de la Marca Israel como abiertamente gay-friendly se ha basado incluso en la defensa de su ejército —destinado al control militar del territorio— como uno de los más inclusivos del mundo.
Las campañas de pinkwashing (“lavado de imagen rosa”), que utilizan los derechos LGTBIQ+ solo para lo que les interesa, o las operaciones de purplewashing (“lavado de imagen púrpura”), que instrumentalizan el feminismo, consideran a la población musulmana necesariamente homófoba y machista y obvian el hecho de que entre la población palestina que está siendo oprimida se encuentran mujeres, personas trans, lesbianas, homosexuales, etc.
Cabría preguntarle a los pretendidos defensores de los derechos de minorías sexuales o de género que no problematizan la opresión del pueblo palestino: ¿acaso no son mujeres las palestinas? ¿Las personas palestinas son todas cisgénero o heterosexuales?
Muchas mujeres y personas que pertenecemos al colectivo LGTBIQ no estamos a favor de este pseudo reconocimiento de derechos que busca ocultar y legitimar el atropello de los derechos de otros colectivos, que lejos de ser homogéneos, contienen en sí mismos la diversidad. Si nuestro objetivo es lograr una mayor justicia social y política, hemos de rechazar este tipo de argumentos y estrategias políticas.
Por otra parte, no han sido pocas las voces de personas judías que han criticado el nacionalismo excluyente de las políticas oficiales del Estado de Israel. Una autora como Hannah Arendt, famosa entre otras cosas por su análisis crítico del antisemitismo en Los orígenes del totalitarismo, señaló como un error el intento de solucionar la “cuestión judía” con la instauración del Estado de Israel como un Estado-nación, vinculado al carácter homogeneizador propio del nacionalismo, que lejos de solucionar el problema de los refugiados y apátridas, produciría una nueva categoría de refugiados, en esta ocasión árabes.
El soft power de Israel solamente podrá ser efectivo y logrará convencer en el momento que abandone sus estrategias actuales de hard power y sus políticas de apartheid. La verdadera defensa de la pluralidad nada tiene que ver con proyectar mediante eventos como Eurovisión o los Orgullos gay celebrados en Tel Aviv un espejismo de diversidad.